Los multitudinarios actos de desobediencia
civil, los procesos masivos de participación y decisión horizontal, la
reconstrucción de lazos, de sociabilidades... son rasgos
de un poderoso movimiento: primavera árabe, 15M y Occupy Wall Street.
Pero tras
el ‘golpe de Euroestado’, la capacidad de imponer una agenda política y
la potencia
que el 15M exhibía parecen desinflarse. Retomamos el debate estratégico.
¿Dónde está el 15M? Que las comisiones y grupos de
trabajo que nacieron en las plazas del país ya no convocan necesaria y
automáticamente al 99% es un hecho, duramente constatado en las
convocatorias de la semana preelectoral.
Pero la intuición apunta a que algo queda, a que el 15M no fue
sencillamente un acontecimiento puntualísimo. A la vista de todos están
las comisiones, grupos de trabajo y asambleas de barrio con cuño ‘15M’ u
otras iniciativas fermentadas al calor de esos meses. De manera tal vez
menos visible y más dispersa, la ciudad se jalona de ocupaciones,
prácticas de intervención en redadas y desahucios, bancos de tiempo y
redes de apoyo mutuo, resignificadas toda vez que dejan de ser maneras
de hacer de un mundo ‘alternativo’ y se convierten en prácticas de
‘cualquiera’: preocupación común por los asuntos comunes antes que seña
de identidad.
Es probable que esta enumeración no sea la más
significativa. El (re)flujo del 15M excede con mucho lo social
organizado: la mirada atenta capta otros signos más dispersos e
invisibles –un mar de microgestos cotidianos, impregnados por una nueva
disponibilidad social a la invención, la generosidad y la indignación–.
Valorando esta dimensión, Amador Fernández Savater decía que: “El 15M es
hoy un clima”. Un amigo lo describía como un fuego bajo tierra: “Desde
mayo la tierra no deja de humear. El incendio ahora es subterráneo”.
Poderosas imágenes. Sin embargo, qué difícil se hace por
momentos volver a habitar la noche en pequeños grupos y clanes después
de haber sido tantos a plena luz del día. “Necesito otro chute” , decía
una amiga. Apenas media un paso entre el deseo de más y la ansiedad. Las
últimas reacciones policiales desproporcionadas no contribuyen sino a
aislar a aquellos que se atreven a insubordinaciones públicas, así como a
infiltrar el cuerpo social de miedo y desaliento.
Hace algunos años una sabia mujer –Raquel Gutiérrez
Aguilar– enseñó a los abajo firmantes a pensar lo social desde las
metáforas de la vida y no de la máquina, tan propias de la modernidad
mecanicista. Una mente pensante puede calcular, prever, ajustar los
mecanismos de una máquina, pero, con los organismos vivos, está obligada
a interaccionar de otra manera. Lo social, decía ella, al igual que un
organismo vivo, aspira y expira, posee un corazón, o muchos, que laten,
con su sístole y su diástole. Podemos pensar los momentos de fiesta y
revuelta como sístole, máxima contracción y sinergia de las energías
colectivas.
Después de una sístole debe llegar la diástole o moriríamos de un ataque
al corazón; cada diástole prepara la siguiente sístole, que no depende
del gran plan de una voluntad, por más colectiva que ésta sea, sino de
una conjunción compleja de azar, sentido de la oportunidad, sinergia de
voluntades y energías sociales deseantes.
Desde esta idea, el 15M fue un bello momento de sístole
colectiva. Ahora el cuerpo social se distiende. ¿Se trata, entonces,
sencillamente, de esperar a la siguiente sístole, sin más? No.
Cierto es que no podemos prever con exactitud qué rueda de
acontecimientos podría desatar una nueva sístole colectiva y, desde
luego, ésta no depende directamente ni del plan maestro que tracemos
entre unos pocos, ni de la genialidad del gesto que seamos capaces de
inventar. Sin embargo, lo que hagamos en los próximos meses es
fundamental: determinará la calidad, el sentido, la calidez de toda
sístole por venir.
