Radicalizar los cuidados

por Carolink Fingers

Las organizaciones son un obstáculo para organizarse. En verdad, no hay desviación entre lo que somos, lo que hacemos y lo que devenimos. Las organizaciones -políticas o sindicales, fascistas o anarquistas- comienzan siempre separando prácticamente este aspecto de la existencia. Y a continuación tienen la virtud de presentar su estúpido formalismo como el único remedio para esta separación. Organizarse no es dotar de estructura a la impotencia. Es sobre todo tejer lazos, lazos que no son neutros, lazos orientados terriblemente. El grado de organización se mide por la intensidad del reparto, material y espiritual.
La insurrección que viene - Comité invisible (p. 19)

Una amiga me lanza un reto y respondo. Como ella, vi el 15M desde lejos, aun viviendo en la ciudad de Madrid. Me acerqué -aquí lo conté- como una turista, y fue el comienzo de volver a sentir que se rellenaba el espacio entre las cosas, los otros y yo.

Han pasado 504 días. Frente a la convocatoria del 25S, quise estar allí después de sentir que aquello perdía su coraza negra o entender que, más allá del quién o del cómo, no había modo de no sentirme apelada.

Entre un 15 de mayo de 2011 y un 25 de septiembre de 2012 el escenario ha cambiado mucho -o he cambiado yo, o ambos-. No es que no sea posible volver a la energía de Sol, es que la energía en estos momentos -así siento- debe enfocarse y administrarse con mayor contundencia, sin dejar de construir sentidos en todas partes. Han sido 504 días para comprobar que se nos continúa desangrando. Se -me- impone oponer la negativa a seguir alimentando al vampiro de la Troika con nuestras vidas.

Cuando leí la convocatoria para el 25 de septiembre, yo también sentí, sí, hay que radicalizar la lucha. Lo dice una sin apenas experiencia en la “lucha”.

Llegado el día, delegación de gobierno mediante, sabía que no debía ir con mis hijas, como he hecho tantas veces en las manifestaciones del último año y medio. Qué haces entonces. Te recluyes en casa -y después va el tipo al que estamos despidiendo del Congreso y se congratula contigo, por cobarde, metiéndote en el mismo saco de mierda-.

Me quedé y me mordí las uñas toda la tarde, viendo impotente un interesado streaming que enfocaba con insidia la tensión y los empujones.

Mi lado madre dijo: “Hice bien”. Y mi lado activista sintió todo el día la frustración y la culpa. También me enardecí pensando que cómo, de qué manera, menda y otras como menda podemos contar en la lucha, aun quedándonos en casa porque la reproducción de la vida, amores míos, es parte, no importante, sino imprescindible, de lo que sucede ahí fuera.

Hay que empezar a responder a nuestras necesidades, y eso implica que cuando te juntas para hacer política, te juntas en un sentido mucho más amplio, no sólo en un sentido abstracto de ser político y “no traigas aquí tus problemas personales”. En los últimos dos o tres años hemos estado hablando de que no queremos un movimiento que suba como una olla a presión y luego baje, sino un movimiento que pueda ser sostenible y crecer. Y que tenga muchos espacios, que ofrezca a todo tipo de gente la posibilidad de participar, que pueda responder a las necesidades particulares que tiene la gente y que no te obligue a compartimentarte para poder hacer política.


La revolución no se hace únicamente en la calle, pero hay días en los que la calle es el sitio para la revolución. Desde que me involucro en esta liquidez empoderante de juntar los cuerpos y hacer cosas en común, sé que cada pequeño movimiento, cada ridiculez de barrio, de esquina o de plaza supone un meñique torcido al sistema. No echamos abajo el capitalismo financiero, oh, claro que no, pero nos plantamos al lado escribiendo otra realidad, otro mundo. Y, entonces, somos gente que nos sacamos del devenir grotesco. Los logros del 15M son, a día de hoy, tratados por muchos como minucias porque no asaltamos esa política, caduca, podrida y falsa de las instituciones. Pero ay, ahí fuera, os voy a contar el secreto: he aprendido a conseguir aire para respirar.

