De
inicio, para sentar las bases de lo que opino, os diré que la
participación juvenil debe trabajarse como una metodología y no como
contenido. Intentaré explicar el porqué en las próximas líneas (muchas,
aviso).
Para
empezar el tema es necesario enmarcar el primer problema: a los que
manejan los poderes públicos no les interesa en absoluto una sociedad
motivada por los asuntos comunitarios y que el mundo asociativo sea un
foco permanente de opinión y de denuncia de las diversas tropelías a las
que nos tienen acostumbrados algunos miembros de la clase dirigente. El
cambio de la ley de asociaciones en 2002 fue la puntilla definitiva.
Las pocas esperanzas de que se activase el movimiento asociativo del
país se fueron al traste y lo convirtió todo en un mercadillo sin
ninguna carga ideológica: un tercer sector económico vinculado
exclusivamente a satisfacer servicios comunitarios. Si a esto le sumas
la sociedad de consumo en la que estamos que defiende el individualismo
y la tenencia de bienes materiales como paradigma del bienestar, pues
eso: estamos en un lío.
¿Porqué
trabajar la participación? Pues porque si no lo hacemos nosotros:
animadores, educadores sociales, maestros, profesores, mediadores y
cualquier profesión que tenga relación con jóvenes ¿quién lo hará? Las
razones expuestas en el párrafo anterior, en un análisis somero que se
podía completar con muchos otros razonamientos, son suficientes para
saber hacia dónde nos dirigimos si dejamos el trabajo en participación,
ahí su importancia y mi machacona insistencia desde hace tiempo.
La
segunda parte de esta entrada es la madre de todas las batallas: el
cómo, con la horrible palabra que lo define: metodología y a la que he
dedicado mucho tiempo en mi vida profesional. Podría decir que después
de ver resultados satisfactorios en las personas que han realizado
alguno de los programas en que he intervenido, el trabajar “el cómo” ha sido lo que más me ha gustado de esta profesión.
Bueno, al grano.
Participar
es un hábito. Si no lo tienes no participas, salvo en ocasiones muy
puntuales y porque te han tocado las narices de aquella manera. El
aprendizaje de un hábito es la costumbre y la base educativa el
“aprender haciendo”.
Las
campañas para esto (si es que alguna vez se han hecho) valen lo mismo
que para cualquier otra cosa: casi nada. Es tan puntual que el mensaje
se pierde con otros que tienen más fuerza visual y bastante más
presupuesto e imaginación.
La
educación para la participación basada en contenidos está bien pero la
experiencia nos ha enseñado que es insuficiente trabajarla de forma
específica y directa. Desde aquí, aunque suene incongruente, abogo por
suprimir cualquier trabajo directo en participación y desde ahora
dedicarnos a metodologías participativas.
Lo
ideal sería que desde la escuela se manejaran estas metodologías pero
la realidad es bien distinta y sólo se hace en algunas experiencias
particulares que por otro lado tienen resultados fantásticos y son una
buena muestra de que éste puede ser el camino. Pero, mientras esto no
sucede nos vamos a encontrar a jóvenes en los centros de educación
secundaria que, en general, ni en el colegio ni en el seno de la familia
han tenido por costumbre trabajar estos procesos de participación en
la toma de decisiones de los asuntos que les conciernen.
En
un campamento, en una actividad puntual, en clase, con un grupo
perteneciente a una asociación, en talleres y programas de educación
para la salud, para la solidaridad, para la tolerancia, de prevención de
drogodependencias; acciones sobre derechos humanos, promoción del
asociacionismo (qué palabra más horrible), actividades recreativas, en
cualquier actividad formativa y en todas y cada una de las que se os
puedan ocurrir es posible aplicar metodologías participativas sin ningún
problema y con los mismos pequeños obstáculos que pueda causar
cualquier tipo de intervención de estas características.
¿Qué
tenemos que hacer? Aquí os apunto algunos procedimientos que nosotros
también deberemos de trabajar hasta convertirlos en un hábito. Nadie
nace enseñado ni siquiera nosotros.
- La verdad.
Pueden
ser adolescentes o jóvenes pero no son tontos. Lo primero es siempre
decir la verdad. El principal ejemplo que les puedes dar es ser honesto y
ellos lo notarán. No será cosa de un día sino de un trabajo continuado
y a veces desalentador pero se consigue. Has de compartir con ellos
todo lo que tenga que ver con la actuación que les ha llevado allí
incluido el tema económico, si no hay dinero para muchos dispendios
ellos tienen que saberlo y darle la oportunidad de que opinen sobre los
gastos correspondientes a la actuación en curso.
- La Asamblea.
