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En las últimas horas Julio Ramírez ha recibido miles de cartas en las que anónimos hombres y mujeres de todos los países y todas las profesiones le confiesan en secreto que ese gesto ya lo habían inventado ellos. “Lo bonito”, dice uno de sus corresponsales, “es que se nos ocurre a todos por igual y sin ayuda”.
Es éste un periodo fecundo para el mecánico toledano. Porque el pasado 14 de abril, dos días después de conocer a su novia Matilde, inventó -de una sola vez- la estrella de mar, la luna, la retama, las manos, las pestañas y las mariposas. Y estuvo a punto de inventar el sabor de la sal y el color verde.
Pero tampoco en esa ocasión -así lo afirma Patric Lidl, ingeniero gestual- Julio Ramírez fue muy original: “al menos una vez en la vida todo el mundo inventa lo que ya existe”. Según Lidl, les sucede incluso a los asesinos y los políticos, y eso demuestra la escasa potencia moralizadora de este acto creativo. “Hans Müller inventó una noche las fresas y por la mañana envenenó a su vecino”.
Ni la solidaridad ni el amor, pues, cambian el mundo, pero actualizan las montañas, el cielo, el agua, los cuerpos. “Sin esta actualización individual”, concluye el ingeniero, “no habría un mundo común”.
Ayer, millones de europeos se olvidaron de actualizar los lirios.