por Pedro Hernández | @laperiferia en Arquine
Recibía hace poco uno de esos numerosos emails que llegan muchas veces a la bandeja de correo. Anunciaba la posibilidad de participar en la financiación hasta mediados de julio en un proyecto público y temporal para la ciudad de Nueva York. A cambio de una pequeña cantidad de dinero, uno podía ayudar a hacer posible la ejecución una enorme piscina flotante en forma de cruz. Aunque ya había visto este proyecto varias veces por internet hace más de un año quería destacarlo ahora por dos motivos; el primero, que ya conocía, que se trataba de un trabajo que buscaba su realización a través de la plataforma de crowdfunding Kickstarter y la segunda, algo que no había reparado anteriormente era que el acabado que proponían sus diseñadores no era uno cualquiera sino que estaba confeccionado por miles de baldosas –de un material brillante que no sabría describir en la imgen–; cada una estaba serigrafiada con un nombre o un mensaje diferente. Al leer su lema –“tile to tile”– es cuando se puede entender lo que el proceso esta ofreciendo, con un pequeño porcentaje, cualquiera puede no sólo ayudar a construirlo, también podía hacer que una parte del diseño le perteneciera a través de estas firmas o mensajes sobre el pavimento. Una manera de conseguir que la gente que participa se sienta parte del proceso tanto en su desarrollo como en el producto acabado. El proyecto disponía de 30 días para conseguir los 250,000$ que necesitaba cosa que ha conseguido en exceso a la fecha de hoy con lo que puede ser considerado un éxito, ahora bien ¿es una manera de hacer ciudad?.
Empecemos por el principio: el crowdfunding es el nombre que recibe la práctica de financiación colectiva de un proyecto. Se caracteriza que, frente a grandes inversiones, su motor son los pequeños aportes de mucha gente que luego son correspondientemente acreditados. Si bien la práctica no es nueva y pueden encontrase ejemplos a lo largo del mundo que existían mucho antes que estas plataformas –como este “descubierto” por el grupo Inteligencias Colectivas en Lima–. Pero es, ahora, y gracias al desarrollo de internet, cuando esta viviendo un auge distinto. En 2009 apareció en la red la primera de estas plataformas, la mencionada Kickstarter, y después de ella, otras muchas más adaptadas a distintas situaciones y necesidades que han permitido la realización de distintos proyectos, de diseño o empresariales. Pero llevada esta situación a la ciudad uno debe plantearse si son capaces de funcionar con la misma lógica y si es posible llevar proyectos urbanos con ellas. Hay que tener en cuenta que estos procesos para las ciudades incluyen una complejidad que no los hace un mero artículo de diseño –que suelen ser más o menos cerrados y acabados–; por el contrario, los proyectos urbanos incluyen una gran cantidad de agentes, escalas y tiempos que hacen más costoso –no sólo económicamente– el proceso de su ejecución. Como bien se apuntaba en el blog La ciudad viva, estos procesos no pueden reducirse a un exclusivo criterio de marketing (donde la imagen más sugerente es la que muchas veces consigue mayor apoyo). Sin embargo, sí podemos verlos y pensar que abren posibilidades diferentes a las ya conocidas del planeamiento urbano, donde los ciudadanos tienen más presencia en la discusión y debate de la ciudad y construyan, con ello, un mayor empoderamiento, es decir, una manera de sentir suya la ciudad al saber en que han invertido su dinero y, en segundo plano, recibir una mención por ello. Así rastreando estas maneras encontramos, por ejemplo, el proyecto ‘I Make Rotterdam’ con el se pudo materializar el proyecto de una pasarela peatonal que salvaba un espacio dominado por el coche. Este proyecto no era, en su lógica de funcionamiento, muy distinto al caso de la piscina de Nueva York. Aquí también cada persona podía pagar un pequeño precio por un trozo del puente y a cambio su nombre era estampado en el acabado, de modo que cualquier ciudadano o empresa tendría una misma consideración. El proyecto estimulaba la participación ciudadana en las decisiones urbanas y se planteaba, en sus propias palabras, como “una alternativa al modelo tradicional de gestión y desarrollo de la ciudad”. Después de todo, si pensamos en como se gestionan los proyectos la ciudad generalmente se produce de forma vertical, desde arriba hacia abajo, desde las instituciones –ayuntamientos, alcaldías, delegaciones– a los ciudadanos. Estos otros proyectos, por contra, son más horizontales, también más flexibles y multidisciplinares, más adhocraticos se podría decir, capaces de responder con mayor rápidez para reaccionar y plantean una mayor implicación y discusión por parte de los ciudadanos, donde frente a la decisión de unos pocos aparece la de la multitud.
Habrá quien se queje del riesgo de dejar en exclusiva a los ciudadanos las decisiones de la ciudad o que no siempre estos proyectos pueden tener una visión global del conjunto (al tratarse de pequeñas intervenciones en muchos casos). Y es cierto, un proyecto bueno mal contado podría quedarse sin apoyos y uno innecesario pero altamente sugerente puede acabar en ser un lastre. El proceso deberá ser, entonces ,complementario entre las estructuras, las ciudadanas, más flexibles e informales, y las burocráticas, más lentas y pesada. Necesitamos sistemas que propicien la participación activa de los ciudadanos. Las plataformas de crowdfunding pueden haber abierto esa brecha pero no dejan de ser la punta del iceberg de una diferente posibilidad de entender la ciudad y como construirla. Más allá de pagar una baldosa o un azulejo.