Frente al clamor de las personas, a veces no nos queda más que la trinchera, que la elaboración de mecanismos defensivos, e incluso de culpabilización ante tanta agresividad. Y sin embargo es necesario hacer, de nuevo, un ejercicio de lectura atenta de la realidad y de promoción de espacios para el encuentro horizontal y el análisis crítico de las situaciones. Cuando no tenemos recursos que ofrecer, cuando nos faltan perspectivas y horizontes, quizás lo único que podemos ofrecer es lo mejor que podemos ofrecer: nuestra propia capacidad para acompañar, nuestro encuentro cercano, nuestra propia persona, capaz de acercarse, de aprender y enriquecerse de estos encuentros. Puede sonar naif, y sin embargo, no fue sino en contextos de brutal desigualdad donde surgieron movimientos de ejemplar dignidad cómo la pedagogía del oprimido de Freíre, la Hull House de Jane Adams, o las primeras prácticas comunitarias de Marchinoni.
Anoche me acosté con una nueva indignación robándome el sueño… un nuevo informe, una nueva claridad, rotunda como tantas otras. En este caso se trata de un video que explica de forma gráfica el reparto de la riqueza en Estados Unidos. La imagen de la pornográfica avaricia de unos pocos, de un 1% de personas que poseen más del 40% de los recursos de todo el país… menos mal que esta vez tocaba lejos.
Aunque mirando con algo más de detalle, parece ser que no es tan diferente en el resto de mundo, donde en vez del 40 poseen el 39%,según advierte un informe reciente sobre riqueza mundial del Boston ConsultingGroup. Lo peor de este último informe no es el dato si sino la proyección en la que se predice que, “mientras la riqueza global crecerá en torno al 4,8% al año durante los próximos cinco años, la riqueza de los millonarios crecerá el doble de rápido.” Pues bien, parece que esta noche no toca dormir tranquilo.
Quizá en suelo patrio vivamos una excepción… Pero no. La piel del toro no parece una buena manta para llegar al sueño. Menos aún cuando leo que “Desde 2007 se ha producido en España uno de los peores deterioros absolutos en la distribución de riqueza (según afirma el FMI). Sólo en Lituania la desigualdad ha crecido más.”[1]
Profundizando un poco, vemos cómo, “desde que se dispone de información anual sobre las rentas de los hogares no se había registrado un crecimiento tan alto de la desigualdad[2]”. Mientras tanto, el año pasado aumentaba el número de millonarios en un 5,4%, según el informe anual de la Riqueza en el Mundo de 2013 elaborado por RBC Wealth Management y Capgemini.
Lo dicho. Más que preocupar, enciende la rabia. Así es imposible dormir.
Mientras estos datos se han ido fraguando, a fuego lento (o quizá no tanto), muchas personas y organizaciones continuaban su tarea de intervención social. Parece ser, dicen algunos, que este “gasto” también ha sido uno de los motores del crecimiento de una deuda pública que tan cara nos está saliendo. Dicen que hemos tenido una sanidad, una educación y unos servicios sociales por encima de nuestras posibilidades. La culpa está servida. Parece que los análisis muestran lo contrario[3]. Y sin embargo los mantras de la culpa igualitaria se siguen repitiendo y los recortes, esos sí, discriminan de forma selectiva (casi quirúrgica).
Como bien habéis ido analizando en varios escritos a través de este blog, las organizaciones de intervención social en el ámbito de exclusión (junto con tantas otras organizaciones: de cooperación al desarrollo – las más afectadas en términos relativos-, de apoyo a personas con discapacidad, de tiempo libre, de apoyo a la tercera edad, culturales, etc…) han sufrido un duro revés durante esta crisis, teniendo muchas de ellas que reducir drásticamente su actividad o incluso que desaparecer.
Coincido con varios de los análisis que se apuntan en el Blog. Quizá muchas de estas organizaciones se han centrado en demasía en la prestación de servicios, olvidando ámbitos de denuncia y sensibilización. Han sido demasiadas las que han perdido conexión con la sociedad y base social. Se ha cultivado durante años una dependencia de las administraciones públicas tanto financiera como incluso a nivel de iniciativa. Hoy toca penar, pero también pensar y transformarse.
