La burbuja cultural. Educación / ecologia / cultura: un nuevo trinomio social

Cada acto individual que emprendamos o acción colectiva que impulsemos es, en parte, responsable del mundo en el que vivimos y en consecuencia detrás de cualquier hecho, por insignificante que parezca, existe una responsabilidad moral y política. El filósofo y activista social Santiago López Petit, en su reciente texto “Politizaciones apolíticas” publicado en la revista Espai en Blanc. Materiales para la subversión de la vida, escribe que “la época global en la que vivimos es post-política porque en ella la acción transformadora queda interrumpida por el estrechamiento del ámbito de lo político -hay poca diferencia entre izquierda y derecha, dice él-, por la sensación de inutilidad de la política y por la disolución progresiva de lo común”.
Desde esa aseveración pesimista se afirma que la política institucional ha perdido su importancia social y se ha convertido en recurso profesional, en otra forma de empresa privada, dedicada a la defensa de intereses particulares. En cierto modo, se confirma que ha perdido su sentido primigenio: ser servicio público.



Frente a la consigna postmodernista o relativista de que tras las imágenes, las formas, los eventos y los acontecimientos  no debe haber ideología, otros pensamos que en términos de ética cultural no vale todo para cualquier fin y que, por tanto, hay que ser consecuente con las condiciones materiales en las que  se encuentra el mundo en la actualidad y con el alcance que puedan tener las decisiones que se tomen, por muy insignificantes que puedan parecer. El director de cine J. L. Godard llegó a decir, en cierta ocasión, que incluso un “travelling” es también una cuestión moral.
Optar por la Capitalidad Cultural no es baladí; significa señalarse en el mapa internacional, reconocerse apto para liderar un proyecto modelo, capaz de hablar al mundo desde una experiencia concreta, en este caso, sujeta a la historia y la memoria de Donostia pero, a la vez, siendo consecuente con la obligación de modificarlo para mejorar la existencia de sus habitantes. En este sentido, no sirve cualquier cosa para proclamarse con orgullo “capital europea de la cultura”. Ser capital significa asumir la responsabilidad de los mejores, responder con eficacia a las obligaciones que se espera de quien se convierte en referencia internacional, en el espejo donde se van a mirar millones de personas.
La documentación y la información sobre el resto de las diecisiete candidatas españolas que optan a la Capitalidad Europea de la Cultura, más allá del lenguaje tecnológico y burocrático que emplea con apariencia formal exquisita, no plantean ninguna novedad destacable respecto al repertorio habitual de las políticas culturales más convencionales.
Un análisis pormenorizado de la mayoría de sus contenidos  lleva a una conclusión: todas las candidatas se creen las mejores y, además, piensan que su patrimonio cultural es el más destacado y su sociedad la más activa y participativa. Todas ellas están “encantadas de conocerse”. El nivel de autosuficiencia raya el “chauvinismo” más desalentador.
Por supuesto, todas tienen los mejores festivales, los eventos más destacados. No dudan sobre su capacidad organizativa; todas proclaman con descaro que en la próxima década la innovación y la creatividad van a ser los motores que impulsen su sociedad hacia el futuro. Y casi todas tienen en cartera un gran equipamiento cultural que los va situar en el mapa internacional.
La última en incorporarse a la lista ha sido Santander de la mano del Banco Santander que, por cierto, sigue siendo una entidad que mantiene la previsión de beneficios pese a la crisis y, además para confirmarlo, se dispone a comprar el banco británico A&L (Alliance & Leicester). El propio Emilio Botín defendió la candidatura con estas declaraciones: “Santander tiene la oportunidad de pasar de ser una de las mejores ciudades con oferta cultural de España a ser una de las mejores de Europa”. Para conseguirlo, según él: “hay que destacar el carácter de ciudad impregnada de mar, paisaje e historia” ¿Nos suena?
Es decir, emplean una retórica vacua que no va más allá de la propaganda política y la publicidad al uso. La mayor parte de las actividades que proponen son una multiplicación exagerada de espectáculos, eventos lúdicos y acontecimientos festivos, la mayoría de ellos recurriendo a la “lista top” de grandes estrellas del espectáculo, académicos mediáticos –cuya carrera por el éxito, por cierto, desajusta el mercado del conocimiento- populares agentes de la cultura, de las crónicas de sociedad o de la élite política y empresarial. Hace unos semanas, a propósito de esta espectacularización del conocimiento, Rafael Argullol, en un excelente artículo publicado en El País, comentaba la visita sigilosa y casi secreta que Tony Blair realizó a Barcelona para impartir una conferencia organizada por un grupo de selectos oyentes que pagaron una cantidad de dinero que jamás pagarían para escuchar ni a Einstein ni a Shakespeare, juntos. Uno de los asistentes le comentaba que el contenido de la conferencia no pasó de ser un cúmulo de vaguedades pero que, en cualquier caso, debía estar presente porque nadie que fuera alguien podía faltar. Es decir, se trata de estar presente, ser parte visible de las redes de poder, aunque te importe un bledo lo que te cuenten.
