Una carta a todas las personas que ya no podemos creer en los reyes magos pero nunca dejaremos de apostar por la magia. Aunque no cualquier magia, sino esa que llamamos política. Esa de la que toda la gente es capaz. La que nos permite pensar, decidir y hacer, para organizar nuestro mundo.
Por la Fundación de los Comunes en Diagonal Periódico
Como a todo en la vida, también llegué tarde a la decepcionante noticia de que la magia de recibir regalos de unos nobles desconocidos era falsa. De forma que las cartas cuidadosamente escritas a Melchor, Gaspar y Baltasar terminaban en la basura. ¡Y el turrón y el cava no se lo cepillaban los reyes magos y sus camellos, sino mis propios padres!
Aunque duro al principio, el paso de la “impotencia de la infancia” a la potencia de la edad adulta, a la posibilidad de hacer magia con las propias manos en vez de esperar trucos ajenos, ha acabado revelándose como una enorme ventaja. Con sus muchas alegrías y sus no pocas decepciones, como todo.
Por eso este año quería escribir una carta a todas las personas que ya no podemos creer en los reyes magos pero nunca dejaremos de apostar por la magia. Aunque no cualquier magia, sino esa que llamamos política. Esa de la que toda la gente es capaz. La que nos permite pensar, decidir y hacer, para organizar nuestro mundo.
Y con la herramienta política en las manos, pedir cinco deseos principales:
1. En primer lugar, un sistema políticamente democrático. Se trataría de superar la crisis de legitimidad que viven ahora todas y cada una de nuestras instituciones de representación para transformarlas en el sentido de una profundización democrática. Es tiempo de superar la democracia formal, ese ritual vacío de votar cada cuatro años mientras estamos realmente excluidos y excluidas de la posibilidad de tomar decisiones y de controlar su ejecución en lo que respecta a los asuntos de interés común. Ese poder de hacer, actualmente acaparado por los denominados partidos políticos, debería volver a las personas.
2. En segundo lugar, un sistema económicamente democrático. Es inútil pensar en la capacidad de decidir libre e implicadamente si los frutos de la riqueza producida por todos y todas no se reparten de la forma más justa y equitativa posible. Sería preciso redefinir, para empezar, qué entendemos hoy por riqueza. Una nueva definición cuya contabilidad tomara (por fin) en cuenta las cuestiones habitualmente excluidas. Por ejemplo, la inmensa labor de reproducir y cuidar la vida humana, aún mayoritariamente asumida por las mujeres en razón de una división sexual del trabajo radicalmente patriarcal. Por ejemplo, el valor del medio ambiente que hace posible nuestra existencia. Por ejemplo, el capital producido por nuestras redes de afectos, de comunicación, por nuestra inteligencia colectiva.
3. En tercer lugar, un bienestar más común. Pese a todas sus imperfecciones, el Estado del Bienestar nos ha hecho acreedores de un derecho para siempre innegociable: la protección social. Pero esta protección está siendo destruida, como sabemos, mediante las privatizaciones. Como en los primeros tiempos del capitalismo industrial, las personas nos estamos viendo abocadas a una búsqueda particular y, por ende, dependiente del nivel de ingresos, de protección frente a la incertidumbre. Toca entonces defender nuestras propiedades sociales y nuestro derecho a la protección. Aunque ya que estamos, ¿por qué no ir más allá? ¿Por qué no pensar y hacer salud más allá de la curación de la enfermedad? ¿Por qué no diseñar y experimentar en el terreno educativo más allá de una preparación para el mercado laboral? ¿Por qué no imaginar y producir un bienestar entendido de la forma más integral posible?
4. En cuarto lugar, un común dotado de derechos y libertades individuales y colectivos capaces de superar las relaciones de poder entre los géneros, procedencias étnicas y sociales, diversidades funcionales y sexuales. Entre los últimos ataques a estos derechos y libertades me gustaría destacar uno de los más brutales: la reforma de la ley del aborto. Resulta especialmente paradójico que los más fervientes defensores de la libertad individual, es decir, los neoliberales como Gallardón, no duden, de repente, en meter al Estado hasta en los mismísimos úteros femeninos. Porque los abortos seguirán realizándose, eso lo sabe hasta el mismísimo Rouco Varela. ¿Pero entonces? la ventaja de la nueva ley reside, para ganancia de privatizadores, en que los abortos ya no se practicarán de forma gratuita en nuestros hospitales públicos. Porque un neoliberal no desprecia en absoluto el Estado. Por el contrario, este es de su máximo aprecio cuando se aviene a conducirse como el órgano regulador, ejecutor y sancionador de normas que canalicen y concentren la obtención de beneficios y renta en una minoría. Da igual si esa sagrada prioridad se lleva por delante, entre otras muchas cosas, la salud de las mujeres y su derecho irrenunciable a decidir si tener hijos o no.
5. En quinto lugar, un federalismo democrático. Con dos premisas de partida: por un lado, en un mundo globalizado una transformación estructural no es reducible a un solo país. Por otro lado, el Estado español no es más que una provincia económica y culturalmente inscrita (y de manera irreversible) en el marco de la Unión Europea. A partir de aquí, el federalismo democrático deseado no se reduciría a una pura y simple unión de territorios, sino que se empeñaría en un pacto de vinculación entre distintas comunidades democráticas, de escalas diferentes. Para hacer posible la democracia política, los mecanismos de toma de decisiones deberían funcionar desde la dimensión más cercana y afectada por dichas decisiones hasta la escala mayor. Para hacer posible la democracia económica, el reparto de la riqueza debería organizarse, por el contrario, desde la escala mayor a la menor, a fin de disponer de la mayor dotación de recursos susceptibles de alimentar los dispositivos de compensación y redistribución.
Esta es una carta de deseos propios pero también, y sobre todo, de deseos enredados en una apuesta de transformación política impulsada desde enRed, espacio en el que participo.
Ojalá sean capaces de coincidir con los deseos de otras miles, millones de personas, para poder convertirse, varita política en mano, en la magia colectiva, masiva, que los haga transformarse
en realidad.