Estrategia del shock e indefensión aprendida

En este artículo veremos cómo la estrategia del shock surte efecto en nosotras mediante la llamada indefensión aprendida. Pero también cómo podemos escapar de este estado de postración si aprendemos a atribuir correctamente las causas de nuestro malestar.



La indefensión aprendida se refiere a la condición de un ser humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente, sin poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades para ayudarse a sí mismo, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas. La teoría de indefensión aprendida se relaciona con depresión clínica y otras enfermedades mentales resultantes de la percepción de ausencia de control sobre el resultado de una situación. A aquellos organismos que han sido ineficaces o menos sensibles para determinar las consecuencias de su comportamiento se dicen que han adquirido indefensión aprendida.



Overnier y Seligman introdujeron por primera vez el término de Indefensión Aprendida. En sus trabajos de laboratorio sobre condicionamiento al miedo en perros, se observó que los perros que habían experimentado descargas eléctricas incontrolables en una situación, transferían su sentido de incapacidad a otra situación (donde las descargas sí eran evitables), aceptando pasivamente el shock. Los perros que sí habían podido evitar las descargas en la primera ocasión o los que no habían pasado por la primera sesión, al llegar a la segunda, corrían al empezar la descarga hasta que, accidentalmente, daban con la respuesta correcta, siendo la misma cada vez más rápida en los sucesivos ensayos. Frente a los perros "sanos", los perros "indefensos" se tumbaban y aceptaban pasivamente la descarga.

Hiroto utilizó 3 grupos de sujetos:
  • Control: sin estimulación.
  • Escapable: apretando un botón podía acabar con una estimulación auditiva dolorosa.
  • Inescapable: no podía hacer nada para terminar con el intenso ruido.
En una segunda sesión, los 3 grupos fueron sometidos a una situación con ruido molesto que podían evitar haciendo saltar su mano a otro compartimento, una vez que se encendía una luz de aviso.
Los dos primeros grupos aprendieron rápidamente a escapar del ruido, el tercero fracasaba en sus intentos: se sentaban pasivamente y aceptaban el intenso ruido, mostrando mayores latencias de respuesta en mover su mano una vez que la luz se encendía.

Seligman explica la indefensión aprendida como que la persona aprende que su conducta no afecta a los resultados que obtiene. Esta expectativa de falta de causalidad sobre las consecuencias o de incontingencia conducta-resultados, genera las siguientes consecuencias:
  • Falta de motivación para iniciar otras respuestas que sí podía controlar, observandose mayores latencias de respuesta, menores éxitos (déficit motivacional)
  • Dificultad para aprender que su respuesta podía tener efecto sobre otros acontecimientos o situaciones (déficit cognitivo)
  • Las experiencias repetidas con acontecimientos incontrolables llevaban a un estado caracterizado por el incremento de la ansiedad y el miedo que podía terminar en depresión (déficit afectivo)
 
Que los de arriba nos tratan como a perros es cierto, o al menos como a los perros del experimento de Seligman.

Podemos inferir que, mediante el poder actual de los medios de propaganda, es factible inducir este estado depresivo en buena parte de la población, para mantenerla en la pasividad. Por ejemplo, gracias a este vídeo podemos comprender por qué las víctimas de la Alemania nazi acabaron aceptando su suerte sin presentar apenas resistencia, al igual que muchas mujeres maltratadas terminan resignándose a su situación:



Terrible, ¿verdad? Pero más terrible aún es el darnos cuenta de que esta inoculación de indefensión aprendida es lo que están haciendo ahora mismo con nosotros. Nos tratan de convencer de que aceptemos resignadamente pérdidas de derechos y privatizaciones de bienes públicos sin resistir ni protestar. La consigna: que hagamos lo que hagamos no va a servir para nada.

Como al perro víctima del experimento de Seligman, se nos somete a unos shocks (nombrados por los eufemismos “ajustes” o “recortes”) que, al parecer, no podremos evitar por mucho que hagamos huelgas, acciones de concienciacion o nos manifestemos. Y además, se ha comenzado a castigar a muchos de los que protestan mediante detenciones poco justificadas y prisiones preventivas de dudosa compatibilidad con derechos humanos fundamentales.


