El amor romántico es una construcción social y cultural, una utopía individualista, y a la vez un espejismo colectivo. Por eso, lo mismo que se construye, se puede deconstruir, e idear otras formas de querer que no nos hagan tan infelices.
Creo que la Humanidad no está condenada a sufrir por amor por los siglos de los siglos. El amor romántico puede trabajarse, expandirse, repartirse, compartirse, cuestionarse, y volverse a construir... nuestras estructuras sentimentales son demasiado rígidas y opresivas, es cierto: por eso es preciso ponerse a trabajar lo romántico cuanto antes.
Nuestras emociones son patriarcales, pero pueden despatriarcalizarse. Las emociones se aprenden, y se desaprenden. Las emociones nacen, crecen y se reproducen, y en el proceso nosotras no somos un recipiente en el cual se gestan sentimientos incontrolables. Somos dueñas de nuestras emociones, somos responsables de lo que sentimos, y podemos trabajar individual y colectivamente para comprender cómo sentimos, para aprender a gestionarlas, para inventar nuevas formas de quererse más placenteras.
Las emociones no son algo mágico que surge de la nada y nos inundan para destruirnos y comportarnos como si fuéramos monstruos poseídos por el mismísimo diablo. Las emociones pueden congelarse para ser observadas, pueden calmarse calmarse con técnicas de relajación y meditación, pueden pensarse y desinflarse. Podemos desconectar de nuestras emociones más obsesivas, podemos también acercarnos a ellas para identificar la negatividad de nuestros sentimientos, podemos medir la intensidad de nuestras emociones para conocerlas mejor.
La razón no es lo contrario de la emoción. Vivimos en una cultura que divide toda la realidad en dos pares de opuestos que se contraponen, por eso creemos que las emociones son irracionales, que los sentimientos son una cosa y las ideas otra, que es muy difícil domar a la jauría de perras salvajes que llevamos dentro. No es cierto: las emociones y la toma de decisiones y procesamiento de ideas se fabrican en el mismo lugar del cerebro. No podemos pensar sin sentir, ni sentir sin pensar, por eso no podemos justificar nuestros actos separando nuestro yo racional y responsable que asume las consecuencias de lo que hace, de nuestro yo irracional que se comporta como una niña caprichosa.
Tenemos que responsabilizarnos de nuestras emociones porque siempre le echamos la culpa de todo "al amor". Algunas protestamos porque el amor nos convierte en otra persona, o nos saca lo peor de nosotras mismas, como si no pudiéramos reconocernos en esa mujer que ama tan locamente y se comporta tan incoherentemente. Cuando mentimos, somos nosotras enteras, nuestros yoes completos, los que mienten. Si, podemos decir que lo hacemos “por amor”, pero nos autoengañamos para no ver la realidad tal cual es (para medir nuestro grado de autoengaño, por favor siéntese un rato a hablar con una amiga o amigo que te quiera tal y como eres, y abra los oídos con generosidad. Gracias).
En los momentos de pesimismo o desesperación, nos lamentamos de que no podemos evitar lo que sentimos. Y si bien a veces no se puede evitar sentir algo, si se puede trabajar el modo en como sentimos ese algo, nuestra forma de relacionarnos con nuestras emociones. Se puede actuar en consecuencia, se puede ser coherente, se puede evitar la enajenación y la locura. Para poder ser coherente es preciso trabajar la autocrítica, conocerse a sí misma, y eliminar el poder del autoengaño.. para evitar la decepción y la frustración constante.
Nos cuesta asumir la realidad amorosa, a veces, del mismo modo que a las niñas y los niños les cuesta asumir la realidad de los adultos. Ellos se aferran a magias como el Ratoncito Perez o Papa Noel, nosotras las adultas nos aferramos a otros mitos colectivos como el amor eterno o el Príncipe azul...es hora de que todas y todos maduremos y asumamos las consecuencias de nuestros caprichos románticos.
Entonces creo que se trata, en parte, de aprender a ser realista, de construir expectativas realistas, de decirnos las verdades a nosotras mismas. Es preciso domar a la niña o el niño caprichoso que todos llevamos dentro, ese Ego dañino e insaciable. No es imposible controlar el cargamento de miedos con el que nos relacionamos con el mundo, identificar todas las mezquindades que nos habitan y los limites que nos estancan. Esa vocecita atrevida sin escrúpulos que nos anima a hacer tonterías, estupideces, barbaridades, somos nosotras. Nosotras somos las que despreciamos a los que nos aman y nos empeñamos en que nos amen los que no nos hacen ni caso.
