Según el último censo, la población de municipios de menos de 100 habitantes ha aumentado casi un 13% en la última década. Y desde 1998, año en que se empieza a elaborar esta estadística, cada vez hay un número mayor de ciudadanos que se trasladan de poblaciones de más de 100.000 habitantes a municipios de menos de 10.000. También es cierto que, con la crisis, ese goteo de personas se ha frenado. Hace dos años, 23.398 personas cambiaron la ciudad por el campo y 21.203 optaron por el camino inverso.
No sólo de la tierra Hasta hace poco, la agricultura, la ganadería, la artesanía o una vida hippy parecían las únicas opciones que ofrecía el pueblo. Sin embargo, hoy en día, gracias a las nuevas tecnologías, el medio rural también se ha convertido en una opción para arquitectos, abogados, diseñadores, periodistas, escritores... que pueden ejercer su labor en cualquier lugar. Sólo necesitan una buena conexión a internet.
CRISTINA SÁEZ en La Vanguardia
"Siempre nos había gustado estar en contacto con la naturaleza y nos atraía la idea de salir de Barcelona. Al final nos fuimos a vivir a una masía en Ollers, un vecindario prácticamente aislado en el que sólo hay un par de fincas más y una iglesia, a cinco minutos en coche del primer pueblecito, Esponellà, en Girona. Somos muy felices. Tenemos una calidad de vida tremenda. La gente suele pensar que estamos aislados del mundo, pero lo cierto es que llevamos dos años aquí y mis hijos hacen ahora más actividades extraescolares que nunca. Desde aquí he dirigido varios reportajes de divulgación científica para un proyecto de la Comisión Europea y he viajado a París y a Londres. Con ir un par de días en Barcelona, y concentrando todo lo que tengo que hacer, basta".
Es el testimonio de Marta, periodista que, como un creciente número de personas, decidió mudarse a un entorno rural con la idea de mejorar. Algunos se marchan (o vuelven) para ponerse a arar la tierra de sus abuelos, pero otros, la mayoría, para seguir con su profesión o convertir su afición en oficio. Los hay que conservan las raíces en esos pueblos. También los que se jubilan y deciden volver adonde crecieron o quienes necesitan huir de las prisas y el frenesí.
Según el último censo, la población de municipios de menos de 100 habitantes ha aumentado casi un 13% en la última década. Y desde 1998, año en que se empieza a elaborar esta estadística, cada vez hay un número mayor de ciudadanos que se trasladan de poblaciones de más de 100.000 habitantes a municipios de menos de 10.000. También es cierto que, con la crisis, ese goteo de personas se ha frenado. Hace dos años, 23.398 personas cambiaron la ciudad por el campo y 21.203 optaron por el camino inverso.
No sólo de la tierra Hasta hace poco, la agricultura, la ganadería, la artesanía o una vida hippy parecían las únicas opciones que ofrecía el pueblo. Sin embargo, hoy en día, gracias a las nuevas tecnologías, el medio rural también se ha convertido en una opción para arquitectos, abogados, diseñadores, periodistas, escritores... que pueden ejercer su labor en cualquier lugar. Sólo necesitan una buena conexión a internet.
"Están surgiendo negocios prósperos, modernos, que desarrollan nuevos talentos y que permiten que se cree progreso en la zona. Porque hay que revitalizar el tejido social, que está muy envejecido, pero también el empresarial y emprendedor", asegura Eva María González, coordinadora de Abraza la Tierra, una entidad sin ánimo de lucro que nació en el 2004 con el objetivo de contribuir a frenar la despoblación que sufría el medio rural y que actúa en seis autonomías, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria, Aragón, Madrid y Extremadura.
Pero ¿qué pasa? ¿Acaso en los pueblos no hay crisis? "Claro que la hay, pero la situación está mucho peor en la ciudad", considera Eva María González. "En un pueblo todo es más barato. Las cosas valen casi la mitad que en Barcelona –afirma Marta, la periodista–. Nosotros vivimos en una masía de más de 100 m2, por 600 euros al mes. Todo es más económico, el pan, la carne, incluso las extraescolares de los niños".
Que sea más barato no quiere decir que la vida en un pueblo sea regalada. Algunas personas, cuando deciden cambiar el asfalto por el campo, tienen una imagen idealizada y romántica de lo rural, muy poco realista, que no casa con las estadísticas.
