Acostumbrados a escuchar casos de discriminación machista a
todas horas, es raro pararse a pensar en que algunos hombres también lo
sufren, ya que el trabajo que pretenden viene siendo considerado,
socialmente y desde siempre, “cosa de mujeres”. Esta frase, así como su
análoga, “cosa de hombres”, traen implícitas una serie de prejuicios que
afectan al desarrollo socio-laboral de las personas. ¿Quién no se ha
extrañado al saber de una mujer taxista, piloto o guardaespaldas?
Álvaro Velayos | El confidencial
Es
fácil encontrar hombres que trabajan en ciertas profesiones como moda,
estética o similares consideradas en el ámbito doméstico como “cosa de
mujeres”. Estas profesiones adquieren en el ámbito profesional un
carácter más igualitario, a veces incluso, con tendencias machistas;
todos conocemos a algún cocinero, modisto o peluquero famoso, pero más
difícil es encontrar a una médico, empresaria o abogada famosa. Pero hay
un sector en el que la participación del hombre no está del todo
aceptada e integrada en la sociedad. En educación infantil es raro
encontrar hombres trabajando salvo en el equipo directivo del centro. ¿Por qué un hombre no puede cuidar y educar a un niño igual o mejor que una mujer? ¿No se supone que una persona formada tiene la capacidad de ejercer su trabajo indistintamente del sexo?
Ciertas
escuelas infantiles se cierran en banda a contratar chicos sólo por el
hecho de no haber trabajado nunca con uno en este sector. Apoyándose en la excusa fácil de que las familias lo ven raro, rechazan la posibilidad de descubrir que un hombre puede realizar igual el trabajo de educador.
La misma escuela que vende su metodología como innovadora y
progresista, la misma que aboga por una educación basada en valores de
igualdad y respeto, la misma que pretende introducir al niño en
sociedad, marcando sus primeras pautas de conductas sociales, está
cayendo en prejuicios sociales y sexistas contrarios totalmente a las
que dicen ser sus convicciones. Cierto es que los padres y madres ven
raro que un hombre se ocupe de sus hijos pequeños, y es comprensible a
sabiendas de las noticias sobre casos de malos tratos y similares que se
dan actualmente. Pero no es excusa para la escuela, pues si la familia
confía en ella acaba confiando en sus empleados, por lo que es cuestión
de pocos días que vean a un hombre educador como alguien competente con
el que su hijo o hija esté bien atendido.
Recoger un currículum
de un varón no es problema, tan sólo basta con decir que la plantilla
está al completo pero que igualmente viene bien tener gente por si acaso
hace falta. La preocupación viene cuando esa misma escuela contrata, al
poco tiempo, a otras personas, en ocasiones con menos experiencia, para
realizar el trabajo que perfectamente podría hacer ese chico.
No
sé si se puede llamar falsedad para ocultar prejuicios o
conservadurismo educativo, pero es claro que la ignorancia está muy
presente en estos casos, pues una escuela debe saber, para empezar, que una figura masculina en educación infantil es muy positiva para el desarrollo social del niño, ya que deja de ver a la mujer como única responsable de la educación y cuidado de los niños. Por eso, en
el país con el sistema educativo más avanzado, Finlandia, se
implantaron prácticas de discriminación positiva que favorecían la
incorporación de varones al entorno docente con el objetivo de conseguir que los alumnos contasen con modelos de ambos sexos.
Si
se analiza bien, la discriminación del hombre en este sector afecta
directamente a la educación para la igualdad de género de los más
pequeños. Dejemos de pensar en hombres y mujeres y centrémonos en las personas como profesionales, independientemente de su género, por el bien de la sociedad.
*Álvaro Velayos es maestro de Educación Infantil.