Sin embargo, no quiero en esta aportación ahondar en el “cambio de época” como algunos lo están refiriendo ya, o en cuáles son las transformaciones necesarias que deben tener en cuenta las organizaciones ante este escenario[4]. Si bien es importante dirigir la mirada a las organizaciones, me parece vital situar el enfoque de la propia intervención, sobre todo de la intervención con personas que están viviendo procesos de exclusión. Mientras tiembla el suelo necesitamos saber quiénes somos y hacia dónde vamos.Más allá de la unidimensionalidadde los ajustes contables se trata de repensar aquello de “que estamos llamados a ser” en este nuevo y doloroso contexto.
1. La primera idea a este respecto surge de la necesidad de defender los logros conseguidos. No pretendo lanzar los puños al viento mientras soñamos con aquella internacional que nos cantaron. Hablo de algo mucho más concreto, de la defensa de un sistema de protección, de rentas mínimas (que, en los lugares donde se ha mantenido ha demostrado que, a pesar de su precariedad, han soportado mejor el azote de la crisis[5]); de sistemas y servicios de apoyo para la incorporación laboral; de servicios de apoyo para colectivos en riesgo de exclusión. Podemos estar ante un cambio de época, pero no debemos olvidar la defensa de lo conseguido y no sólo porque sea justo (que también) sino porque también es eficaz, a pesar de las tantas mejoras necesarias. Y es que “si algo ha demostrado esta crisis es precisamente la vigencia de la eficacia de las políticas sociales. Frente a las disfunciones y vaivenes de los sistemas financiero y bancario o las debilidades de los mercados laborales, las políticas sociales en Europa han mostrado su fortaleza y su capacidad para amortiguar los efectos negativos en la población del declive económico.”[6]
2. La segunda idea tiene que ver con el peligro de que la precariedad haga resurgir el paradigma de la asistencia. Una de las mayores críticas, a mi modo de ver, al periodo anterior ha sido el empacho de gestión de la intervención social. Se ha perdido una gran oportunidad para trabajar desde enfoques más participativos, comunitarios y transformadores. Las memorias silenciadas en la construcción de los servicios sociales, que refería Ximo García Roca. El peligro actual es pasar del paradigma de gestión, al paradigma de la urgencia asistencial. Es necesario atender las (crecientes) “emergencias” sociales, pero un sistema que pretende ser transformador (que pretende ser inclusivo, que pretende tener incidencia significativa en las personas y comunidades) no puede vivir centrado en la atención inmediata. La emergencia de los bancos de alimentos, el aumento en las plazas de los comedores sociales, las respuestas de urgencia social, etc. son respuestas necesarias, pero no pueden ser “LA” (única) respuesta. No podemos vivir en una dinámica de maratones solidarios perpetuos. Esta es una inercia que no construye respuestas transformadoras, y más allá, nos hace volver simbólicamente a la jerarquía de las dádivas.
3. En tercer lugar creo necesario volver a poner el acento en la defensa de una perspectiva comunitaria de intervención. El paradigma de la gestión, el crecimiento de los sistemas de bienestar, ha traído consigo una focalización de la intervención social a través de acciones y acompañamientos individuales o, como mucho, familiares. Con esta tendencia (coherente con el giro individualista de la sociedad) se ha perdido una fuerza fundamental para la intervención.[7] Y, más allá, se ha generado el efecto (apoyado por otros tantos procesos internos y externos a la comunidad) de desactivar y desincentivar las redes de apoyo mutuo y los tejidos comunitarios. El giro hacia lo individual es un giro ideológico, y por ello debemos defender una vuelta a modelos más comunitarios. El giro hacia lo comunitario redunda en una mayor eficacia, pero sobre todo en una intervención más integral y respetuosa[8].
4. Relacionado con este vínculo respetuoso que debemos ser capaces de re-tejer, está el cuarto punto: la necesidad de enfrentarse a la corriente de discurso y pensamiento que culpabiliza (exclusivamente) a las personas y colectivos de sus propias situaciones. El paradigma de la “infraclase conductual” (tan combatido, entre otros, por autores como LoïcWaqcuant[9]) se está instalando entre nosotros. Un gran ramillete de ejemplos y rumores reafirman constantemente la persistencia del fraude en las ayudas sociales, del rechazo de muchas personas a los procesos de inclusión que se les ofrecen “gratuitamente” desde los servicios sociales, del comportamiento antisocial de determinados colectivos… Este tipo de discursos refrendados por no pocos estudios que ponen su fuerza en la investigación de los perfiles de los diferentes “tipos o colectivos de exclusión”, están instalados tanto entre los y las gestores de políticas sociales, en los niveles técnicos, como (muy profundamente) en la propia población de los barrios[10].