Por supuesto, toda esta proliferación de “oferta cultural” se enmarca, muy a menudo, en la enésima promesa de regeneración urbana que siempre va acompañada de varias propuestas arquitectónicas de la mano de algunos arquitectos estrellas y de sus aventureras “ensoñaciones” y “delirios”. En este sentido es ejemplar, por su insufrible prepotencia, la propuesta que Koolhaas ha realizado para la ciudad de Córdoba, también destacada candidata. En las últimas negociaciones, la alcaldesa Rosa Aguilar aseguró que el coste máximo será de 70 millones de euros, con todos los gastos incluidos. Ahí entran los 50 del presupuesto de ejecución, los 2,6 que cobrará Koolhaas por cambiar el proyecto (inicialmente, antes de que se cerrar este acuerdo definitivo, el proyecto estaba valorado en más de 150 millones) los 2,4 que se llevará OMA, la oficia del insigne arquitecto, por la dirección de obra y los 600.000 con los que se contratarán a dos aparejadores para cumplir la ley de ordenación de edificios. Además de otros gastos.
En un diálogo entre el filósofo Manuel Cruz y el antropólogo Manuel Delgado, publicado recientemente bajo el título Pensar por pensar. Conversaciones sobre el mundo y la vida, el segundo comenta que: “Hoy no hay gobierno en el mundo –a todos los niveles, del nacional al municipal- que no sea consciente de que su imagen, su reputación, las claves de su éxito ante los demás gobiernos y ante sus propios administrados, depende de los montajes y puestas en escena ‘culturales’. Una ciudad o una nación no pueden representarse en público, como atractivas o respetables si no es a través de sus grandes eventos culturales o sus iniciativas en materia de infraestructuras. Esas ‘capitalidades culturales’ o esos monumentales ‘centros de arte  y cultura’ son pura exhibición de poder. Grandilocuentes, retóricas, vacías. Además de ser una fuente de legitimación simbólica para los poderes públicos, los elementos ‘culturales’ son cada vez más sólo negocio”. Y Manuel Cruz, entre otras cosas, le responde:”Para mí lo más censurable de ese uso del  dinero público es que, en efecto, no esté al servicio del interés público. O sea, que pueda terminar encubriendo operaciones que beneficien a intereses privados. Precisamente, porque hay un tipo de realidades cuyo cuidado no puede estar en manos de intereses privados, porque corremos el riesgo de que desaparezcan o de que terminen convertidas en vete a saber qué.”
En este sentido, en la columna semanal que escribo los viernes en el Diario Vasco, en un artículo reciente, titulado “La cultura de los petrodólares”, de acuerdo con las tesis enunciadas, indicaba que: “En el marco de una crisis alimentaria internacional; en medio de un deterioro ambiental global sin retorno; en pleno proceso de recesión económica, las autoridades de Abu Dabi han elegido la cultura como polo de atracción turística e icono político internacional. Muchas grandes instituciones culturales, universidades y fundaciones han aceptado la invitación de los Emiratos Árabes Unidos para desarrollar allí sus franquicias, sucursales o delegaciones.
Mientras el precio del barril alcanza cifras exorbitantes, hasta hace poco impensables, los efectos de la acumulación de capital, derivados de los enormes beneficios que produce el ‘oro negro’, se traducen en fuertes inversiones dedicadas al arte y la cultura.
Algunos arquitectos y otros tantos artistas se instalan en el nuevo paraíso de la cultura para desarrollar sus proyectos y además lo hacen con el desparpajo del que no tiene ningún reparo en utilizar el lenguaje para camuflar sus obras en la retórica. Actúan de manera absolutamente contraria a lo que predican. El lenguaje es secuestrado por la palabrería.
Koolhaas proyecta una nueva ciudad con la densidad de Manhattan y no tiene ningún rubor en afirmar que será una isla urbana con ambición ecológica. Zaha Hadid construirá La Torre Opus un edificio de oficinas diseñado, según ella, para ser una obra de arte autosostenible. Otros artistas del show business, como el actor Brad Pitt, reciente descubrimiento de la arquitectura espectacular, proponen construir un hotel ecológico.
