Se recomienda la lectura de mi artículo “¡Oiga usted, qué todavía hay clases!” en el que se dan ciertas nociones de estratificación social que son útiles para leer este artículo.
Es bien sabido que en la India , todavía con fuerza a pesar de los años de democracia liberal y derechos constitucionales formalmente reconocidos, existe un grupo de estatus bajo que vive en las peores condiciones imaginables, los que pertenecen a dicho grupo sólo se les permite realizar los trabajos más degradantes y desagradables. Su estatus es tal que los demás les consideran socialmente contaminados y se les prohíbe tener contacto alguno con el resto de miembros de la sociedad. No pueden estar bajo el mismo techo que los demás ni comer o trabajar en su presencia o siquiera mirarlos a los ojos.
Juan Carlos Barajas Martínez en Sociologia Divertida
Los miembros de dicho grupo, los intocables, nacen dentro del grupo y ya no pueden salir de él, son siempre intocables, no hay posibilidad de ascenso social[i].
Esta situación se ha mantenido igual durante siglos. Salvo alguna rebelión que otra, en general, los miembros del grupo han aceptado su situación con resignación. ¿Por qué?. El refuerzo cultural y religioso, sumamente fuerte, del sistema de castas de la India es la razón principal de esa estabilidad y de esa aceptación pasiva de esa desigualdad.
A los ojos occidentales, tal nivel de desigualdad es inaceptable, sin embargo, existen grandes diferencias económicas y de estatus entre las clases sociales de nuestros países y son también aceptadas, en general, con resignación. Es más, después de los años de desarrollo del Estado de Bienestar desde la posguerra hasta la crisis del petróleo, los niveles de desigualdad han ido creciendo y actualmente, estamos asistiendo en Europa – al socaire de la crisis que vivimos – un ataque sistemático a los derechos sociales que aumenta el grado de desigualdad. De esto ya hemos hablado en otros artículos.
Muchas veces estas situaciones de gran desigualdad se mantienen gracias al uso de la fuerza, en otras ocasiones, a lo largo de la historia, se han utilizado incentivos económicos para el mantenimiento del status quo en sociedades fracturadas. El uso de la fuerza puede ser efectivo a corto plazo pero a la larga es un método ineficaz y costoso. El uso de incentivos puede desembocar en situaciones de falta de acuerdo sobre el precio del mantenimiento del status quo entre las élites y los sectores “comprados”, de manera que como resultado suele estallar un conflicto, la mayor parte de las veces violento.
El medio más eficaz para el mantenimiento de una estratificación social con altas dosis de desigualdad es convencer de algún modo a los que no pertenecen a la élite, de que la desigualdad es moralmente buena, y que los más privilegiados tienen justificación para dar órdenes y recibir una mayor proporción de los bienes y servicios que esa sociedad valora o – por lo menos- para hacer dudar de las alternativas al status quo. Este método para mantener la obediencia social y la desigualdad estructurada es lo que se denomina proceso o función de legitimación.
La sociología, si destaca por algo, es por la falta de acuerdo entre las distintas escuelas o tendencias o paradigmas, a la hora de estudiar un fenómeno. Sin embargo, en el estudio de la estratificación social, existe un amplio consenso en que es necesario algún tipo de proceso de legitimación para mantener el orden social. Donde no hay acuerdo es en las consecuencias, estrategias sociales de las clases y sobre el grado de desigualdad que es necesario asumir para que una sociedad funcione[ii].
¿Pero cómo se consigue que el que está abajo en la pirámide social acepte de buen grado su inferioridad económica, de estatus y de poder?. Pues ha habido diversas técnicas a lo largo de la historia, en función de la cultura, la religión y del grado de desarrollo de la sociedad de que se trate. En el caso de nuestra sociedad industrial, moderna, bajo un régimen político democrático, podemos agrupar dichas técnicas estudiándolas desde dos puntos de vista: el microsociológico - centrándonos en el individuo y apoyándonos en la psicología social – y el macrosociológico – estudiando cómo las élites aprovechan la tendencia psicosociológica del individuo a la aceptación de la desigualdad creando instituciones que refuerzan dicho sentimiento.
