Destituir, instituir, constituir

Por fundación de los Comunes
Si el propósito común es esta empresa de radicalización democrática. la forma de llevarla a cabo no debería distinguir entre micro y macro, práctico y abstracto, material y subjetivo: todos los ingredientes son necesarios y se mezclan en diferentes proporciones en la cocina, larga, laboriosa, difícil, de una revolución sin recetas.
Marisa Pérez Colina en Diagonal

De lo destituyente y lo instituyente

Cuando hablamos de momento destituyente nos referimos a la deslegitimización de las grandes instituciones que hasta hace poco enmarcaban nuestras vidas y ahora están siendo denunciadas desde las calles. Las manifestaciones, encierros, huelgas y otras protestas apuntan al estado terminal del régimen del 78. Hablamos del NO, imprescindible en toda revuelta: NO nos representan, NO a los recortes, NO queremos ser mercancías en manos de los banqueros.

Cuando hablamos de momento instituyente, aludimos, sin embargo, al SÍ. Nos referimos, por un lado, a las prácticas de democracia desde abajo que se multiplican, complejizan y diversifican desde el 15M, construyendo una suerte de instituciones de lo común. Y ponemos igualmente sobre la mesa la oportunidad histórica hoy abierta de superar el marco político que está bloqueando la posibilidad de supervivencia de esas instituciones de lo común en ciernes e impidiendo el desarrollo de un proceso de profundización democrática.

Ambos aspectos de lo instituyente que, para entendernos, denominaremos políticas de lo micro y políticas de lo macro, se plantean muchas veces como una disyuntiva. La hipótesis que intento defender aquí es que lejos de hallarnos frente a opciones contrapuestas estamos, por el contrario, ante dos caras de una misma pelea política, que deberían, por ende, entenderse como compañeras de viaje en vez de perder el tiempo poniéndose mutuamente piedras en el camino.


De lo micro y lo macro

Pero ¿qué es eso de lo micro y lo macro, y por qué deberían entenderse y aliarse en una aventura que, en mi opinión, es la misma?

Las políticas que suelen colocarse en “lo micro” son aquellas que se traducen en prácticas generadoras de instituciones de lo común. Prácticas que hacen hincapié en la horizontalidad, la inclusividad y la democracia política de los espacios, tiempos y mecanismos de toma de decisiones, recogiendo lo compartido masivamente en las plazas del movimiento global, de Sol a Taksim, pasando por Syntagma y Occupy Wall Street. Iniciativas que se articulan en torno al objetivo de construir una economía de producción e intercambio de bienes y servicios, cuyos criterios éticos, cooperativos, igualitarios y ecológicos hacen de la consigna “otro mundo es posible” una realidad tangible. Tácticas de desobediencia y autodefensa en lo cotidiano que resuelven las necesidades concretas de personas concretas, mientras pelean contra las condiciones que bloquean el acceso de la población en general a los bienes considerados esenciales para el sostén de una vida digna (alimento, casa, salud, educación, cultura, entornos habitables, etc). Conflictos, por último, que ya no son sectoriales o laborales, sino que interpelan a comunidades de afectados extensas y, en último término, a todos y todas por lo de todos y todas.

Prácticas como por ejemplo las de los centros sociales, iniciativas de autoempresarialidad de todo tipo, desde cooperativas editoriales hasta cooperativas agroecológicas; tácticas como la de la PAH o la de YoSí Sanidad Universal; conflictos como los de las Mareas.

Todas estas experiencias de pelea y construcción desde abajo permiten hacer más habitable el día a día, construyendo posibilidades donde había cierres, implicando de forma afectiva a las personas y haciendo tangible la democracia económica y política o, más bien, la democracia tout court. ¿O acaso alguien puede hablar de democracia sin igualdad económica?

Por su parte, el abordaje de “lo macro” nos invita, lingüística y políticamente hablando, a un cambio de escala. Y esto al menos en cuatro sentidos. En un sentido geográfico, para empezar, pues ya no hablamos de una experiencia que concierne a comunidades de próximos, sino al mundo, desde el entorno local al más global, pasando por el marco europeo. En un sentido cualitativo o de complejidad multiplicada, pues ya no se trata de pensar en experiencias particulares (un hospital autogestionado, una escuela antiautoritaria, un edificio de viviendas reapropiado), sino en sistemas sostenibles que permitan el acceso universal a una salud, una educación o unas viviendas de calidad. En lo relativo, también, a una exigencia de transversalidad, porque ya no basta con pensar en campos de actuación fragmentados (por un lado, la salud, por otro, la educación, por otro, la vivienda, etc.), sino en una idea de economía (o vida) capaz de desplazar el objetivo de obtención de beneficio o renta por el de generación de bienestar para todas las personas. Macro, por último, en la dimensión de lo afectivo, pues no es suficiente con hacer política entre próximos (afectados por un problema común, cómplices, compañeros o afines), sino que es preciso acompañarla de una política avezada para lidiar con lo público en mayúsculas, con lo de todos para todos. Una política que se zambulla en las aguas revueltas de las diferencias, complementarias, sí, pero también conflictivas. Y siempre sin renunciar a fabricar una igualdad, una democracia del y para el 99%.

