Desde la cultura hay que ponerse manos a la obra para diversificar las propuestas de relación sexual y sentimental, presentar alternativas al modelo hegemónico e inventarnos nuevas formas de relación. Se trataría de mostrar la riqueza y complejidad de nuestras relaciones eróticas sin la condena de la moral judeocristiana, visibilizar otras formas de compartir placeres, construir un mundo más amable y solidario, más libre y más igualitario.
Coral Herrera Gómez en El Rincón de Haika
"El deseo y el erotismo son impulsos humanos que determinan nuestra forma de relacionarnos con los demás y con los objetos que nos rodean. Siempre han sido ensalzados como parte de “los misterios de la vida” en la poesía y la literatura, especialmente durante el siglo XIX, en el que los románticos expresaban sus deseos y la frustración que les producía el no poder alcanzar el objeto de sus pasiones.
El deseo es un tema siniestro. En la ciencia positivista del siglo XX se ha tratado mayormente desde la perspectiva de la patología, es decir, el estudio y tratamiento de los excesos que cometemos cuando nuestra racionalidad y nuestra vida cotidiana se ve afectada por el deseo que sentimos hacia personas, alimentos u objetos de consumo. El deseo erótico, por ejemplo, está clasificado dentro de aquello que consideramos el “lado oscuro” de nuestras sociedades, ese espacio del que no se habla en las reuniones sociales o en los ámbitos laborales. El lado oscuro de la realidad está formado por todo aquello que se considera negativo, incontrolable, irracional: la prostitución, el adulterio, la disfunción eréctil, el multiorgasmo femenino, lo prohibido, la suciedad, el inconsciente.
Nosotros nos movemos en un mundo luminoso en el que representamos un papel cuyo objetivo principal es aparentar normalidad, cordura, y capacidad para integrarse a la sociedad. Gracias al mundo luminoso del orden y la ley, todo funciona: aprobamos los exámenes, rellenamos formularios, pagamos nuestros impuestos, nos detenemos frente a un semáforo rojo, damos los buenos días a los vecinos, y nos comprometemos pública y formalmente a convivir con alguien del sexo opuesto.
Esta tremenda idea que divide la realidad en dos grupos, uno luminoso y otro oscuro, proviene del pensamiento binario occidental. Hemos aprendido a pensar y percibir en base a estructuras dicotómicas, por eso separamos la realidad en dos grupos bien diferenciados. En el lado luminoso está el día, el sol, el orden, la razón, lo tangible, la norma, la ley, la coherencia, la masculinidad, la fuerza, la civilización y la cultura.
Del otro lado están las bajas pasiones, los instintos, la irracionalidad, el misterio, la noche, la luna, la magia, las supersticiones, los hechizos, la incertidumbre y la intangibilidad, la naturaleza y lo femenino.
El deseo pertenece al segundo grupo porque creemos que nos dominan fuerzas superiores que apenas podemos evitar sino es con muchas dosis de represión, disciplina, paciencia y autocontrol. Sabemos que aquellos que no pueden hacer uso de su raciocinio para escapar de esta fuerza poderosa, pueden acabar muy mal: ahí tenemos todas las patologías médicas que nos demuestran lo mal que le va a la gente que no puede controlar su deseo, o que no encuentra satisfacción a la hora de buscar placer.
Esta dicotomía es un espejismo pues hoy sabemos que razón y emoción no son fenómenos contrarios, que se gestan en el mismo lugar del cerebro, que todas las decisiones que tomamos son subjetivas y están determinadas por nuestros sentimientos, impulsos, apetencias. No podemos separar nuestra razón y emoción, ni tampoco nuestra naturaleza y nuestra cultura: somos un complejo sistema en el que interaccionan diferentes dimensiones. El deseo humano, entonces, es una construcción política, social, económica que varía según los países y las épocas históricas. Esta cualidad humana es innata pero se aprende: el erotismo está determinado por nuestras estructuras emocionales y relacionales; estas estructuras las heredamos a través de la cultura, principalmente.