Sí,
la asamblea. Tan vieja y todavía por descubrir. Dejando de lado lo que
puede ocasionar alguien con preparación y con el objetivo de manipularla
o reventarla, tengo a la asamblea como una metodología válida para este
tipo de aprendizajes. Reunir al grupo para que exprese lo que piensa
sobre cualquier aspecto de su participación en cualquier actividad o
proceso es esencial. Bien trabajada en el tiempo puede producir los
siguientes efectos: respeto al turno de palabra y, por tanto, a la
persona que lo está diciendo aunque se esté en desacuerdo o te caiga
como a un cristo un par de pistolas; votar si es necesario,
lo que significa una de las máximas expresiones de intervenir en la
toma de decisiones; proponer ideas o temas concretos y que puedan salir
adelante, no hay asunto que pueda subir más la autoestima; a respetar
las decisiones del grupo aunque a uno no le parezca la mejor, a
comprender cualquier tipo de proceso asambleario ya sea el congreso de
los diputados o una asociación de vecinos, en esencia es lo mismo y, en
definitiva, cualquiera de las ventajas que estoy seguro que se os
ocurren a los que estáis leyendo este texto.
- La persona que desarrolla la mediación.
A
mí me sigue gustando llamarlo así: mediador. Cada uno que sustituya el
término por el que estime conveniente, eso no es lo importante. Lo
realmente esencial es su papel. No es un monitor, ni siquiera un
orientador. Es alguien que les acompaña en su proceso y conoce la
planificación en todas sus vertientes. Alguien que si algún joven dice
si se puede hacer un viaje a Portaventura si ellos lo proponen les diga
que no y les explique el motivo. Su límite es la legalidad y la
protección y seguridad de los participantes, el resto es un campo
abierto del que debes estar dispuesto a aprender y a no imponer tus
criterios. Tus criterios aquí importan poco, te los guardas para tus
amigos, aquí lo que importa es que ellos tengan criterio o vayan
formándolo. Si se equivocan en una actuación no es un fallo del
programa, es una escuela de vida y tu papel será analizar con ellos el
porqué y dónde han fallado y qué tendremos que hacer la próxima vez. No
es fácil asumir este papel, no por su complejidad, en realidad es
simple, sino por nuestros egos.
Para terminar este apartado, un recuerdo a unas palabras de un viejo maestro: esta
profesión es muy ingrata ya que tu trabajo consiste en ayudar a un
grupo a ser autónomo y cuando lo has conseguido irte sin hacer mucho
ruido.
- El ritmo.
Quien tenga prisa que corra. Nosotros no podemos hacerlo y estamos
sometidos al ritmo que marque cada grupo. Aún teniendo distintos grupos
en municipios diferentes que estén haciendo el mismo programa cada uno
debe seguir sus propias pautas. El programa se adapta al grupo y no al
contrario. Las variables que podemos introducir pueden venir bien a unos
pero no a otros y debemos tenerlo en cuenta.
- La actividad no es lo importante.
La
principal importancia de las actividades radica en que son elegidas por
los jóvenes en función del programa y de los contenidos que estemos
tratando. Si nosotros venimos con una planificación cerrada no valdrá
para nada. Podemos trabajar cualquier contenido con este sistema para
que ellos logren llegar a sus propias reflexiones sobre el tema pero lo
más importante es que irán asumiendo las metodologías participativas
como su herramienta de actuación y de ahí al hábito hay un paso pequeño.
Nosotros podremos motivarlos y estimularlos con algún tema pero la
elección del mismo, el diseño y la ejecución de las acciones es cosa
suya.
- La comunicación.
La
base de todo. Es necesario que cuando el grupo se reúna lo haga en las
mejores condiciones posibles. Esto no es en una sala con todo lujo de
detalles, se trata de un lugar en donde estén cómodos y para esto vale
la mejor sala del centro social del barrio o el banco de un parque
público. El mediador tendrá que ir aportando técnicas que propicien la
comunicación para que los jóvenes las vayan asumiendo. Lo que sí
recomiendo es que jamás se hagan estas reuniones en los espacios de los
centros de educación secundaria, primero porque ellos no quieren y
después porque tienen toda la razón del mundo en no quererlas hacer
allí.
A
pesar de la extensión de esta entrada, si habéis llegado hasta aquí os
diré que la ejecución de actuaciones basadas en estos criterios es
posible y ya se ha hecho. En este blog, en el apartado de “te puede
interesar” hay una entrada denominada programa nueve.e 2004-2010 en
donde se detalla el programa que se llevó a cabo durante ese tiempo
hasta que los recortes lo mandaron al mito y por el cual pasaron más de
600 jóvenes y 30 mediadores que son la prueba fehaciente de que sí es
posible.
Hay más asuntos que tratar pero eso es para otra entrada. Para abrir boca creo que ya es suficiente.