Sandra Ezquerra [1]. El movimiento 15-M
constituye uno de esos poco frecuentes casos de desaceleración y
celeridad simultáneas del tiempo, así como de condensación de todo lo
que en él sucede: momentos donde los minutos albergan horas, los días
semanas, las semanas meses y, como resultado, se tornan contenedores de
procesos de avance, debate y transformación extraordinarios.
Nunca
pensamos que podríamos aprender tanto ni sospechamos que podríamos
hacerlo en tan poco tiempo.
Tal y como apuntaba Daniel Bensaïd, el tiempo que marca los episodios
de cambio social no es el tiempo liso de la aguja del reloj, sino más
bien un tiempo roto, ritmado, de aceleraciones bruscas y ralentizaciones
repentinas. Al revivirlo desde la distancia resulta difícil creer que
tantos acontecimientos, tanta intensidad y tanto trabajo puedan haber
cabido en unas pocas líneas del calendario. El movimiento 15-M
constituye uno de esos poco frecuentes casos de desaceleración y
celeridad simultáneas del tiempo, así como de condensación de todo lo
que en él sucede: momentos donde los minutos albergan horas, los días
semanas, las semanas meses y, como resultado, se tornan contenedores de
procesos de avance, debate y transformación extraordinarios. Nunca
pensamos que podríamos aprender tanto ni sospechamos que podríamos
hacerlo en tan poco tiempo.
Numerosas ciudades españolas vieron el 15
de mayo sus calles inundadas por multitudinarias manifestaciones
reivindicando que “no somos mercancías en manos de políticos y
banqueros”. Las noches posteriores fueron testigos del estallido de una
chispa que llevaba tiempo fraguándose. Las decenas de personas que
inicialmente acamparon en las plazas devinieron centenares y miles. Las
víctimas de una crisis sin precedentes y de un sistema económico que
sobrevive al precio de crear miseria mostraban por fin su hartazgo y
exclamaban públicamente que el rey anda desnudo.
Cuatro meses más tarde ya no vivimos en
las plazas pero seguimos trabajando con tesón en nuestros barrios, en
nuestros pueblos, en nuestro entorno más inmediato. El principal valor
del 15-M ha sido su capacidad de involucrar en la práctica política a
una enorme cantidad y variedad de personas que hasta hace sólo unos
meses habían observado los efectos de la crisis desde la distancia. Su
verdadera importancia yace, a día de hoy, en su inesperada gestación de
una nueva generación de disidentes, de luchadoras, de políticos
profanos. Estos nuevos actores sociopolíticos no se configuran siguiendo
recetas ni manuales. Lo hacen mediante la reflexión, el debate y, lo
que es más importante, mediante la praxis. Sin embargo, el movimiento se
equivoca si piensa que su mera irrupción o unas cuantas de victorias
simbólicas pueden provocar un cambio social en profundidad: los días
auto-referenciales de las plazas han acabado. Éstas, a pesar de lo que
pudimos pensar en algún momento, nunca fueron el fin y, tal como
escribió en su día Rosa Luxemburgo, “el movimiento, como tal, sin
relación con el objetivo final, el movimiento como objetivo en sí mismo,
no es nada”. El camino puede ser baldío si se recorre perdiendo de
vista el destino anhelado.
El 15-M perderá pronto el salvaconducto
de la simpatía y la novedad. A su vez, la brutalidad tanto de la crisis
como de las respuestas de los gobiernos agudizará la necesidad de
respuestas sociales contundentes, las cuáles provocarán serios debates
en su seno sobre las tácticas a seguir. Asimismo, si no quiere caer en
la deriva de la inercia y la espontaneidad, el movimiento tendrá que
concretar objetivos y delinear un horizonte estratégico. Existen al
respecto dilemas fundamentales en relación a la forma que la acción
global deberá adoptar los cuales, sin duda, se verán profundizados en
los próximos meses: éstos giran en torno al papel que la política de
demandas y la política de acción deben tener respectivamente en la forma
de trabajar del movimiento y a la posibilidad de que el 15-M se
convierta en un movimiento explícitamente anticapitalista o, por el
contrario, se limite a buscar reformas del sistema.
No han sido pocas las voces que hasta
ahora han defendido que los pasos del movimiento deberían centrarse en
reformas legislativas, y algunas de las propuestas que han recibido más
apoyo son la reforma de la ley electoral o, entre otras, la reforma de
la ley hipotecaria. La historia nos muestra, no obstante, que en tiempos
de recesión económica, el capital y el Estado no son nunca proclives a
buscar la paz social. La oleada de contrarreformas sociales y económicas
en Europa los últimos años son un claro ejemplo de ello. Desde que
estalló la crisis no sólo ha sido imposible mejorar los derechos de los
trabajadores y las clases populares sino que además la recesión está
siendo la coartada perfecta de la clase política y financiera para
arrebatarnos de un plumazo las victorias acumuladas durante décadas de
luchas y concesiones apaciguadoras. El 15-M debe evitar creer y caer en
una coreografía de negociaciones donde los pasos hacia atrás siempre van
a superar a los avances.