Visión micro: el individuo
Cuando los seres humanos viven en sociedad, deben cooperar de algún modo y se establece un concepto de justicia o equidad para repartir los bienes y servicios y reducir de esta manera la posibilidad de conflicto. Por ejemplo, la posibilidad de que las personas que más aportan al bienestar del grupo reciban mayores recompensas.
También existe consenso general, debido a nuestra capacidad para entender los sentimientos de los demás y ponernos en su lugar, en que debe haber un cierto apoyo a la distribución basada en la necesidad.
Ambas tendencias, la distribución en función del mérito y la distribución en función de la necesidad, conforman las normas de justicia distributiva. El problema no es que se acepte la desigualdad basada en estas normas sino la ambigüedad que existe en la aplicación de las mismas, en la definición de cuáles son las contribuciones más importantes y cual el grado de recompensa justo o cuáles son las necesidades más importantes y qué es lo justo para satisfacerlas.
Curiosamente las personas que ocupan la parte baja del sistema de estratificación suelen tener una autoevaluación baja y se ven a sí mismos como personas que apenas merecen algo. Según las investigaciones, el origen de clase moldea las aspiraciones educativas y ocupacionales de las personas. Dicho de una manera más chusca, del gueto es mucho más difícil salir.
La gente se inspira en los medios de comunicación de masas para obtener la imagen que de las clases tiene el conjunto de la sociedad, por poner un ejemplo, los héroes de la televisión y el cine raramente pertenecen a la clase trabajadora.
La clase alta suele tener una imagen más positiva de si misma, ocupa posiciones más altas, disfruta de mejores condiciones de vida, tiene subordinados y suele ser más conocida en la comunidad. Desde su posición más confortable, son más capaces de aparentar tranquilidad y control, sin ir más lejos, el superior suele hacer esperar a sus subordinados, dando a entender que su tiempo es más valioso. Como las personas de estatus alto tienen más recursos para dar una impresión favorable de sí mismas, su contribución puede parecer mayor.
De esta manera, cuando una persona llega a tener una evaluación baja de sí misma, puede considerar que tanto sus escasas recompensas como las grandes de los demás son justas, considerando la desigualdad social como legítima.
En las sociedades industriales como la nuestra existe otro sistema que apoya la autoevaluación baja, se trata de la ideología de la igualdad de oportunidades. En las sociedades que carecen de ésta, otras ideologías ayudan a mantener las desigualdades de clase, la más habitual ha sido la religión[iii] . Cuando en Occidente se produjo la revolución industrial, la religión fue cambiando gradualmente por la creencia en la igualdad de oportunidades que ha sido una poderosa herramienta para legitimar la desigualdad.
Según la ideología de la igualdad de oportunidades cualquiera – independientemente de su origen social – puede alcanzar posiciones socioeconómicas de alto estatus por sus méritos. Esta ideología se basa en que las sociedades industriales existe una mayor tendencia a la movilidad social ascendente que descendente. Esto ocurre sobre todo en tiempos de expansión económica o tecnológica, pero el juego es mucho más cerrado de lo que parece, la movilidad es mucho más difícil de lo que se da a entender.
Quizá el caso extremo de aplicación de esta ideología sean los Estados Unidos, en donde existe una creencia muy extendida entre la clase trabajadora en que si uno vale y trabaja lo suficiente puede llegar a ser Presidente[iv].
Ha habido experimentos en ambientes de fuerte creencia en la igualdad de oportunidades que han demostrado que las personas encontraban algún defecto en sí mismas cuando explicaban su estatus relativamente bajo. Y además pensaban que el duro trabajo de toda su vida tendría poco valor si a los que estaban por debajo de ellos se les dieran mayores recompensas.
Visión macro: el proceso de legitimación
Hasta ahora hemos visto como existe una tendencia psicológica a la aceptación de la desigualdad y cómo las personas pueden autocalificarse con un perfil bajo y responsabilizarse de su mala situación con respecto a su estatus social. Ahora vamos a ver como las élites aprovechan esta tendencia para ir más lejos para lograr legitimar las instituciones sociales que generan su poder y privilegios.