Somos nosotras las que no sabemos poner fin a una relación, o las que no sabemos empezarla porque no hacemos caso a las señales que percibimos de que algo no va bien. Somos nosotras las que nos empeñamos en que un solo hombre o mujer calcen en nuestro modelo idealizado, somos nosotras las que nos dejamos tratar mal por la pareja, somos nostras las que tratamos mal a la pareja.
Somos responsables de las decisiones que tomamos, por tanto se trata simplemente de ser coherente, de abandonar el placer del sufrimiento y de tomar conciencia. Ya no podemos seguir justificando nuestros actos en base a la locura romántica…
No podemos decir que es imposible despatriarcalizar nuestras emociones. Es cierto que llevamos siglos de romanticismo patriarcal encima, que nos han educado para amar en base a relaciones amo/esclavo, que nos han sublimado el sacrificio y la entrega por amor, que nos han enseñado a relacionarnos desde la necesidad, no desde la libertad. Nos han educado para sobrevivir en la guerra del amor con mentiras, traiciones, huidas, engaños, chantajes, manipulaciones, amenazas y reproches.
Aprendemos a amar patriarcalmente, y creemos que el amor implica necesariamente sufrimiento. Nos hacemos adictas a las emociones fuertes y nos relacionamos en base al conflicto. A cambio de asumir el modelo heterosexista idealizado, nos han ofrecido la felicidad, la autorrealización, la trascendencia y el fin de la soledad. Todo falsas promesas que nos convierten en seres insatisfechos y vulnerables...
La decepción parece consustancial a los amores posmodernos, porque no queremos a la gente tal y como es, porque tampoco somos aceptadas tal y como somos. Nuestros modelos de referencia son príncipes y princesas Disney, la pareja extraña de Barbie y Ken, las parejas de cantantes y futbolistas, las parejas del cine de Hollywood. Comparado con Brad Pitt, el resto de los hombres son una calamidad; lo mismo sucede con la frustración que nos genera no ser guapas, ricas, jóvenes, sanas y talentosas como Angelina Jolie.
El romanticismo patriarcal promueve un tipo de amor basado en la eterna batalla entre los sexos, la división tradicional de roles de género, y la asunción de estereotipos de género. Amamos en base a jerarquías afectivas y espejismos colectivos cargados de ideología que no percibimos porque están invisibilizados con la magia romántica. Todos queremos salvadores y salvadoras que nos hagan la vida más fácil, que nos amen incondicionalmente, que nos conviertan en el centro de sus vidas, que nos acompañen para siempre, que estén atentos a nuestras necesidades, que nos proporcionen la estabilidad, la seguridad y el confort que necesitamos. Queremos medias naranjas que se acoplen perfectamente a nuestras almas, que nos den emociones fuertes, que nos hagan sentir siempre borrachas de amor, inundadas de metanfetaminas, hormonas y endorfinas placenteras, que nos hagan sentir inmensamente vivas.
Nuestra cultura ha sublimado el sufrimiento por amor (adoramos a Jesucristo que sufrió una agonía terrible por el amor que sentía hacia nuestras almas, para salvarnos del pecado), de modo que nos creemos que para amar es preciso sentir agonías románticas que nos eleven y transporten hacia la dimensión trascendental de la vida. Creemos que el amor se nutre del conflicto, de las peleas, las luchas de poder, y nos deleitamos con la intensidad emocional que provocan en las reconciliaciones.
Nos aburrimos de relaciones bonitas que no nos proporcionan emociones fuertes, pero también nos quejamos de las relaciones demasiado dolorosas. Creo que sufrimimos mucho porque en esta cultura romántica es nos infantilizamos completamente para amar. En nuestra vida adulta podremos ser personas honestas, honradas, sinceras, leales, comprometidas, coherentes y responsables... pero en el campo del amor nos convertimos en animalillos salvajes. Por amor parece que todo vale, que podemos mentir, traicionar, engañar, chantajear o amenazar excusandonos en la fuerza del amor. Justificamos todos nuestros actos "irracionales" aludiendo a esta invasión emocional que nos posee cuando nos enamoramos, como si fuera una enfermedad, una locura transitoria, un flechazo mortal de Cupido.
Pero podemos salir del autoengaño y de los círculos viciosos identificando los mitos, los roles, los estereotipos del romanticismo patriarcal, haciendo autocrítica para eliminar el autoengaño, y tratando de analizar cómo es el patriarcado dentro de cada una de nosotras. Podemos pensar las cosas antes de decirlas, podemos analizarlas antes de hacerlas. Podemos tomar decisiones con ayuda del sentido común, podemos pedir ayuda antes de tomar decisiones. De igual modo que se puede cambiar los hábitos y la relación con el medio cuando una adquiere conciencia ecológica, también podemos transformar nuestro mundo amoroso.