Cuando ponemos la mirada exclusivamente en lo económico, cuando entendemos el trabajo de intervención principalmente como un “gasto social”, cuando des-personalizamos y estudiamos la exclusión únicamente como datos que afirman carencias y déficits a erradicar, estamos abonando este paradigma. Frente a esta tendencia debemos estar alerta y fortalecer los procesos de contextualización y sobre todo de toma de conciencia de la realidad en sus diversos sistemas. El análisis de los procesos que tanto en lo micro (individuos, familias, barrios) como a nivel macro (procesos económicos, políticas sociales…) están fortaleciendo y generando los procesos de exclusión. Debemos ser capaces de vincular tanto teórica como prácticamente la exclusión en los barrios, con las dinámicas de segregación y la inclusión de las propias ciudades, de la propia sociedad. La lectura de la exclusión no se puede centrar únicamente en datos y en políticas que pongan el foco de las personas en procesos de exclusión. Deben necesariamente de vincular a toda la ciudadanía.
5. En quinto lugar está la necesidad de retomar la dimensión política de la intervención social. De conectar el ámbito de la intervención con el ámbito de la denuncia y la sensibilización. Y de hacerlo sin constituirse en aquella “voz de los sin voz”, sino más bien conectando con las voces de las personas que están sufriendo más directamente los procesos que pretendemos transformar. Ser capaces de generar procesos que permitan escuchar directamente la voz de las personas desahuciadas, de las personas sin techo, de las personas golpeadas por el racismo o la exclusión. Ser capaces de facilitar, acompañar y ser acompañados por la iniciativa de estas personas constituidas como actores directos e incluso como organizaciones de denuncia.
En este momento es fundamental conectarse con la ciudadanía y con los diferentes movimientos sociales. Hace poco algunos compañeros se quejaban de que a muchas organizaciones esta crisis “nos pilló reunidos“. Mientras, la calle se llenaba de gente. Hoy se trata de reconectarse con esta energía ciudadana y de, por qué no, ofrecer nuestros servicios, nuestra capacidad de gestión, nuestra acción “instituida”, a través de trabajos conectados, de iniciativas conjuntas, de generación de redes, campañas, etc[11].
6. Finalmente creo que, a pesar de la dureza de los tiempos, este es un momento inmejorable para encontrarse con esas personas que viven bajo todas esas etiquetas que hemos ido generando a través de los años. Éste es un tiempo en el que fracasan las promesas, en el que los ascensores sociales han dejado de funcionar, en el que no podemos evitar la frustración ante la paradójica situación de aumento dramático de necesidades y caída libre de recursos. Hoy las personas que estáis a pie de intervención sois las más castigadas por este sinsentido con forma de tijera. La frustración, la falta de expectativas, el aumento de la pobreza, la cronificación de las situaciones, el aumento de la agresividad y de las situaciones de violencia, las estáis vivenciando a través de las relaciones de acompañamiento. Son muchos los escenarios concretos en los que se está reproduciendo esta situación de violencia estructural.[12]
Frente al clamor de las personas, a veces no nos queda más que la trinchera, que la elaboración de mecanismos defensivos, e incluso de culpabilización ante tanta agresividad. Y sin embargo es necesario hacer, de nuevo, un ejercicio de lectura atenta de la realidad y de promoción de espacios para el encuentro horizontal y el análisis crítico de las situaciones.Cuando no tenemos recursos que ofrecer, cuando nos faltan perspectivas y horizontes, quizás lo único que podemos ofrecer es lo mejor que podemos ofrecer: nuestra propia capacidad para acompañar, nuestro encuentro cercano, nuestra propia persona, capaz de acercarse, de aprender y enriquecerse de estos encuentros. Puede sonar naif, y sin embargo, no fue sino en contextos de brutal desigualdad donde surgieron movimientos de ejemplar dignidad cómo la pedagogía del oprimido de Freíre, la Hull House de Jane Adams, o las primeras prácticas comunitarias de Marchinoni.
Hoy nos toca seguir aprendiendo desde nuestra propia incapacidad, desde la necesidad de un/una otro/a que nos ayude transformar, transformarse y transformarnos. Nos toca salir de la empalizada de sistemas, servicios y protocolos que hemos construido, para airear la intervención con el viento nuevo de los barrios. Hoy nos toca, como al Robinson de Tournier, preguntarle el nombre a Viernes para no temer que volver a bautizarle con un nombre tan ridículamente cotidiano. Quizá entonces podamos decir como aquel:
“Si alguien me hubiese dicho que la ausencia del otro me haría dudar de la existencia, cómo me habría burlado”.[13]
Raúl Castillo Trigo es psicólogo y educador social. Actualmente trabaja en el OBSERVATORIO DEL TERCER SECTOR DE BIZKAIA como responsable del área de promoción y lo compagina con el trabajo de formación en conexión con el mundo de la educación y de la intervención social.
