Desposeídos de la cultura, desposeídos de la sanidad, desposeídos de
la educación, desposeídos de la propiedad, desposeídos de nuestro
cuerpo, desposeídos de nuestra dignidad, desposeídos de nuestros
derechos, desposeídos de otra posibilidad. La historia del capitalismo
es la historia de una continua desposesión, la historia de una continua
extracción de aquello producido colectivamente. Sin esa continua
acumulación por desposesión, sin los decretos, rumbos institucionales y
tácticas capitalistas para cercar y extraer renta de la producción
social, el régimen de acumulación capitalista no podría mantenerse. Esa
es la esencia de un modelo injusto en su origen e injusto en su
desarrollo histórico. Si bien el presente habla por sí solo, viajemos un
momento a finales del siglo XV para situar sus inicios.
Es bien conocido cómo el paso de una economía feudal a una economía
de base capitalista vino acompañado por un violento proceso bajo el que
se expulsó a las clases campesinas de las tierras comunales, medio que
constituía su principal fuente de supervivencia. Esto fue lo que Karl Marx describió en el El Capitalcomo
“acumulación originaria”, capítulo fundacional del capitalismo que
dejaba patas arriba la supuesta “transición natural” que con tanta
insistencia relataban los economistas liberales. A su vez, en el libro El Calibán y la bruja (Federici, 2004) la militante feminista Silvia Federici sitúa
en el centro del análisis de la acumulación originaria las cacerías de
brujas de los siglos XVI y XVII; la persecución y quema de mujeres que
no querían aceptar su papel servil hacia el hombre fue tan importante
para el desarrollo del capitalismo como la colonización y la
expropiación del campesinado europeo de sus tierras. Como comenta
Federici «la importancia económica de la reproducción de la mano de
obra llevada a cabo en el hogar, y su función en la acumulación del
capital, se hicieron invisibles, confundiéndose con una vocación natural
y designándose como “trabajo de mujeres”» (Federici, 2004) .
Desposesión y normativización de las tierras, desposesión y
normativización de los cuerpos, desposesión y usurpación de otros modos
de existencia.
Si volvemos al presente, queda claro que no hay que tomar ese momento
como un episodio singular o como una nota al margen de los ciclos de
acumulación capitalista. Los continuos procesos de cercamiento de
tierras comunales, la devastación de territorios (tanto materiales como
culturales), la larga cola de proceso coloniales y neocoloniales que
arrastra el capitalismo, el endeudamiento ciudadano y la dilapidación de
otros modos de vida son la base genética de un modelo que se sirve de
la desposesión para perpetuarse. ¿Qué es la actual deuda ciudadana sino
un claro ejemplo de la estrategia de desposesión capitalista? ¿Qué son
los deshaucios y el brutal recorte en materia de asistencia pública sino
una evidente guerra contra las conquistas sociales?. Esa es la
principal lección que nos ofrece el geógrafo angloamericano David Harvey en su artículo El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión (Harvey,
2004). En este texto, Harvey pasa minuta de manera ejemplar a un modelo
de producción basado en la pulverización de la existencia donde la
desposesión no es un capítulo histórico y lejano sino un proceso en
pleno curso.
Harvey nos cuenta cómo, desde los 70s, la etapa contemporánea del
capitalismo ha padecido diversos procesos de sobreacumulación, es decir,
la generación de continuos excedentes, tanto excedentes de trabajo
(desempleo) como de capital (sobreabundancia de mercancías que no pueden
venderse). Para sobrevivir, el capitalismo se vale de lo que Harvey
denomina “ajustes espacio-temporales”, procesos por los cuales se
traslada la crisis bien en el tiempo o bien en otros territorios, esto
es, aplazándola temporalmente o desplazándola geográficamente. Una vez
devastadas las posibilidades de un momento histórico o las capacidades
productivas de un territorio, el capitalismo desplaza sus crisis para
encontrar savia nueva bajo la que reproducir las mismas condiciones,
iniciando así un nuevo ciclo de acumulación basado en la desposesión.
Como nos recuerda Harvey, las diferentes fases del capitalismo se apoyan
en la histórica y actual mercantilización y privatización de la tierra y
expulsión de poblaciones campesinas; conversión de diversas formas de
derechos de propiedad –común, colectiva, estatal– en derechos de
propiedad exclusivos; supresión del derecho a los bienes comunes;
transformación de la fuerza de trabajo en mercancía y la supresión de
formas de producción y consumo alternativas; los procesos «coloniales,
neocoloniales e imperiales de apropiación de activos, incluyendo los
recursos naturales; la monetización de los intercambios y la recaudación
de impuestos, particularmente de la tierra; el tráfico de esclavos; y
la usura, la deuda pública y, finalmente, el sistema de crédito.» (Harvey, 2004). A esto hay que sumar nuevas maniobras de normativización y dominación sobre el cuerpo mujer, decretando qué puede o debe hacer, invisibilizando su condición productiva y limitando su autonomía.
Es obvio que frente a este proceso hacen falta fuerzas opositoras que
actúen de manera federada a escala mundial, movimientos de revuelta
bajo los que imponer «una forma de globalización enteramente
diferente, no imperialista, que enfatiza el bienestar social y los
objetivos humanitarios asociados con formas creativas de desarrollo
geográfico desigual por sobre la glorificación del poder del dinero, el
valor del mercado accionario y la multiforme e incesante acumulación de
capital a través de los variados espacios de la economía global por
cualquier medio, pero que termina siempre por concentrarse fuertemente
en unos pocos espacios de extraordinaria riqueza.» (Harvey, 2004).
Difícil imaginar una propuesta política centrada en la justicia social y
en la distribución de la riqueza que no centre su lucha en la abolición
de este despiadado proceso de desposesión.
El derecho a la bancarrota, la desobediencia a la estafa financiera, la lucha de las clases desposeídas, la constitución de un movimiento de
escala terráquea que tome como objetivo un régimen de existencia basado
en la producción, conservación y gestión de los bienes comunes, esos
son los objetivos políticos que deben movilizarnos hoy. Lo que es
deseable no es un mundo sin mercados y sin derechos, sino un mundo sin
capitalismo. Mercados que respondan a necesidades y no fijados como
medios abiertos a la explotación y la especulación; derechos que sirvan
para confirmarnos como una sociedad justa y no como pretextos para la
desposesión. Lo deseable es la absoluta desaparición del robo
institucionalizado como única forma de vida, el juicio a un crimen
histórico que logra permanecer invisible y que el actual cambio de época
no puede dejar impune.