El colmo de la paradoja y la extravagancia cínica llega de la mano de los artistas Christo y Jean Claude -famosos por ‘empaquetar’ edificios- que pretenden construir una gran mastaba de 150 metros de alto -más grande que la pirámide de Gizeh- con 410.000 barriles de petróleo pintados de diferentes colores y, por supuesto, con una verja de acero que restrinja el acceso. Sin el más mínimo escrúpulo y haciendo alarde de una amnesia patológica, no dudan en afirmar que ‘hacen obras de arte que aporten alegría y belleza’. Y añaden: ‘pensamos que será muy bonita, habrá que ir allí a verla porque será única en el mundo’.
Definitivamente, el lenguaje se enquista y se vacía. Ante tanta extravagancia e incongruencia, todos los discursos modernos sobre la estética y la teoría del gusto, desde Kant y Baumgarten hasta Heidegger, quedan supeditados al dictado del poderoso ‘petrodólar’.
Este modelo cultural, subordinado a los intereses empresariales de la economía del ocio y el entretenimiento, se inscribe en una dinámica de espectacularización y banalización de la experiencia. Si las prácticas artísticas y los acontecimientos culturales tan sólo se producen en este marco o al amparo de la propaganda política, tal vez, haya llegado el momento de desarrollar con cautela, pero sin pausa, nuevos modelos de pensar acerca del arte y la belleza”.
Desde mi punto de vista, precisamente, para que desde instancias públicas se preserve su posible instrumentalización, el arte y la cultura no deben estar exentos de un análisis crítico y sensato con respecto a cómo funciona el mundo en su conjunto y cómo repercute en la organización de la sociedad que habitamos. En este sentido, el tipo de ciudad que queremos construir y el mundo que deseamos habitar tienen que ver con el tipo de personas que pretendemos ser y con los valores que vamos a defender. Robert Ezra Park, uno de los fundadores de la sociología urbana de la Escuela de Chicago, hace años ya explicó con más autoridad esa idea de ciudad: “La ciudad ha sido descrita como el hábitat natural del hombre civilizado. En la ciudad, el hombre ha desarrollado la filosofía y la ciencia, y se ha convertido no sólo en un animal racional sino también en un animal sofisticado. La ciudad y el entorno urbano representan para el hombre la tentativa más coherente y, en general, la más satisfactoria de recrear el mundo en que vive de acuerdo a su propio deseo. Pero si la ciudad es el mundo que el hombre ha creado, también constituye el mundo donde está condenado a vivir en lo sucesivo. Así pues, indirectamente y sin tener plena conciencia de la naturaleza de su obra, al crear la ciudad, el hombre se recrea a sí mismo. En este sentido, podemos concebir la ciudad como un laboratorio social”.
El modelo de desarrollo urbanístico y de organización territorial que una sociedad emprenda, refleja y condiciona el tipo de individuo que dicha sociedad construye. La cultura y el arte deben ser o, mejor dicho, debieran ser en consecuencia, parte de un ecosistema económico, social y político complejo. Por tanto, cualquier reflexión sobre su futuro debe asumir que, tanto las prácticas culturales institucionales, como las originadas en las dinámicas independientes de la sociedad civil, deben insertarse en un concepto de ciudad integradora, ecológica y solidaria.
Hace unos meses se celebró en Sevilla la segunda parte del curso Sobre capital y territorio (de la naturaleza del espacio… y del arte) organizado por el programa UNIA arteypensamiento de la Universidad Internacional de Andalucía, grupo de trabajo e investigación con el que colaboro en la actualidad. En una de las conferencias, David Harvey, profesor emérito de Antropología en la City University of New York (CUNY), que ha enseñado Geografía y Urbanismo en Oxford y Baltimore durante más de treinta años y es autor de libros como Espacios de esperanza; La condición de la posmodernidad o Espacios del capital. Hacia una geografía crítica, nos recordó que esta estrecha relación entre urbanización y civilización, de la que nos habla Ezra Park, ya fue sugerida por numerosos filósofos y escritores del siglo XIX, como Friedrich Engels o Georg Simmel.
A su juicio, un elemento que ha jugado un papel esencial en la configuración de la ciudad contemporánea ha sido el “problema de la acumulación y reubicación de los excedentes de capital”. En el sistema económico en el que vivimos, si se quiere ser competitivo, una parte considerable de los beneficios que se obtengan de la realización de una actividad, se tiene que reinvertir en expandir la producción. “Sólo así”, precisó Harvey, “se garantiza la supervivencia del sistema”. No hay que olvidar que este modelo económico sólo puede subsistir si mantiene un crecimiento progresivo de la producción, entrando en una especie de espiral vertiginosa de la que no puede escapar.
