Una escuela, aunque en muchas ocasiones no lo parezca, no es un auditorio. A pesar de que la disposición del mobiliario en las aulas así lo sugiera, no es ni una sala de conferencias, ni un cine, ni un teatro.
Salva Rguez Ojaos @salvaroj | INED21
Hasta no hace demasiado tiempo, las aulas de todas las escuelas eran iguales. En un extremo, a modo de escenario, la mesa del docente. Una mesa siempre más grande que la de los alumnos y, a veces, elevada por una tarima para que el profesor sea visto con facilidad y, a su vez, pueda ver toda la clase para mantener la disciplina, el orden y el silencio. Los pupitres de los alumnos se presentan alineados ordenadamente, a modo de platea, para que todos tengan contacto visual con el profesor y no haya ningún elemento que impida que puedan escuchar atentamente todo lo que dice.
Esta disposición de las aulas era ideal en una escuela que se sustentaba (lamentablemente, aún hoy lo hace) en los monólogos. Sí, así es… antes de que los humoristas empezaran a hacerse famosos por recitar divertidos e ingeniosos monólogos, los docentes ya los hacían cada día ante sus alumnos (aunque estos no solían ser tan divertidos e ingeniosos). En esos monólogos, los docentes se erigían en defensores y transmisores del saber y el conocimiento establecido, un conocimiento que era considerado indiscutible e inmutable. El problema es que, en nuestros días, el saber es discutible y está en constante cambio. Por eso, los docentes deben convertirse en guías, en acompañantes para que sus alumnos sean capaces de ser constructores de aprendizaje.
Para que esto sea posible, la escuela debe dejar de ser un lugar donde primordialmente se va a escuchar, a memorizar, a repetir, a copiar, a recitar; para convertirse en un lugar donde se va a hacer, a construir, a cuestionar, a crear, a pensar. O lo que es lo mismo, las aulas de nuestras escuelas deben dejar de ser auditorios para convertirse en talleres.
En los auditorios se escucha de manera pasiva, en los talleres se participa activamente. En una escuela auditorio los alumnos reciben información y conocimiento de manera teórica y descontextualizada con la realidad. En una escuela taller, el aprendizaje se construye compartiendo, colaborando, participando activamente.
Aunque cuando hablo de taller me estoy refiriendo a eso que hacemos cuando nos reunimos un grupo de personas para trabajar sobre algún tema, me vale también entender la escuela como una especie de taller mecánico. Cuando un vehículo llega al taller con algún problema o mal funcionamiento, el mecánico debe diagnosticar la avería y proponer una solución. Para ello es imprescindible que tenga un buen conocimiento de cómo funcionan los distintos elementos de un vehículo y que sea capaz de relacionar la causa del mal funcionamiento con alguna pieza concreta del motor. Ojalá los alumnos de nuestras aulas pudieran funcionar del mismo modo enfrentándose a retos y a situaciones problemáticas que deben diagnosticar y resolver. Así el aprendizaje les resultaría más significativo y motivador.
En cierta ocasión escribí que “Los docentes deben explicar menos para que los alumnos aprendan más. Los alumnos deben estudiar (empollar, memorizar…) menos para aprender de verdad y que el tiempo que pasan en la escuela sea agradable y provechoso para su vida.” Esto solo será posible si nuestras escuelas dejan de ser auditorios para ser talleres.