Vivimos en una sociedad en la que cuidar de los más vulnerables resulta cada día más difícil de asumir. Santiago Alba Rico, en su hermoso libro Leer con niños, se pregunta “¿para que sirven los niños?” y se responde “para cuidarlos,” es decir, para volvernos cuidadosos.
En el mismo sentido, Carolina del Olmo, en ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista, también nos señala las contradicciones de una organización social en la que resulta prácticamente imposible criar a nuestros hij*s o cuidar a nuestros seres queridos como de verdad nos gustaría hacerlo: con tiempo, con cariño, con recursos económicos suficientes, sin sentirnos solos y aislados, sin tener que encerrarnos o huir del mundo, sin renunciar a participar en la vida pública. Nuestro mundo no está hecho a la medida de l*s niños, ni de los viejos, ni de quienes no disfrutan de buena salud.
Lamentablemente, según la autora, hoy la normalidad son madres y padres –agotados, malhumorados estresados- con interminables jornadas de trabajo y niñ*s que pasan muchas horas en guarderías y escuelas o con cuidadores remunerados. Por eso la maternidad y, por extensión, otros modos de cuidados a enfermos, ancianos o necesitados por otras diversas razones, son una plataforma excelente para observar, analizar y modificar las contradicciones que genera el imperio del mercado en nuestras sociedades.
Si madres y padres tuvieran bajas más largas para atender a los hijos no habría que llevarlos a las guarderías con pocos meses; si las jornadas laborables fueran mucho más cortas, no seria tan necesario exigir que los calendarios y horarios escolares se adaptaran a los laborales, se podría dedicar más tiempo a la crianza y la a gestión colectiva de los cuidados. Pero el agresivo mercado laboral, con sus crecientes exigencias de flexibilidad y movilidad, sus elevados niveles de inseguridad y las cada vez más extensas jornadas de trabajo es, sin duda, el causante más obvio de las contradicciones materiales que se generan entre nuestra vida social y profesional y la atención que requiere la vida buena de los cuidados.
Constantemente se nos habla de conciliación de la vida familiar y laboral, pero lo cierto es que la entera organización social parece obstinada en dar la espalda a esta realidad. El modelo de conciliación más habitual, a pesar de su nombre y las buenas intenciones de ciertas políticas de igualdad, no busca armonizar la vida familiar y la laboral, sino subordinar la primera a la segunda, a través de la absoluta sumisión de los cuidados y la vida familiar a la vida económica. Lo que el discurso estándar oculta es que la “normalidad” de las jornadas de cuarenta horas semanales, más guardería, más abuela o cuidadora es no ya mejorable, sino directamente inaceptable. Frente a esa realidad, basada en la competitividad y la vida acelerada, la alternativa no debiera ser únicamente el altruismo de las madres sacrificadas, sino la cooperación comunitaria, el compromiso social, la reciprocidad y el cuidado mutuo personal.
Para del Olmo, sería mucho más fructífero centrarnos en identificar y procurar modificar aquellos rasgos de nuestro contexto social que hacen tan difícil atender a los hijos como se desea y como se merecen. Alguien tiene que criar y cuidar con afecto y responsabilidad. No tienen que ser, necesariamente, las madres biológicas, ni tampoco las mujeres. Es un campo de acción y movilización irrenunciable para todo el cuerpo social, empezando por los padres y los hombres. No son las mujeres las que deben ser madres y cuidadoras, también lo deben ser los hombres, en su sentido más político y moral: todas las personas tenemos la responsabilidad y la obligación de cuidar unos de otros. Y el deber de construir un marco social en el que poder hacerlo, en el que repartir y compartir esos cuidados; en el que la vulnerabilidad sea asumida a fondo.
Lo que las diferentes versiones de la vida buena tienen en común es que todas han de partir del reconocimiento de la codependencia. Aristóteles decía que solo los dioses o los monstruos podían estar solos, las personas no. Hay un proverbio africano que dice que para cuidar a un niño hace falta toda la tribu. Si nos necesitamos los unos a los otros, tendremos que cultivar aquellas virtudes que, por un lado, protejan las condiciones de apoyo y cuidado mutuo y, por otro, sean más compatibles con otras cualidades que aspiremos a desarrollar, como la libertad, la bondad y la creatividad.