"Es cierto que las cosas son más sencillas que en la ciudad, pero hay que trabajárselo mucho", explica Ángel González, autor de Elblogalternativo.com junto a su mujer, María del Mar Jiménez. Esta pareja (él catalán, ella vasca), veraneaban en Préjano, un pueblecito de La Rioja Baja donde tenían vínculos familiares. Tras unos años viviendo en Castelldefels, un municipio en la costa barcelonesa, en el que trabajaban en empresas de investigación de mercados, decidieron dar el paso. "Para subsistir, hemos continuado con nuestro blog, en el que tratamos temas sobre ecología, desarrollo personal, crianza sana. Obtenemos ingresos por publicidad. También hemos abierto otro dedicado a la cocina alternativa. Además, he escrito un libro y estoy a punto de publicar otro, Bienvenidos al campo, justamente sobre el neorruralismo", afirma Ángel González.
"Uno tiene que tener muy claro a qué se va a dedicar cuando se va a un entorno rural a emprender. Su proyecto de vida debe implicar un proyecto económico, si no está destinado al fracaso. Irse al campo no es nada fácil. La gente que lo hace y triunfa es, en la gran mayoría de casos, porque se dedica a lo suyo pero en otro entorno. Y profesiones que lo permitan son muy pocas–afirma el geógrafo e investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Ángel Paniagua–. También ha habido quienes han tratado de cambiar de actividad. Un nicho de entrada fue el turismo rural, pero ahora eso ya está más que saturado. Y dedicarse a la agricultura es impensable, incluso contando con tierras de tu familia, porque puede que no tengas los derechos para cultivarlas".
"Con lechugas del huerto no vas a hacer frente a las facturas del agua, la electricidad, el teléfono, que son la mismas que tienes en la capital", añade Eva González, de Abraza la Tierra. La misión de esta entidad es asesorar a las personas interesadas en trasladarse a un medio rural. Desde que abrieron sus puertas, el número de solicitudes ha ido en aumento y ya han tramitado alrededor de 9.000. "Pero no regalamos pisos ni nos sacamos trabajos de la manga", puntualiza González, muy seria. "La gente tiene que venir con un proyecto claro de negocio".
Eso hizo Itziar Azkona (Bilbao, 1970), quien tras estudiar una carrera, viajar por medio mundo y vivir en Londres, Madrid, y Bilbao, trabajando como analista de mercado y consultora, lo dejó todo y se marchó a un pueblecito en los Picos de Europa, Potes, donde ha montado una empresa de conservas naturales (Liebanatural.com). "Siempre digo que son mermeladas con alma rural, cocinadas a fuego lento. A pesar de que ya llevamos diez años con este proyecto, aún no podemos vivir de él, por lo que lo compagino con mi tarea de coaching y con un trabajo como recepcionista en un hotelito que sólo abre unos meses al año y que está a 1.600 metros de altitud. Siempre digo que son como mis vacaciones pagadas", bromea.
¡Qué bien se vive en el campo! ¿O no? "Al principio, no podía ni cerrar la boca del asombro que sentía al ver salir la Luna por un lado de la ventana y ver cómo se paseaba hasta que desaparecía. Y no me refiero a mirarla un momento, sino estar observándola, embobada, toda la noche, porque nada me tapa la vista. O escuchar a los ruiseñores desde que llegan en abril y se van en junio. Son pequeños lujos", exclama Clara Garí (Finisterre, 1955), directora de la Nau Côclea, un centro de creación, producción y difusión de proyectos de arte contemporáneo, en Girona. Garí primero vivió en Camallera, de 500 habitantes, y de allí pasó a la masía donde se ubica este centro artístico, a un kilómetro a las afueras del pueblo.
"El cambio más grande de mi vida, después de haber vivido en Galicia, Alemania, Barcelona y Madrid, fueron estos 900 metros que hice de Camallera a la Nau Côclea. En el pueblo, vivía en una casa con un pequeño patio; había calles, gente. En el fondo, no era muy distinto de vivir en una población urbana. Ahora bien, fue recorrer ese kilómetro y pasé a estar de repente en medio de la naturaleza. Cambió totalmente mi vida, mi percepción de las cosas".
La mayoría de las personas que se mudan a un entorno rural lo hace buscando, como Clara, un contacto directo con la naturaleza, y también un remanso de paz y de silencio. Hay ruidos, de los animales, las campanas, los tractores, cosechadoras... Pero el ambiente no tiene nada que ver con el del tráfico y las obras de una gran ciudad.
