Una vida sin conflictos sería una vida zombi, aletargada, soporífera. No es que los conflictos sean divertidos, sino que son inevitables salvo que te metas en una hornacina y renuncies a la vida social. Conflictos personales, sociales, laborales, políticos, económicos… No es la diferencia en sí que el conflicto comporta lo que constituye un problema. Éste procede más bien del modo en el que se intentan resolver las diferencias. A menudo, intentando vencer a la otra persona, en la clásica perspectiva del “yo gano – tu pierdes”. Y entre las personas con más carencias emocionales “yo pierdo – tú pierdes”(porque lo que importa es que tú pierdas, sea cual sea el precio).
Diversidad y conflicto
La diversidad que nos caracteriza puede ser vivida como una fuente de enriquecimiento mutuo. Cada persona puede ser vista como unamezcla dinámica de perspectivas, resultado siempre provisional del encuentro con las demás personas. Perspectivas, enfoques, discursos diferentes que sacuden el propio. Pero si alguien necesita vivir instalado en la certeza (un lugar sombrío y rígido en el que el cambio es improbable), sentirá la diferencia como una amenaza. Y hará cuanto esté en su mano para defender su mismidad. En casos extremos hasta llegar a la violencia con la que pretende, vanamente, anular la diferencia. En la mayoría de las situaciones, simplemente desacreditando al otro, a la otra. Prejuicios, estereotipos, sesgos de diversa naturaleza son, a estos efectos, de la máxima eficacia. La otra persona cuya perspectiva desafía mi estabilidad, no es respetable, no encarna honestamente su diferencia, sino que pretende aprovecharla para perjudicarme a mí y a quienes son como yo. Una vez puesta en marcha está dinámica de menosprecio, el conflicto está servido. Solo podrá evitarlo la sumisión de la otra persona que, ante los riesgos que intuye, recoge sus diferencias y busca territorios menos hostiles (simbólica o realmente). Lo que podía haberse vivido como un encuentro entre diferentes, mutuamente gratificante, puede convertirse en una fuente de enfrentamientos que acaba haciendo de la vida en común un suplicio. La culpa, por supuesto, la tiene el otro, la otra.
Disfrutar las diferencias
Sin embargo, salvo en casos rayanos en lo patológico en los que la propia certeza inamovible se convierte en la vara con la que se mide la realidad, las diferencias son una fuente constante de crecimiento personal. Si solo te relacionaras con quienes son como tú, piensan y sienten como tú, les gusta dedicar el tiempo a lo mismo que a ti, tienen las mismas experiencias que tú, leen los mismos libros que tú, utilizan tu mismo lenguaje… la vida sería bastante más pobre. Casi podríamos hablar de solipsismo, aunque clonado en infinitas imágenes. Tranquilizador, al estar exento de amenazas, pero aburrido y tremendamente limitante. Aprender a respetar la diferencia, a identificarla, reconocerla, saborearla, aprovecharla para enriquecer las propias visiones de la realidad… es la manera saludable de prevenir la aparición de conflictos.
Gobernarse en situaciones de conflicto
Cuando, a pesar de todo los conflictos son inevitables, y te ves inmerso en situaciones de enfrentamiento, el autogobierno será la clave. Un autogobierno que en tales situaciones pasa por:
- Identificar las propias aportaciones al conflicto.
- Cuestionar los sesgos cognitivos que condicionan la visión propia.
- Reclamar asertivamente el respeto por los propios derechos.
- Reconocer los derechos que asisten a las demás personas.
- Valorar formas alternativas de actuación.
- Ceder, sin intentar que “el otro” se rinda a nuestras exigencias.
Y si nada de esto sirve, poner tierra de por medio, porque de poco sirve quedar fijado en los conflictos que otras personas se empeñen en mantener. Si es su guerra, que luchen contra sí mismas.