XAVIER THEROS | EL PAÍS. Llevo días dándole vueltas al asunto. Con la actual crisis, parece
haberse instalado el desánimo y la angustia en muchos hogares. Sin
embargo, haciendo una somera comparación, es fácil comprobar que nuestra
situación material dista mucho de la que tuvieron que soportar nuestros
parientes en tiempos de represión, hambre e injusticia social aguda.
Ayer como hoy, los poderosos han hecho sus ahorrillos gracias a la
explotación del semejante, y no parece que eso sea una gran novedad. La
diferencia está en nuestro estado de ánimo.
Hace unas semanas llegó a mis manos un libro revelador, titulado Les cooperatives obreres de Sants
(Ed. Ciutat invisible). En él se cuenta cómo los barceloneses le
pusieron buena cara al mal tiempo y se organizaron al margen de aquella
incipiente sociedad de consumo que asomaba las orejas a principios del
siglo XX. A pesar de las condiciones infrahumanas que afrontaban las
familias trabajadoras de entonces, el libro respira esperanza y
optimismo. Y ello me llevó a preguntar a mi padre, que en sus años mozos
había sido socio de una de aquellas instituciones.
La Nova
Activitat Obrera tenía su sede en los números 118 y 120 de la calle de
los Jocs Florals. Hoy nadie diría que allí se alojaba uno de aquellos
lugares de reunión y ayuda mutua, con que las clases más humildes fueron
capaces de organizarse al margen del Estado. Solo en Sants había 28
centros de este tipo, que ofrecían un espacio para relacionarse,
organizar verbenas, representaciones teatrales o actos culturales. Mis
abuelos vivían justo en la finca de al lado y eran parte activa de
aquella asociación. Mi bisabuelo Gabriel enseñaba a leer y a escribir,
mientras que mi abuelo José ayudaba como camarero y organizaba veladas
en lo que llamaban Niu d'Art.
Los socios pagaban una cuota mensual
y tenían acceso a productos de toda clase a precio de coste. En la
planta baja, entrando a la derecha disponían de carnicería, pescadería,
licorería y verdulería. A la izquierda había un colmado, en el que igual
vendían aceite, pasta, harina, ropa, zapatos o utensilios domésticos.
La tienda estrella estaba al fondo, donde se vendía carne de cerdo y
toda clase de embutidos hechos en su propio obrador. Además, también
había cooperativas de producción que comercializaban allí desde carbón
hasta azulejos, cristal o mobiliario. Arriba estaba la sala de juntas,
un bar y un teatro. Se organizaban excursiones y bailes, y cuando algún
asociado estaba enfermo la mutua le pagaba el médico y las medicinas.
Incluso se hacían colectas para sufragar el entierro y las flores de
aquellos que finaban. Eso fue así hasta la Guerra Civil.
Tras la
contienda, las nuevas autoridades franquistas clausuraron la gran
mayoría de estas asociaciones y persiguieron a sus miembros. A pesar de
ello, algunas consiguieron sobrevivir. Bajo la férrea tutela de la
Falange, la Lleialtat Santsenca aún estuvo un tiempo abierta, hasta
convertirse en un baile muy popular llamado Bahía. También subsistió
unos años la Nova Activitat Obrera, donde cada sábado iba mi padre a
limpiar anchoas y a lavar platos para ganarse unas pesetas con las que
irse a otro baile muy popular en el barrio, conocido como La juventud.
La Nova Obrera de Sants se trasladó a la calle de Guadiana y hoy por hoy
todavía sigue en pie, aunque esté muy lejos de lo que fue en sus
mejores momentos. Quizá la crisis sea una oportunidad para ir más allá
de la tan manida memoria histórica y aprender alguna cosa de aquella
experiencia, que sin desanimarse, con un optimismo propio de una gran
causa, enseñó a mucha gente a organizarse y a pensar por sí misma. Con
ilusión, como diría el presidente Mas.