Esta dinámica de acumulación/inversión/consumo/beneficio/acumulación está provocando, entre otros efectos, una gran “competencia interurbana” puesto que la prioridad de la política urbanística pasa a ser el crecimiento económico y el desarrollo de nuevas posibilidades de negocio. De modo que se ha sustituido el enfoque gestor y regulador, característico del urbanismo Fordista-Keynesiano, por otro empresarial y proactivo que subordina los objetivos sociales a la lógica de la competitividad.
En esa carrera desaforada que las ciudades han emprendido por situarse a la cabeza de los rankings se están desarrollando políticas de grandes inversiones urbanísticas y monumentales a las que se dirige el excedente de capital para la construcción de nuevos proyectos, en muchos casos, innecesarios. El mundo se convierte así en un gran proyecto de urbanización global, con grandes competencias entre metrópolis que discuten sobre los mismos argumentos y con las mismas excusas. Se trata de atraer capital y, por tanto, de mantener el clima empresarial en una encarnizada lucha interregional basada en la misma retórica publicitaria: desarrollo de la cultura o de las industrias del conocimiento y de la innovación. A ello se añaden, evidentemente desde la demagogia vacua, la sostenibilidad, las ciudades ambientales y un sinfín de epítetos, casi todos ellos vacíos de contenido, produciendo un efecto de “burbuja cultural”, inflacionista y contradictoria con los deseos enunciados.
Contra esas dinámicas de aceleración y competitividad, toda iniciativa promovida por el Estado o financiada con recursos públicos debería contribuir, sobre todo y en primer lugar, a la mejora integral de los ciudadanos. En este sentido, toda acción orientada hacia la consecución de ese objetivo, debiera ser una síntesis equilibrada entre servicio público y excelencia individual, democracia social y desarrollo económico, igualitarismo y riqueza. Debe estar al servicio del progreso humano, atenta a las necesidades del mercado y de la economía, también imprescindibles para la mejora de la vida, pero nunca supeditada a sus directrices. Como dice el filósofo Reyes Mate: “No es lo mismo colocar el progreso como objetivo de la humanidad, que a la humanidad como objetivo del progreso”.
Sin embargo, frente a esta concepción de la cultura para los sujetos y no para los objetos, lamentablemente, la dinámica de competencia entre muchas ciudades actuales está conduciendo a una carrera sin fin por conseguir los “objetos/equipamientos” más grandes, los más espectaculares, o los festivales y eventos más costosos, reduciendo a sus ciudadanos a meros consumidores sin capacidad de participación y, muchos menos, de intervención; es decir, a una política cultural totalmente despolitizada y cuyo marco de representación habitual suelen ser los innumerables e innombrables eventos, bienales, celebraciones, conmemoraciones y museos de moda. En definitiva, una inusitada explosión festiva institucional de actividades que prima, sobre todo, una concepción del público como turista, visitante, consumidor, siendo el número de asistentes el único baremo populista que se tiene en cuenta y olvidando la cultura como fuente de conocimiento e intercambio de experiencias. Además, esta práctica, muchas veces de manera intencionada, desconoce que los procesos creativos y las experiencias generadas desde las redes ciudadanas son, a la larga y a pesar de su complejidad, mucho más eficaces para el desarrollo social y la igualdad de oportunidades, base de un auténtico progreso integral de las personas.
Luc Boltanski y Eve Chiapelle en El nuevo espíritu del capitalismo dicen que “para construir una ciudad por proyectos y conexionista se precisaría del encuentro de diversos actores con lógicas de acción diferentes. Es necesario, en primer lugar, la existencia de una crítica tenaz e inventiva. Las dinámicas ciudadanas y  los movimientos sociales,  con mayor capacidad de análisis y opinión, podrían constituir su embrión para que ejerzan una presión constante sobre los representantes políticos y sobre los funcionarios de alto nivel. La condición de cualquier acción reformista depende también de la participación de funcionarios, políticos y gestores empresariales lo suficientemente autónomos con respecto a los intereses capitalistas para darse cuenta de los riesgos de un ilimitado incremento de las desigualdades y de la precariedad o sencillamente para abrirse al sentido común de la justicia. Todos estos distintos actores son susceptibles de desempeñar un papel impulsor en la experimentación de nuevos dispositivos, de apoyar reformas y de poner su pragmatismo y su conocimiento de los engranajes del capitalismo al servicio del bien común.”
