Si te pasas por el mercado de San Fernando, en el barrio madrileño de Lavapiés, verás puestos que venden pollo, fiambres o verduras. Si te fijas un poco observarás algunas rarezas, como la PEC(era) de personas concentradas que teclean sus portátiles, la Casquería de libros colocados con primor siempre cerca de una balanza calculadora, o el Softwarealpeso mejorando en vivo y directo la vida de algún ordenador pachucho. En resumen, verás productos tradicionales al lado de otros innovadores, es decir, de difícil comprensión ;-)
Pero lo que no verás, salvo que participes en una actividad de esas de “pasen y vean lo invisible” es cómo algunos proyectos están modificando la manera de producir, distribuir o consumir tanto los productos tradicionales como los innovados (llámalo innovación, llámalo luchar contra lo que viene dado por el modelo dominante).
Y uno de los aspectos en los que hay novedades es en la relación entre trabajo, empleo y remuneración.
Por Idearia en Diagonal
El modelo dominante distingue entre producción y reproducción. Simplificando muchísimo, la producción se da en el espacio público y la reproducción se da en el espacio privado o doméstico (y tiene mucho que ver con el consumo). Lo productivo va ligado a un empleo y cuando producción y empleo se desligan se habla de precariedad. Lo reproductivo va ligado a los afectos, se hace por amor. Y entre productivo y reproductivo se abriría el lujo de una tercera posibilidad excedente en tierra de nadie: las aficiones o intereses personales, aquello a lo que nadie te obliga pero que haces por gusto, por solidaridad, por conciencia...
Pero, como enseñan los feminismos, estas compartimentaciones son una cuestión de poder, ya que la misma actividad puede caer en cualquiera de los tres cajones: Por ejemplo, cuidar de una persona enferma es distinto cuando lo hace la doctora, la hija o la voluntaria de una ONG.
Remedios Zafra, en su libro Hadas dice que: “Reproducción y consumo son conceptos sobre formas de intercambio inscritos en relaciones de negociación y conflicto. Son prácticas concebidas en sistemas de poder y hablan de oportunidades que determinan cómo las personas organizan sus tiempos y qué posibilidades tienen de implicarse”. Siguiendo a esta autora, la pregunta que debería hacerse un mercado (mercado como macro y micro modelo de intercambios, y máxime si aspira a ser un mercado social) es: qué poder promueve y regula la manera en la que se está gestionando la producción, el consumo y el prosumo.
Si no se hace nada por subvertirlo, la dicotomía público-privado hace que la hegemonía, lo importante, esté en lo público, y que entre producción y reproducción se establezca una relación de fines y medios.
Pero lo que estamos viendo en el mercado de San Fernando es que algunos proyectos incorporan el trabajo no remunerado como un componente integrado en su modelo de negocio. Es decir, no se trata de trabajo todavía no pagado (porque el dinero todavía no llega) sino de proyectos productivos que reconocen y visibilizan que para su sostén es necesario y bueno que haya un cierto aporte de trabajo no remunerado.
La sentencia ética de “no puedo pedir a alguien que haga gratis algo por lo que yo estoy cobrando” se ve, por tanto, reformulada por algo así como “si tu posición (en las relaciones de poder) te otorga un excedente de tiempo, plantéate apropiarte de él. Juntas podemos crear las condiciones prácticas para una redistribución”.
La incorporación de trabajo no remunerado reconoce y hace explícito lo que el modelo dominante oculta: que todo trabajo remunerado es deudor de una red de sostén no remunerada y que no aspira a serlo, y que tampoco es exactamente ni solidaridad ni caridad. Y también hace evidente que la actividad profesional o remunerada no tiene porqué abarcar completamente lo que alguien quiere ser o hacer, y que no es cierto que la principal motivación siempre sea el dinero.
La gente de la Casquería de libros me explica que desde el principio han tenido claro que han de conseguir que el proyecto sea sostenible económicamente y que, a largo plazo, el voluntarismo “no vale”. Pero también tienen claro que siempre será bueno que haya trabajo voluntario: al principio porque arrancas sin dinero y es la única manera. Pero después porque ese trabajo voluntario es el “plus” que permite crecer, abrir nuevas vías, experimentar... moverse y evolucionar sin riesgo, sin poner en juego la sostenibilidad básica.
Los motivos por los que alguien puede querer contribuir a este “plus” pueden ser variados. Desde el gusto por tocar, oler o clasificar libros hasta el desafío creativo que supone poner algo en marcha y sostenerlo. No hay un sentido único, ni falta que hace.
Porque, más allá de las motivaciones personales, la diferencia política es que, en el modelo dominante, cuando alguien tiene un puesto en un mercado lo “natural” es que quien le eche una mano sea la familia (que para eso está).
Pero mientras, procesos como el de la Casquería de libros a la chita callando van resignificando esta particular manera de relacionar lo público con lo privado y lo productivo con lo reproductivo a la que llamamos “familia”. Y van proponiendo maneras de promover y regular una buena vida comunitaria en la que lo reproductivo está visibilizado, aunque no siempre remunerado.