Harto de sir Ken Robinson se manifestaba el otro día en twitter un profesor de secundaria al que admiro mucho por su labor y compromiso. Enseguida surgieron voces sorprendidas. “¿Cómo? ¿Por qué criticas a Ken Robinson? ¡A mi me abrió los ojos.”
Lo cierto que no es la primera vez que noto señales de esta insatisfacción y agotamiento entre los docentes, sobre todo entre aquellos que llevan tiempo planteándose cambios. No me refiero a una crítica personalizada en Ken Robinson sinó a una más general, que denuncia el exceso de teóricos que nos muestran lo mal que está la educación y la necesidad de abordar cambios genéricos, normalmente todo envuelto en un bonito discurso con palabras grandilocuentes y frases “para compartir en Facebook”. Algunos son gurús que hablan sin fundamento. Otros, como creo que es el caso de sir Ken Robinson, sí saben de lo que hablan y son útiles para despertar consciencias. Pero una vez abiertos los ojos… “¿qué hacemos?, ¿cómo lo hacemos?”, esa es la pregunta crucial.
Decir “qué mal está todo” y “necesitamos una escuela creativa, que prepare para aprender durante toda la vida” es fácil. Lo difícil es cómo hacerlo.
Tengo la sensación de que muchísima gente cree que para hacerlo realidad basta con hacer “algo diferente”. Que cualquier “escuela alternativa” es mejor que la tradicional. Que el cambio es bueno en sí mismo. Veo a muchos profesionales incorporar creencias y preferencias personales a su práctica diaria, sin tener en cuenta la realidad social en la que trabajan o los resultados obtenidos. Veo a familias demandando soluciones individuales sin tener en cuenta el impacto colectivo. Veo a administraciones oscilando entre la rigidez y el “parcheo” del sistema. Intentando evitar cambios y, a la vez, dando algunos palos de ciego por si acaso aciertan la piñata y cae el premio gordo. Veo cursos de formación para docentes que predican las bondades de una manera diferente de enseñar… enseñando con el sistema de lección magistral desde una tarima. Y me veo a mi misma, en este momento, haciendo lo mismo que empezaba denunciando: “¡qué mal está todo!”.
Por suerte hay algunas personas que han decidido dar un paso más, centrarse en la acción y no en el discurso. Resolver problemas concretos en vez de simplemente enunciarlos y dejarlos melancólicamente en el aire por si se arreglan por arte de magia. A modo de excelente ejemplo os invito a conocer la experiencia del #betacamp, que tuvo lugar este verano durante cuatro días en una casa de colonias. Una formación para docentes, protagonizada por docentes, centrada en los intereses de cada uno de los participantes y que basa el crecimiento profesional en una relación horizontal entre aprendices, que promueve la colaboración y el aprendizaje entre iguales. Es decir, hacer lo que se predica. Podéis leer el relato de Abraham de la Fuente (en castellano) o el de Sergi del Moral (en catalán) si os interesa conocer la experiencia de primera mano.
En mi opinión, para el cambio educativo hacen falta dos cosas:
1. Docentes que lleven la renovación a pie de aula (no docentes de grandes discursos en twitter y práctica corriente en el aula). Esos docentes se unirán en red a otros, aprenderán entre iguales y compartirán sus experiencias, o no lo conseguirán solos.
2. Familias que además de buscar la mejor solución inmediata para sus hijos tengan mirada larga y conciencia colectiva. Que piensen no solamente en la formación de sus hijos sino también en la sociedad del futuro en la que tendrán que vivir y que, evidentemente, estará condicionada por la educación que reciban todos los niños del presente.
Yo lo tengo claro: dado que los discursos no nos salvarán, menos discursos y más betacamp.