Alinsky no fue un teórico ni un ideólogo.
Fue ante todo un hombre de acción y un excepcional estratega
para poner en marcha los medios más eficaces
para reconstruir y significar las comunidades marginales. El sentido
extremo de democracia y la autodeterminación de los propios
afectados eran los principios en los que se basaba su acción.
El Viejo Topo nº 79
Las sociedades urbanas occidentales, amodorradas
en el sopor de su democracia formal declarada, sufren una paulatina
disgregación: su cuerpo social se tribaliza (Michel Maffesoli
dixit), se vuelven ingobernables (Claus Offe), los fenómenos
extremos y anómicos se suceden víricamente (Jean Baudrillard),
hay más lugares de desencuentro (no-lugares como los define
Marc Augé) que ágoras, más ruido que comunicación
(pese a Jügern Habermas), mayores brechas entre poseedores
y desposeídos, entre trabajo protegido y precario, entre
autóctonos e inmigrantes, entre los que cuentan cuando se
habla de representación política (desde la política
dominante) y un resto cada vez mayor que se sitúa al margen,
exiliado o renunciando a su poder tribunicio. En esa lógica
de entropía social, la imagen del orden - sociedad en Estado
- se fragmenta en un conjunto de desórdenes (político,
moral, ideológico, estético, pasional) donde late
la amenaza de una potencial eclosión súbita de la
violencia de los contrarios. El mestizaje humano (cultural) y las
bolsas de marginalidad de las grandes ciudades son una prueba obvia
de ese funambulismo del desorden. El Tercer Mundo - como resaca
colonial o como revancha histórica - se ha instalado en sucesivas
generaciones (cada una de ellas vive a su manera el desarraigo y
la culturización en el país de adopción) en
el corazón de las antiguas metrópolis. Para mucho
de los inmigrantes el sueño de occidente ha devenido en una
pesadilla: angustia, discriminación, aculturización,
explotación, guetarización... El otro (inmigrante
pobre marginal...) suscita a amplios sectores de ciudadanos instalados
(autóctonos, modelos normalizados, gentes de ley...) un renovado
revulsivo a su impronta racista y una coartada para sus miedos preventivos/represivos.
La tensión interracial se inflama con cualquier desafortunada
chispa: la impotencia o las iras vindicativas de la miseria estallan
en una ebriedad colectiva de destrucción y odio. Ahí
están las revueltas de Los Ángeles, Bristol o en los
banlieues parisinos (Mantesla-Jolie) y de Lyon (Vaulx-en-Velin).
Son movimientos convulsivos que se hermanan a la lógica de
la desesperación de los motines de hambre de Perú,
Caracas o Argel. Estos conflictos poseen el mismo cariz épico
que antaño tuvieron las luchas obreras. El tejido social (los
sectores pauperrizados, los inmigrantes, los parados, los viejos,
los enfermos...) se convierten en motor de una historia desplazando
en protagonismo a las clases sociales (la producción como
referente) anegadas en las ciénagas del consumo.
Esta situación implica la emergencia de nuevos
sujetos sociales, territorios y formas de enfrentar los conflictos.
La falta de calado ideológico y orfandad de organizaciones
estables hace que, generalmente, esos furores populares (espontáneos,
puntuales, fácilmente reprensibles) se histericen visceralmente,
carezcan de horizontes vindicativos nítidos y de medios eficaces
para resolver las causas orígenes de sus necesidades perentorias.
Acaso sería conveniente recurrir a la memoria
histórica para recuperar experiencias y métodos de
acción que orientasen el desconcierto propio de los grupos
marginales al enfrentarse a determinados conflictos. Sin duda una
buena fuente de memoria se halla en las décadas de los sesenta
/ setenta en los EEUU donde se desarrollaron numerosos movimientos
pacifistas (contra la guerra del Vietnam), convivenciales alternativos
(Hippies, comunas, Yippies, ecologistas...) y a favor de los derechos
civiles de las minorías étnicas discriminadas. Estos
últimos, adoptaron diversas formas de organización
y estrategias que abarcaban desde una impugnación violenta
(Panteras Negras, Ejército Simbiótico, etc.) hasta
una resistencia pacífica apoyadas por amplios sectores de
la población (Luther King). Entre ambos extremos, abonados
por la euforia imaginativa de la contracultura del momento, aparecieron
otras organizaciones menos publicitadas, pero eficaces en sus enfrentamientos
con la Administración o los poderes económicos para
resolver conflictos étnicos o de marginación en las
grandes ciudades de los EEUU.