"Yo me levanto en mi casa y el único ruido que hay es el de los pájaros y un poco de viento. Y en verano, al atardecer, es una delicia sentarse a contemplar cómo el día se va apagando", cuenta Xavi Ruzafa, que vive junto a su mujer, la neoyorkina Jennifer Knight, y sus dos hijos pequeños, en Cal Sastre, una masía en "la Catalunya profunda", a tres kilómetros del primer pueblo, cerca de Manresa. "Aquí la vida es más sencilla. Gael, mi hijo mayor de tres años, puede estar jugando tranquilamente, sin peligro de coches ni de que nadie le pueda hacer daño".
En entornos rurales, se establecen fuertes redes sociales entre los vecinos. "Somos una gran familia, para lo bueno y para lo malo. Todo el mundo te ayuda. Quienes tenemos campos, vamos un día a echar una mano a unos, luego vienen al tuyo a recoger las olivas y así. También nos echamos un cable con los niños. El mío, para que podamos trabajar más, un día va a comer a casa de un amigo, otro a casa de otro. Y luego vienen a casa. Nos vamos turnando. En la ciudad tal vez se podría buscar, pero es más difícil", explica Ángel González, de Préjano. Ahora bien, ser una pequeña familia también tiene sus cosas negativas, como, por ejemplo, que todo el mundo conozca –y hable– de tu vida. "Si llevas mal lo de tener poca intimidad, piénsatelo dos veces antes de venirte a un pueblo", añade medio en broma, medio en serio.
Y aunque el campo invita a un tiempo más pausado es también "una trampa", porque "siempre tienes algo que hacer. Si no tienes que cortar la hierba, te toca podar tal árbol, si no es que se ha roto algo o hay que recoger las verduras del huerto. Es trabajo continuo", asegura Ruzafa. Eso sí, mejor habituarse a ir en coche a todos lados, porque de transporte público nada. "Si eres un apalancado –concluye Marta–, mejor no escojas vivir en un pueblo".
EXPERIENCIAS PERSONALES
De los guiones al aceite
Xavi compartía piso con un amigo en Barcelona. Ambos eran guionistas de ficción y durante unos meses estuvieron yendo y viniendo a Manresa para impartir un curso de escritura. Y allí estaba ella, como en las películas. Jennifer Knight, neoyorquina, había estudiado Antropología y un máster para ejercer como profesora de inglés, se había recorrido medio mundo y había acabado viviendo en una masía cerca de Manresa. "Me enamoré de ella, de sus ideas", confiesa Xavi, quien no se lo pensó dos veces cuando Jennifer le dijo que se fuera a vivir con ella, allí… en medio del bosque. Ahora ambos compaginan los guiones y las clases de inglés con la aceituna. Sí, han empezado a producir aceite. "En esta zona, entre Cardona y Súria, hay un tipo de olivo muy especial, llamada corbella, con el que se obtiene un aceite muy dulce. Empezamos haciéndolo para consumirlo nosotros y ahora queremos empezar a venderlo".
Idealizar el mundo rural
"La vida en la naturaleza la han inventado los de ciudad y está un poco idealizada", considera Clara Garí, directora de la Nau Côclea, un espacio de referencia de creación y producción artística contemporánea ubicada en Girona. Siempre tuvo claro que quería irse al campo. Lo intentó de muy jovencita, con tan sólo 19 años, trasladándose a un pueblo cerca de La Jonquera. "Fue muy duro, estaba muy aislada. No era una vida para una chica de 20 años".
Tras estudiar Historia del Arte, se marchó a Bruselas y regresó a Barcelona. "Hoy, gracias a internet, ha podido compaginar la cultura y el arte contemporáneo con la tierra, con poder pasear por la naturaleza y tener un huerto. La ciudad me interesa mucho, pero también me cansa. En el campo soy muy feliz, aunque haya dado frutos diferentes a lo que me esperaba. Y tengo una calidad de vida que no se puede comparar. Ahora estoy dos días a la semana en Barcelona y cuando voy allí miro escaparates, entro en librerías. Creo que tampoco podría vivir sin ir al cine o comprar libros. Me sentiría muy desgraciada", afirma esta activista cultural.
