EL DARWINISMO NO JUSTIFICA LA DESIGUALDAD SOCIAL
Un texto colaborativo escrito por los investigadores Jesús Díaz-Rodríguez, Marta Lima Serrano, Francisco Carro Mariño, Alfonso Rodríguez de Austria, Richard Pfeilstetter y Francisco Javier Menchón en Diagonal
Las ciencias que se ocupan de la evolución pueden ser útiles para situarnos, comprender cómo funcionamos y cómo hemos llegado hasta aquí, pero nunca para justificarnos.
Un texto colaborativo escrito por los investigadores Jesús Díaz-Rodríguez, Marta Lima Serrano, Francisco Carro Mariño, Alfonso Rodríguez de Austria, Richard Pfeilstetter y Francisco Javier Menchón en Diagonal
Aunque el estudio de la evolución fue una de las filosofías clásicas de la antigua Grecia, hasta la llegada de la teoría evolutiva de Darwin, la variabilidad biológica y la cultural habían sido tratadas de la misma manera cuando, realmente, son fenómenos completamente distintos.
Charles Darwin introdujo un nuevo concepto al asumir que sin variación no puede haber vida, pues justamente sobre ella opera la selección natural. La selección natural era un mecanismo, no el único, que explicaba la enorme diversidad actual, permitiendo, de un lado, a los seres mejor adaptados al entorno en el que viven dejar más descendencia pero también, asegurando, mediante la variedad existente, la supervivencia ante los posibles cambios de ese entorno.
“El origen de las especies” presentaba por primera vez el origen africano único de la humanidad, su descendencia de antepasados simiescos y la semejanza sustancial entre las diferentes variedades humanas. También la selección sexual basada en los critérios estéticos surgidos en el seno de cada pueblo tenían un papel importante en la variabilidad humana, según Darwin. Como apunta Jaume Josa I Llorca en la edición conmemorativa del centenario de su publicación, el tratamiento complaciente y hasta cierto punto hagiográfico de muchos trabajos sobre la vida y obra de Darwin olvida, en demasiadas ocasiones, el contexto histórico en el que se formularon sus ideas. Al igual que nadie pone en duda, por retrógrada que pueda parecer actualmente, la influencia de la visión aristotélica del mundo en la historia del pensamiento, es necesario tener en cuenta estas cuestiones para interpretar con justicia y en su verdadera dimensión las concepciones darwinistas.
Ideología dominante
Algunas teorías científicas, surgidas anteriormente, sobre la libre competencia, la lucha por la existencia y la superpoblación, volvieron a ser utilizadas con fines ideológicos en la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra, casi siempre para justificar las consecuencias sociales del capitalismo que llevan al empobrecimiento de las clases trabajadoras. Se justificaba así la miseria de los obreros y se les hacía responsables de tener una elevada descendencia cuando, en muchos casos, era precisamente la necesidad de aportar un sustento desde temprana edad, una de las causas comunes de la familia numerosa. Marx y Engels hicieron una crítica mordaz contra estas teorías poniendo de manifiesto los intereses que defendían y su poca validez para la eliminación de la miseria.
No obstante, consideraban positiva la teoría de Darwin para la explicación científica de la diversidad de los seres vivos, la evolución y el origen del ser humano y criticaron eficazmente la utilización incorrecta del mal llamado “darwinismo social” (aunque en realidad debería llamarse lamarckismo o spencerismo social por su falta de consonancia con el darwinismo biológico).
Alfred RusselWallace (1823-1913), codescubridor de la teoría, además de darwinista acérrimo, fue un izquierdista radical para su época. Los prejuicios sobre el carácter reaccionario que pueden tener las teorías de Darwin y Wallace sobre la conducta humana son desmontados en la obra del filósofo Peter Singer Una izquierda darwiniana (2000). Darwin propugnó en 1871 la cooperación en las sociedades humanas como una adaptación surgida de la competencia entre tribus. De hecho, según Juan Moreno, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC), desde una perspectiva dialéctica es sencillo demostrar que la visión biológica sobre el ser humano que subyace en el darwinismo no constituye ninguna amenaza para una comprensión progresista y reformista de la sociedad.
En la obra The Dialectical Biologist (1985), el genetista Richard Lewontin y el ecólogo evolutivo Richard Levins resumen la visión marxista y dialéctica de la biología planteando el principio de contradicción y conflicto como motor de los cambios en cualquier sistema.
La influencia de Darwin
Es un hecho innegable la influencia de la teoría científica de Darwin sobre el origen de las especies en la biología actual. La ecología evolutiva y la genética de poblaciones, ambas con gran desarrollo a finales del siglo XX, junto a las técnicas modernas de biología molecular aplicadas a los patrones del desarrollo, han incorporado nuevos elementos a la teoría evolutiva al explicar cómo se producen los cambios evolutivos y cómo la selección natural puede operar sobre un sustrato asombrosamente amplio de variación. Pero la selección sigue siendo fundamental para explicar por qué se observan unos cambios biológicos y no otros.
Según el teórico británico C. Caudwell: “El darwinismo sigue manteniendo su frescura gracias al contacto con multitud de nuevos hechos biológicos que a la sazón se descubrieron. No coloca de una manera cruda al organismo frente al medio, sino que presenta el tejido de la vida en fluida interpenetración con el resto de la realidad (…). La extraordinaria riqueza que despliega Darwin, al hacer desfilar los cambios, la historia y los conflictos de la vida, da un poder revolucionario insurgente a sus escritos”. La sociología naturalista o la sociobiología actual pretenden reducir la ciencia de la sociedad a un mero capítulo de la biología general y justificar la estructura imperante erróneamente, basándose en los esquemas propuestos para animales y plantas.
“La muerte de la teología”, como señala Karl Marx (1818-1883), es una de las mayores virtudes de la teoría darwinista, derivada de su materialismo respecto de la naturaleza del mundo. Se trata del desarrollo de una teoría sin perspectiva antropocéntrica en un contexto en el que la vida estaba gobernada por conceptos teológicos. El creacionismo pseudocientífico está presente en sectores cristianos, islámicos y en ámbitos del hebraísmo ortodoxo, desde principios del siglo pasado. En la actualidad se producen nuevos ataques de movimientos religiosos antievolucionistas, que imponen la idea del creacionismo en la enseñanza, disfrazados de teorías como el “Diseño Inteligente”. Pero para el doctor Francisco Ayala, el diseño de los organismos no es inteligente, sino imperfecto, con defectos y disfunciones en muchos casos. La evolución es un proceso en marcha que, operando mediante la selección natural, dota a los organismos de lo necesario y suficiente para sobrevivir bajo unas determinadas condiciones, pero en ningún caso se trata de un mecanismo infalible para llegar a la perfección ideada por una inteligencia superior.
Según Eudald Carbonell, codirector de Atapuerca, estamos inmersos en un proceso de humanización evolutiva que aún no ha concluido. El desarrollo de la cultura, la educación y la socialización del conocimiento nos están liberando poco a poco de nuestra carga genética. Las ciencias que se ocupan de la evolución pueden ser útiles para situarnos, comprender cómo funcionamos y cómo hemos llegado hasta aquí, pero nunca para justificarnos. El darwinismo puede ser una guía orientadora de gran ayuda que nos permite saber cómo minimizar las resistencias debidas a nuestras predisposiciones biológicas o, incluso, utilizar dichas propensiones en un sentido que favorezca la cooperación y el altruismo, sin caer en el machismo, el racismo o la xenofobia.