Cada grupo, cada singularidad deberá estar atenta, lo
que no significa paralizada. Se trata de enviar señales y recibirlas.
Gracias a la escucha activa de la que tanto nos ha enseñado el 15M,
aprehendemos los límites de ese cuerpo y desplegamos su potencia;
descartamos las vías muertas y los caminos sin salida; exploramos nuevos
territorios y ponemos a prueba todo lo conocido. En este contexto, el
‘activista’, lejos de desaparecer, se resignifica de la manera que lo
hace todo el espectro social y político. Si hablamos de seres vivos, tal
vez su singularidad se desarrolle mejor en el campo de los cuidados que
en el de la mera agitación: aportando su saber hacer y su diferencia de
manera horizontal; dando vida a la diversidad que incluye a todas las
personas; actuando desde la modestia de quien se reconoce uno más, sin
perder la osadía de quien se sabe en un momento decisivo.
La mirada capta signos más dispersos, un mar de microgestos cotidianos, impregnados por una nueva disponibilidad social a la invención
¿Por qué decisivo? La crisis económica tiene hoy la
dimensión de una catástrofe global sin solución de continuidad. El motor
de tal aparato de destrucción guarda el secreto de su funcionamiento en
la constante producción de escasez, sea cual sea el nivel de riqueza
alcanzado por el conjunto, para desplazar en el tiempo una relación de
poder basada en la deuda. La relación asimétrica deudor-acreedor que
caracteriza “la economía de la deuda” –como la ha llamado M. Lazzarato–
es universal porque involucra a todo el mundo: incluso aquellos que son
tan pobres que no pueden acceder a un crédito deben pagar intereses
correspondientes a la deuda pública.
La fuerza del capitalismo reside en su capacidad de
articular el plano económico con la producción y el control de la
subjetividad.
Producir la deuda es ante todo producir un sujeto característico, que
está atado por una promesa de pago futuro y cuya moral se define por la
culpa. La idea extrema del sujeto consumista trae a primer plano su
culpabilidad y su responsabilidad individual, paralizando de esta manera
toda solución que no remita a un cuestionamiento moral en primera
instancia. Pero la mala conciencia también se adhiere con fuerza tanto
al parado como a la desahuciada por el banco, al insolvente o a todo
aquel que pende de un hilo, como sospechoso y único responsable de su
propia situación. La deflación salarial o los recortes sociales quedan
en un segundo plano. El mensaje es claro: “El único responsable eres
tú”.
La irrupción del 15M vino a cortocircuitar tal consigna.
Desplazó el aparato de sujeción de la deuda y la culpa, y señaló con el
dedo
una responsabilidad clara en la crisis actual. Durante las tomas de las
plazas, nos permitió descubrir otra manera de estar juntos, no
atravesada por la rivalidad, ni por la moral de la deuda, que en el
fondo es una moral del miedo.
Así, el campo de lo posible volvió a abrirse. Pero igual que se abrió,
puede volver a cerrarse. Otras virtualidades contenidas en el campo
social, de fascistización y odio al otro, podrían desplegarse, prender
en los paisajes mentales, dar lugar a nuevas sístoles del horror. Son el
reverso del 15M. Por eso, aceptando la belleza y la oportunidad de los
momentos de diástole, más allá de la ansiedad
Producir la deuda es ante todo producir un sujeto característico, que está atado por una promesa de pago futuro y cuya moral se define por la culpa
por inventar el gesto definitivo y más acá de las huidas
voluntaristas hacia delante, urge preguntarse: ¿qué podemos aportar
para estirar, desplegar, cargar, las corrientes subterráneas que el 15M
nos ha dejado? No se trata, necesariamente, de prolongar las estructuras
organizativas con cuño 15M, sino de poner a prueba en nuevos terrenos
todo lo que aprendimos en las plazas: acciones y prácticas de todos y de
nadie, escucha activa, inclusividad, respeto, pensamiento colectivo...
en una preocupación común por los asuntos comunes.