El 15M celebra estos días su segundo aniversario y, lejos de haberse evaporado su atractivo y razón de ser, nos recuerda que han sido dos años de debate, de pruebas, de errores, de aprendizajes y de maduración.
Sandra Ezquerra a Público
Más formadas, más organizadas... Somos más y somos mejores. Y seguimos, esto no se para.
Son días de celebraciones, aniversarios y análisis. Hace poco menos de dos años irrumpía en el tablero político, social y mediático el fenómeno que hemos venido a reconocer como movimiento 15M. Decenas de miles de personas salían a la calle el 15 de mayo de 2011 en todos los rincones del Estado español para denunciar que no eran “mercancía en manos de políticos y banqueros”. Los días, las semanas, los meses que siguieron estuvieron llenos de grandes sorpresas: ocupaciones de plazas, asambleas ciudadanas multitudinarias, actos masivos de desobediencia y mucho más.
El 15M ha sido el movimiento sociopolítico más relevante desde la Transición, y no sólo por su carácter masivo o por las amplias simpatías que ha generado entre la ciudadanía (hazañas nada despreciables, por otro lado), sino porque con su despertar marcó un punto de inflexión en las formas en qué la población responde tanto a la crisis del capitalismo como a las medidas impuestas por los gobiernos y los organismos internacionales ante ella. Por supuesto que la resignación y la desesperanza siguen ahogando la capacidad de actuar de millones de personas, pero el gran mérito del 15M ha sido y es la capacidad de haber sacado a la calle a los y las que llevaban tres años contemplando desde la ventana el descalabro social y económico en el que nos hallamos inmersos; su gran éxito ha sido su habilidad de crear espacios simbólicos, físicos y virtuales que han permitido forjar una nueva generación de activistas, pensadoras críticas y políticos profanos. El 15M ha abierto una brecha en la estrecha concepción de la política como el arte de gobernar y los quehaceres de los políticos profesionales (de la cual queda excluida la ciudadanía) a favor de la Política como un terreno de juego cotidiano donde se producen y combaten desigualdades, injusticias y sufrimientos, y en el que todos y todas podemos y debemos participar.
Dos años después de su irrupción, sin embargo, no podemos dar la crisis por acabada ni podemos afirmar que el movimiento haya conseguido derrumbar al sistema político-económico. En realidad, sus victorias concretas han sido escasas: se han parado numerosos desahucios, sí; se han multiplicado las manifestaciones y protestas; se ha participado en tres huelgas generales y numerosas sectoriales; se han ocupado edificios para garantizar vivienda a familias que la habían perdido. Pero el paro ha seguido creciendo, la banca sigue siendo la única beneficiaria de los “rescates”, la represión policial se ha disparado y las medidas económicas de los gobiernos cada vez son más brutales.
Sin abandonarlos, el movimiento ha alterado a su vez su presencia en las calles, las plazas y el espacio público. La masividad ha dado paso a frentes diversos y se ha profundizado la sectorialización de las luchas: las múltiples mareas, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o los colectivos feministas, entre muchos otros, se han puesto a la cabeza de las reivindicaciones contra la privatización de los servicios públicos, los desahucios o los graves ataques del Partido Popular contra la libertad de las mujeres de decidir sobre nuestros cuerpos.
Por otro lado, la dificultad de lograr conquistas tangibles, así como la creciente implacabilidad de los recortes y erosión de derechos sociales, ha hecho que cada vez sean más las voces sobre la necesidad de conjurar el desencanto y articular la rabia de forma política. En sus inicios el 15M se caracterizó por una mayoritaria animadversión hacia los partidos, las organizaciones sindicales y cualquier tipo de vinculación con las instituciones. Sin embargo, existe ahora un creciente consenso en su seno de que las batallas en las calles, aunque imprescindibles, presentan serios límites. Se abren de esta manera nuevos horizontes y posibilidades de contienda que, lejos de contradecir a los ya existentes, pueden complementarlos y fortalecerlos.
El 15M no puede ni debe convertirse en un partido político, pero sí trasladar la enorme fuerza y legitimidad que ha obtenido en las plazas a espacios de convergencia que supongan un cuestionamiento real y efectivo de las políticas antisociales que venimos sufriendo. Hace dos años los poderes políticos y mediáticos criminalizaban al movimiento por asediar el Parlament de Catalunya y más recientemente por rodear el Congreso. Desde entonces, paradójicamente, una fuerza política rupturista como la CUP-Alternativa d’Esquerres ha entrado en elParlament catalán con tres diputados y lo ha hecho en gran parte gracias al apoyo de miles de indignadas e indignados. En Catalunya, la propuesta de Procés Constituent de Teresa Forcades y Arcadi Oliveres cobra impulso y en otros lugares del Estado español afloran iniciativas similares como Alternativas desde Abajo. Cada vez es menos descartable que, con el apoyo de una amplia mayoría social, la Política invada la política.
El 15M celebra estos días su segundo aniversario y, lejos de haberse evaporado su atractivo y razón de ser, nos recuerda que han sido dos años de debate, de pruebas, de errores, de aprendizajes y de maduración. La crisis sigue apretando, ahogando, demasiado. Estoy segura, sin embargo, de que aquellos y aquellas que hace dos años dejaron de mirar por la ventana y salieron a la plaza tienen, todavía, mucho que decir.