El narrador oral, cuentero o cuentista son muchas voces en una sola.
Es una la que se hace tangible, presente y palpable, pero son cientos las que pasan por él, las que comparte. Las vidas de otros, las de uno mismo. El narrador cuenta y se cuenta, como muchos ya han dicho. Pero ¿hasta dónde nos contamos?
Fran Pintadera | ApuntateUna
Dentro de la infinidad de maneras de contar historias, trato de acercarme al coloquio con el público. Como si se tratase de una conversación escénica. Uno intenta pasarlo bien y que el goce sea compartido. En un ambiente de fiesta, aunque las lágrimas inunden nuestros ojos, porque las emociones en sí, ya son algo para celebrar. Y en un ambiente de fiesta y de complicidad, es fácil que no se cuente solo la historia y que vayamos más allá.
Cuando contamos, de manera voluntaria o por pura inercia, ofrecemos pensamientos, disertaciones, dudas. Muchas veces son otro elemento escénico que nos ayuda a facilitar la retroalimentación con el público (feedback para los que reniegan de nuestra lengua). En esos paréntesis de historia aparecemos los narradores. Nuestro yo. Sin duda es un punto de inflexión, de descanso y una herramienta útil en el discurso narrativo, pero es un arma de doble filo. Y lo es por dos motivos.
El primero es porque esos paréntesis, muchos de ellos en forma de broma (gag, para los mismos de antes) tienen un peso racional y tratan temas de interés común. Pero no informamos sobre ese hecho de la realidad si no que nos posicionamos ante él. La política sin duda es el más común. Hubo quien vino a escuchar cuentos y se va con mi idea de una situación concreta en su cabeza. No cuestiono lo bueno y lo malo, que para eso ya está la iglesia (esto además de venirme bien en el artículo sería un ejemplo de disertación posicionada). No lo cuestiono, decía, pero debemos estar atentos como narradores, ¿hasta dónde quiero contar? ¿Es solo humor o hay intención? ¿Hago crítica o proselitismo? Y el público, por supuesto, también deberá hacerse sus preguntas.
El segundo motivo es el peso de la historia. Quién manda sobre quién. Me gusta imaginarlos como una fotografía en la que aparecen narrador e historia, uno a la derecha y otro a la izquierda de la imagen. Según vamos cargando de paréntesis nuestra narración, la historia se va desenfocando y aumenta el protagonismo del narrador. El público, en este supuesto, se irá a casa diciendo “He visto a fulanito esta noche, genial, qué grande que es”. Pues vale. Sin embargo si el narrador se difumina, es la historia la que va creciendo y la que toma la imagen hasta que no vemos al narrador. El público, entonces, recordará la historia, la emoción que le supuso o lo que le movió por dentro. Y existe una tercera opción, que la fotografía sea nítida, precisa y equilibrada. Narrador e historia embarcados en un mismo fin, en un proceso natural que es el contar.
La mejor opción es la que uno decide. Teniendo claro qué está haciendo y por qué. No es otra cosa que eso. También como público estemos atentos: qué nos cuentan, quién nos lo cuenta, por qué nos lo cuenta.
Hay muchos tipos de narradores para muchos tipos de oído, pero que no nos la den con queso. Que la historia es una cosa y el narrador es otra.
Fran Pintadera se define a sí mismo como narrador oral, cuentero, cuentista, embustero profesional. “Te espero con la maleta en la mano y la palabra en el cuerpo.”