El deseo y el erotismo son diferentes en cada cultura porque están atravesados por la ideología hegemónica de cada sociedad. Nuestro mundo occidental ha construido sus sociedades en torno a la represión sexual. Nos organizamos socialmente en base a la represión que construimos con una serie de tabúes, normas, prohibiciones y costumbres. Heredamos estos tabúes a través de la socialización y la educación, y una vez asumidos los reproducimos y los transmitimos a las nuevas generaciones.
La cultura se encarga de establecer lo que está bien y lo que está mal, lo que es natural y no lo es, lo que es normal y lo que es anómalo. De este modo, aprendemos por ejemplo que uno no debe acostarse jamás con el padre, con la madre, con los hermanos, con los maridos de las hermanas o las esposas de los hermanos, con los compañeros de las amigas, con los primos y las primas hermanas, con los y las sobrinas, con los compañeros de trabajo con los que nos relacionamos en base a jerarquías de poder.
Teniendo esto claro, podemos tener relaciones sexuales con gente con la que no tengamos parentesco cercano y que preferiblemente estén solteros/as. También es preferible que nos relacionemos heterosexualmente, y mejor con gente de nuestra edad y nuestra clase social, pues el modelo idealizado de relación sexual que nos han vendido a través de la cultura es el de la relación monógama de dos opuestos que se complementan.
Piensen en todas las grandes historias de amor: todas se basan en el mismo esquema narrativo chico-conoce-chica, chico viaja para encontrarse a sí mismo y derrotar al enemigo, chica espera para ser elegida cuando chico termine su aventura. Masculinidad activa y empoderada, feminidad pasiva y sumisa: las medias naranjas de aquellos diferentes que se complementan a la perfección.
Las relaciones que no se ajustan a este modelo canónico son mal vistas o producen un escándalo social. Por ejemplo, las relaciones de adultos con menores de edad o con ancianos, las relaciones homosexuales, las relaciones sexuales entre discapacitados psíquicos o físicos, las relaciones sexuales entre ancianos, las relaciones tríadicas, las relaciones sadomasoquistas, las relaciones de libres o poliamorosas son condenadas por la sociedad porque escapan de la normatividad.
Según Freud, el tabú esencial que organiza nuestra sociedad es el tabú del incesto. Él pensaba que todo el sistema de represión sexual de la sociedad a la que pertenecía era necesario para controlar al humano animal, pues si pudiéramos dar rienda suelta a todos nuestros apetitos eróticos y caprichos genitales la sociedad no funcionaría, la gente no iría a trabajar porque estaría entregada a la búsqueda del placer, el caos se apoderaría de nosotros, dejaríamos de respetar las jerarquías, en fin, un desastre total en términos de producción y de paz social.
Marcuse en cambio pensaba que la liberación del Eros comunitario nos traería una sociedad más amable, más igualitaria, y más feliz, en suma. La represión sexual y erótica tiene una utilidad esencial para mantener los sistemas de explotación humana y de guerra permanente. Como consecuencia de esta represión somos seres más frustrados, más individualistas, más reprimidos, más amargados y nuestras relaciones sexuales y afectivas son sumamente pobres y conflictivas. Yo estoy con Marcuse, claro, y con el análisis de Foucault en torno a la represión sexual, el concepto de normalidad, y el concepto de poder.
En el ámbito del análisis del deseo erótico y sexual, es necesario que pongamos en relación nuestras estructuras sociales y políticas, los grupos de poder que crean normas sociales y producen relatos ejemplarizantes a través de las industrias culturales. Y es importante también que analicemos la ideología que atraviesa todas nuestras fantasías y relaciones eróticas. Esta ideología hegemónica está basada en los principios de la moral católica, capitalista y patriarcal.
Deseamos lo que nos proponen los medios de comunicación y las industrias culturales. La publicidad, en concreto, es la que moldea los gustos de la gente, principalmente a través de las “modas”. La publicidad nos regala aspiraciones, pulsiones y necesidades para que las asumamos como propias: Necesito un coche fantástico, quiero a ese hombre exitoso, necesito esa rubia explosiva, deseo esa crema antiarrugas, me apetece comprarme ese vestido, quiero comprarme esa casa, quiero tener esa sonrisa de anuncio, quiero un cuerpo hermoso para poseerlo, quiero que me admiren como admiran a ese hombre, quiero que me deseen como desean a esa mujer.