Para conseguirlo las élites tienen que usar las normas de justicia distributiva convenciendo a los que no pertenecen a las mismas de que, en primer lugar, las contribuciones de la élite a la sociedad son proporcionales a las recompensas que reciben y, en segundo término, que las capacidades de las élites son superiores a las capacidades de los que no pertenecen a ellas, ese es el gran montaje.
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Existen dos herramientas básicas para conseguir esto[v]. El sistema educativo y los medios de comunicación de masas.
Las escuelas realizan una función legitimadora, esto explica los numerosos conflictos que hay en todos los países occidentales en torno a lo que se enseña en los colegios y los libros de texto que se utilizan. A lo largo de la historia todos los niños han sido educados para aceptar los valores y las instituciones dominantes de su sociedad. Por esta razón las élites toman a menudo medidas para asegurarse de que el sistema educativo está realizando adecuadamente su función legitimadora.
En España, el conflicto educativo principal gira en torno a dos problemas fundamentales. El papel de la Iglesia en la educación – dicho de otro modo, la tensión entre una visión laica de la educación, asociada a una tendencia más izquierdista y pública, y la visión católica de la educación, de raigambre más derechista y privada - y la tensión entre las visiones educativas de los nacionalismos periféricos y de los partidos de ámbito nacional. Esta es la causa de la sucesión de leyes educativas que hemos tenido desde la recuperación de la democracia.
En el caso de los Estados Unidos, dado que es una cultura muy plural en asuntos de religión, la tensión se produce entre la visión del mundo de los blancos de clase media-alta y las minorías – que normalmente pertenecen a la clase baja -, resolviéndose claramente a favor de los primeros.
En España el sector público en las universidades es todavía muy importante pero en Estados Unidos la financiación de las universidades más respetadas depende de las donaciones de los grandes prohombres y de las corporaciones. Éstos están muy interesados en invertir en las universidades porque dirigen las grandes investigaciones – que proporcionan posteriormente grandes beneficios – y, desde el punto de vista político, son el laboratorio de ideas para diseñar las políticas gubernamentales. Es un gran negocio dominar el sector universitario.
Las élites también utilizan los medios de comunicación de masas para legitimar sus políticas. En primer lugar, respaldan las políticas gubernamentales o de la oposición dependiendo de la adscripción del medio, dándoles publicidad. En segundo lugar son plataformas de divulgación de las visiones del mundo que favorecen la economía y la política dominantes y, por último, ridiculizan las posibles alternativas al sistema imperante.
Los medios totalmente independientes e imparciales pueden minar la legitimidad de las élites y delstatus quo, pero los que están excesivamente controlados pueden minar la imagen de los propios medios, por lo tanto suelen mantener cierta independencia formal. Pero hay que pensar que las fuentes de financiación proceden de la publicidad y, por tanto, no pueden hacer oídos sordos a las peticiones de las élites. Existen unos límites que no se pueden sobrepasar. Por último los grandes medios se agrupan en grandes corporaciones editoriales que tienen unos intereses económicos y que participan del propio sistema.
¿Es este macroproceso de legitimación, este gran montaje, una gran conspiración?, en opinión del sociólogo norteamericano Harold Kerbo, no lo es por varias razones. Yo destacaría dos. En primer lugar las élites no son monolíticas, un segmento puede estar a favor de unas políticas concretas, otro puede ser partidario de las políticas contrarias, aunque pueden ponerse de acuerdo en mantener las grandes líneas generales del sistema político-económico imperante no existe en principio un plan detallado necesario para poder hablar de conspiración. En segundo término para que fuera una conspiración tendría que ser un secreto, la mayoría de la gente no es consciente del proceso pero existe la posibilidad de obtener información de lo que están haciendo las élites, muchas de sus actuaciones son públicas. Internet es un buen medio alternativo para informarse como ha demostrado la primavera árabe.