Merece la pena recordar por sus espectaculares e
ingeniosos métodos a la Industrial Areas Foundation, organismo
creado por Saul Alinsky tras organizar en 1940 el Black of the Yards,
uno de los barrios más deprimidos de Chicago.
Saul Alinsky había ido curtiendo su personalidad
en la picaresca de las calles de la inmigración judía
donde creció; en los códigos inopinados del hampa
mafiosa de Chicago con los que convivió durante dos años
realizando su tesis de sociología (a Frank Nitti - lugarteniente
de Al Capone - le llamará profesor); en el contacto con la
realidad de la delincuencia juvenil y los medios carcelarios desde
su labor profesional como criminólogo del departamento de
Justicia de Illinois; y en sus compromisos con la febril actividad
social de los años treinta (recolecta fondos para las Brigadas
Internacionales en la guerra de España, cooperación
con John Lewis en el desarrollo sindical de la CIO-Congress of Industrial
Organisations; participación en las campañas para
la legalización de inmigrantes chicanos y ayudas para los
damnificados por la depresión económica...).
De sus experiencias Alinsky saca en consecuencia
que las organizaciones y las ideologías clásicas no
pueden afrontar directamente ni erradicar los problemas de la miseria,
la discriminación racial, el paro, la enfermedad o las incertidumbres
económicas; causas todas que son el caldo de cultivo de la
delincuencia o de los conflictos sociales. Alinsky está convencido
de que sólo los propios implicados pueden resolver sus problemas
si se lo proponen mediante una estrategia de acción directa
noviolenta. En una entrevista aparecida en la revista Actuel (abril,
1972) se le preguntaba: “¿Ha sido usted seducido alguna vez
por una ideología?” A lo que Alinsky contesta: “No, he ido
siempre a tientas, siempre buscando. En los años treinta
acudíamos al socialismo que debía traer infaliblemente
el paraíso en la tierra, pero yo tenía demasiado sentido
del humor para aceptar esquemas dogmáticos. La ideología
y la risa no hacen buenas migas, y mis amigos comunistas no reían
jamás. Para adherirse a una ideología hace falta creer
profundamente en una verdad primera que yo no poseo. Para mí
la verdad es relativa. ¿Con tales principios cómo
diantres podría adoptar una ideología? Cuando se está
firmemente convencido de que “el poder pertenece al pueblo” se organiza
a la gente para luego ser ellos quienes lo ejerzan. Esa es u ideología.
¡Hay que dejar ir a la gente donde ella quiera!
Alinsky huyó de la tentación radical
de la lucha armada propugnada por los Panteras Negras. Alinsky se
mofaba de las consignas maximalistas que decían que “El poder
está en la punta del fusil” replicando que “dado que todos
los fusiles están en manos del enemigo, hay que estar triste
por ello”.
Alinsky no fue un teórico ni un ideólogo.
Fue ante todo un hombre de acción y un excepcional estratega
para poner en marcha los medios más eficaces
para reconstruir y significar las comunidades marginales. El sentido
extremo de democracia y la autodeterminación de los propios
afectados eran los principios en los que se basaba su acción.
Nunca se entrometió en los conflictos derivados de las comunidades
marginales si no fue requerido por sus representantes. Jamás
buscó un protagonismo personal ni permitió que nadie
rentabilizara los éxitos conseguidos por toda la comunidad.
