La palabra okupa está permeada de adjetivaciones y aseveraciones que la convierten en un término “no deseado”. La gran prensa generalistas, los tradicionales canales de televisión y la radio empresarial le cuelgan “atributos y valores” que contribuyen a satanizar todo lo que rodea el término.
Hablar de un centro okupa, -para estos medios- y para buena parte de las autoridades de gobierno de España, es sinónimo de drogatas, de marginales, de porreros. Recurrentes son también palabras como antisistema, radicales, pirómanos y una suma inconfesable de vocablos que vienen a completar un discurso que apuesta por alejar a los ciudadanos de un espacio sociocultural autogestionado. Es sin embargo, una manera de abordar la cultura en estrecha relación con la sociedad, con el barrio.
Madrid tiene un diseño cultural de “excelencia”, concentrado en el núcleo histórico. Esta programación pasa por los más variados géneros y estilos que compiten y comparten espacios, para atraer a un público necesitado de una permanente parrilla cultural. Sin embargo esta programación no es del todo asequible para la población.
Las ofertas asociadas al mundo de la música de cámara, la sinfónica, la ópera o la zarzuela, suelen ser de una denotada calidad, pero los precios de taquillas son un atentando contra la economía de las clase sociales mileuristas y los de bajos recursos.
Si paseamos por el “Broadway Madrileño”, donde impera una programación de teatro y musicales, los precios de entrada son imposibles de pagar para la media de los jóvenes que son estudiantes o becarios. Pasa igual con las salas de teatro del barrio de Las Letras, Malasaña, Lavapies o La Latina, que son parte de los ejes culturales de una ciudad que termina siendo ruta de bares y copas.
Los botellones se convierten en el “flujo” donde los jóvenes desatan su adrenalina, tras una semana de estudio o trabajos mayoritariamente sostenidos por contratos temporales y mal pagados. La opción a vivir en pisos compartidos o la de tener que recurrir a la convivencia con los padres forman parte de la dinámica sociológica de esta realidad, que también es cultural.
Cuando voy para mi trabajo me debo de levantar a las seis de la mañana. Una estación, un trasbordo, veinticuatro paradas de metro y una salida para tomar el autobús completan mi ruta de cada día. El trayecto se cierra con una caminata de diez minutos entre pinares y una ennegrecida carretera. Una hora de ida y otra de vuelta sabe mejor acompañado de una buena lectura.
En mi ruta, los fines de semana se suceden escenas dantescas exquisitas para la escritura de un diario. En el amanecer de sábados y domingos, no faltan los jóvenes que aparecen en este “tablado”, desplomados en los bancos de las estaciones y coches de metro tras haberse puesto hasta “las trancas”, como parte de una “tradición” asociada al consumo de bebidas alcohólicas.
Los cubatas se convierten en la opción cultural de buena parte de los jóvenes de Madrid, que pasan horas de parlamento con un vaso desechable en algún lugar de esta ciudad impregnada de sabores y bellezas.
Esta reiteración de cada semana, es la huella de una realidad que pasa por redimensionar el concepto de diseño cultural, vinculado con la comunidad, con el barrio. Esta idea no es solo para el dibujo de la oferta cultura, tiene que ver con la participación de los ciudadanos en el hecho artístico, en la acción del arte para engrandecer al ser humano y ser parte de ella.
Cuando uno sondea la programación cultural es evidente la carencia de una oferta más popular, más participativa, más comunitaria. Centros culturales alternativos como Traficantes de Sueños o La Tabacalera son de los pocos –entre otros-, que construyen una programación para este sector de población, interesado en socializar otra manera de hacer arte, otra perspectiva de relación entre la cultura y la sociedad.
En Calle del Acuerdo No 8 estaba asentado el Patio Maravillas. En este edificio abandonado convivieron y compartieron un núcleo de jóvenes y otros, que no lo son tanto, dispuestos a compartir sus conocimientos con una comunidad en los más variados temas culturales, experiencias y oficios. Este fue el aposento de la rúbrica fílmica en la que un grupo de creadores se “acordonaron” para dejar testimonio de un espacio, que hoy persiste en la Calle Pez.
Calle del Acuerdo 8 el patio, es un documental de recorridos y rutas. En su escritura transgrede toda esa manera de ver la cultura y pone a trasluz, la realidad de un escenario “precario” pero autosuficiente.
Ganjah, -el realizador de esta puesta cinematográfica, nos adentra en los avatares de un mundo donde el eje de atención es el barrio. Un concepto que con la modernidad se ha diluido en el presente y solo queda en la memoria o en los libros que abordan este fenómeno sociológico, que tuvo mucha fuerza con nuestros antecesores como espacio de identidad, como escenario de confluencias y encuentros.