Por tanto, la cultura debe ser, sobre todo, una manera integral de entender la democracia, un haz horizontal de prácticas inextricablemente conectado con la economía y la política, que permita comprender dinámicas sociales complejas y problematice la presunta autonomía de esas diversas esferas, como Raymond Williams, consciente de las implicaciones de la cultura en los procesos históricos y el cambio social, proponía en su Sociología de la cultura. Si la economía no puede limitarse al monetarismo neoclásico ni las políticas urbanísticas política, olvidar su dimensión ecológica, la cultura no puede operar de espaldas a los circuitos socioeconómicos. Hay que entender el sistema cultural como un ecosistema. Es preciso pensar una política cultural ecológica que entienda la cultura como una realidad en la que desempeñan un papel fundamental tanto los valores éticos y sociales como el contexto político en el que se inscribe. Federico Aguilera, Premio Nacional de Economía y reconocido experto ecologista, afirma que el deterioro del medioambiente y de la sociedad civil equivale, en definitiva, al deterioro de la democracia. Hacer “cultura ecológica” sería así contribuir al fortalecimiento de las redes ciudadanas y a la consolidación del entramado social.
Una cultura ecológica de la mano de una Capitalidad eco-política, consecuente con la situación del mundo y capaz de dar ejemplo desde propuestas de contención pedagógica frente a las habituales demostraciones de exceso y abundancia. Como dice el educador y periodista americano, Richard Heinberg, en su libro Se acabó la fiesta: “habrá que pasar de lo más grande, rápido y centralizado, a lo más pequeño, lento y localizado; de la competencia a la cooperación; y del crecimiento ilimitado a la autolimitación”.
Mike Davis en su libro Planeta de ciudades de miseria nos recuerda que por primera vez, la población urbana del planeta pronto será superior a la rural y que en los países desarrollados y sus ciudades, a lo largo de los últimos años, el consumo total de bienes y servicios, en especial los energéticos, se ha disparado hasta cifras inusitadas, creando una situación “insostenible”.
Las ciudades están inmersas en grandes problemas de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. Devoramos energía, contaminamos nuestro medio natural, generamos millones de toneladas de residuos, producimos enfermedades urbanas, degeneramos el territorio con el desarrollo incontrolado de nuestras ciudades –problema de acceso a vivienda, especulación inmobiliaria, degradación del suelo- y el recurso permanente y creciente de medios de automoción privados.
Estamos superando con creces la capacidad de renovación del planeta. En estas condiciones, lemas y consignas como “desarrollo o progreso sostenible” son una contradicción en sí mismas.
En un dossier publicado por La Vanguardia de Cataluña hace unas semanas El debate energético: La vida después del petróleo. Cómo el encarecimiento del crudo cambiará nuestra manera de vivirAntonio Cerrillo decía que: “El final de la era del petróleo barato obligará a reconsiderar el modo de producir, comerciar, residir o consumir. El temor inmediato de los expertos no es tanto el agotamiento del petróleo como el momento en que la producción haya llegado a su punto álgido, pues a partir de ese pico irá disminuyendo y no podrá seguir el ritmo trepidante de la demanda: el precio se disparará. Y tal vez estemos ya muy cerca de esa línea roja. Por eso, las protestas de pescadores, taxistas o transportistas, que han visto dispararse el precio de gasóleo, pueden ser la prueba de que las alertas ya resuenan. Pero ¿cómo puede afectar a nuestras vidas el fin de esta era?”.
Parece que, de acuerdo con muchos expertos, el pico del petróleo en ciernes va a acabar para siempre con la era del crudo barato. A partir de ese momento, que quizás ya estemos atravesando, habrá cada vez menos petróleo en el mercado, de peor calidad y más caro. Todo ello implicará que estaremos entrando en la inicio del fin de la era de los combustibles fósiles, y muy en concreto de la Era del Petróleo, y supondrá que entraremos forzosamente en una época de decrecimiento. Además tendrá un importante impacto económico, social, político, territorial. La estructura territorial actual del sistema global, y en concreto sus modelos metropolitanos de crecimiento en mancha de aceite, especialmente sus periferias de baja densidad fuertemente dependientes del automóvil y de las grandes infraestructuras viarias de transporte, serán uno de los elementos que más sufrirán con el fin del petróleo barato, ante la creciente dificultad de mantener esta sociedad hipermotorizada e hipermovilizada.
