Situación:
jornada formativa dirigida a los mediadores de un programa de educación
para la participación que va a comenzar. Se realiza en 20 municipios
diferentes y se trata de que todos tengan las máximas herramientas
posibles para llevar el grupo de jóvenes, 14 y 15 años, a buen puerto.
Cuando han terminado, la mediadora de un pequeño pueblo, educadora
social sin apenas experiencia, dice agobiada: pero ¿qué tengo que hacer
cuando esté delante de ellos? ¿Qué les digo? ¿Y si me pongo nerviosa y
me toman el pelo? La respuesta del coordinador: lo único que puedes
hacer es joderte, las tablas ante un grupo de jóvenes no vienen en el
código genético, escúchalos y aprende.
Juan F. Berenguer |Trabajar con jóvenes
¿Por
qué empiezo así esta entrada? Porque nadie nace enseñado. Ni nosotros,
estupendos educadores, ni ellos, jóvenes hambrientos de comerte al menor
descuido. El aprendizaje ha de ser mutuo y, a ser posible, de forma
simultánea.
No
voy a manifestar ahora resultados de estupendas tesis y sesudos
estudios. Esta es mi experiencia y como tal la cuento y no quiere sentar
cátedra alguna, sólo poner encima de la mesa argumentos que han sido
útiles y que otros educadores pueden comentar, complementar, estar en
desacuerdo o tirar directamente a la basura.
La
principal característica de un joven de quince años es precisamente
esa: que tiene quince años. ¿Qué te esperabas? ¿Psicología evolutiva?
No
voy a buscar ningún texto para ver qué se siente a esa edad, lo único
que tengo que hacer es un ejercicio de memoria. Lo hago. Y me veo: “ganas
irrefrenables de actividad, qué malos eran mis padres (benditos sean),
qué buenas están todas las tías, qué pesados son los profesores (salvo
ese que nos escucha),granos, hablo de cosas con los amigos que nunca
converso con los adultos, estoy harto de hacer lo que me dicen por que
sí, salir de mi tienda de campaña de noche sin que me vea el monitor,
beber licor 43 con coca cola los fines de semana hasta que me salga por
las orejas, distraerme con cualquier cosa, aburrirme, quiero tener
muchos amigos y también las zapatillas Kelme que tiene mi vecino, ¿mi
aspecto le gustará a las tías?, no me gusta que mi madre hable de mí a
las amigas cuando estoy delante, fumo y bebo: los mayores lo hacen, te
callas cuando hablan los adultos, ¿porqué tengo tan poco dinero en el
bolsillo?, no he podido evitar correrme encima cuando estaba con
maripuri, como me sigan dando la tabarra me escapo de casa, me he fumado
unos porros, y qué, ¿que la risa es mala ahora?, me han suspendido, qué
va a decir mi padre; ¿se estarán esos riendo de mí?, voy a ver a mi
abuela porque me dará algo de pasta, soy chulo hasta que alguien es más
chulo que yo, no me comprenden, ¿por qué tengo que llegar a las 11 si a
todos mis amigos los dejan hasta las 12?, ¿le gustaré a aquella chica
que me mira y se ríe? ¿Qué me pongo?”
En
este cúmulo de frases hechas podemos encontrar la generalidad de lo que
pasa por la cabeza de una persona de 15 años, con algunos rasgos
particulares entre chicos y chicas. Pero, ¿cuántos de vosotros no habéis
estado en, al menos, la mitad de esas situaciones? Siempre he creído
que los jóvenes somos los mismos. Posiblemente la edad de inicio en
todas las cosas sea antes y seguirá siendo, también que la tecnología ha
cambiado unas cuantas cosas, y las seguirá cambiando, pero la esencia,
la naturaleza sigue siendo la misma.
Por
todo esto, lo primero que debemos hacer es empatizar con algo que ya
conocemos pero se nos ha olvidado y renunciamos a comprender, lo mismo
que nuestros mayores no nos entendían. Está ahí, tan cerca, tan simple,
pero seguimos sin ver qué personas tenemos delante: a nosotros mismos.
A
partir de ahí se trata de estar. Tu presencia debe de aportarles
estímulo para conocer e ir comprendiendo por sí mismos, sin evitar
errores y caídas, tienen derecho a tenerlas. La ventaja es que tú estás
ahí y puedes propiciar que él mismo analice lo sucedido, sin moralinas
por tu parte.
Cuando
tienes delante un grupo de quince, veinte o veinticinco jóvenes debes
de mirarlos a los ojos cuando hables, a todos. Es una simple técnica que
al principio cuesta un poco pero con algo de tiempo al hablar mirando,
uno a uno, te da seguridad y les muestras respeto, a la vez que consigues que estén prestándote atención porque saben que en cualquier momento los puedes mirar.
Tú
no eres uno de ellos. La máxima que debemos de aprender a toda costa,
sobre todo cuando la diferencia de edad no es tan grande. Debes de
propiciar que tengan sus propios espacios y momentos.
Y
vendrán momentos malos, normales por otra parte en la vida de un grupo,
y se deberá de afrontar cada situación de forma seria y hablada, tienen
quince años pero no son tontos. Sólo hay que tratarlos como personas y
que asuman, por tanto, esa responsabilidad. Y, por supuesto, te
equivocarás. Eso es más fácil, con reconocerlo se acaba el problema.
Como
punto y final, para mí, la más importante: tú les acompañas (1) no les
diriges a ningún punto. Cuando encuentren su punto ya no estarás ahí
para comprobarlo, tu misión es otra mientras están contigo y cuando
dejes de acompañarlos y observes quienes eran y lo que son ahora te
sentirás satisfecho y observarás por ti mismo que tu trabajo ha merecido
la pena y que tiene sentido este rollo de la animación sociocultural.
Como
habréis podido observar a todo esto le podemos poner un nombre
académico, podría haberlo hecho. Pero, no. Se trata de personas y la
animación sociocultural es ciencia y sentimientos y hay que intentar
poner sentimiento a lo que decimos y escribimos, esto no puede ser
tratado como simple estadística, chocaría con la esencia misma de la
animación sociocultural y, por eso, han salido así estas líneas, sólo
con la intención de aportar y/o recordar cosas que todos sabemos y
deberíamos practicarlas más porque cuando algo sale bien, sólo nosotros
conocemos la satisfacción que produce y esa, amigos, es nuestra fuerza.
(1)
Hago mención aquí a esta palabra porque empecé a utilizarla mucho tras
leer a Jaume Funes (@JaumeFunes) y por eso esta referencia. Al césar lo
que es del césar.