Montserrat Galcerán | Diagonal. Ya ha pasado un año desde que llegamos a los ayuntamientos y resulta obligatorio hacer balance: ¿Qué hemos logrado? ¿Estamos en el buen camino? ¿Sirve de algo estar en las instituciones –municipales–? ¿Debemos dar la experiencia por agotada?
Como concejala de Ahora Madrid en el Ayuntamiento de la capital, siento decir que estos meses me han ratificado en mi idea de que la representación política es un discurso y una práctica ritualizadas.
Como concejala de Ahora Madrid en el Ayuntamiento de la capital, siento decir que estos meses me han ratificado en mi idea de que la representación política es un discurso y una práctica ritualizadas que secuestran el poder político y lo mantienen en régimen de monopolio durante el tiempo que dura la legislatura. En ese lapso la capacidad de intervenir políticamente por parte de la población queda remansada en las manos de los representantes políticos que han recibido esa encomienda.
Como concejala de Ahora Madrid en el Ayuntamiento de la capital, siento decir que estos meses me han ratificado en mi idea de que la representación política es un discurso y una práctica ritualizadas
Desde el primer día de la legislatura los electores desaparecen del mapa mental de los políticos y sólo vuelven con motivo de las nuevas elecciones. Nuestros contrincantes diarios son los otros partidos, a los que vemos con asiduidad, con los que se entablan continuas negociaciones, cuyos votos, en caso de estar en minoría, son imprescindibles para la acción de gobierno. El lazo de confianza con los electores se debilita y sólo se refuerza, esporádicamente, con motivo de actos públicos en los que raramente se muestra la disidencia. Al cabo de unos meses es fácil pensar que la conflictividad se ha atenuado o incluso que ha desaparecido. ¡Se impone la idea de que lo estamos haciendo bien!
El primer equívoco reside en la gestión. Debemos ser, y sin duda somos, buenos gestores, trabajadores y abnegados. Pero la gestión no consiste solamente en aplicar las ordenanzas. En la ciudad surgen conflictos entre unas normas y otras, entre unos intereses y otros. ¿Debe primar el beneficio económico que aporta el turismo por encima de las exigencias medioambientales y de justicia social? ¿Debe primar la especulación urbana sobre el derecho a la vivienda? No podemos pensar que en una gran ciudad todas las opciones son conciliables sino que a menudo hay que tomar decisiones y para eso no sirven los reglamentos. Para eso se necesita una hoja política de ruta que nos permita periodizar, establecer agendas y marcar tiempos. No se puede conseguir todo en el primer año, pero el tiempo pasa a una velocidad de vértigo, ya llevamos un cuarto del mandato.
Por consiguiente lo más importante no es encajar la gestión en los parámetros dados, sino cambiar esos parámetros para que hagan posibles los cambios sociales imprescindibles para los cuales llegamos al Ayuntamiento. Esta tarea es compleja pues los reglamentos forman parte de un entresijo de normas que se subordinan unas a otras y que constituyen una auténtica barrera para nuestras políticas. Entramos diciendo “sí, se puede” y no podemos permitir que la frase más repetida empiece a ser “no se puede”.
Ser capaces de responder
Si no acometemos esta tarea con valentía empezaremos a perder la confianza de quienes nos votaron. No creo que debamos dar ya la experiencia por agotada. Pero empiezan a sonar voces de descontento por el olvido de los programas, por el protagonismo inmerecido de partners no previstos. Crece un escepticismo, tal vez exagerado, ante nuestra tibieza.
Entiendo que todavía estamos a tiempo de enderezar el rumbo, pero debemos hacerlo con presteza. Las candidaturas municipalistas no eran más que el primer paso de una experiencia novedosa para recuperar las instituciones. Hemos conseguido lo más fácil: impedir que la derecha neoliberal siga gobernando nuestras ciudades, pero nos falta todo lo demás.
Para que la experiencia salga bien, los ayuntamientos del cambio deben responder a las exigencias de una población que no ha visto mejorar su situación: la vivienda, la miseria de nuestros barrios, las garantías en educación y en sanidad, la participación ciudadana siguen siendo asignaturas pendientes. En este momento hay menos movilización, tal vez porque la expectación aún perdura. Sigamos adelante: sin prisa pero sin pausa.