Guillem Martínez | @GUILLEMMARTNEZ | ctxt. En realidad, la CUP es una organización municipalista --hace tan solo dos legislaturas, si contamos esta, pasó a la política autonómica, después de muchas discusiones al respecto, como ya habrán intuido--. Es una organización fuertemente descentralizada, abiertamente rupturista, anticapitalista, y que apuesta por la democracia amplia y radical.
El domingo 27 de diciembre hubo una importante asamblea de la CUP, en la que se tenía que decidir su voto a la investidura de Artur Mas. Lo llamativo es que era la tercera ocasión en la que la CUP se planteaba ese tema. La primera fue en la campaña electoral, cuando la CUP presentó como idea programática la promesa de no apoyar la reelección de Mas. Pese a ello, el 29N, inmediatamente después de las elecciones, se produjo la segunda, un debate --se utilizó esa palabra, y no la palabra asamblea; es un matiz importante, ya verán- en Manresa. La tercera, lo dicho, se ha producido este domingo, en Sabadell y bajo la forma lingüística de asamblea. Esas tres ocasiones han significado dos noes, y un no-lo-sé, que es una de las formas que tenemos los humanos de decir no o sí. Para el próximo -2 de enero, coincidiendo, epistemológicamente, con el sorteo del Niño- se espera la cuarta definición. Será otro no o un primer sí, en todo caso, definitivos. ¿Qué votará en esa ocasión la CUP? Y, ya puestos, más importante y quizás la explicación a todo este debate interno y a su respuesta final, ¿qué es la CUP, cuál es su cultura y cómo toma sus decisiones?
El último pack de preguntas que les endoso no sólo conforman una pregunta en absoluto baladí, sino que es la única pregunta, de las dos que les propongo, que tiene respuesta. Quizás esa respuesta puede orientar, a su vez, sobre la respuesta a la primera pregunta. Por el mismo precio, esa respuesta orientará, creo, en la idea de que la CUP, en todo este proceso de decisión, no ha hecho más que seguir su cultura. De manera efectiva y de una forma menos caricaturesca de la señalada por los medios o, incluso en ocasiones, por el sentido común. Bueno, al tajo.
La CUP, aunque parezca una palabra nueva, es una organización antigua, nacida en los 70's, vinculando a una región de las izquierdas críticas con el desarrollo y el punto final de la Transición. Consecuentemente, no ha ocupado desde entonces una casilla simpática. Es uno de esos trade-marks enrarecidos y oscurecidos en los últimos 35 años, cuando todo lo que no encajaba con la descripción de la realidad oficial era sometido a marginalidad y sospecha. Con el resultado de una realidad bonita y cohesionada, pero absolutamente estrecha y repleta de elipsis, como ya habrán vivido. La cultura oficial --no ha habido otra; las no oficiales ni siquiera existían; eran frikis-- ha provocado una cultura consagrada a la cohesión y uniformidad que, como efectos secundarios, creó una política y unas novelasZzzz previsibles y aburridas. Ahora que lo pienso, la realidad desde la descomunal ruptura cultural de 2011 --tan profunda que no somos conscientes de su amplitud--, se parece un tanto a la de los años 30's del siglo pasado: empieza a ser modulada y protagonizada por personas, grupos y puntos de vista que, tan sólo una década antes, eran percibidos por la cultura del poder --es decir, también por los medios locales-- como amenazantes y peligrosos, si no como antisociales, feos y gordos.
En realidad, la CUP es una organización municipalista --hace tan solo dos legislaturas, si contamos esta, pasó a la política autonómica, después de muchas discusiones al respecto, como ya habrán intuido--. Es una organización fuertemente descentralizada, abiertamente rupturista, anticapitalista, y que apuesta por la democracia amplia y radical. Es decir, está abierta a muchos sectores e ideologías, los más organizados en grupos con nombre propio, que gastan, o no, mal café entre ellos, como ocurre en cualquier cacharro con sectores. Estos sectores, como en todas partes, no sólo agrupan diferencias ideológicas, sino de carácter. Supongo que sería una buena sinopsis resumir esas corrientes internas en dos grandes grupos. Un grupo eminentemente anticapitalista, y otro eminentemente indy. A su vez, esos grupos parecen vincularse, respectivamente, a zonas urbanas y a zonas del interior y de Girona. Esa división en dos grupos es algo perceptible, incluso de manera sonora. Al final de la asamblea de Sabadell, unos militantes -favorables a la designación de Mas- empezaron a gritar "in-inde-independència", mientras otros -se supone que contrarios a Mas-, empezaron a gritar "a-anti-anticapitalistes". Me dicen que estos eran más, o tenían mayor efecto surround. Me atrevería a señalar que, no obstante, no prima el independentismo ocurrente o esencialista, sino una defensa de la soberanía antes que del Estado, y una idea del Estado propio como oportunidad de ruptura para un cambio social y económico.