Por último querría dejar claras dos cosas, como indica el sociólogo norteamericano Gerhard Lenski, la estratificación social surge del conflicto por los recursos escasos y lleva aparejada la desigualdad. Sin un sistema de estratificación social existiría un conflicto abierto y permanente por la distribución de estos recursos y, según este autor, eso no hay sociedad que lo resista. Otra cuestión es el grado de desigualdad entre las distintas clases sociales. Las fórmulas basadas en claras muestras de injusticia social no son estables, requieren del uso de la fuerza y/o del montaje de grandes aparatos ideológicos para su mantenimiento, por tanto, son abono para el conflicto social. Cuánto más igualitaria y justa es una sociedad, más estable es, ya que los miembros de las capas más desfavorecidas no encuentran razones para oponerse al sistema, prima la idea de que mientras yo viva bien no importa que otros vivan un poco mejor.
Abundando en esto último, las élites económicas actuales – que por cierto tienen mucho de globales – parecen haber aparcado el sentido común y han iniciado un camino vertiginoso por la senda del aumento de la desigualdad en el mundo que puede llevarnos a un futuro muy negro, pues los procesos de legitimación tienen sus límites y a veces las calderas explotan a pesar de las válvulas de seguridad.
En segundo lugar, lectores tengo que ven un tono “izquierdista” en mis artículos, si lo tienen – al menos en los que intento divulgar conceptos de sociología – es completamente involuntario. Es que el mundo es así, y la sociología estudia el mundo real. Todo lo que se ha explicado en este artículo sobre las estrategias sociales de las élites no forma parte del programa de ningún partido político, ni de ninguna soflama revolucionaria, ni del 15-M, sino que es sociología, lo que he explicado aquí se estudia en las Facultades de Sociología y está basado en gran parte en un libro de texto de Harold Kerbo de la nada sospechosa Universidad Politécnica del Estado de California.
Juan Carlos Barajas Martínez
[i] Menos conocido es el caso de los burakumin (literalmente no humano muy contaminado) en Japón que también se arrastra desde hace siglos. Durante el período Tokugawa, en el siglo XVII, se estableción un sistema de estratificación social del castas, la de menos estatus era precismente la casta burakumin cuya discriminación se arrastra hasta nuestros días, aunque formalmente esté reconocida en la constitución japonesa la igualdad jurídica entre todas las personas. Hay más información en http://es.wikipedia.org/wiki/Burakumin pero si podéis acceder al libro de Kerbo es mucho mejor, se hace una descripción muy completa de la estratificación social en Japón.
[ii] Como digo en el texto principal, las distintas escuelas difieren en sus opiniones acerca de las consecuencias y utilidad del proceso de legitimación. Para los funcionalistas, la estratificación social y la legitimidad de la élite son beneficiosas para todos los miembros de la sociedad. Para la teoría no crítica del conflicto, es decir Weber y seguidores, la legitimación es un medio de dominación de la élite, que no siempre beneficia a todos los miembros de la sociedad. Y para la teoría crítica del conflicto, fundamentalmente los marxistas y neomarxistas, la legitimación es un medio de dominación de la élite que impide que se acepte una economía política generadora de menos desigualdad y explotación.
[iii] Marx fue uno de los primeros en señalar que la religión se ha utilizado para apoyar la desigualdad. La religión es el opio del pueblo”, dejó escrito. Sin embargo su análisis no era completo porque la religión puede servir también para desafiar las desigualdades de poder y privilegio, hemos visto muchos casos a lo largo de la historia.
[iv] La elección del primer presidente afromericano, Barack Obama, ha dado alas a esta visión. Sin embargo, el Sr. Obama no es un afroamericano común y corriente, ha batido muchos récords de integración, estudió en la Universidad de Columbia y en la prestigiosa escuela de leyes de la Universidad de Harvard.
[v] Pero no son las únicas instituciones al alcance de las élites, estas son las más conocidas y evidentes. En Estados Unidos hay cientos de grupos de presión o lobbies que defienden los intereses de los grupos económicos importantes y, además, en gran parte actúan a cara descubierta y de manera legal. Europa es un fenómeno menos desarrollado pero también existen aunque me da la impresión de que actúan con menos visibilidad.
Bibliografía:
Estratificación Social y Desigualdad
Harold R. Kerbo
McGraw-Hill
5ª edición
Madrid 2003
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