Maria Acaso explica a El Confidencial, como las propuestas educativas alternativas han sido hasta ahora la excepción, no la regla. “El modelo que nosotros seguimos nace en Europa en el siglo XVII y atiende a unos patrones que son de esa época, y que ya no valen”. “No es que el modelo en sí esté mal, sino que no sirve para una sociedad en la que, por ejemplo, no sabemos a qué profesiones se van a dedicar los niños que están haciendo ahora la primaria. No podemos seguir educando bajo ese paradigma si lo que tenemos que hacer es educar para la incertidumbre y el emprendimiento”.
La aprobación de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, popularmente conocida como LOMCE, parece haber dado carpetazo a las discusiones sobre el modelo educativo español por una buena temporada. Sin embargo, a diario en cada aula de España seguirán produciéndose pequeñas batallas (o milagros) que poco a poco contribuirán a cambiar para siempre la forma en que aprendemos.
En esas coordenadas es donde se mueve María Acaso, profesora titular de Educación Artística y miembro del colectivo Pedagogías Invisibles, que acaba de editar rEDUvolution. Hacer la revolución en la educación (Paidós Contextos) en colaboración con la ilustradora Clara Megías. Se trata de un volumen que, de manera práctica, descubre cómo las “microrrevoluciones cotidianas” pueden iniciar la revolución nada utópica de un sistema, el educativo, que apenas se ha modificado durante los últimos siglos.
Sin embargo, como la autora explica a El Confidencial, las propuestas alternativas han sido hasta ahora la excepción, no la regla, y pone el ejemplo del método enunciado por María Montessori en 1912 e implantado a lo largo del siglo XX como una de estas excepciones. “El modelo que nosotros seguimos nace en Europa en el siglo XVII y atiende a unos patrones que son de esa época, y que ya no valen”, explica la autora. “No es que el modelo en sí esté mal, sino que no sirve para una sociedad en la que, por ejemplo, no sabemos a qué profesiones se van a dedicar los niños que están haciendo ahora la primaria. No podemos seguir educando bajo ese paradigma si lo que tenemos que hacer es educar para la incertidumbre y el emprendimiento”.
La de Acaso parece ser una empresa imposible si atendemos a la creciente burocracia que los profesores han de cumplir, motivo de queja frecuente entre el profesorado, pero la docente recuerda que “el profesor de secundaria tiene que reflejar todo eso en una programación, para que lo vean los superiores y la dirección, pero cuando cierra la puerta puede hacer lo que quiera en clase”. De esa manera pueden comenzar a alumbrarse propuestas que “se transformen en aprendizaje”.
Si para Acaso hay que señalar a algún responsable es, en todo caso, al sistema y la clase de profesores que crea, y no tanto recurrir al conservadurismo de los docentes, que “son formados en unos cánones muy rígidos y tradicionales” durante su propio proceso pedagógico. Pero, ¿de qué forma práctica pueden los docentes comenzar a aplicar las innovaciones propuestas por Acaso?
Aceptar que lo que enseñamos no es lo que los profesores aprenden
El aprendizaje es cosa de tres, asegura Acaso: el profesor, el estudiante y el inconsciente, que en muchos casos, interfiere en el proceso de manera que los docentes no se dan cuenta. El conocimiento no es algo objetivo que se traslada de manera inmutable desde un lado del aula al otro, sino algo que se transforma en todo proceso comunicativo. “El profesor no dice la verdad, da su versión sobre los hechos”, recuerda Acaso, y por ello mismo, esta debe ser una idea que quede clara dentro del sistema educativo. “Nadie va a dar una clase neutral; reconozcámoslo y punto”.
En ese sentido juega un papel importante el concepto de “currículum opaco”, que hace referencia a “la información que parece que recibimos por un motivo concreto, cuando realmente el motivo es otro” y que va aún más allá del inconsciente. “Pongo el ejemplo de por qué están los pasillos de todos los institutos de secundaria forrados con azulejos”, desarrolla Acaso. “Se dice que es por la durabilidad, pero en el fondo estás transformando los espacios en una especie de centro hospitalario”.
En la educación moderna los procesos han de ser más horizontales que en el pasado o, incluso, revertir el sentido tradicional. “Los estudiantes aprenden del profesor y los profesores, de los estudiantes, que en muchos temas, saben más que el profesor”, recuerda Acaso. “El conocimiento está en internet, no todo pero sí mucho, por lo que la figura del profesor como expendedor de conocimiento es absurda”.
Cambiar las dinámicas de poder
El profesor, por lo tanto, ya no es la única figura que tiene el monopolio del conocimiento en el aula, sino que esta es cada vez más una comunidad donde docentes y alumnos avanzan en la misma dirección, y no donde el profesor parece ser el enemigo a vencer en el examen final. “Debemos entender una clase como una comunidad de conocimiento donde todo el mundo te acompaña, donde no te importe equivocarte porque todo el mundo te va a apoyar”, explica la profesora.