¿Cuál es el papel de nuestros gobernantes ante esta situación? Sencillamente, el de ejecutores eficientes del saqueo que se ordena “desde arriba”: “hay que hacer lo que hay que hacer”, “nos lo está pidiendo la Unión Europea”, “hay que dar confianza a los mercados”, etc.

No es necesario atribuir maldad ni sadismo a los políticos que realizan estos encargos, aunque a veces estemos tentados a ello debido a algunas de sus declaraciones. En su libro Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt expuso su concepto de banalidad del mal: un funcionario nazi mediocre como Adolf Eichmann fue capaz de poner en práctica asesinatos en masa, no por crueldad, sino simplemente porque actuaba dentro de las reglas del sistema al que pertenecía sin reflexionar sobre sus actos. Lo que hizo Eichmann fue cumplir eficientemente con las órdenes que provenían de estamentos superiores, que es lo que hacen nuestros políticos en el gobierno respecto a los mandatos de quienes representan los intereses del capital financiero. Y sin poderse cuestionar las reglas a las que obedecen, ya que están cegados por los postulados de una ideología dominante, el neoliberalismo, que además legitima el hecho de que estos mismos gobernantes –o sus familiares o sus amigos– se enriquezcan, de una manera que nosotros consideraríamos inmoral, gracias a la pérdida de derechos sociales de los ciudadanos y a la privatización del sector público.

En una vuelta más de tuerca, los gobernantes pueden llegar a presentarse ante la opinión pública como víctimas ellos mismos de indefensión aprendida. Es el “aunque me gustaría hacer otra cosa, yo no puedo hacer nada, porque me lo ordenan desde arriba, y las consecuencias, si actúo de otra manera, podrían ser peores”. El mismo mandatario se convierte en modelo público de indefensión aprendida, y ya sabemos que nada enseña tanto como el ejemplo. Fue el caso de José Luis Rodríguez Zapatero cuando la llamada de Barack Obama. Ya vemos que se trata de un recurso nada nuevo. Pero ahora, con nuestro actual presidente, Mariano Rajoy, este fenómeno se ha exacerbado tanto, que él mismo se ha convertido en ejemplo viviente de indefensión y debilidad, con sus “chuletas” en los discursos, sus ausencias, sus gestos y acciones.

En definitiva, lo que estos gobernantes nos transmiten, al escenificar su indefensión, es que nuestro país ya no es soberano, sino que está bajo las órdenes de los que en realidad mandan: los famosos “mercados”. Pero ¿por qué no son sinceros y coherentes, dimiten y dejan que España se convierta en un “protectorado” del capital financiero, como lo son ya Italia o Grecia? Tal vez su papel en la estrategia del shock aún no se haya cumplido del todo. Todavía no estamos completamente sujetos a la indefensión aprendida. Pero ¿podremos hacer algo para no ser vencidos del todo por ella?

Una manera que tiene el poder de provocarnos la indefensión aprendida es culpabilizarnos de lo que está sucediendo. Se nos dice que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, cuando la realidad era que las posibilidades, para los de abajo, más bien eran inferiores a los estándares de una vida digna, en tanto a bajos salarios o carestía de bienes básicos como la vivienda.

No debemos caer en la trampa de pensar que la culpa de esta “crisis” (acumulación por desposesión) la tenemos nosotros. Debemos ser capaces de analizar, más allá de la sobreabundancia informativa de los mass media, en qué consiste el modelo social, económico y cultural vigente, y en qué podemos contribuir para atenuar sus efectos dañinos, o incluso para plantear modelos alternativos diferentes.

Hay que actuar.  

Referencias

  1. Seligman, M. E. P. (1975). Helplessness: On Depression, Development, and Death. San Francisco: W. H. Freeman.
  2. Carlson, Neil R. (2010). Psychology the science of behaviour. Pearson Canada. pp. 409.





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