¿Esa división es una amenaza de ruptura interna? No les voy a hacer un spoiler de este artículo, pero es preciso señalar que la tradición de la CUP es rica en enfrentamientos internos. No son un exotismo, sino más bien su constante y su seña de identidad. En la CUP, la sensación es que todo se vota con resultados del 50% y con cara de cabreo. Lo que implica, a diferencia de otras organizaciones, que la CUP, ojo, no es una organización frágil, sino habituada a las discusiones, al enfrentamiento y a presiones internas absolutamente poco frecuentes en otras organizaciones. Los partidos tradicionales no disponen de esa posibilidad. Podemos --o, al menos, el Podemos01, a tenor del rodillo interno exhibido tras Vistalegre-- puede ser que no la tenga. Y el pack Mareas-En-Comú/n, aún más nuevo, está por probar/estrenar. Para no saltar por los aires, la CUP dispone de un cojín fabuloso, que hasta ahora ha impedido la ruptura interna. Y me parece que es este: la tradición libertaria local, sin duda la tradición política catalana más antigua --el palabro "anarquista", que nace en un origen como una descalificación, aparece citado por primera vez, y de forma positivamente, en "El Bullanguero", una obra de teatro catalana de 1835, año en el que Barcelona vive la primera protesta antiautoritaria, por cierto-. Esa tradición pervive en la CUP, y esto es importante, en el tic cenetista de evitar la culminación y el barroquismo de los enfrentamientos internos.
La CNT, chorrocientos sindicatos, y cientos de corrientes que, en cada una de sus épocas, cristalizaban en dos o tres preeminentes y a la greña, que podrían haberse dado de leches --es decir, más aún--, disponía de mecanismos que facilitaban la convivencia de contrarios. Verbigracia: en cada Congreso --eran campos de minas--, se acotaban protocolos específicos, y fórmulas burocráticas para que nadie se subiera a la chepa de nadie más de lo necesario. Por ejemplo, en los Congresos no se salía con un documento final proveniente de uno de los sectores, sino con un documento en el que aparecían diversos fragmentos de las diversas ponencias de los diferentes sectores. Nadie acababa de ganar.
Sí, ha habido rarezas en todo este tramo de discusión de la CUP. David Fernández, ex-parlamentario de la CUP, publicó un artículo defendiendo el Sí. Un sector del No hizo un manifiesto a favor del No, firmado por un llamativo elenco de personas externas a CUP. Ambas cosas son sendas rarezas en una organización que suele solucionar sus problemas a puerta cerrada. En ese sentido, es importante saber que la CUP, al menos hasta ahora, era un grupo que nunca jamás ha tenido en cuenta consecuencias electorales, y que siempre ha dicho que sólo se debía a sí misma. No obstante, el esfuerzo integrador de las CUP que les he apuntado ha sido llamativo. El perceptible cachondeo que se llevan con el tema Mas es, además de otros ingredientes --ya llegamos; falta poco--, también un esfuerzo en esa dirección. Un tema acotado y cerrado en campaña --la Presidència de Mas--, de pronto no lo es. Y no necesariamente por presiones externas, sino por presiones internas y su recepción, es decir, por la voluntad y la dinámica de evitar la ruptura. Así, se vuelve a abrir. Para evitar agresividad interna, se abre en forma de "debate", y no de "asamblea" --en Manresa--, esa cosa más acalorada. Se cierra momentáneamente. Para evitar ruptura. Se vuelve a abrir. Es importante saber que fue en Sabadell. Es decir, en una área urbana y, por lo mismo, contraria a Mas. Y que, tal vez en contrapartida, se facilitó la --se supone-- propuesta del sector sí, la posibilidad del voto secreto, inusual en las asambleas de la CUP. Ambos sectores, además fueron corregidos, con la posibilidad de invitar a otros votantes. De los 1.500 militantes de CUP previstos, finalmente fueron más de 3.000. En progresivas votaciones, a pesar de todo ello, no se llega a ningún acuerdo. En mitad de las votaciones, se busca otra solución --se anula la posibilidad de votos en blanco y nulos--. Finalmente se accede a un empate matemático. Es posible, incluso, que ese empate no fuera matemático, y que se optara por él, precisamente, para evitar un resultado más dividido: la interpretación de una victoria donde había sólo división.