“No es tanto igualdad, puesto que nadie es igual que nadie, como de horizontalidad y reconocimiento de los saberes, algo que la pedagogía tradicional siempre niega y que creo que hay que recuperar”. En ese sentido, María Acaso pone de manifiesto la importancia de los sentimientos y afectos en el proceso de aprendizaje, puesto que si el miedo marca la dinámica del aula, será más difícil aprender que en un clima de confianza donde el error no sólo no tenga consecuencias graves, sino que sea deseable como parte de todo proceso de conocimiento.
Para conseguir dichas dinámicas, es vital confiar en la responsabilidad del alumno. “En el paradigma del docente autoritario se confunde disciplina con responsabilidad”, explica Acaso. “Pero nadie puede aprender sin ser constante, responsable y perseverante. La clave está en la motivación. Si a los alumnos les das la posibilidad de trabajar con algo que les gusta y que sean responsables, no necesitarás ser autoritario”.
Pasar del simulacro a la experiencia
Aquel famoso concepto de “simulacro” que Guy Debord empleó para referirse al sustitutivo de la realidad que se había implantado en la sociedad contemporánea también puede aplicarse al mundo de la educación, sobre todo a partir de esas “prácticas bulímicas” consistentes en estudiar en poco tiempo para vomitarlo todo el día del examen y, acto seguido, olvidarlo. “Jugamos un juego en el que hacemos que enseñamos y en el que los estudiantes hacen que aprenden pero no se produce aprendizaje”, se lamenta Acaso. “El sistema, paradójicamente, intenta por todos los medios que no aprendamos, que es lo que se consigue mediante el acto de tragar, vomitar y olvidar”.
Prácticas que se llevan a cabo, por ejemplo, escudadas en la necesidad de completar el programa educativo, una tendencia que en los modelos educativos más exitosos funciona en el sentido absolutamente opuesto. “¿No es mejor aprender pocas cosas bien que muchas mal?”, se pregunta Acaso. “El modelo finlandés va en esa dirección: menos contenidos con más tiempo, y el modelo español es todo lo contrario, muchísimos contenidos con nada de tiempo”.
Por el contrario, convertir el aprendizaje en experiencia es esencial para que este sea un auténtico proceso de enriquecimiento, pero también, para convertirse en ciudadanos críticos. “Aprender tiene que ver con la transformación social, esencial para tener una democracia participativa”, explica Acaso. “Pero sólo nos preocupa tener la tele de plasma y el coche más grande, pero no la acción de ciudadanía”.
Habitar el aula
En esa serie de microrrevoluciones que enuncia María Acaso en su libro, ocupa un lugar privilegiado todo aquello que ha de convertir la enseñanza en algo más humano, habitable y cómodo. En definitiva, que acabe con la rectitud habitual de los centros educativos. “Por ejemplo, en las universidades europeas no ocurre lo mismo que en España, donde si quieres entrar a un aula el bedel te tiene que abrir la puerta con llave. Es un problema de base del sistema, que piensa que los dueños son las universidades y las gerencias, cuando los auténticos dueños son los estudiantes”.
Ello afecta no únicamente al entorno en sí, sino también a la concepción que se tiene de las personas que habitan un aula. “Parece que somos sólo cerebros, no cuerpos. Y esos cuerpos están ocho horas sentados en la misma posición. Si estás incómodo, si no puedes ir al baño, es más difícil aprender”. En opinión de Acaso, se trata de una de las consecuencias de que la pedagogía haya intentado legitimarse como disciplina científica, algo que ha dejado fuera la parte más física de la educación.
¿Es posible implantar modelos como el de Bolonia, que exigen una estrecha relación entre el docente y cada alumno, si estos se cuentan por centenas? Acaso se manifiesta optimista: “Hasta con un número tan grande de alumnos se puede trabajar, cuando he tenido más de 100 alumnos también he creadodinámicas diferentes”.
Dejar de evaluar para pasar a investigar
Dentro de ese panorama, uno de los elementos más perniciosos pero también menos sometidos a crítica es el de los exámenes, un modelo que, en opinión de Acaso, “genera ansiedad”. La profesora relata a través de una anécdota lo perjudicial que pueden ser dichas formas de calificación: “Una colega me contaba que tenía un sueño recurrente en el que moría y no podía hacer el examen. Ese sueño representa muy bien la experiencia del examen”.
Aunque reconoce que poco a poco se cambian los métodos, el examen sigue siendo parte central de la programación de todos los cursos. La evaluación continua y el trabajo por proyectos puede ser una manera más apropiada de sustituir la ansiedad por el examen tan habitual en la docencia, ya que “genera unas dinámicas muy diferentes”.
¿Por qué esa obsesión por lo cuantificable en la educación? “Está muy unido a que la pedagogía, durante mucho tiempo, ha sido una ciencia de segundo orden y ha estado obsesionada por legitimarse”, explica Acaso. “Así que ha intentado por todos los medios volverse lo más científica posible, y eso está relacionado con el sistema numérico de representación”.
“Ese cientifismo, que además es falso, impregna lo educativo”. Pero la revolución ha de tomar un camino muy diferente, que debe tener en cuenta “los sentimientos, la razón y el placer”. “Sólo utilizando esos elementos conseguiremos que el alumno aprenda. Hay que desenmascarar el aparente cientifismo de lo educativo y empezar a trabajar con otro paradigma”, concluye Acaso.