La organización en 1958 del barrio de Woodlawn
en Chicago (“A su lado Harlem era un barrio residencial”) supuso
un nuevo éxito en la puesta en práctica de los métodos
de Alinsky. El barrio constituía una de las más deprimidas
comunidades negras; cara oculta, velada, realidad vergonzante de
las prósperas ciudades del norte de EEUU: alta densidad de
población, hacinamiento en viviendas insalubres o en peligro
de hundimiento (los propietarios las habían abandonado a
su suerte, cuando no pagaban a incendiarios para pagar las primas
del seguro), falta de los más esenciales servicios municipales
(escuelas, limpieza, vigilancia policial, transportes...); delincuencia,
desempleo, luchas de bandas callejeras... Situación dramática
cuya tendencia era una degradación mayor ante la inhibición
de la administración local y la impotencia de aquellos que
sobrevivían entre sus miserias.
En ese patético contexto la municipalidad
pretendía remodelar una parte de su área urbana mediante
expropiaciones masivas, derribos de edificios y expulsiones de los
habitantes de la zona afectada sin contrapartidas sociales.
Un grupo de líderes negros solicitaron la
ayuda de Alinsky para organizar la resistencia contra esas medidas
arbitrarias. Su primer paso fue generarse la confianza de los grupos
implicados y convencerlos para que saldasen sus diferencias y se
unieran en la empresa común de luchar para resolver los problemas
de su realidad vivencial. Tras consensuar una plataforma con todas
sus vindicaciones (“Poniendo suficientemente alto un objetivo finalmente
se consigue un triunfo”), durante ocho meses el barrio se movilizó
permanentemente por distintos objetivos y con toda una panoplia
de formas de enfrentamientos: presiones de todo tipo a los propietarios
de las viviendas (se piqueteaba con pancartas insultantes en las
oficinas de los propietarios de las viviendas o enfrente de las
casas de sus familiares a fin de presionar mediante terceros; se
les enviaban paquetes con las ratas capturadas en los inmuebles);
manifestaciones y sentadas contra los responsables del ayuntamiento
que ignoraban las reivindicaciones del barrio (“Hace falta elegir
el blanco, fijarlo, personalizarlo y polarizarse sobre él
al máximo”); boicots a bancos (retiradas de cuentas) y establecimientos
comerciales (campañas para que no les compraran mercancías
o utilizasen sus servicios), denuncias públicas de la segregación
racial en las escuelas o en el empleo.
Se trataba de “poner al enemigo al pie del muro de
su propio evangelio” agudizando el sentido de la ley para contradecirla
con sus propias reglas. De este modo se boicoteó a aquellas
empresas que con subterfugios incumplían las leyes de promoción
de negros a categorías superiores como ocurría
con unos renombrados almacenes de accesorios del automóvil
y tejidos textiles. Para presionar a la empresa sin salirse de la
ley se organizaba cada fin de semana (días de mayores posibilidades
de ventas) transportes especiales con tres mil negros bien vestidos
que desembarcaban en el centro comercial y entretenían a
los dependientes con preguntas sobre el género en venta para
acabar comprando lo más barato. Finalmente pagaban a crédito
y solicitaban que se les enviase la mercancía a su domicilio
(un servicio gratuito del establecimiento) para posteriormente anular
la compra.
Las pérdidas económicas resultaban
tan patentes que la empresa no tuvo más remedio que cambiar
de política laboral y negociar las promociones.
Al final del conflicto se lograron compromisos sobre
dignificación de viviendas, acceso a alquileres asequibles,
cumplimiento de las leyes sobre salubridad y mantenimiento de los
edificios abandonados en peligro de desplome; persecución
legal de los especuladores inmobiliarios y de los incendiarios;
planes de empleo, limpieza, sanidad, asistencia social y escolaridad;
facilidades para que los negros iletrados se inscribieran en las
listas electorales municipales y, finalmente, garantías para
su representación en los órganos de gestión
municipal. En ocasiones los compromisos arrancados a la municipalidad
no se cumplían o se demoraban en exceso y de nuevo la organización
del barrio, que no se había desmovilizado, volvía
a recurrir a las presiones. Así fue en el aeropuerto O´Hara
de Chicago. Como centro de conexión de vuelos internacionales
y nacionales registraba una alta densidad de tráfico de pasajeros.