Frente a esta situación internacional, se plantean profundos dilemas políticos, sociales y morales.  El futuro todavía está abierto y nos permite reconducir la situación, pero la trayectoria de nuestro destino y, sobre todo, el de nuestros hij*s dependerá de la elección social y del modelo de cultura urbana que queramos impulsar. Del modelo social comprometido con las próximas generaciones, en definitiva.
En este marco de crisis global no podemos seguir viviendo y actuando como si no pasara nada; como si, de verdad, creyéramos que el mercado lo regula todo, de acuerdo con el conocido principio ultraliberal, y que a corto plazo todo se solucionará con pequeños “ajustes y medidas” medioambientalistas. No parece que esta vez sea así.
No quiero recurrir a la retórica  de los grandes gurús de las energías renovables, como Al Gore o Jeremy Rifkin, sino a la sabiduría de muchos científicos silenciosos que nos repiten, una y otra vez, que ahora va en serio. Oscar Carpintero, Ernest García, Eduardo Giordano, Mariano Marzo, José Manuel Naredo, Josep Puig, Jorge Riechmann y Jordi Roca acaban de publicar El fin de la era del petróleo barato; Ramón Fernández Durán también ha publicado hace unas semanas El inicio del fin de la Era del Petróleo y su impacto territorial. El Worldwatch Institute ha editado La situación del mundo 2008. Innovaciones para una economía sostenible donde evidencia que el planeta y todos sus habitantes nos enfrentamos a considerables retos ambientales. El camino hacia una economía más justa está repleto de dificultades, desde la acumulación en la atmósfera de emisiones de gases de efecto invernadero hasta problemas de escasez de agua y toda una serie de cuestiones de contaminación y de gestión de los recursos naturales. Pero también dice que hay indicios esperanzadores.
A medida que la sociedad afronte una amplia serie de problemas de control de la contaminación y de gestión de los recursos naturales, comprometiendo para resolverlos recursos importantes, pero responsables, surgirán importantes oportunidades para quienes sean capaces de aportar soluciones. La situación del Mundo 2008 destaca la importancia que hemos de dar el mundo empresarial, la comunidad política y cada uno de nosotros para labrar el camino hacia un mundo de economías más ajustadas a las dinámicas de deterioro global y a la justicia social.
Esta es la situación. Los interesados en que las cosas sigan como están, porque sus ambiciones personales y económicas están en juego, comentarán que estas opiniones y la de ciertos iluminados ecologistas son discursos apocalípticos, cargados de ideología totalitaria. Muchos de esos expertos en “capitalidades”, “olimpiadas”, “exposiciones universales” y demás “circos culturales” asisten, con sus mejores galas y pase vip, a las conferencias del señor Al Gore o Jeremy Rifkin. Acuden a estas ceremonias sociales como acto de fe, del mismo modo que se acude a una misa, como aquellos que asistieron a la conferencia de T. Blair que comentaba R. Argullol; a la espera de que un dios desconocido les/nos asista sin que ellos/nosotros movamos un dedo; en busca del remedio paliativo para ocultar sus responsabilidades y la excusa perfecta para que parezca que todo cambia con tal de que siga igual. En su afán por perpetuar un modelo cultural complaciente propondrán para la Capitalidad una retahíla de actividades, cada cual más cara, un sinfín de eventos de buena presencia y poca esencia. Todo el regalo bien empaquetado en una inmensa red de grandes paneles, carteles y fiestas más o menos selectas que sirvan, ante todo, para “representar la realidad”, como en la reciente Exposición Internacional de Zaragoza; pero pocas veces para actuar sobre ella, para activar las presencias, las conciencias y la crítica responsable. Como se apuntó en  un artículo  publicado hace poco  en El País y titulado ¿Agua de borrajas?:”Antes de la inauguración se propuso que el caudal del Ebro, previamente tratado, llegara hasta unas fuentes públicas, pero las industrias embotelladoras que financian el evento (¿¿) se negaron en redondo, y sólo la presión de visitantes consiguió que se instalaran en el recinto unos pocos surtidores”. No le quiero preguntar al Alcalde las presiones que ha podido tener por activar una campaña a favor del consumo de agua de grifo. Me las imagino.
