Todos los muebles eran de piedra, mesas de piedra, sillas de piedra, sofás de piedra con almohadones de piedra; en una pared colgaba un gran reloj, todo de piedra y su tictac tenía un sonido rocoso. No había ventanas, pero por unos agujeros situados en la parte alta de las paredes, se filtraba una luz nublada.
Cuando los dos amigos se hallaban próximos al final del pasillo oyeron de pronto, procedente de la última habitación, una voz aguda y horrible que rugía furiosa.
Luego volvió a reinar el silencio. Lucas y Jim escucharon con atención. Entonces llegó hasta ellos la voz asustada de un niño, tan baja que casi no se oía, que recitaba algo. Los dos amigos se miraron.
Se acercaron rápidamente a la puerta de la habitación y espiaron el interior.
Ante ellos se abría una gran sala con tres filas de pupitres de piedra. En los bancos se sentaban unos veinte niños de distintos países, niños pieles rojas y niños blancos, niños esquimales y niños morenos tocados con turbantes; en el centro se sentaba una niña encantadora, con dos trencitas negras y una carita delicada como la de una muñeca china de porcelana. Era, sin duda alguna, la princesa Li Si, la hija del emperador de China.
Los niños estaban atados a los bancos con cadenas de hierro, de manera que podían moverse pero no podían escapar.
De una pared de la sala colgaba una pizarra de piedra muy grande y junto a ella había un gigantesco pupitre hecho con un solo bloque de piedra, que parecía un armario.
Detrás estaba sentado un horrible dragón. Era bastante más grande que Emma, la locomotora, pero mucho más delgado, casi flaco. Tenía un morro en punta, cubierto de cerdas y pinchos. Sus ojos punzantes y pequeños miraban a través de unas gafas centelleantes y en una de sus patas sostenía una caña que hacía silbar continuamente en el aire. Una gruesa nuez le subía y bajaba por el cuello largo y delgado y de la boca feroz le salía un único diente repugnante.
Estaba claro: este dragón no podía ser más que la señora Maldiente.
Los niños se sentaban muy tiesos y no se atrevían a moverse. Tenían las manos sobre los pupitres y miraban al dragón con ojos llenos de terror.
— Esto parece un colegio —le dijo Lucas a Jim al oído.
— ¡Dios mío! —suspiró Jim, que no había visto un colegio en toda su vida — . ¿Todos los colegios son así?
— ¡Dios nos libre! —gruñó Lucas — . Algunos colegios son muy agradables. Además en ellos los profesores no son dragones, sino personas como es debido.
— ¡Sssssileeeencio! —gritó el dragón haciendo silbar el bastón en el aire! — . ¿Quiéeen ha cuchchchichcheado?
Lucas y Jim enmudecieron y se retiraron. En la clase reinaba un silencio lleno de terror.
MICHAEL ENDE (1960): Jim Botón y Lucas el Maquinista (fragmento)