¿Cómo construir la fuerza permanentemente organizada? Es más difícil luchar por lo que no vemos, sobre todo porque el imaginario general de la revolución en nuestros países aún sigue siendo el caos, el hambre, juicios populares injustos, al tiempo que el imaginario de combate se centra más en las fichas que en el tablero, cambiar a quienes no nos representan pero seguir alimentando con la vida diaria la estructura económica que les puso allí.
Belén Gopegui EN ATLÁNTICA XXII Nº 25, MARZO DE 2013.
Fue en 1917 cuando Gramsci escribió que había de acelerar el porvenir: “Esperar hasta ser la mitad más uno es el programa de las almas tímidas que creen que el socialismo llegará por un real decreto firmado por dos ministros”. En 1932, como es sabido, el propio Gramsci cuestionaría su afirmación: “Si falta este proceso de desarrollo que permite pasar de un momento al otro, (…) la situación permanece sin cambios, y pueden darse conclusiones contradictorias. La vieja sociedad resiste y se asegura un período de ‘respiro’, exterminando físicamente a la elite adversaria y aterrorizando a las masas de reserva; o bien ocurre la destrucción recíproca de las fuerzas en conflicto con la instauración de la paz de los cementerios y, en el peor de los casos, bajo la vigilancia de un centinela extranjero”. Después vinieron la Guerra Civil española y la larga lista de golpes de Estado, operaciones quirúrgicas, destrucciones recíprocas y no tan recíprocas que llegan hasta hoy mismo. Añade Gramsci: “El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde largo tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable solo en la medida en que una fuerza tal existe y esté impregnada de ardor combativo). Es por ello una tarea esencial velar sistemática y pacientemente por formar esta fuerza y hacerla cada vez más homogénea, compacta y consciente de sí misma. Esto se ve en la historia militar, en el cuidado con que en todas las épocas fueron predispuestos los ejércitos para iniciar una guerra en cualquier momento”.
En los años ochenta, Gunther Anders declaraba: “No es posible mostrar una resistencia eficaz a través de métodos afectuosos como la entrega de ramilletes de rosas, ya que los policías no pueden cogerlos porque tienen porras en las manos. Igualmente inadecuado, incluso insensato, es ayunar por la paz atómica. A los Reagan y al lobby atómico no les importará nada si nos comemos o no un bocadillo de jamón. Todas esas cosas son simplemente happenings”. O flashmobs, cabe añadir y entramos en el conjunto de críticas que una parte de la izquierda hace a otra, pues considera sus movilizaciones inocuas o, cuando menos, insuficientes. Pero, aun conviniendo en lo fundamental de la advertencia de Anders, acaso haya formas distintas de organizar esa fuerza. Los vídeos de la campaña del movimiento mundial V-Day contra la violencia hacia las mujeres muestran a miles y miles de mujeres bailando al son de las palabras escritas por Tena Clark: “Para romper las reglas, para parar el dolor”. La crítica fácil diría que al zar Nicolás II poco le habría importado tener a millones de rusos y rusas bailando en la calle. Es cierto y no lo es. Porque esas mujeres no intentan tomar el poder sino tomarse a sí mismas como primer paso imprescindible. Dice Anders de los activistas de happenings: “Creían haber pasado el límite de la teoría pura, aunque en realidad se convertían en ‘actores’ y tan solo en el sentido teatral de la palabra”. De acuerdo. Sin embargo, bailar no es actuar. Los movimientos de esta coreografía se acercan a veces a la defensa personal en la manera, pongamos, de levantar las rodillas; solo que no es defensa personal sino compartida: “¿Hermana no me ayudarás, hermana no te levantarás?”. Los gestos son necesarios: decir en común “Aquí estoy, y estoy de pie” puede desatar nudos y liberar potencia. Después, la lucha ha de continuar.
¿Cómo construir la fuerza permanentemente organizada? Las movilizaciones de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca lo son por algo que podemos ver, una casa, un lugar donde habitar. Pero es más difícil luchar por lo que no vemos, sobre todo porque el imaginario general de la revolución en nuestros países aún sigue siendo el caos, el hambre, juicios populares injustos, al tiempo que el imaginario de combate se centra más en las fichas que en el tablero, cambiar a quienes no nos representan pero seguir alimentando con la vida diaria la estructura económica que les puso allí. Hace tiempo, en un acto público, alguien llamó la atención sobre la falta de un 1984 revolucionario: libros, películas, canciones que nos muestren todo lo que podría venir después. “No es nada, es un suspiro, pero nunca sació nadie esa nada”; por esa nada, que necesitamos ver, hay quienes darán su vida. Con la palabra pavide, Gramsci nombró quizá a las almas pusilánimes. Las tímidas hacen falta para que nos describan lo que ven, cuando callan, al otro lado de la desesperación.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 25, MARZO DE 2013.
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