El premio del Agua de Estocolmo 2008 e investigador en el King College, J. Anthony Allan, comentaba en una reciente entrevista: “Que se preparen su gobierno y el mío, porque les vienen cursos muy incómodos. ¡Ojalá lo pasaran mal de verdad! Porque después de esa crisis final construiríamos un mundo energéticamente mejor. Sólo una crisis energética que paralizara las economías desarrolladas nos obligaría a aceptar pagar el precio de un cambio de paradigma energético. Ahora mismo ya hemos gastado la mitad del petróleo del planeta y un tercio del carbón. Y no hay alternativas en energía fósil, pero tampoco ningún gobierno tiene ganas de decir la verdad a sus votantes: que se acabó el derroche. Las ONG y los grupos éticos deberían explicar que no hay soluciones sin sacrificios: sólo el cambio de energías nos dará una salida cierta y duradera a la crisis, pero, como le decía antes, esa salida requiere privaciones de todos”.
La reciente cumbre del G8, celebrada en Japón, ha generado imágenes ejemplares para mostrar el rostro frío del poder. Incapaces para llegar a acuerdos se han mostrado al mundo plantando arbolitos. ¡Qué vergüenza!
Ante esta situación, por mi parte, tan solo puedo proponer una Capitalidad consecuente con la responsabilidad que debe asumir ante el mundo. Una capitalidad ejemplo de contención y moderación con menos exposiciones y más acciones; menos propaganda y más información; menos consumo y más participación; menos espectáculo y más educación; menos gasto en infraestructuras monumentales y más en equipamientos y redes sociales; menos fiestas vip y más celebraciones como resultado de procesos inclusivos; menos triunfalismo y más responsabilidad; menos centralización y más localización; menos trabajar a corto plazo y más a medio y largo; menos retórica sostenible y más ecología consecuente; menos presencia política y más resultados políticos; menos representación y más conocimiento; menos gasto superfluo o despilfarro y más contención y economía de medios; menos protocolo y más sinceridad; menos confrontación institucional y más colaboración leal; menos chauvinismo autosuficiente y más cosmopolitismo solidario.
Aunque cualquier asesor, bien o mal intencionado, puede comentar que mi propuesta no es más que una reiteración de mandamientos sagrados, la propuesta es, desde mi punto de vista por supuesto, una arriesgada apuesta por la diferencia y la originalidad comprometida. Todo el mundo habla de la educación como el valor fundamental para construir el futuro pero casi nadie se toma en serio sus palabras. Y desde luego, que yo sepa, ninguna de las capitales que se proponen para el título de capitalidad cultural lo ha puesto en el centro de su agenda. Educación-Ecología- Cultura: un nuevo trinomio social para las próximas décadas en paz.
Una y otra vez, responsables políticos y cargos  públicos afirman que la base de muchos de los males que padecemos en nuestra sociedad está en la falta de educación y en la ausencia de valores cívicos y virtudes ciudadanas. Sin ir más lejos, y atendiendo tan sólo a algunas cuestiones que se plantean a diario en los medios de comunicación, muchas de las respuestas a los problemas derivados del cambio climático y la destrucción del planeta  podrían estar en una buena formación ecológica y en una renovada relación de los seres humanos con la naturaleza y el entorno; la desaparición de la violencia machista dependería de una nueva concepción pedagógica en las relaciones de género, es decir, de una modificación sustancial de los usos y costumbres masculinos; la disminución del número de accidentes de tráfico se resolvería con una buena educación vial; la violencia contra el extraño, el inmigrante o el paria se superaría con mucho ejemplo y enseñanza moral; la intolerancia contra el diferente, el que profesa otra religión u otras costumbres se salvaría con el respeto y el conocimiento del otro; la salud general se resolvería con otros hábitos alimenticos y otra relación con nuestro cuerpo. Sin ir más lejos y a modo de ejemplo, no hace mucho mi fisioterapeuta me comentaba que una buena salud postural resolvería muchos de los problemas físicos que arrastramos a lo largo de la vida.
En fin, la educación de la ciudadanía estaría en la base de un mundo mejor, probablemente con menos guerras, con menos diferencias económicas y con una mayor capacidad de socializar todo tipo de experiencias humanas. Hace unos semanas, poco antes de que comenzaran las fiestas de la Semana Grande, el propio Alcalde, Odón Elorza, confirmaba en una entrevista, una vez más, que la lucha por la paz debe apoyarse fundamentalmente en procesos educativos, ya que la educación en valores es una de las claves para acabar con quienes defienden posiciones fanáticas y violentas.
Así pues, si seguimos con detención las declaraciones de muchas personas –jefes de gobierno, ministr*s, profesionales- vinculadas e implicadas con diferentes cuestiones  vitales para el desarrollo  pacífico y armónico de la sociedad en la que vivimos, comprobamos que están plenamente de acuerdo en activar la educación y la formación continua como uno de los motores fundamentales de la organización de la vida. Pero no entiendo muy bien a qué esperan para pasar de las palabras a los hechos, alterando la relación de las prioridades en sus programas políticos.
