Alba Rico. Después de años de frustraciones y amarguras, España celebra por fin, entre gritos de júbilo y ondear de banderas, un triunfo tan espectacular como merecido.
Argentina, siempre esquiva, se lo puso difícil y Chile estuvo a punto de dejarla en la cuneta con sus desconcertantes amagos y sus driblin de prestidigitador. En la fase final, la desmemoriada Francia estuvo a punto de ganarnos la partida, pero en el último minuto, cuando todo parecía perdido, España olvidó de pronto todo su pasado.
Y lo consiguió: olvidó todo su pasado. Olvidó las libertades de la República, las esperanzas de Antonio Machado y Miguel Hernández, el heroísmo de los milicianos, la abnegación de los salvadores del patrimonio artístico nacional, el sacrificio de los que lucharon contra el fascismo en toda Europa. Olvidó el golpe de Estado de Franco, los fusilamientos, las torturas, los niños robados, los cadáveres sepultados en las cunetas. Olvidó a los represaliados, a los exiliados, a los valientes, a los tristes, a los que desde dentro y desde fuera mantuvieron el alma en alto con la cabeza gacha o la mirada herida.
España olvidó a los emigrantes despreciados en Alemania y Suiza, a los padres de campo, a los abuelos de izquierdas. España olvidó también -en el último minuto- los derechos conquistados por los antepasados, la dignidad laboral, la conciencia del peligro, las alegrías y ventajas de las luchas colectivas.
España olvidó el dolor de sus primos, de sus compañeros, de sus amantes, de sus vecinos. Olvidó sus huesos, sus sueños, sus ideas, sus poemas.
Gol, gol, gol.
España, campeona del mundo de amnesia histórica.
Como premio, el gobierno nos dejará seguir jugando al fútbol.