Hace unos días Portland anunciaba la puesta en marcha del mayor servicio «sharing» y «smart» de bicletas de EE.UU. La grandilocuencia del titular hay que reconocer que conseguía su objetivo, en menos de dos minutos estaba leyendo todos los detalles en el artículo, sorprendida, una vez más, por la capacidad para vaciar de significado los conceptos más básicos. Casi tanto como para preguntarse si la cultura sharing existe como tal en el país que se enorguellece de ser la cuna del nuevo cambio social.
Natalia Fernández | El Correo de Las Indias
Sobre esa confusión, cada vez más extendida, estuvimos trabajando en el seminario sobre Sharing Cities que dirigido por Neal Gorenflo y Tom Llewellyn, tuvo lugar en Somero 2015. En una de las sesiones, nos proponían nombrar iniciativas que fueran sharing y que generaran comunal, «commons» en el inglés, sugerir que podrían iniciarse en una ciudad de tamaño medio como Gijón. El disenso no tardó en aparecer, dado que las propuestas que la mayoría de los participantes de cultura anglosajona ponían sobre la mesa no dejaban de ser bienes y servicios públicos «de toda la vida» -o servicios privados- ofertados bajo la etiqueta «consumo colaborativo» donde nadie compartía nada sino que hacía uso de una flota -de bicis o coches- propiedad de una empresa.
Pero los bienes y servicios municipales no son «commons» y los alquileres de vehiculos de una flota propiedad de una empresa no son «colaborativos». Confundir las cosas solo puede llevar a la confusión y la decepción.
Tom apuntó que ciertamente, la cultura anglo y la ausencia de políticas públicas en EE.UU tendían a distorsionar los términos «commons» (procomún o comunal) y consumo colaborativo|«sharing» (consumo colaborativo). Los servicios municipales de bicicletas o car-sharing por mucho que se usen de forma compartida -un vehículo, muchos usuarios- no generan ninguna forma de comunal ni sonconsumo colaborativo. Son meras extensiones de los servicios de transportes, en nada diferentes cuando son de propiedad pública a otros servicios públicos y cuando son de propiedad privada a una empresa de alquiler de coches.
Commons/Comunal/Procomún: la propiedad y la gestión son comunitarias, no estatales
Los «commons», el comunal, son bienes propiedad de una comunidad mayor o menor, un grupo de gente concreta, de un demos, que lo gestiona de manera conjunta y directa. La propiedad pública es otra cosa: es la propiedad del estado.
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¿Pero la propiedad pública no es por definición la propiedad común de los ciudadanos? ¿Todo bien público municipal no sería por definición «comunal» o «comunitario»? No. Los bienes de titularidad pública se gestionan a través de instituciones específicas que deciden cómo se utiliza y a qué se destinan los beneficios. Los ciudadanos no toman parte directa en la gestión y decisión sobre esos bienes y su uso. No son comunitarios.
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¿Pero la propiedad pública no es por definición la propiedad común de los ciudadanos? ¿Todo bien público municipal no sería por definición «comunal» o «comunitario»? No. Los bienes de titularidad pública se gestionan a través de instituciones específicas que deciden cómo se utiliza y a qué se destinan los beneficios. Los ciudadanos no toman parte directa en la gestión y decisión sobre esos bienes y su uso. No son comunitarios.
La empresa municipal de autobuses de cualquier ciudad puede ser un bien de titularidad pública, propiedad del ayuntamiento o de la comunidad autónoma. Pero no es un bien comunal. El ejemplo clásico de comunal serían los pastos o las tierras comunales de muchos pueblos, propiedad colectiva de sus usuarios, que gestionan de forma directa su uso. La empresa de transportes podría ser parte del comunal urbano si fuera, sencillamente, una cooperativa de usuarios.
Sharing/colaborativo: se comparte la propiedad personal
Existe «sharing economy» o consumo colaborativo cuando los usuarios comparten el uso manteniendo la propiedad privada. Si el ayuntamiento o una empresa ponen a disposición pública coches o bicicletas (sea cobrando o como un alquiler) no hay consumo colaborativo. «Bike sharing» sería cuando compartes el uso de tu/s bicicleta/s con otros a través de un sistema de gestión de uso. Si nadie comparte su propiedad personal no hay «sharing» en absoluto. En la mayor parte de los servicios municipales de «bicing» o de «car-sharing» la propiedad de las bicis es de una empresa o del propio ayuntamiento. No hay consumo colaborativo sino alquiler por horas.
Estamos un paso más allá de las mentiras habituales sobre la «sharing economy»: una cosa es exagerar las expectativas, otra muy diferente confundir los conceptos. Pero ¿hacía falta?
¿Hace falta confundir?
- Cuenta con el patrocinio de una empresa privada que asegura su funcionamiento durante los primeros 5 años
- El sistema está conectado con el sistema de transportes de la ciudad
- Existe un acuerdo con el gobierno de la ciudad para la ubicación de puntos de recogida
- Una empresa privada se encarga de la gestión del servicio
Más bien parece un caso de libro de colaboración público-privada en el que todos salen ganando. La ciudad ofrece un servicio sin soportar el coste de su mantenimiento, la empresa patrocinadora pasa a estar presente en los principales puntos de la ciudad, y contar con miles de anuncios sobre ruedas, la empresa gestora opera con garantías y riesgo cero durante los primeros cinco años de vida del proyecto, el ciudadano cuenta con un nuevo medio de transporte. ¡¡Es fantástico!!
Sin embargo, la difusión del proyecto se realiza bajo unos términos que poco tienen que ver con su naturaleza. Y seguramente no haya ánimo de engaño, pero sí una dificultad para entender los diferentes roles del Estado, las empresas y las comunidades. Y sin embargo, definen una tendencia, un marco de comprensión que se convierte paulatinamente en un nuevo estándar del lenguaje político.
Conclusión
El problema es que cuando un concepto se vacía de significado acaba generando decepción y esa decepción acaba impregnando no ya al que prometió en falso, sino a lo prometido. Se acaba «tirando el agua sucia del baño con el niño dentro». Así que es muy posible que la extensión del relato sobre el comunal y lo colaborativo, pinzada entre el inmediatismo político que busca la marca «cool» a toda costa y los intereses rentistas de una parte de la academiaacaben en desengaño generalizado y tal vez en una década muy triste.