No se puede «crear» una comunidad, no tiene sentido empujar a nadie. El verdadero igualitarismo se basa en aceptar al otro como un igual en responsabilidades. El utópico parte de un plan y trata de imponérselo a la realidad, el activista acepta la realidad para construir a partir de ella.
David de Ugarte | El Correo de las Indias
A partir de 1808 Charles Fourier elaborará las bases del comunitarismo contemporáneo. Sus ideas pondrán en marcha una vigorosa corriente de la que nacerán el cooperativismo, el mutualismo y el federalismo europeos. Pero a pesar de que sus textos sobre el falansteriopueden considerarse el primer diseño práctico de un modelo social basado en la libre asociación, Fourier mismo no participó personalmente en los primeros intentos de convertirlos en realidad, aunque fue contemporáneo de alguno realizado por sus seguidores.
Esta primera generación de comunitaristas confrontó los modelos del maestro a la práctica real en lugares tan diversos como Cádiz, Entre Ríos, Bruselas, Rio de Janeiro o Nueva Jersey.
Sufrían problemas de diseño básicos: todas las colonias eran exclusivamente agrarias pero habían sido creadas por urbanitas. Las escalas eran generalmente más pequeñas que las del diseño original y lo que es peor, decretar la igualdad entre sexos y traducir a normas las críticas del maestro a la institución matrimonial, cuando se implantaban sin trabajar mínimamente lo que significaban en la práctica, aumentaban el conflicto hasta lo insoportable. Un viejo implícito heredado del mercantilismo y el liberalismo se venía abajo: no bastaba cambiar las normas para que todo se «reordenase» y armonizase por si solo. Las habilidades, los valores, las formas de relacionarse no cambian de la noche a la mañana solo porque cambie el marco normativo. Y en el «mientras tanto» es fácil que todo se venga abajo.
El movimiento, que partía de la seguridad del pensamiento del maestro que confiaba en que la difusión de la propuesta trajera a voluntarios que formarían comunidad espontáneamente, se convierte entonces en una verdadera máquina de experimentación basada en prueba y error. El resultado se parece cada vez menos a lo que esperaban que significase comunidad, pero todo se sacrifica en pos de los «resultados», es decir, de una mínima sostenibilidad interna. La colonia Conde sur Vesgrepor ejemplo, es refundada tres veces entre 1832 y 1860.
Yo también esperaba encontrar en vosotros la dedicación y la participación activa, pero en este punto, me equivoqué. Tuve que crear por mi mismo de la nada el funcionamiento de nuestra asociación; y nula fue la perseverancia que dedicasteis. Solo en el ámbito industrial recibí ayuda. En eso, lo admito, me ofrecisteis apoyo y dedicación. Pero en aquello que yo esperaba en 1877, que se despertara en vosotros suficiente amor por la asociación, que os unierais a mí para secundar la preparación de esta obra: en eso solo he recibido vuestra indiferencia. En estas condiciones puedo decir que a pesar vuestra, creé la asociación. Y todavía espero que en el futuro conozca el apoyo y la dedicación que faltaron en el pasado.
El fourierismo había experimentado tanto el igualitarismo en colonias cooperativas de pequeños propietarios agrarios, como la «asociación» industrial entre propietarios y trabajadores. Los primeros habían tendido a la disgregación, los segundos a una sorda violencia pasiva entre trabajadores e inversores y entre los trabajadores entre si en la que los gerentes fourieristas, comprometidos ante todo con convervar la obra de Godin, quedaban sistemáticamente en terreno de nadie. El resultado, un ambiente al mismo tiempo conservador y resentido que hizo cada vez más difícil a la empresa conjunta mantenerse en el mercado.
La actualización de los jardines epicúreos en la que Fourier pretendía convertir las fábricas del industrialismo, no funcionó en los términos que él deseaba. Una comunidad necesita una economía común para consolidarse, y en eso llevaba razón, pero no puede mantenerse cohesionada si hay divisiones que al final hacen imposible la igualdad de responsabilidades entre todos, es decir si distintos tipos de acceso a la propiedad imposibilitan que todos se reconozcan como verdaderos pares entre si.
Parte de los defensores del igualitarismo fourierista no tardaría tanto en reconocer que necesitaba de la comunidad de bienes de producción que Fourier había rechazado en sus rivales Owen y Cabet. Los discípulos más lúcidos, como Fernando Garrido, asumirán pronto la lección sin renunciar al impulso y el marco libertario del maestro. Nacía entonces un nuevo movimiento hijo y heredero del anterior, el cooperativismo de trabajo moderno.
Cómo dejar de ser utópico
Si Fourier actualizó las bases del comunitarismo, la experiencia del fourierismo nos enseñó a dejar de ser utópicos y convertirnos en cooperativistas. Y es que la gran lección final del fourierismo, su epitafio, es que no se puede «crear» una comunidad a voluntad, no tiene sentido empujar a nadie que carece de entusiasmo y voluntad de compromiso. Los cambios culturales no nacen de la aceptación pasiva de unas nuevas reglas, sino de conversaciones entre iguales que llevan a convicciones comunes y compromisos compartidos. El verdadero igualitarismo solo puede existir donde cada uno acepta a cada uno de los demás como un igual en responsabilidades.