En el siglo XIX florece el movimiento de
los ateneos, unos de talante liberal, otros conservadores, unos
republicanos y otros de tinte ambiguo. Aunque una muestra sobresaliente y
excepcional es el Ateneo de Madrid por su contribución al debate
político y filosófico. Lo cierto es que proliferan por toda la geografía
española, y en cada pequeña ciudad encontramos con facilidad varios
ateneos, círculos, sociedades, casinos, que responden a adjetivaciones
políticas propias de la coyuntura en que se sitúan. Cada sociedad y
partido tiene su lugar de encuentro, debate lectura comentada de la
prensa y la vida cotidiana, recreo, participación en tertulias, pero el
acceso a cada uno de ellos es restringido, y el solicitante ha de
superar un tamizado filtro de garantías y relaciones.
El
origen del Ateneo de Madrid se remonta a los inicios del siglo XIX como
consecuencia de las turbulencias políticas, sociales y culturales que
tuvieron lugar entre 1808 y 1814 al producirse la invasión napoleónica.
La resistencia contra los franceses fue acompañada de un cambio político
(Constitución de Cádiz de 1812), mediante el cual se sustituyó la
Monarquía absoluta por otra de carácter Constitucional, mediante la que
se garantizaba al pueblo un régimen de libertades que convertían al
súbdito en ciudadano.
Fernando VII,
al regresar de su reclusión en Valençay (Francia), anuló todas esas
conquistas políticas, reestableciendo la Monarquía absoluta. Por eso, al
imponerse de nuevo el régimen constitucional en 1820, en el llamado
Trienio Liberal, las mentes ilustradas pensaron en la necesidad de
afianzar en el país una mentalidad liberal mediante el debate, la
discusión abierta y la expansión de “las luces”. Esa fue la función
asignada al Ateneo Español, fundado en ese mismo año,
como una iniciativa de Juan Manuel de los Ríos, a instancias de la
Sociedad Económica Matritense. El ateneo surge así como una “sociedad
patriótica” defensora de la libertad de pensamiento y de su expresión a
través de la libre discusión y como un espacio para “debatir tranquila y
amistosamente cuestiones de legislación, de política, de economía y, en
general, de toda materia que se reconociera de utilidad pública”. La
reacción del 23, en la que se restaura otra vez la Monarquía absoluta,
cierra las aulas de las universidades, y clausura también aquel ateneo.
Esos liberales, obligados a salir del país, marcharon a Londres, donde
vuelven a fundar un Ateneo Español. Con ese bagaje volverán a España en
1833, y es con la vuelta de estos exiliados cuando los románticos se
proponen “no restablecer el anterior Ateneo, sino crear uno semejante”.
En
1835, al amparo de los vientos liberales, establecido en una Real Orden
por la entonces Regente María Cristina, se funda el Ateneo Científico y
Literario de Madrid, al que más tarde se añadirá el epíteto de
Artístico; fueron los fundadores Ángel de Saavedra (Duque de Rivas),
Salustiano Olózaga, Mesonero Romanos, Alcalá Galiano, Juan Miguel de los
Ríos, Francisco Fabra y Francisco López Olavarrieta. Se impone la libre
discusión en las tertulias, que dan lugar al debate abierto y sin
cortapisas. Los cursos, las secciones, los ciclos de conferencias,
completarán el marco de una vida cultural febril y apasionada. La
Biblioteca va adquiriendo cada vez más importancia hasta convertirse en
referencia inexcusable en la actualidad.
Dentro
de la vida del Ateneo hay una fecha clave, el 1 de enero de 1885, en
que entró en vigor el primer reglamento del centro, que se ha ido
modificando hasta que el 5 de noviembre de 1984 se aprobó y puso en
marcha la actual norma estatutaria básica, en la que se especifica que
el Ateneo se constituye como una “sociedad científica, literaria y
artística, con personalidad jurídica y patrimonio propios”.
Esta
norma de funcionamiento establece los objetivos fundamentales que se
propone llevar a cabo, entre ellos: difundir las ciencias, letras y las
artes por todos los medios adecuados y favorecer en su seno el
desarrollo de agrupaciones que se propongan realizar la investigación
científica y el cultivo del arte y de las letras, para lo cual podrá
desarrollar sus actividades en todo el territorio nacional.
El
Ateneo de Madrid fue pasando por distintas sedes, a la vez que hombres
eminentes han ocupado las presidencias del mismo, habiendo actuado como
catalizadores de una importantísima actividad política y cultural. Por
el Ateneo de Madrid han pasado seis Presidentes de Gobierno, todos
nuestros Premios Nóbel, los gestores políticos de la Segunda República y
prácticamente lo más conocido de la generación del 98, la del 14 y la
del 27.