Los creadores publicitarios nos dicen lo que nos conviene, lo que es bello y lo que no lo es, lo que es importante en la vida, lo que nos sienta bien, el modo en cómo podemos hallar la felicidad, la forma en cómo adquirir prestigio social o profesional. Más que productos, la publicidad nos vende estilos de vida, formas de moverse por el mundo, ideología consumista en estado puro. Y saben como seducirnos para que deseemos lo que las empresas nos venden. Utilizan la magia del arte, a través de la música, que nos entra directa al corazón, palabras y frases impactantes que dejan huella en nuestra mente, imágenes de abundancia y belleza, de mujeres y hombres idealizados que se nos ofrece como modelos a admirar e imitar.
La belleza es también una construcción sociocultural que varía según cada pueblo: a veces están de moda las curvas de Marilyn, otras veces están de moda los huesos de Kate Moss. A veces está de moda la salud y lozanía de las mujeres de Rubens, otras veces las preferimos enfermas de tuberculosis o de anorexia.
Las consecuencias de esta ideología inserta en el deseo son mucho más importantes de lo que pensamos. Hasta ahora no se ha dedicado la atención suficiente a la importancia de nuestras emociones, como si pertenecieran al ámbito de la subjetividad de cada uno. Sin embargo, el control de nuestras emociones, afectos y sexualidad es un mecanismo muy poderoso que sirve para mantener la estructura capitalista, democrática y patriarcal actual.
Erotismo democrático, represión patriarcal, acumulación capitalista.
Vivimos en un mundo en el que nos relacionamos en base a represiones patriarcales y jerarquías de afecto. Los cuerpos son controlados por la moral católica y el consumismo voraz de nuestra época posmoderna. Nos seducen con la idea de que teniendo un cuerpo bello tendremos acceso a todo lo demás: amor, recursos económicos, prestigio social. Por eso empleamos dinero en embellecerlo, pero también tiempo y energía, esfuerzo, disciplina y autocontrol. El cuerpo es hoy un objeto de consumo más, que se nos exhibe ante los ojos, se nos muestra para satisfacer nuestro deseo, se nos ofrece para ser alquilado o comprado, operado o reconstruido. Unos cuerpos consumen otros cuerpos, unos cuerpos son para follar, otros para amar, unos cuerpos tienen más valor que otros. Por este afán de acumular conquistas de cuerpos, de establecer categorías de belleza y de deseabilidad, de desechar cuerpos que no nos sirven, de consumir otros nuevos, las relaciones eróticas entre los cuerpos humanos están demasiado marcadas por el conflicto. Este conflicto nos impide disfrutarnos: en los encuentros sexuales late nuestro narcisismo, las luchas de egos, las necesidades y los miedos de cada uno, las relaciones de poder y las desigualdades.
Sobre el placer y el erotismo femenino mandan jueces, psiquiatras, ginecólogos, curas, legisladores, y todo tipo de hombres con poder que consideran esencial limitar la libertad de las mujeres, condenar el placer femenino, constreñir la sexualidad femenina y reducirla a una función procreadora, meramente utilitarista.
Para lograr dominar a las mujeres como grupo, se ideó la obligatoriedad de la monogamia. Pero se pensó para nosotras, solo tuvieron que convencernos de que la promiscuidad en nosotras es un pecado contra natura. También nos convencieron de la necesidad de tener un hombre y nos inocularon la falsa idea de que nuestro deseo sexual es infinitamente inferior a la potencia masculina. Y nos creímos la idea de que nuestro deseo sexual siempre va unido al romanticismo, es decir, que no somos tan “sucias” como los hombres, que solo desean sexo por sexo, sin sentimientos. Nosotras, como somos “tiernas amorosas delicadas y sensibles”, necesitamos unir el placer al amor: esa es la idea que nos venden, y la que funciona. De este modo podremos tolerar los deslices sexuales de nuestros maridos, reprimir nuestro deseo y dedicarnos al amor maternal, incondicional, subyugado al deseo masculino.
