Pere Rusiñol en Público
Al menos 40 empresas en declive han sido reconvertidas en
cooperativas al asumir su gestión los trabajadores. En ocasiones, el
antiguo dueño de la compañía se suma a la iniciativa
A Daniel Martínez, de 33 años, le despidieron de la empresa en la que
trabajaba, en Mazarrón (Murcia), machacada como tantas por la crisis.
Medio año después, sigue en la nave y es el dueño.
La crisis económica ha llevado a decenas de trabajadores en España a tomar empresas en declive y gestionarlas directamente.
En lugar de contentarse con el paro, han despedido al dueño y han
tratado de mantenerlas a flote reconvertidas en cooperativas.
Aquí no se escucha el ruido de Argentina, cuando con el crash
de 2002 miles de obreros se quedaron con las fábricas ante la huida de
sus jefes y su lucha fue captada por la cámara de Naomi Klein y Avis
Lewis en La Toma. Pero el goteo es incesante: Daniel Martínez y seis compañeros crearon el pasado abril la cooperativa Akami Tuna y trabajan incluso en la misma nave
y con la misma maquinaria de la empresa que les despidió; la
metalúrgica Metalva unió en Alcañiz (Teruel) a obreros que un día fueron
a trabajar y el dueño se había fugado; los cooperativistas de Zero-Pro
en Porriño (Pontevedra) desarrollan por su cuenta los proyectos de robotización que antes elaboraban para su jefe.
La Confederación de Cooperativas de Trabajo (Coceta) estima que en dos años se han tomado unas 40 empresas en España cuando en dos décadas no tuvieron constancia de ninguna acción parecida.
En ocasiones aunque raras, incluso el dueño se suma a la toma. Es
el caso, por ejemplo, de Francisco Javier Jiménez, de 40 años, que era
propietario de Cuin Factory, una pequeña empresa de producción y
comercialización de muebles de cocina de Vilanova i la Geltrú
(Barcelona). A principios de año, echó cuentas, le salieron rojas y
comunicó a sus empleados que cerraba. Tras el shock colectivo, alguien sugirió arrimar el hombro juntos y seguir como cooperativa. Desde junio, el dueño ha dejado de serlo y es un trabajador más, sometido a la asamblea. Pero la fábrica sigue.
"La persona que hoy firma mi nómina era antes mi secretaria.
Parece el mundo al revés, pero estoy muy satisfecho del paso dado:
antes todo recaía sobre mis espaldas, ahora tengo compañeros de
fatigas", explica Jiménez. Como la situación es de economía de guerra,
los seis cooperativistas se han autoasignado un salario de apenas 900
euros al mes. "Todos somos jefes y todos ganamos lo mismo, que espero
que aumente a medida que dejemos atrás la crisis", añade Jiménez, quien
ironiza que sus ex obreros "ahora se dan cuenta de lo duro que puede
resultar ser empresario".
Catalunya es probablemente la comunidad
donde se dan más experiencias de este tipo, hasta el punto de que la
Generalitat creó en junio una línea de ayudas específicas para
transformar una empresa mercantil en cooperativa. Y existe una
cooperativa, Ara_coop, especializada en ayudar en el proceso de
transformación. En el último año, las peticiones de información a
Aracoop han aumentado el 50%.
El fenómeno se ha extendido
sigilosamente por toda España ante la posibilidad de capitalizar el paro
y con la riquísima experiencia acumulada en la crisis de finales de la
década de 1970, cuando muchos obreros tomaron sus fábricas y
las reconvirtieron en cooperativas. Algunas de esas empresas, como la
catalana Mol-Matric, siguen funcionando de forma asamblearia 30 años
después y generando beneficios.
"El problema, a veces, es
directamente el propietario", apunta Enrique Emsoleaga, gerente de
Metalva, metalúrgica creada por cinco obreros cansados de que el dueño
no les pagara. "Antes teníamos trabajo, pero nunca dinero. Ahora hacemos lo mismo, pero con mucha más libertad y nos ganamos la vida", añade.
¿Y
no son un engorro las asambleas para tomar decisiones? "No, para nada",
responde Emsoleaga con un punto de ironía. "Los acuerdos son siempre
unánimes: trabajar, trabajar y trabajar", dice. Las asambleas las hacen
los sábados, en la fábrica, mientras de-sayunan con toda la familia.
Las razones para la toma
no suelen ser ideológicas, sino prácticas, aunque muchos interlocutores
no lo crean: "El responsable de un banco al que pedimos dinero cerró el
portafolio cuando escuchó la palabra cooperativa. ¡Debía de pensar que
estaba ante el mismísimo Lenin!", explica entre risas Marcos Jalda, de
Zero-Pro.