Alinsky organizó la presión centrándola en
la ocupación de los lavabos del aeropuerto. Cuando los pasajeros
llegaban esperando hacer uso de los lavabos se encontraban con que
todos estaban ocupados. Los plantes en EEUU se denominaban sitin.
Alinsky jugaba fonéticamente con la palabra shit (mierda)-in
para aludir a las ocupaciones de los lavabos. La protesta de los
numerosos pasajeros y la escatología de la acción
causó tanto revuelo e irrisión en los medios de comunicación
que la administración municipal cumplió inmediatamente
los compromisos pendientes.
A raíz de esta lucha se creará la Northwest
Community Organization como entidad jurídica para enfrentarse
a los problemas que agudizan la marginalidad provocados por la reestructuración
del área metropolitana de Chicago. Unos años después
de su creación, la NCO servía de plataforma jurídica
a 220 organizaciones locales extendidas por todo el territorio de
los EEUU constituyendo una red coordinadora de trabajos sociales
de las parroquias, centros de asistencia y culturales, organizaciones
étnicas, etc.
El método de lucha de Alinsky se sustentaba
en la relación de los términos poder-programa-conflicto-negociación.
El poder surge de la fuerza que se opone y ésta se alimenta
de la unidad de intereses de los afectados y de su voluntad firme
de enfrentamiento (“La amenaza aterroriza más que la acción
misma”). Este mismo interés, “como motivación primera
sobre la cual debe establecerse el animador”, clarificará
los objetivos (programa) a lograr. Las tácticas del conflicto
constituirán la técnica de integración del
grupo impugnador y, al mismo tiempo, socavarán al poder impugnado
conduciéndole a la negociación y el compromiso. El
conflicto debía orientarse tratando de “salir del campo de
la experiencia del enemigo siempre que sea posible (...) No salgáis
jamás del campo de experiencia de vuestra gente. Cuando una
acción o táctica es completamente extraña a
vuestra experiencia se provoca confusión, temor y deseos
de abandono. Esto significa también que ha habido un fracaso
en la comunicación”. Las tácticas del conflicto se
deben adecuar a ritmos de enfrentamiento (acción-reacción)
de tiempos cortos (“Una táctica cuyo desarrollo es muy prolongado
deviene pesada”); contribuir a la cimentación de las relaciones
solidarias de los participantes; y realimentar la constancia e imaginación
como energía vital del poder tribunicio ejercido. Dominar
el conflicto implica alcanzar un poder que legitimiza el derecho
a ser convocados a negociar y poder ofrecer sus alternativas como
remedios a las causas que motivaron el conflicto.
Otro de los éxitos de Alinsky fue la comunidad
negra de Rochester. Esta ciudad se preciaba de ser un ejemplo de
cultura, riqueza y tolerancia religiosa. La ciudad dependía
de la gran industria de Eastman Kodak y nada se hacía sin
su consentimiento. Con motivo de que la universidad quería
ampliar sus instalaciones a costa del barrio negro se habían
producido una serie de choques violentos que obligaron a intervenir
a la Guardia Nacional. Un trágico accidente de un helicóptero
policial causo varios muertos encrespando más los ánimos,
que desembocaron en numerosos destrozos y saqueos. Todos estaban
estupefactos ante un conflicto enconado y sin salida aparente. El
Consejo de las Iglesias protestantes se dirigió a Alinsky
solicitando su intervención. Éste acepto siempre y
cuando no fueran las iglesias protestantes quienes dirigieran o
capitalizasen la acción, sino los propios afectados. Los
objetivos consistían en paralizar la remodelación
urbana, lograr la igualdad de derechos civiles, una educación
cualificada, unas viviendas dignas y que se reconociera a los representantes
de los negros (FIGHT) como interlocutores en las negociaciones en
vez de los seleccionados por los blancos como se pretendía.