Sobre los cuerpos de los hombres también se inserta toda la maquinaria del patriarcado: su deseo es encauzado hacia las mujeres en exclusiva, su erotismo ha de estar dirigido al matrimonio y al puticlub. La homofobia y el miedo a las relaciones afectivas masculinas limitan así enormemente su capacidad para construir relaciones bonitas con otros hombres y con las mujeres.
Los hombres están obligados a demostrar su virilidad a través del número de mujeres que pueden poseer. De este modo, un hombre está obligado a ser promiscuo y a ser muy fértil: cuantas más mujeres e hijos tenga, más macho es. Esto le trae problemas pero es una carga con la que ha de convivir solo por el hecho de ser varón.
Otras represiones patriarcales que afectan a los hombres está en el ámbito emocional: desde niños aprenden que no deben mostrar sus emociones en público, que deben reprimir sus lágrimas, no quejarse, no exhibir su vulnerabilidad. Esto conlleva que a la hora de comunicar sus sentimientos en la adultez, tengan una gran dificultad para hablar de ellos y para compartirlos con sus seres queridos.
Los hombres, además, han de esmerarse por mejorar o mantener su condición física, aprenden a preocuparse por la densidad de sus músculos, el tamaño de su pene, la proporción de las partes de su cuerpo. Si bien es cierto que hasta hace muy poco para la belleza masculina se aplicaba la filosofía de “El hombre es como el oso, cuanto más feo, más hermoso”, hoy los patrones estéticos los ahogan de igual modo que a nosotras. Ellos son ahora el objetivo de las marcas de cosméticos y productos de belleza, gimnasios y quirófanos privados: y muchos se someten a la tiranía de la belleza que ha establecido la guerra contra los kilos de más, la edad y los años de más, y todos los pelos incómodos que pueblan nuestros cuerpos.
La diversidad erótica y sexual.
Así pues, nuestros cuerpos, nuestra sexualidad, nuestro erotismo está moldeado, influenciado y controlado por el poder. Obviamente como todo proceso de control, se generan unas resistencias en el interior de cada persona que llevan a que no todo funcione como estaba previsto. La transmisión de las normas jamás es asumida de un modo completo por los humanos, especialmente aquellas que le han sido impuestas y en las que no ha podido participar en su construcción. Y es que por mucho que intentemos clasificar la realidad en pares de opuestos, para regular ciertos comportamientos, prohibir y condenar las desviaciones de la norma, limitar la disidencia, incentivar el respeto a las leyes y a la moral, la realidad es mucho más compleja y diversa.
Las representaciones de la realidad en los relatos están siempre simplificadas, estereotipadas y tipificadas. En el ámbito de la sexualidad y el amor solo se nos muestras las relaciones de pareja heterosexuales, los dúos felices; pero siempre están ahí amenazando los puticlubs, las amantes de una noche, los amores platónicos, o las huellas del pasado. Todo el lado oscuro se presenta en forma de aquello que amenaza el orden y la ley, y da mucho juego como conflicto para incentivar el drama. Después de sufrir un rato con las amenazas a la felicidad, respiramos aliviados con finales felices que restablecen las cosas y recompensan el valor de héroes y heroínas para luchar por alcanzar cosas como la paz, la felicidad, el amor, y la abundancia de recursos.
Con estos cuentos que nos cuentan desde pequeños y pequeñas, aprendemos a entender el mundo, a reproducirlo en nuestra vida cotidiana, a discernir entre lo correcto y lo incorrecto, creamos nuestra identidad y vamos adquiriendo estructuras emocionales y aprendemos a controlarlas al final de la adolescencia, cuando por fin entendemos que los adultos funcionan aparentando ser una cosa y luego son otras. Por eso el escándalo es mayúsculo en ritos sociales como los entierros, en los que de pronto aparece la segunda familia a despedirse del ejemplar padre de familia primera y el ausente padre de familia secundaria.