Llegados a este punto, cabe suponer que el caso de la cosa no es el sistema de decisión de la CUP. La asamblea-acalorada-sin-voluntad-de-rodillo-si-bien-nada-arcádica les ha funcionado hasta ahora. Es más: eso es la CUP. HB, un partido más vertical, no tuvo problemas en ceder votos a Ibarretxe, para garantizar un plan en el que no creían. El sistema de la CUP impide esos atajos sencillos con propuestas en las que no todo el mundo cree o no cree. Y sí, por supuesto, una asamblea no es un sistema inocente y exento de pitote, como ya demostró Aristófanes en su laboratorio --en La Asamblea de las Mujeres, redactada en el IV a.d.C.--, durante ese breve y emocionante fragmento de tiempo, de no mucho más de 100 años, que duró la democracia asamblearia, se ríe de las asambleas en la voz de dos campesinos que se dirigen, orgullosos, a una, y que mientras se comen una cebolla enumeran los sistemas de los líderes para dar para el pelo a una asamblea--. El intríngulis, el caso de la cosa, es tal vez la toma de decisiones democrática en un ámbito político que no es el municipal.
¿Cómo se hace eso de manera efectiva? Los partidos tradicionales ni siquiera se lo plantean. El PSOE, desde su Congreso de 1979 --esa joya-- abandona el voto de sus delegados, precisamente para tomar decisiones ejecutivas sin necesidad de discutirlas. El último Comité Federal del PSOE, esta misma semana --un Consejo de Ancianos, Chamanes y Jefes de Tribu--, puede ser la ilustración de como un partido local toma decisiones extraordinarias. Las nuevas formaciones emergentes, democráticas, parecen confiar más en sus líderes que en mecanismos efectivamente democráticos. Hasta ahora ha funcionado, si bien hasta ahora no se ha accedido a formas de poder no municipal. Esos líderes parecen renunciar a la representatividad, y ser partícipes de una agenda democrática conocida y compartida con sus bases, de la que no se han apartado. ¿Qué mecanismos se utilizarán cuando haya diferencias entre esos líderes y las bases, y la necesidad rápida de una toma de decisión?
En todo caso, la CUP ha decidido, tácitamente, no solucionar en asamblea una toma de decisión problemática, sino darle una patada hacia adelante y que la solucione el Secretariat, una suerte de ejecutivo o de Consejo Nacional, de manera, se supone, más tradicional, si bien de otra tradición. ¿Por qué? Esa es la pregunta del millón. Examinemos las decisiones posibles. Por una parte, votar a Mas. Por otra, no votarlo. No votarlo suponía abandonar a su suerte a Mas --a estas alturas, si no fuera por la mala suerte, Mas no tendría ningún tipo de suerte, parece--, ir a elecciones y, en ellas, observar otro acto del declive de CDC. La opción votar a Mas implicaba, a su vez, dos lecturas muy diferentes y contradictorias. Una era creerse el Procés, y apostar por Mas para liderarlo. Esa posibilidad, a estas alturas, inverosímil, tiene defensores no sólo en la CUP. La otra era políticamente más astuta: votar a Mas para que, como todo apunta, fracase, no soporte la contradicción que supone la mezcla de discurso rupturista-procesista, neoliberalismo y el giro social defendido en campaña, y Mas y CDC implosionen.
¿Qué ha votado la CUP? ¿Cuál de estas lecturas políticas? No lo sé. Y no creo que nadie lo sepa. Si bien se puede intuir, es difícil cifrar cuánto le ha pesado la presión mediática del entorno CDC, que doblegó, por cierto, en cuestión de minutos, a ERC. Pero es perceptible que no ha podido solucionar en asamblea una opción política complicada y urgente, sensible de ser interpretada como táctica. Lo que es una mala noticia y un dato a tener en cuenta por los nuevos sujetos políticos. Sí, estos nuevos sujetos tienen una cosa a favor. Son fruto del 15M. Es decir, aplazan la ideología, la meten en el armario, y optan por un programa democrático político, social y económico en común, envainándose las diferencias. Una formación post15M, por ejemplo, no hubiera reabierto un pacto interno ya cerrado. La CUP, en ese sentido, es más ideología clásica, de manera que ese pacto interno se realiza en cada tramo. Pero, insisto, está por ver cómo se realizaría la toma de decisiones urgentes y no previstas en las nuevas formaciones. Espero, en fin, que hayan tomado nota del caso CUP, y del problema de las izquierdas alternativas o/y nuevas para establecer juegos que no van en línea recta y sensibles de ser valorados éticamente. Por ejemplo, pactos.
Sobre el futuro. La decisión de apoyar o no a Mas será en petit comité. O, al menos, en algo más pequeño que una asamblea. Por primera vez desde la campaña, las posibilidades están abiertas. Puede que la CUP se divida en tres sectores. Un sector CUP, municipalista, otro cercano a En Comú, y otro cercano a ERC. Un líder dijo que, si se pone a la CUP entre la espada y la pared, se partiría. Puede ser. O puede ser, lo dicho, que la CUP siga existiendo en la liga parlamentaria como CUP, como una organización acostumbrada a convivir con sus respectivos 50%. Elija lo que elija, tendrá, en primera instancia, unos resultados electorales probablemente negativos.