La crisis y el desplome de los presupuestos públicos destinados a las políticas sociales, también han golpeado brutalmente a las organizaciones solidarias. Y, lo que es peor, han supuesto la quiebra, el vaciamiento o la desaparición de cientos, miles de proyectos y programas de apoyo y acompañamiento a las personas y grupos sociales más vulnerables.
Como ya hemos comentado anteriormente, todo ello significa un grave paso atrás en los frágiles niveles de inclusión social de esos grupos y personas, pero también la ruptura de muchos hilos del débil tejido social que mantenía una precaria cohesión en muchas capas poblacionales de nuestra sociedad. Y, con todo y ese importante retroceso, las organizaciones sociales siguen siendo un puntal fundamental en la respuesta ciudadana solidaria a esta estafa de la desigualdad y el empobrecimiento masivo que llaman crisis. ¡Menos mal que, aunque sea bajo mínimos, siguen sobreviviendo muchas de esas organizaciones!
Por Fernando de la Riva en ParticiPasión
Todo este declive se ha producido de manera silenciosa, en la más oscura invisibilidad. Ninguna institución pública y pocos medios de comunicación se han hecho eco de ese retroceso brutal, porque pareciera que “lo social” no entrara dentro del capítulo de las “necesidades básicas”. Pero es un tremendo error, una ceguera profunda que pagaremos -a corto y medio plazo- en términos de convivencia social. Ya estamos empezando a avistar las consecuencias, a veces dramáticas, de ese creciente “estado del malestar“.
Mientras tanto, las organizaciones solidarias bracean en mitad de la corriente brutal del tsunami neoliberal, intentando mantener la cabeza a flote, superar viejas dependencias, encontrar nuevas formas de sostenimiento, recreando las formas de participación y organización… construyendo -tal vez sin saberlo- las nuevas organizaciones que servirán para articular la iniciativa social y producir los profundos cambios sociales que se avecinan en las próximas décadas de este siglo XXI.
Aunque todavía es pronto para sacar muchas conclusiones, parece necesario anticipar los indicios y reflexionar sobre las respuestas que van apareciendo, sobre las tendencias que ya se apuntan en la profunda reconversión de las organizaciones solidarias. Empecemos por señalar algunas, con el compromiso de mantener la mirada atenta y la escucha activa.
La fuerza de lo pequeño
Una tendencia visible es la del decrecimiento, la reducción de tamaño de las organizaciones solidarias, que en el pasado -como el propio sistema productivista- parecían aspirar solamente a crecer y crecer sin límite.
Hoy es ya evidente que los grandes dinosaurios organizativos están condenados a extinguirse, son insostenibles, y que el futuro será de la organizaciones pequeñas, organizaciones “líquidas” (“be water, my friend“) capaces de adaptarse con flexibilidad y agilidad a los cambios del contexto.
Algunas grandes -y no tan grandes- organizaciones han malinterpretado esta tendencia “decrecentista” apuntándose -solamente- a la reducción de personal, a los “eres”, pretendiendo cambiar de tamaño pero no de modelo. Las contradicciones, que se derivan de este desajuste de “tallas”, producen frecuentes chirridos en la coherencia ideológica y en el funcionamiento de las organizaciones que -anoréxicas en sus texturas humanas- no se reconocen en los viejos y grandes ropajes de un pasado que no volverá.
Otras organizaciones grandes -y no tan grandes- han entendido, sin embargo, que el objetivo era la descentralización, disminuyendo el tamaño de sus estructuras centrales, desconcentrando las tareas y las decisiones, constituyendo agrupaciones más pequeñas y autónomas, avanzando -no sin dificultades- hacia su conversión en organizaciones-red.
La suma de lo pequeño
Y, sin que exista ninguna contradicción con lo anterior, al movimiento descentralizador y decrecentista de las organizaciones solidarias, se corresponde otro movimiento de suma, de agregación y coalición de lo pequeño.
Así, muchas pequeñas -y no tan pequeñas- organizaciones solidarias están uniendo fuerzas, agrupándose, apostando por la sinergia, por la complementaridad y la suma de competencias y esfuerzos.
Vemos crecer la cooperativas y las cooperativas de cooperativas (en alguna de ellas participamos activamente), que apuestan por el trabajo en red, por la cooperación.
Pero ello no significa la creación de nuevas superestructuras o el aumento de los mecanismos centralizados de control. No se produce pérdida de la autonomía de las partes, las nuevas estructuras son fundamentalmente (otra vez la palabreja, gracias Bauman) “liquidas”, sin sobrecargar o hipotecar la sostenibilidad de cada elemento de la suma.
Menos es más… y mejor
Otra tendencia creciente apunta a la simplificación de los procesos productivos, los procedimientos de diseño, planificación, ejecución y evaluación de los proyectos.
Se trata de eliminar pasos superfluos, puertas comunicativas innecesarias, burocracias inútiles. Se trata de acercar los mecanismos de toma de decisiones a los instrumentos de acción. Aproximarse a la realidad concreta, actuar “desde el terreno”.
Y eso supone, también la apuesta por la multifunción en las competencias profesionales (gentes activistas que saben hacer más cosas, que son más autónomas en su desenvolvimiento) y por la auto-supervisión colectiva (es el propio equipo el que, en su autonomía, evalúa su desempeño, aprende de su experiencia y corrige el rumbo).