Nuestro deseo en la posmodernidad conserva aun esa dualidad en forma luminosa y oscura. Si bien en algunos países democráticos lesbianas y gays pueden casarse, en otros la gente sigue siendo encarcelada, torturada o asesinada por su orientación sexual. Internet está logrando que la gente queer, la gente rara, desviada o anómala pueda reivindicar su rareza, su diferencia, su desviación. Internet pone de relieve la diversidad sexual y emocional de las prácticas humanas porque muestra todo aquello que no vemos en los medios de comunicación tradicionales ni en la industria pornográfica.
Existen multitud de foros, webs, blogs y plataformas donde se encuentra la gente que está hablando sobre temas de género, cuerpos y sexualidad. También se expanden las redes en las que la gente comparte sus experiencias sexuales, sus fantasías eróticas y sus videocreaciones para encontrar a gente afín, para crear jornadas o encuentros, para intercambiar información y fluidos.
Es el caso no solo de homosexuales que no han salido del armario, sino también de parejas swinger, relaciones estables en tríos, comunidades de poliamor, grupos que organizan orgías, parejas sadomasoquistas, amantes fetichistas, clubes de asexuales, agrupaciones de castidad, congregaciones religiosas con praxis amatorias especiales…
Es un mundo lleno de gente diversa en el que cabemos todos: los que curiosean, los que investigan, los que rompen con las normas, los que lo ocultan, los que no rompen pero quisieran, los voyeurs, los depravados, las ninfómanas, los adictos al sexo por webcam, los cargos eclesiásticos adictos al porno, los noctámbulos solitarios, las perversas en grupo, las amas de casa, los jubilados, los que se pierden navegando por los mares cibernéticos.
Esta posibilidad de conocer gente con gustos raros, desviados de la norma monogámica y heterosexual, nos abre infinidad de puertas que antes permanecían ocultas, y nos muestra la cantidad de gente que vive dobles vidas, que ocultan su deseo en su vida pública o lo exhiben, que recorren cientos de kilómetros para traspasar la pantalla y tener encuentros sexuales con gente diversa, gente que antes no podía encontrarse tras las máscaras sociales que nos ponemos para aparentar que somos “normales”.
Hoy nos quitamos las máscaras en Internet y en espacios clandestinos o privados en los que se puede llevar a cabo las prácticas sexuales que uno desee, pero hemos de aprovechar este potencial revolucionario que tiene el erotismo para transformar nuestras sociedades. La revolución sexual de los años 70 liberó parcialmente a las mujeres porque gracias a los avances en anticonceptivos se logró separar la sexualidad femenina de la reproducción. Además, supuso el reconocimiento legal de los derechos humanos y sexuales de las mujeres, como el derecho al divorcio o el derecho al aborto.
Después de esta revolución sexual se impone la necesidad de despatriarcalizar de una vez por todas el deseo, y con él nuestras emociones, sentimientos y afectos. Es necesario liberarnos de los miedos y las necesidades impuestas para poder invisibilizar lo que permanece invisible, para poder mostrar lo que siempre ocultamos, para que la gente pueda salir de sus armarios y pueda construir relaciones más sanas e igualitarias.
Es una tarea ardua, pues todos y todas tenemos interiorizadas las normas sobre lo que es correcto e incorrecto, lo que se ha de exhibir y lo que se ha de ocultar, y esas normas están insertas en nuestro inconsciente, en nuestro consciente, en nuestras emociones, en nuestros discursos.
Para lograr esta liberación del deseo patriarcal no solo es necesario transformar las estructuras sociopolíticas y económicas, sino también la cultura. Es preciso crear nuevos esquemas narrativos y diversificar las representaciones en torno al amor y la sexualidad humana. Dejar a un lado los modelos de masculinidad y femineidad patriarcales y proponer otros modelos de identidad que vayan más allá de la división tradicional de roles de género. Derribar los patrones sentimentales que heredamos a través de los relatos.
Desde la cultura hay que ponerse manos a la obra para diversificar las propuestas de relación sexual y sentimental, presentar alternativas al modelo hegemónico e inventarnos nuevas formas de relación. Se trataría de mostrar la riqueza y complejidad de nuestras relaciones eróticas sin la condena de la moral judeocristiana, visibilizar otras formas de compartir placeres, construir un mundo más amable y solidario, más libre y más igualitario.
Coral Herrera Gómez