La fama de agitador profesional de Alinsky siempre
le precedía (“El poder no es solamente lo que vosotros tenéis,
sino igualmente lo que el enemigo cree que tenéis”). Esa
misma fama, que motivará que sea detenido preventivamente
en diversas ocasiones, será su mejor tarjeta de visita para
ser aceptado por las comunidades que solicitaban su ayuda. A su
llegada a Rochester la prensa local desplegó un espectacular
aparato informativo. Los periodistas le preguntaron qué opinaba
de su modélica ciudad. Alinsky respondió: “Es una
inmensa plantación sudista trasladad al norte”. Se le recriminó
entonces sus propósitos agitadores alegando los numerosos
favores y patrocinios que Kodak había hecho por los negros.
Alinsky ironizó: “Estoy quizá mal informado de lo
que aquí pasa, pero por lo que sé la única
cosa que Kodak ha hecho en lo que concierne al problema racial en
América es haber introducido la película en color”.
La respuesta sacó de sus casillas a Kodak. El ridículo
como arma era incontestable. Desde ese momento Alinsky era quien
llevaba la iniciativa del conflicto.
Dada la impronta cultural de la ciudad se estableció
como estrategia principal boicotear todos los actos culturales.
La acción se inició en un notable concierto de música.
Alinsky compró 100 entradas, alquiló smoquins y seleccionó
a los negros más impresionantes del gueto a los que cebó
horas antes del evento con judías. Al cuarto de hora del
inicio del concierto se tuvo que suspender. Todas las mujeres de
los prohombres de Rochester se lanzaron contra sus maridos para
que solucionasen rápidamente el contencioso, ya que para
ellas la actividad cultural era lo más esencial de sus vidas
sociales.
La imaginación y lo risible de las acciones
provocaban entra sus participantes un sentimiento de fiesta (“Una
táctica no es buena si la gente no obtiene placer en aplicarla”)
que reforzaba la predisposición a continuar los enfrentamientos.
En muchos de estos actos eran las mujeres las protagonistas dada
su disponibilidad. Alinsky dirá de ellas: “¡Nosotros
contribuimos mas al poder de las mujeres que el Women´s Lib!
¡Las mujeres son una fuerza política real y son con
frecuencia más eficaces que los hombres!” Al final, el conflicto
de Rochester se saldó con la victoria del gueto negro y la
consecución de sus objetivos.
No sólo Alinsky ayudó a las comunidades
negras de Rochester y Woodlawn, también lo hizo a la comunidad
polaca de Búfalo en contra de la polución fabril,
a los inmigrantes clandestinos de California (ayudando a César
Chávez) a favor de su legalización; y a los puertorriqueños
de Chicago en contra de la reestructuración del área
municipal entre Loop (circuito de metro elevado) y el aeropuerto.
Alinsky recogió sus experiencias en Reveille
for Radical (1964); obra que actualizó en 1971 bajo el título
de Rules for Radical. Sus discípulos (Tom Gaudette, Sheldon
Trapp , Dom Elmer...) proseguirán dirigiendo las organizaciones
comunitarias creadas por Alinsky (IAF, NCO) tras su súbita
muerte en 1972.
Independientemente de su difusa ideología
(pragmatismo populista) y alianzas o apoyos interclasistas en apariencia
contra natura (especialmente con las iglesias y con pequeños
industriales filántropos que subvencionaban su organización),
los métodos de Alinsky confirman sobre todo que con voluntad,
porfía e imaginación en la acción se pueden
conseguir demandas sociales que en la mayoría de los
casos se dan por imposibles. Se debería recuperar de la memoria
el ejemplo de las estrategias de Alinsky no sólo para resolver
problemas que aún hoy nos conciernen (convivencia multirracial,
erradicación de la pobreza), sino como posible resistencia
a la tendencia actual que condena en nuestras grandes ciudades a
sectores numerosos de población a la agonía de las
miserias de la guetarización.