Muchas pequeñas organizaciones están demostrando cada día que es mucho más importante la calidad que la cantidad, que pueden ser mucho más eficaces los pequeños equipos de activistas polivalentes que las grandes plantillas de especialistas compartimentados.
Multiplicación y virtualización de las formas de participación
Junto a las organizaciones líquidas, descentralizadas y multifuncionales, crecen también las “organizaciones dialógicas”, basadas en el diálogo, el intercambio entre un amplio abanico de actores diversos que las componen.
Estas son, así mismo, “organizaciones relacionales” en las que la pertenencia se establece a partir de la relación, de las conexiones, los vínculos, de la interacciones y la co-participación entre los diversos tipos de actores que interactúan.
La implicación de esos distintos actores adopta distintos grados y formas, y requiere la priorización estratégica de la comunicación y la cooperación. Y eso significa también una diversificación de las formas de participación y el uso de herramientas tecnológicas que permitan “virtualizar” esa participación (en un doble sentido: dotarla de herramientas tecnológicas, de interfaces útiles; y también convertir la necesidad -de la participación- en “virtud” de los procesos organizativos).
Son muchas las pequeñas organizaciones que están invirtiendo abundantes recursos, en tiempo y esfuerzo, en creatividad y medios materiales, para desarrollar mecanismos de intercambio y comunicación con/entre sus redes de cooperación.
Viralidad, réplica, reutilización, reciclaje
Frente a la cultura del copyrigth, de la defensa férrea de la “propiedad intelectual”, de la competitividad y la desconfianza mutua en la que nacieron muchas de las viejas organizaciones solidarias, va ganando cada día más espacio la cultura del copyleft, del código abierto, del procomún, del conocimiento compartido y cooperativo, de la inteligencia colectiva.
Cada día, afortunadamente, esta mejor vista -entre muchas pequeñas organizaciones- la réplica, la copia, la multiplicación, el aprovechamiento de las buenas ideas y proyectos, vengan de donde vengan. Y eso significa prestar atención, en la búsqueda de nuevas soluciones e ideas innovadoras, a campos de conocimiento aparentemente alejados del ámbito de la intervención social: el campo de la ciencia, de la ecología, del arte y la creatividad, del diseño industrial, de la moda y la gastronomía, etc., etc.
Y, así mismo, crece la cultura del reciclaje, la reutilización y aprovechamiento de proyectos, iniciativas, recursos ya existentes para ampliar y aprovechar su uso: centros sociales convertidos en viveros de iniciativas de economía social, proyectos de recuperación medioambiental que se conectan con la inclusión social de quienes los protagonizan, etc., etc.
Junto con ello, aparecen nuevas organizaciones y colectivos sociales discutiendo el uso de los espacios públicos (equipamientos, recursos técnicos…), reivindicando su uso participativo y la priorización de las necesidades sentidas por la población.
La única condición de este “juego” que se llama compartir es, precisamente, seguir compartiendo los aprendizajes, los descubrimientos, las mejoras incorporadas, ponerlos a disposición de quien desee y necesite utilizarlos. De nuevo la filosofía del procomún.
La era del mestizaje
Vivimos en un momento histórico que, junto a otros muchos aspectos, se caracteriza por el mestizaje (en la cultura, el arte, la música, la gastronomía, el conocimiento, la estética…).
La globalización, que presenta muchos aspectos oscuros, permite también -en su lado luminoso- el conocimiento y aprendizaje de lo ajeno y lo lejano, de otras culturas y formas de pensamiento, de otras formas de respuesta a las necesidades fundamentales del ser humano.
Tal conocimiento y, como consecuencia, la mutua influencia entre lo diverso, es vivido por muchas personas y pueblos como una amenaza de la propia identidad, de la propia cultura. Pero, al menos en nuestra opinión, la respuesta a esa amenaza no puede ser el aislamiento o el enquistamiento en lo particular. Ni siquiera nos parece contradictoria la afirmación de lo propio y, simultáneamente, su aportación a la construcción colectiva de algo más grande e integrador.
Del mismo modo, los procesos organizativos solidarios -tal y como venimos apuntando en los párrafos anteriores- se caracterizan cada vez más también por la combinación, la mezcla, el mestizaje. Mezcla en los ámbitos y campos de actuación, en los tipos de proyectos, en las formas de organización y de participación, en las soluciones jurídicas (o a-jurídicas) que adoptan las organizaciones, en las fuentes y modos de financiamiento y sostenimiento, en los mecanismos y herramientas de comunicación, etc., etc.
Las organizaciones solidarias se mezclan y camuflan cada vez más en un entorno abierto, convertidas en proyectos culturales, en empresas de economía social, en redes sociales…
El factor humano
Todas las tendencias apuntadas hasta aquí, ponen el acento en la importancia del factor humano, entendido como sujeto colectivo. Hemos aprendido que la construcción de la organización es, fundamental y estratégicamente, un proceso de creación de equipos, de producción de inteligencia colectiva.
Para diseñar buenos proyectos, para llevarlos a cabo eficazmente, para conseguir los recursos necesarios… necesitamos buenos equipos.
Cuando parecía que las tecnologías y su revolución iban a ocupar el lugar central en la construcción organizativa, la afortunada paradoja es que han venido a poner de relieve -con mayor fuerza aún- la importancia de las personas, de su comunicación e interacción.