El planteamiento del realizador es narrativamente necesario. Dibuja un recorrido por las partes que caracterizan al espacio sociocultural, donde la diversidad es la tónica y la vestidura de sus “inquilinos”. Las argumentaciones de las razones de este escenario, van sopesadas por una escalonada plataforma de entrevistas, donde el interior edificado no es lo vital y no forma parte de las argumentaciones.
La cámara se deshace de todo lo periférico, de los telones de cada oferta cultural, para centrar su mirada observadora en los contenidos que son la sustancia de esta apuesta -que de alguna manera-, transgrede y a la vez complementa lo “establecido” como oferta cultural institucional.
Esa dicotomía, esa manera de asumir el acto socializador de la cultura, está representado en este filme, tras una muestra de la diversidad de ofertas que lo legitiman como espacio de ocio cultural.
Aquí los interlocutores son muy importantes. Ante la diseñada necesidad de las autoridades de construir una subjetividad en torno a los valores humanos que confluyen en este espacio, -como en otros escenarios okupas-, la obra deja claro el verdadero calado de los que allí conviven y comparten experiencias en comunidad.
La solución cinematográfica pasa por la necesaria entrevista de los promotores de esta experiencia, algo que su realizador explota de manera sustancial ante un discurso –el otro- que avasalla y anula la posibilidad de tener una visión propia del contexto, origen y los objetivos que justifican esta realidad que es, “El Patio Maravillas”.
Pero el autor de esta obra, secundado por un equipo de trabajo abarcador y completo, no se contenta con esa única perspectiva. Los vecinos son esos otros actores sociales de Calle del Acuerdo 8 el patio. Los dejan entrar para cerrar un ciclo de opiniones, una suma de argumentos -que no siempre son los favorables-, con lo cual dejan claro cualquier sospecha de pre condicionamiento o acción parcializada, ante un punto de vista trazado para “convencer” a los no convencidos.
Pero más que intentar buscar “adictos” para este espacio –como otros-, la obra documental que comparto, aspira también a mostrar otra manera de hacer cultura con la sociedad más cercana, con esa comunidad barrial que “demanda” otra perspectiva de relación sociocultural. Ante las macarrónicas limitaciones económicas que imperan en buena parte del escenario institucional de la cultural en Madrid, como pasa también en otras comunidades de España.
Es cierto que existe una infraestructura de Casas de Cultura en buena parte del Estado Español. Pero estas instituciones están francamente subutilizadas. De alguna manera se convierte en derivadores indirectas hacia los espacios de ocio privado, que son los que llevan la batuta en estos derroteros.
Este filme humaniza y acercar a los lectores cinematográficos a una apuesta social diferente. Son espacios que –dada la precariedad- perviven con una fragilidad que la sociedad deberá de atender y participar no solo como receptores-público. También se impone compartir los conocimientos asociados a la cultura, a la comunidad y los oficios, para convertir estos “eslabones” en fuente de permanente educación y escenario de encuentros.
La obra deja claro su posición en torno al conflicto de los okupas, que con el movimiento del 15M ha tomado otra dimensión, otra envergadura. Esta idea del okupa como sinónimo de “excluido de la sociedad”, se ha dimensionado como un escenario “necesario”. Sobre todo ante las políticas de desahucios y acciones para limitar los espacios sociales y culturales etiquetados con conceptos o fraseología que buscan “demonizar los hornos de sus apuestas”.
Esta obra merece una atención y una lectura abierta. Los planteamientos en torno a los contenidos que la legitiman, pasan por la necesidad de destronar los prejuicios ante la mirada inquisitiva y cómplice de los medios de comunicación que juega a ser parte de “las reglas del juego”.
Ficha técnica
Título: Calle del Acuerdo 8 el patio
Año de producción: 2009
Año de estreno: 2010
Produce: laesperience
Colabora: sol no puedes con amigos si
Producción ejecutiva: laesperience
Dirección de fotografía: Shahin
Locaciones: Malasaña-Madrid
Formato: Minidv
Duración: 40 minutos
Guión y realización: Ganjah
Sinopsis
El número 8 de la calle del Acuerdo, en el mítico barrio de Malasaña, lo que un día fue un colegio de monjas y luego un tal Leopoldo compró para especular desautorizando así su uso público para un barrio necesitado de alternativas lúdicos-sociales, se levantaba en 2009, el centro social autogestionado patio maravillas.
Tras dos años de convivencia plena con los vecinos, estos y usuario dan su opinión sobre el patio maravillas y el porqué de un lugar así en una ciudad invisible pero insustituible.
Equipo técnico
Producción: Ana Isabel Trejo, Blanca Rodes y Alexandre Fernández
Dirección de Fotografía: Shahin Dejhakhsh
Cámara: José Manuel Montes
Sonido directo: David Martínez
Editor: Jesús Cuesta
Post-Producción de Sonido: David T.S.
Técnico de sonido estudio: David Martínez
Música original: Francisco Mangas
Músicos: Francisco Mangas, Antonio Mangas y Víctor Iniesta
Guión y realización: Ganjah