El libro «La narración fractal. Arte y ciencia de la oralidad» se vale de términos científicos para explicar el oficio de contar historias. POR ISABEL GARZO ( @ISABELGARZO ) | Yorokubu
«El ser humano genera los demonios de manera natural, y el cuento lo que proporciona es la esperanza de que dichos dragones pueden ser vencidos».
«Yo soy un hombre de ciencia que empezó en el arte por magnetismo elemental», dice Héctor Urién. Bioquímico de formación, empezó tres doctorados en Santander, Estocolmo y Salamanca antes de rendirse a la evidencia: lo que él quería era contar historias.
Ahora vive de eso. Es cuentero, cuentacuentos, narrador oral. Un oficio poco conocido en España, «donde, sin embargo, tenemos algunos de los narradores más reputados del mundo como Quico Cadaval», y algo más popular en otros países de habla hispana como Colombia. Compagina varios espectáculos en Madrid con su proyectoLas mil y una noches contadas una por una: todos los martes desgrana un trocito de esa obra en una pequeña taberna de Lavapiés. Y lleva ya 125 noches.
También imparte cursos sobre narración. En su opinión, el principal error que cometen los narradores mal enseñados es «pensar, como punto de partida, que los cuentos orales y los escritos son la misma cosa».
La editorial Palabras del candil acaba de publicar su libro La narración fractal. Arte y ciencia de la oralidad. Estas son algunas de las ideas recogidas en él. No son las únicas, tal vez ni siquiera las más importantes; pero quizá inspiren al lector interesado en el storytelling. Según Urién, cualquier contador de historias «puede aprender a organizar una historia como lo hace un narrador oral, es decir, de fuera a dentro, con un desarrollo fractal, como parece que hacía Shakespeare o incluso Cortázar. Si entiende la forma oral de transmitir una historia va a tener más herramientas para desarrollar su propia técnica».
Los atractores
El narrador oral, según Urién, no debe aprenderse el cuento de memoria. Las directrices aprendidas serán solo unos puntos de anclaje para, a partir de ahí, desarrollar la historia.
A esos puntos comunes a todas las variantes del cuento los llama «atractores». Es lo que nos hace reconocer La Cenicienta en todas las versiones que circulan: el zapato, el ayudante mágico, etc.
Urién se vale de términos científicos como el Atractor de Lorenz o el Helecho de Barnsley para explicar las infinitas variaciones posibles de un cuento que, sin embargo, se autoorganizan dentro de una línea que permanece, por lo que hacen que la historia siga siendo la que es. El cuento oral, anclado por sus atractores, permite un infinito desarrollo interno. Pero ¡cuidado! «Si los atractores son demasiados, el cuento es más rígido».
El cuento como lenguaje ingobernable
Al igual que, por mucho que se esfuercen las academias, el lenguaje está vivo y va variando según el uso de las personas; el cuento también es ingobernable aunque sea creación de alguien. «La Cenicienta es inasible, huye cada vez que queremos fijar una versión original», asegura Urién. De hecho, el respeto por la autoría es relativamente reciente: hace años, no importaba demasiado quién había sido el primero en imaginar una historia. Sin ir más lejos, muchas de las obras atribuidas a Shakespeare provenían de la tradición oral, aunque él fue el primero en ponerlas por escrito. «Cuando un relato salta al espacio oral, escapa a su autor».
La libertad del cuento oral
«Scripta mannent, verba volant». Para el estudioso, el habla y el cuento oral tienen un componente ágil, en plena evolución (volant), que se contrapone a la palabra escrita (scripta), cuya característica de permanente la hace también estar más atada.
Cuando se popularizó la escritura, los cuentos orales tuvieron que hacer un esfuerzo para diferenciarse muy parecido al que hizo la pintura para desmarcarse de la fotografía: tuvieron que encontrar otras vías para aportar un valor añadido, y las hallaron en el lenguaje simbólico.
Los cuentos orales y el cine
Urién encuentra varias similitudes entre el cine y el cuento oral. Según él, «tienen que resolver los mismos problemas»: el tiempo limitado, la imposibilidad del espectador de volver atrás (cosa que sí puede hacer, por ejemplo, al leer una novela), el hecho de contar para el otro inmediato. «Por eso los guionistas estudian los cuentos y los narradores debemos estudiar las películas», asegura. En el libro se utilizan numerosos ejemplos de películas y cuentos conocidos para explicar las similitudes entre los paradigmas de unas y otros.
