David de Ugarte en El Correo de las Indias
La clara consciencia de la vida comunitaria, con todas sus implicaciones, es constituyente de la idea de democracia.John Dewey, «The Public and Its Problems»
La expansión de la radio transforma la vida familiar y hasta la ordenación de la casa: el salón o el «cuarto de estar» pasa de ser un lugar de conversación, lectura y música ejecutada por los miembros de la familia a tener sus muebles orientados hacia el nuevo aparato que «habla» sin cesar. Por primera vez, a escala nacional la gente escucha la voz de los líderes políticos. En paralelo, el ocio popular se ve revolucionado por el cine que se introduce primero en la programación de los varietés y luego los sustituye. Está imponiéndose la comunicación centralizada de masas y con ella están naciendo nuevos tipos y comportamientos sociales que parecen confirmar que la democracia tiene los días contados. Es el momento de la «política de masas».
Dewey: tecnología y democracia
Pero mientras Lippman cree que la defensa de la democracia está en sumergirse en los métodos del agitprop y replicar el uso que de las herramientas hacen sus contrarios, Dewey la rechaza y en su argumentación crea un nuevo concepto: la democracia participativa.
La Democracia Participativa y el comunitarismo
La democracia participativa no se fundamenta en la idea «atómica», individualista, del liberalismo. No se trata de tomar decisiones por mayorías en una especie de mercado libre de ideas e intereses que el parlamento representaría. Pero Dewey tampoco acepta la idea de la sociedad como un sujeto colectivo, como una única comunidad imaginada dotada de un destino (como los nacionalistas) y en espera de una dirección para realizarlo (como fascistas, socialistas y comunistas).
Dewey entiende la sociedad como un agregado «grumoso» de individuos que evoluciona en interacción. Para él, el fin tanto de los «grumos» (las comunidades reales) como de la organización democrática del conjunto, no puede ser otro que asegurar las condiciones de autorealización de los individuos.
La bondad de la democracia y el sistema democrático reside precisamente en que permite un tipo de comunicación, de interacción entre las personas, que permite identificar los intereses de cada cual dentro de un marco ético no individualista, no de suma cero, sino colaborativo al estilo del que mantiene cada uno dentro de sus comunidades reales. La democracia, para Dewey, se fundamenta en que cada uno se represente y actúe socialmente proyectando ese «espíritu comunitario» del que nos hablaba Adler.
Deliberación, responsabilidad personal y conocimiento
Un proyecto de verdadera defensa de la democracia, por el contrario, ha de buscar la deliberación y el compromiso cotidiano de cada uno, proponiendo opciones y enfrentando puntos de vista, haciendo la comunicación distribuida («libre y completa intercomunicación»). Emplazaría tanto a la ciudadanía como a sus representantes a ser responsables y auditables. Porque para Dewey, el derecho a participar en los asuntos públicos implica la responsabilidad individual de aprender. Es ese esfuerzo y placer del aprendizaje permanente el que nos hace ciudadanos y proyecta la lógica comunitaria más allá de sus límites originales hasta impregnar a toda la sociedad.
Conclusiones
Dewey hubiera disfrutado el ascenso de las redes distribuidas y la blogsfera. Y seguramente hoy estaría batallando por crear espacios deliberativos tanto como comunitarios. Su sueño, su visión para la democracia, no pasaba por un determinado juego de políticas públicas, sino por proyectar los valores y lecciones de la experiencia comunitaria a un espacio social mayor.
La democracia para un comunitarista, no es solo una metodología, un conjunto de procedimientos, es una forma de vida y un programa para cuanto hay más allá de su comunidad real, sin fronteras ni exclusiones.
Hasta que la Gran Sociedad se convierta en una Gran Comunidad, el público seguirá estando eclipsado.