"Pues vente tú también"
Préjano es un pueblo de 250 habitantes en la Rioja Baja. En verano va mucha gente, la mayoría hijos de quienes hace años lo abandonaron. Y la conversación, año tras año, siempre se repite. "Todo el mundo nos dice que admira lo que hemos hecho y que qué bien que se vive en el pueblo, y que qué bien estamos aquí. Y yo les respondo siempre lo mismo: hazlo tú también –cuenta Ángel González–. Tienen la visión de las vacaciones, del verano. Pero vivir aquí todo el año es otra cosa. El invierno, por ejemplo, es muy duro. Además, la gente piensa que llega a un pueblo y que lo tendrá todo solucionado. Pues no. Los habitantes son muy majos, pero eres tú quien tiene que poner de tu parte. Nadie te va a resolver la vida".
Ángel y Mari Mar tienen un hijo de siete años. En el pueblo, sólo hay 16 críos más y todos van a escuela en el pueblo de al lado. Como no hay niños suficientes para separarlos por cursos, los juntan en dos grupos, mayores y pequeños. Y la maestra trata de hacer muchas actividades todos juntos, como salir al campo a conocer las plantas. También tienen profesores especializados, como el de música o el de inglés, que van rotando cada día por diferentes pueblos.
"Es una de las mejores decisiones que he tomado nunca"
"Hija mía, con lo lista que eres, ¿te vas a ir allí?", le dijo su madre a Itziar Azcona cuando esta le anunció que dejaba su puesto en Euskatel como analista de mercado y se iba a Potes, en los Picos de Europa, a hacer mermeladas. "En Bilbao me faltaban muchas cosas. No me sentía bien, empecé a cuestionarme mi vida y me di cuenta de que me había perdido en el camino. Un día conocí a una gente de Potes, me llamó la curiosidad y fui a ver. Y descubrí que era un sitio muy bonito en el que vivía gente emprendedora, que quería hacer cosas. Encontré a mi actual socia, Alicia, y nos embarcamos a hacer mermeladas naturales, Liebanatural.com. Durante un tiempo, pasaba los fines de semana y las vacaciones en Potes y hacía 400 km para llegar a mi trabajo, en Bilbao. Hasta que vi que no podía más, decidí arriesgarme, me compré una casa allí y me fui. Es una de las mejores decisiones que he tomado nunca".
Al principio le costó un poco. No le funcionaba siempre el teléfono, ni tenía internet. Eso le obligó a parar y a conectar más con ella misma. "Fue un proceso lento porque hay hábitos que cuesta cambiar. Pero a medida que se van cerrando esos estímulos, se abre la posibilidad de estar en contacto con la naturaleza. Ahora vuelvo a la ciudad a ver a la familia y a los amigos, para contarles que se puede vivir mejor, más despacio y con menos".
"No sólo hay gente interesante en la ciudad"
"La gente suele pensar que estás colgado, aislado. Y no. Yo soy una persona muy social, que me gusta relacionarme con la gente. Mis vecinos son una americana y un canario, que tienen cuatro hijos, y una pareja joven de Banyoles. Con las dos familias mantenemos muy buena relación. Tomo clases de inglés con una mujer de Londres, que es profesora en la Universitat de Girona. La gente interesante no sólo está en las ciudades", explica Marta, de Ollers.
Pueblos recuperados
Desde hace algunos años hay quienes se marchan en grupo y se instalan en pueblos abandonados hace tiempo. Quieren recuperarlos. Sin embargo, esa idea hoy en día es más un problema que una solución. "Que se instalen cuatro implica que los municipios a los que pertenecen esos pueblos abandonados tienen que proveerlos de servicios que antes allí no existían, como luz, agua. Eso tiene un coste muy elevado y estos municipios gestionan unos presupuestos muy bajos", señala Ángel Panigua, geógrafo del CSIC. Para este investigador, en esta materia hay que dejarse de romanticismos y optar por una visión más reflexiva.
"España tiene una estructura territorial heredada del medievo, con muchas zonas de baja densidad poblacional y mucho municipios diminutos, algunos de los cuales quedan abandonados y sólo se alzan las ruinas, testimonios de otras épocas. ¿Es eso una pena?", considera este investigador. "No podemos empecinarnos en mantener esquemas de hace 15 siglos".
Pueblos abandonados
En la actualidad, existen unos 8.000 pueblos que tienen tan sólo entre uno y diez habitantes y alrededor de 3.000 en situación de completo abandono. Este fenómeno de despoblación afecta, sobre todo, a las zonas más remotas de la Península, donde las condiciones de vida son adversas.