Es cuestión de ponerle atención, de hablarse a sí misma desde todas las perspectivas, de escuchar a las amigas o amigos que pueden ayudarte a ver lo que no quieres ver. Se trata de estar despierta, de tener ganas, de ponerle cariño al proceso. Porque al fin y al cabo, el trabajo con una misma o uno mismo es el más duro, pero el más apasionante, porque en el camino vamos cosechando aprendizajes y experiencias que nos pueden hacer mejores personas , y pueden incidir en tu entorno vital y profesional de una forma beneficiosa para todo el mundo: tu entorno profesional, tu familia, tu pareja, tus amantes, tus amigos, y la gente que te rodea.
El proceso requiere de una gran capacidad de autocrítica para poder llegar a identificar todo el lado oscuro de nuestro ser que no sacamos a la luz porque habitualmente nos relacionamos con máscaras que nos protegen. Algunas son verdaderas armaduras que también nos aíslan de nosotras mismas, aunque nos hacen sentir más fuertes. Una vez que una se atreve y es valiente, puedes sumergirte en esas profundidades donde yacen los traumas de la infancia, los complejos e inseguridades, el masoquismo más abyecto, las miserias humanas, las mezquindades y maldades que hemos cometido, las venganzas más crueles, los pensamientos más destructivos, los dolores más intensos, los traumas más escondidos, y todos los pecados capitales: la envidia, la pereza, la codicia…
Si empiezas a conocerte mejor, es probable que puedas quererte más a ti misma, que puedas comprender lo que sientes, que puedas perdonarte los errores e ilusionarte con las posibilidades que tienes para transformar lo que no te gusta de ti.… Se puede trabajar para ser mejor persona, para hacer más felices a la gente querida, para elegir bien con quién compartir la vida, para empezar a disfrutar del amor, para ensanchar sus horizontes, para ampliar nuestra propia mirada sobre nuestro mundo afectivo.
Se trata de asumir la responsabilidad de lo que sentimos, de lo que decimos, de lo que hacemos. Tenemos que aceptar las consecuencias de las decisiones que tomamos, aceptar las pérdidas y disfrutar las bienvenidas, trabajar con las emociones sin batallar con una misma, reconociendo nuestros logros, debilidades, aciertos y retos por los que trabajar. Ser nuestras propias maestras en el camino, liberarnos de las etiquetas que nos oprimen y nos constriñen, liberarnos de los miedos, conectar con nuestros cuerpos y nuestras bellezas, aprender a disfrutar del presente.
Es necesario, en el proceso, aprender a disfrutar del trabajo que estamos haciendo, sin convertirlo en otro proceso doloroso más. Tenemos que rescatar la niña que llevamos dentro para poder disfrutar de la ruptura de esquemas, para poder reírnos de nosotras mismas, para atrevernos a intentarlo.
Al eliminar todas las certezas, o gran parte de las certezas que nos dan seguridad, nos sentimos mal porque nos da miedo enfrentarnos a lo nuevo. Los humanos nos aferramos a las tradiciones, necesitamos puntos de referencia estables para poder sentirnos tranquilos, pero en este siglo ya va siendo hora, creo yo, de romper con esos puntos de referencia e inventarse otros nuevos. Es la única manera de aprender, de crecer, de evolucionar: hay que cuestionarse, desmitificar, deconstruirse, desplomarse, y atreverse a construirnos de nuevo con otros parámetros, inventados por nosotras mismas.
Sólo tenemos que debatir en las calles sobre este tema, sacar a la luz el mundo tan complejo de las emociones, perderle el miedo a hablar de lo que nos pasa. También es aconsejable dejar de creer en la omnipotencia de la magia del amor, dejar de justificar nuestras mezquindades por amor, y lanzarnos a la búsqueda de nuevas formas de querernos que nos hagan sufrir menos y disfrutar más de la vida.
Solas no podemos: el proceso en la búsqueda del bien común, del buen trato, de las relaciones bonitas, ha de ser colectivo, nunca individualista. Si nos despatriarcalizamos solas, nos quedamos solas, rodeadas de hombres y mujeres romántico-patriarcales.
Así pues, ocupaté de ti, como decía Foucault, conoceté mejor, responsabilizaté, y colectiviza tu trabajo con la gente! Señoras, si se puede!
Coral Herrera