Las relaciones de producción nos perfilarán mejor el proletariado del siglo XXI, puesto que seguimos dependiendo del trabajo asalariado para subsistir en esta sociedad, igual que ya pasaba dos siglos atrás. Nuestra relación con la producción es esencialmente un intercambio de horas de nuestra fuerza de trabajo por un salario. No decidimos sobre el trabajo, sino que vivimos en una situación de necesidad a expensas de alguien que nos quiera contratar.
Oriol Alfambra (@oriocosmic), desde En Lucha, entra en el extendido debate sobre cuál es el sujeto del cambio social y explica porque en una sociedad capitalista dividida en clases sociales hablamos de clase trabajadora o proletariado.
Es recurrente y adecuado el cuestionamiento de la existencia o desmembración de la clase trabajadora en este período de interrelación global de la economía a la vez que tienen lugar la disgregación y la fragmentación de los procesos de producción. Para impulsar la transformación de la sociedad es clave determinar el sujeto capaz de llevarla a la práctica, y así como una estrategia para conseguirlo.
La atomización de la gente trabajadora en los fragmentos del proceso de producción ha conducido a ciertos sectores anticapitalistas a plantear el precariado metropolitano como un sujeto nuevo, diferente o subalterno de la clase trabajadora en su sentido más clásico. Se entiende por precariado la referencia a aquellas personas de los grandes centros urbanos con trabajos mal pagados y alta temporalidad, en sectores emergentes o muy precarizados cómo por ejemplo estudiantes y jóvenes. La consecuencia directa de este análisis conlleva invocar la multitud, donde el movimiento del 15M acontece el paradigmático sujeto de cambio social.
¿Ha desaparecido pues la clase trabajadora de Marx y Engels? Y no me refiero al estereotipo de mono azul, macho y heterosexual, sino a aquella gente capaz de enterrar el capitalismo.
Las personas que aportan su trabajo para la producción de bienes sociales y la reproducción y sostenimiento de la vida tienen poder sobre la economía, el poder de pararla o de hacerla funcionar, esto es un hecho material que se manifiesta cada vez que hay una huelga como por ejemplo las recientes en el sector informático. El trabajo humano, entendido de forma amplia y contemporánea, es el motor de la economía que hace funcionar la sociedad tal y como la conocemos. Imaginad sino la web de cualquier banco sin nadie que lo actualice, o un supermercado donde nadie repone los productos, o peor, bebés sin alimentar ni lavar. Podemos volver a respirar con tranquilidad, la clase trabajadora ha mutado, pero mantiene intacta su centralidad en la economía productiva y reproductiva y por lo tanto su potencial para transformar la sociedad transformando las relaciones de producción.
Las relaciones de producción nos perfilarán mejor el proletariado del siglo XXI, puesto que seguimos dependiendo del trabajo asalariado para subsistir en esta sociedad, igual que ya pasaba dos siglos atrás. Nuestra relación con la producción es esencialmente un intercambio de horas de nuestra fuerza de trabajo por un salario. No decidimos sobre el trabajo, sino que vivimos en una situación de necesidad a expensas de alguien que nos quiera contratar. Esto nos fuerza a aceptar condiciones laborales precarias, y hoy esta cuestión es más relevante que nunca dado que hay más de 6 millones de personas paradas al Estado español.
Esta situación de necesidad nos diferencia de la clase antagónica, los grandes propietarios que no sólo no tienen que trabajar porque poseen medios suficientes para vivir sino que se pueden permitir especular con los productos de nuestro trabajo que se apropian. Estos productos son bienes de uso social como por ejemplo bloques de pisos enteros vacíos que los capitalistas sacan del mercado esperando un mejor momento para venderlos más caros. Por el contrario, nosotros no podemos esperar para vender nuestra fuerza de trabajo a que suban los salarios, necesitamos venderla cada día para pagar el piso, el agua, la luz, la comida, y un poco de ocio. Para hacer la producción posible hace falta que los niños y la gente mayor esté bien atendida y que los hogares sean aptos para la vida, en definitiva también es imprescindible para la sociedad capitalista el trabajo invisibilizado de reproducción y cura de la vida que esclaviza a las mujeres trabajadoras.
Las personas trabajadoras que vivimos esta relación con la producción y esta situación de necesidad estamos abocadas a las mismas condiciones materiales, y por lo tanto compartimos los mismos intereses. Nos interesa una sanidad, educación, guarderías, transportes públicos y de calidad, porque si no son públicos no nos los podemos pagar. La colectivización del trabajo requerido para satisfacer nuestras necesidades es la estrategia que la clase obrera tenemos para subsistir con dignidad.
Para lograr estos retos hay que tender hacia la unidad de acción de toda gente trabajadora, y conceptos sesgados como el de precariado metropolitano contribuyen a la división del movimiento obrero y de sus luchas en un momento donde extender los conflictos y no aislarlos es clave para avanzar. Por otro lado es cierto que las cúpulas burócratas de los grandes sindicatos del Estado español no están fomentando que sean estas organizaciones las que aglutinen a la clase trabajadora pero son sus bases y el propio movimiento obrero que conectando las luchas sectoriales que suceden cada día las que pueden utilizar las centrales sindicales y radicalizarlas tal y como ha sucedido en Grecia con huelgas generales no oficiales.
De este modo, en las luchas, es como afloran los sentimientos de clase, como una revelación verdadera, que elaboran y transmiten conceptos como el del 99%, una manifestación clara de la conciencia de los explotados y las oprimidas del S. XXI.
Oriol Alfambra es miembro de En Lucha Badalona.