Un nuevo paradigma
Tanto en los cuentos orales como en el cine, en el primer acto se establecen las reglas del juego. Hay una «suspensión voluntaria de la incredulidad» por parte del espectador, como decía Coleridge; pero a partir de ahí todo debe ser razonable. En esa primera parte se presenta un statu quo en el marco del cual sucede un incidente desencadenante que da lugar al primer nudo de la trama o movimiento irreversible.
Es en el segundo acto donde Urién propone un cambio. Allá donde estudiosos como Syd Field exponían un desarrollo lineal, él abre una caja de Pandora donde se despliega todo el poder del narrador. En este «barullo razonable» caben personajes antagonistas, episodios autoconclusivos o cualquier otro recurso para que la atención no decaiga. Ese componente fractal de los cuentos, es decir, el desarrollo ilimitado dentro de unas directrices que le dan forma, hace que cada historia pueda estar compuesta de pequeños cuentos. Tras todos esos «rodeos», el segundo acto terminará en un punto en realidad muy cercano a aquel con el que terminó el primero.
En el tercer acto el autor también plantea similitudes entre cuentos y películas: la existencia de una catástrofe, los cierres «en cola de pescado», las moralejas en forma de castigo, etc.
La verdad de los cuentos
«Siempre contamos para decir la verdad», afirma Urién. También cree que las máscaras no son para ocultar, sino para mostrar. Según esa teoría, los cuentos son máscaras que nos permiten descargar nuestro yo en la historia. Siempre toman parte de las circunstancias verdaderas del narrador.
Además, los cuentos de hadas presentan numerosos paralelismos con la vida. Por ejemplo, la irracionalidad de las personas en sus decisiones o el concepto de que «la felicidad solo puede existir bajo una condición». Estos símbolos han sido legitimados por los oyentes a lo largo de los siglos, y los narradores deben respetarlos. De ahí que algunos cuentos excesivamente didácticos que se generan actualmente no terminen de cuajar entre los niños. «No son más que un panfleto», dice Urién. «Siempre se ha enseñado con cuentos, pero estos solo funcionan cuando hay una verdad en ellos».
Lo que suma el narrador al cuento
La historia será distinta cuando se mezcle con cada narrador. Si una aportación de un narrador es muy potente, puede terminar convirtiéndose en un atractor imprescindible, como ocurrió con la carroza-calabaza de La Cenicienta de Perrault, presente en todas las versiones posteriores.
«Los cuentos se recogen esquematizados para que el narrador los habite o, mejor aún, para ser habitados por él, para que el cuento sea quien cuente al narrador». Los cuentos orales nacen de una raíz perdida y se alejan en versiones bifurcadas, en soluciones encontradas por distintos narradores «por error o necesidad». Esta creatividad de lo oral merma cuando existe una fuente escrita y difundida de la historia.
La ciencia del cuento
«La ciencia ha dejado de ser geometría para revelarse narración», dijo el premio Nobel Ilya Prigogine. Esto quiere decir que la ciencia ya no pretende predecir con exactitud, sino que «ha descubierto que los fenómenos naturales son azarosos e irreversibles» y, ahora sí, acepta la existencia de los hallazgos, de lo imprevisible.
De nuevo, se utilizan conceptos científicos como la diferencia entre sistemas aislados y sistemas cerrados para explicar que los cuentos, como estos últimos, son sensibles a lo que ocurre en el exterior. Cuando sobre un sistema ocurre una perturbación demasiado intensa que lo arrastra lejos de su equilibrio, este alcanza una nueva estabilidad que solo se mantiene si hay un aporte de energía continuado para que la nueva forma adoptada gracias a esas condiciones iniciales no se disipe. También las historias funcionan así.
¿Pueden los cuentos de hadas predecir el futuro?
«De lo que se sabe y lo que se sabe que no se sabe se ocupa la ciencia. De lo que no sabemos que sabemos y de lo que no sabemos que no sabemos se ocupan los cuentos de hadas». La narración de cuentos tiene una mirada clara hacia el futuro: no interesa tanto el conocimiento, lo que ya se sabe, sino lo que está por descubrir.
Mientras la ciencia acierta, el cuento habla desde lo simbólico. «Todo puede pasar, ten la certeza de que algo va a pasar». Si el oyente o lector de un cuento conserva la capacidad de ver, de asombrarse, aprovechará el cuento, se preparará con él para el futuro. «El cuento de hadas nos invita a no embotarnos, porque la capacidad de asombro es aún más valiosa que el conocimiento».