Cuando analizamos las estadísticas que indican los países donde la educación juega un papel fundamental en el progreso y bienestar de sus ciudadan*s, nos damos cuenta que el esfuerzo que realizan sus gobiernos y su sociedad civil están muy por encima de los nuestros que, por cierto, casi siempre aparecen en los últimos puestos de esas mismas listas. Por tanto, reitero, no parece descabellado afirmar que es absolutamente necesario reorientar nuestras prioridades y contemplar, a corto plazo, la renovación de una parte importante del  complejo entramado que sujeta la educación de nuestr*s  hij*s.
Donostia y la región en la que se inserta, con la iniciativa y colaboración de todas las instituciones implicadas en su desarrollo, tienen una parte del trabajo realizado. La ciudad y la comarca en la que se inscribe, con la que necesariamente haya que colaborar para proponer una Capitalidad regional, más allá de los estrechos márgenes municipales, han realizado un esfuerzo más que considerable por colocarse a la altura de una ciudad equilibrada y con un crecimiento más que razonable. La calidad de los servicios, la atención al medio y  el equilibrio social confieren, en su conjunto y más allá de críticas puntuales y errores de bulto considerables, una alta calidad de vida a muchos de los ciudadanos.
Por lo tanto se trata de seguir avanzando por ese camino, pero  aprovechando la oportunidad que nos brinda el acontecimiento para proveerlo de lenguajes comprometidos y prácticas consecuentes con el significado de sus enunciados.
Se trata por tanto de:
  • Concebir la Capitalidad Cultural en el marco de un proyecto eco político que entienda la cultura, la innovación y el progreso como compromiso consecuente con las futuras generaciones. Alto rendimiento con bajo coste. Responsabilidad moral con el día de mañana.
  • Pensar Donostia-San Sebastián como Capital Cultural regional de una nueva concepción de la geografía local, colaborando con otros núcleos urbanos que configuran un nuevo mapa transmunicipal y transfronterizo capaz de pensar el territorio como un ecosistema  común.
  • Desarrollar un proyecto de Capitalidad Cultural que se convierta en el nodo capital de una red internacional de ciudades ecológicas y comprometidas con el desarrollo equilibrado y responsable.
  • Trabajar el proyecto de Capitalidad desde la complementariedad política institucional, departamental y desde la convergencia entre diferentes campos disciplinares: cultura, educación, bienestar, infancia-juventud- tercera edad, arquitectura y urbanismo, medio ambiente. Por tanto, entender la cultura como eje transversal, inserto en lo social y como parte de un nuevo ecosistema político.
  • Plantear un proyecto de Capitalidad que ponga el énfasis principal en incentivar procesos educativos, nuevas pedagogías ecológicas responsables, favoreciendo dinámicas vinculadas más al conocimiento, la formación o la experiencia y, menos, aunque también, al ocio y el entretenimiento, ya que ambas pueden ser compatibles.
  • Planear un programa de Capitalidad que piense en iniciativas procesuales, a medio y largo plazo, que tiendan a generar más proyectos estructurales y menos coyunturales, efímeros y pasajeros.
  • Proyectar un programa de Capitalidad que se desarrolle en  las estructuras reales de la sociedad y que penetre en el tejido social; que active, más si cabe, el potencial de los equipamientos y redes sociales existentes: los mejore, los complete y los convierta en el eje del mapa sobre el que actúen los programas de la Capital Cultural
  • Pensar un proyecto de Capitalidad Cultural  que tenga en cuenta los nuevos espacios relacionales generados en el marco del avance de las últimas tecnologías de la comunicación (Internet, televisiones locales, telefonía móvil e interactiva, medios telemáticos de comunicación, etc.), favoreciendo la participación activa y comprometida de la ciudadanía.
  • Proponer una Capitalidad que acentúe, sobre todo, la participación de las generaciones venideras como clase emergente, infancia y juventud, sujetos activos y responsables de  un futuro por venir.
  • Concebir una Capitalidad que integre la creciente diversidad ciudadana, cultural, religiosa, de género, lingüística, entendiéndola como una oportunidad y no como una amenaza.
En conclusión, Donostia debe erigirse en líder y espejo de otra manera de entender la cultura y sus celebraciones, adoptando el trinomio: educación -ecología- cultura (la formación en valores solidarios y responsables con el futuro), como eje central del programa del acontecimiento que debe acompañarse de los lenguajes pertinentes (menos representaciones y más implicaciones).

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