De los prejuicios que contraponen artificialmente lo micro y lo macro

Pero ¿qué prejuicios se despliegan cuando ambos planos, el micro y el macro, se contraponen (en vez de analizarse como tácticas de la misma batalla) y cuál sería, a mi modo de ver, la forma de superarlos?

Señalar, en primer lugar, que los prejuicios son recíprocos y que alimentan desconfianzas en ambas direcciones.

Algunas personas que ahora mismo tienen más en la cabeza el problema del poder y la forma de alcanzarlo y convertirlo en poder constituyente, se sienten alejadas de prácticas que, a su modo de ver, construyen efectivamente en lo concreto pero se colocan orejeras respecto a lo que va más allá de su práctica particular. Desde esta perspectiva, existen dos problemáticas, una negativa y otra positiva, que solo cabe afrontar más allá de las políticas de cercanía. La mala noticia es la velocidad de la apisonadora del neoliberalismo financiero que está arrasando en un tiempo récord tanto con las seguridades básicas que creíamos aseguradas para siempre (estado del bienestar), como con las posibilidades de vida a secas (6 millones de parados, 21,1 % de la población española por debajo del umbral de pobreza en 2012, cerca de 30.000 de familias con niños pasan hambre en 2013). La buena, la irrupción de una demanda masiva de democracia e igualdad (99%) como motores de una trasformación posible. La alegría deseante expresada en el 15M y su potencialidad revolucionaria ha provocado tal dislocación de nuestro imaginario de lo social y de lo posible en lo social, que parece inevitable preguntarse, con el filósofo francés Alain Badiou, ¿cómo ser fieles a este acontecimiento?

Cabría sintetizar el prejuicio en una palabra: irresponsabilidad. Irresponsabilidad por no tener el cuenta la capacidad devastadora de la crisis, irresponsabilidad por no llevar hasta sus últimas consecuencias los reclamos del estallido social de la primavera de 2011.

Desde otro punto de vista, algunas de las personas más implicadas en experiencias de lo concreto tachan la escala anterior de abstracta, lejana, teórica. No hay presunción de inocencia para nada que huela a propuesta organizativa. Aquello que menta la táctica o la estrategia es inmediatamente descartado como vieja práctica de vanguardias, rápidamente acusado de bajar línea. Desde esta perspectiva, las condiciones de emancipación de un nosotros solo pueden tramarse desde el afecto directo, lo aterrizado, lo concreto.


De los malentendidos a superar y del propósito común

Tratemos ahora de desenmarañar malentendidos.

Malentendido número uno: pensar que las personas comprometidas en experiencias generadoras de instituciones de lo común en un plano micro no están al mismo tiempo complicadas en iniciativas organizativas preocupadas por la cuestión del poder (y viceversa).

Malentendido número dos: creer que se puede abordar la cuestión del poder constituyente obviando las prácticas de construcción de democracia radical ya en marcha y cuya existencia es fundamental para darle aliento.

Malentendido número tres: olvidar que sin abordar la cuestión del poder, cualquier marea se encontrará con el dique de un férreo bloqueo institucional (pensemos en la ILP de la PAH).

Superar estos malentendidos contribuiría enormemente a hacer más posible y cercano el objetivo que, creo, todas queremos alcanzar. Un proceso de democratización económica, en el sentido de un reparto igualitario de la riqueza generada por todas las personas; un proceso de democratización política, en el sentido de una posibilidad de participación real de las poblaciones en los asuntos que les conciernen, desde la dimensión local a la europea.

A esto es a lo que muchas denominamos proceso constituyente. Se trata, por una parte, de un proceso, en la medida en que no hay modelo que alcanzar, ni destino al que llegar. Todo es, por lo tanto, camino. Pero además del proceso, del viaje eterno que es la política, la depredación veloz de la riqueza común y la asfixia de nuestras posibilidades de vida en la actual fase del neoliberalismo financiero exigen, asimismo, un corte potente, brusco, radical. Un gran STOP. Como para los desahucios. Sería urgente y preciso cambiar las leyes lo más radicalmente posible primero para detener el expolio de la riqueza común pero también, y sobre todo, para materializar un cambio legislativo e institucional de tal envergadura democratizadora que fuera muy difícil revertirlo.

Si el propósito común es esta empresa de radicalización democrática. la forma de llevarla a cabo no debería distinguir entre micro y macro, práctico y abstracto, material y subjetivo: todos los ingredientes son necesarios y se mezclan en diferentes proporciones en la cocina, larga, laboriosa, difícil, de una revolución sin recetas.

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