Y ¿cuando nos movemos hacia posiciones de acción…? En la noche del martes, viendo el enésimo vídeo de carreras, persecuciones, cargas y pelotazos de goma, me dije que sí, que la lucha debe radicalizarse, hostias ya, pero radicalicemos también los cuidados.

En el espacio privado, tú, y Sara, y Juana, y Alejandra y Laura y Camelia y Pablo y Alfredo no podemos quedarnos dejando que sean ellos los que luchen. O podemos hacerlo, siempre y cuando alguien, algún compañero-coño, nos cuente. Hacedlo por nosotras. Por vosotras. Vamos a contarnos. Por cada uno de los que puso su cuerpo allí ese día, y otro día, y otro, hay una o uno que le cubre las espaldas. Que está generando vida o perpetuando la posibilidad de la vida.

Otra amiga lo expresaba del siguiente modo: es una guerra. Y lo es del espacio público. Ellos quieren que toda la sociedad entienda que son los antisistema contra los antidisturbios. Por eso la violencia se despliega indiscriminada y furiosa sin atender a ninguna lógica, para que te vuelvas a tu casa, asustado, y ratonees mil excusas la próxima vez que te convoquen.

Es una guerra, sí, de la visibilidad. Nosotras, y las personas mayores, y los niños, y los enfermos, estamos haciendo nuestra revolución de las pequeñas cosas -si os parece poco, tengo aquí a una pequeña activista que se reprime las ganas de escupir cuando pasa delante de ciertos coches con luces. Esa revolución no llega al youtube y pocos os atreveríais a llamarla así. Bien.

Pero el caso es que lo he visto. Lo veo todos los días. Muchas de las personas más militantes y más activas que participan en mi asamblea son cuasi jubilados con cuerpos achacosos y pocas energías para las largas derivas que llevamos haciendo meses por las calles de Madrid. Y prometo que son los más antisistema que he conocido.

Vuelvo al Comité invisible, cuando dice que la criminalización de ciertas actividades (se refiere a las protestas francesas de 2008) con métodos antiterroristas “lo que, en realidad, ha atacado es el devenir posible de una situación. La posibilidad de que detrás de cada tendero se oculten malas intenciones, y detrás de cada pensamiento los actos a los que apela. La posibilidad de que se propague una idea de lo político, anónima pero susceptible de ser suscrita, diseminada e incontrolable, que no pueda tener cabida en el chiringuito de la libertad de expresión”.

Ejerciendo la violencia extrema sobre los cuerpos que sí se atreven a salir y enfrentarse a la policía lo que se ataca es la posibilidad de que tú, y yo, y Sara y Juana nos pringuemos en la siguiente movilización. Lo que se ataca es nuestro empoderamiento. Es necesario y vital que radicalicemos los cuidados, llevando a todos los niños y los mayores en un bloque, haciendo una guerra paralela en un espacio no-de-batalla, despistando los cordones policiales, jugando a las escondidas, qué-sé-yo.
Porque no deseo quedarme en casa y no contar, en cada nueva convocatoria sacaré mis armas de guerra, mi cuerpo de 38 años y mis gritos de madre enfurecida que ya no aguanta más ofreciendo su sangre al dios castigador del mercado secundario de deuda. Como siempre, pero más consciente, buscaré generar el cuidado en manada: por separado no valemos gran cosa. Uno de los muchos trabajos que tenemos por delante es el de infundir confianza y seguridad en todas las personas, así en las débiles o menos veloces, o desertarán del todo de la calle.

Pero es asimismo urgente que nos visibilicemos y nos visibilicéis, porque no hay épica en la “lucha” y ésta no puede sostenerse únicamente en un territorio de batalla. Ése es un paso, uno más.

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