(Este escrito es fruto de la reflexión y trayectoria personal del autor, representando exclusivamente su opinión personal)
[3]Respondiendo la pregunta: ¿Podemos permitirnos nuestro estado social? José Moisés Martín – Economista e impulsor de Economistas frente a la crisis- concluye que:
- “El gasto social en relación al PIB España se ha mantenido en niveles invariables durante la anterior década y hasta el comienzo de la crisis económica.
- No hubo burbuja social, como algunos pretenden hacer creer. El incremento desde el inicio de la crisis se explica en gran medida por los estabilizadores automáticos como las pensiones y el seguro del desempleo, y no tanto por un incremento del gasto discrecional.
- En su punto álgido antes de los primeros recortes, el gasto social en España no sólo no era desorbitado en función de nuestra riqueza como país, sino que era inferior a lo esperable por nuestro nivel de renta.”
[4] Os dejo en todo caso cuatro referencias a mi modo de ver, esenciales para este diagnóstico:
- Ciudadanía y ONG El nuevo papel del Tercer Sector ante el cambio de época. Fundación Esplai.
- ONG en crisis y crisis en las ONG: un fin de ciclo en el oenegeísmo en España ( Carlos Gómez Gil) u
- Preservar y potenciar la contribución del tercer sector de acción social
- Estudio sobre el presente y futuro del Tercer Sector social en un entorno de crisis. (ESADE, PWC -PricewaterhouseCoopers-)
[6] Fundación FOESSA desigualdad y derechos sociales análisis y perspectivas 2013. Página 43
[7] Una tendencia coherente con el giro individualista de la sociedad, pero incoherente con las leyes de servicios sociales, como por ejemplo la del País Vasco que proponer como una de las actividades principales la promoción de: “la participación de la comunidad en la resolución de las necesidades sociales susceptibles de ser atendidas en el marco de los servicios sociales, y en particular la participación individual y organizada de las propias personas usuarias y de las entidades activas en el ámbito de los servicios sociales.”Ley de Servicios Sociales País Vasco 2008, página 7
[8] Muy interesante la reflexión sobre este tema que aporta Sennet en su obra, “El respeto”. Una muestra sería esta cita: “En el sistema de protección social, la gente toma plena conciencia de la ardua cuestión de la igualdad cuando tiene la experiencia de que sus derechos a la atención de otros residen exclusivamente en sus problemas, en la realidad de sus desvalimientos. Para Ganar respeto, no hay que ser débil, no hay que padecer necesidad. En general, cuando se insta a los beneficiarios de ayudas sociales a “ganar” respeto por sí mismos, lo que se quiere decir es que se hagan materialmente autosuficientes”
[9] WacquantLoïc, “Parias urbanos”: marginalidad en la ciudad, manantial, 2001
[10] A este respecto, dos nuevos ejemplos sangrantes nos sacuden hoy mismo: Una nueva campaña contra la inmigración ilegal, y la enésima iniciativa de delación del fraude. Como siempre no se trata de mentiras y de medidas que no tengan su parte de “justicia” o justificación. Es la descontextualización de la información y el grosero análisis parcial de medidas que exigen responsabilidad a la ciudadanía mientras disculpan la incapacidad de las administraciones como un hecho “natural”, al más puro estilo darwinista.
[11] Os dejo también una interesante aportación en torno a la incidencia en las organizaciones del tercer sector elaborado desde el OTSBizkaia (Observatorio del Tercer Sector de Bizkaia).
[12] Para profundizar en las consecuencias de la crisis a través de la mirada de las organizaciones sociales de Bizkaia os recomiendo este análisis compartido elaborado por la mesa de diálogo civil de Bizkaia que es a la vez que contundente ciertamente clarificador.
[13] Viernes o los limbos del Pacífico, de Michel Tournier, extraído del texto: DE CÓMO ROBINSON CRUSOE (RE)DESCUBRIÓ A VIERNES: de Silvia Navarro Pedreño que es para mí verdadero referente en cuanto a la perspectiva relacional que planteo en este punto.