Si bien cualquier medida que contribuya a
mejorar las condiciones sociales, económicas o laborales de las clases
populares tiene que ser defendida, el trabajo del movimiento debe
encuadrarse en una perspectiva de cambio radical. Una simple apuesta por
reformas resultantes de acuerdos de mínimos equivaldría a una pasiva
acumulación de fuerzas que en ningún caso pondría en jaque al sistema o,
dicho de otro modo, crearía la ilusión de estar reformando todo para
que en realidad nada cambiara. La obtención por parte del 15-M de un
puñado de reformas simbólicas en el terreno político no haría más que
aplacar momentáneamente las contradicciones del capitalismo y reforzar, a
largo plazo, su legitimidad. El 15-M no debe limitarse a jugar el papel
de grupo de presión ni contentarse, como decía Bensaïd, con los
resquicios políticos disponibles. Podemos y debemos aspirar a mucho más.
Todo esto no significa que el movimiento
no pueda ejercer una política de demandas. Tal y como afirmaba el
filósofo francés, las reformas no son en sí mismas ni reformistas ni
revolucionarias. Todo depende de si cumplen la función de incrementar la
conciencia y la movilización o, por el contrario, a contenerlas y
desviarlas. El criterio para discriminar entre ambas depende de la
finalidad que persigan y el potencial que contengan, y es precisamente
en la capacidad de realizar este discernimiento donde yace una verdadera
estrategia anticapitalista en la actualidad. Si bien las condiciones
objetivas creadas por la crisis y el declive del capitalismo global
constituyen sin duda un escenario favorable para cuestionar frontalmente
al sistema, las dimensiones subjetivas todavía están por configurar: el
movimiento acaba de nacer, sus estructuras aún son frágiles y, tras
décadas de desmovilización social y sindical, muchos de los militantes
más veteranos están desmoralizados. Los más jóvenes o noveles, a su vez,
tienen poca experiencia activista y escasa trayectoria de pensamiento
crítico. Teniendo todo esto en cuenta, no es realista esperar que el
movimiento desarrolle propuestas y acciones claramente revolucionarias
de la noche a la mañana.
Ante este escenario, el 15-M debe
trabajar para construir puentes entre reivindicaciones centradas en
problemas y remedios inmediatos y una voluntad de cambio social,
político y económico en profundidad. Con unas tasas de desempleo
superando ya el 20%, por ejemplo, en lugar de intentar reformar una
normativa laboral legitimadora de un creciente grado de explotación de
los trabajadores y trabajadoras, resulta más relevante y urgente que
nunca incidir en la consigna de la repartición del trabajo y la
reducción de la jornada laboral sin reducción de salario. Es ésta una
reivindicación que, mientras por un lado se enmarca cada vez más en lo
que muchas ciudadanas de a pie considera “sentido común”, por el otro
presenta la posibilidad de desenmascarar la imposibilidad del sistema de
materializar un mercado laboral basado en el pleno empleo y el
bienestar social. Otra demanda parcial y accesible que tiene el
potencial de atentar contra las bases del capitalismo patriarcal es la
instauración de un permiso de paternidad obligatorio, intransferible y
de igual duración al de maternidad. Mientras que los gobiernos lo evitan
utilizando el pretexto de la crisis, lo cierto es que la supervivencia
de la economía global requiere del mantenimiento de la división sexual
del trabajo productivo y reproductivo. El capitalismo no se puede
permitir que los hombres trabajen menos cobrando lo mismo para atender
de manera equitativa sus responsabilidades familiares sino que necesita
que éstas últimas continúen siendo jurisdicción, altruista y gratuita,
de las mujeres.
El problema de estas reivindicaciones,
entre muchas otras posibles relacionadas con cuestiones como la vivienda
o las políticas sociales, no reside en que los políticos se nieguen a
escucharlas sino más bien en que el capitalismo es incapaz de
satisfacerlas sin morir en el intento. La tarea del movimiento debe ser
trazar el vínculo existente entre las demandas y necesidades inmediatas
de las mujeres, los hombres, las trabajadoras y las clases populares y
el requisito de una profunda transformación de la sociedad. Muchas de
las reivindicaciones presentes en el 15-M pueden contribuir a consolidar
los factores subjetivos requeridos por todo proceso de cambio social o,
dicho en otras palabras, ayudar a acumular fuerzas mediante la creación
de las condiciones necesarias de reflexión y acción para que las clases
populares tomen conciencia de su posibilidad y urgencia de
emancipación. Y ello, en parte, es posible hacerlo mediante
reivindicaciones que ayuden a comprender los límites del sistema y, por
ende, a sobrepasarlos. La posibilidad o imposibilidad de realizar
demandas poco tiene que ver con la arena parlamentaria y es, en todo
caso, una cuestión de relación de fuerzas resoluble únicamente mediante
la lucha. Lo que hay que hacer hoy, tras un largo ayer de travesías por
el desierto, es trabajar para aunar fuerzas que nos ayuden a librar las
batallas del mañana.
El 15-M no puede ni debe conformarse con
actitudes conciliadoras ni cambios puramente cuantitativos. Ya dijo el
viejo revolucionario que la política se parece más al álgebra que a la
aritmética. No se trata de aceptar ni enmendar la realidad sino de
aprovechar la aceleración y la ruptura del tiempo de auge de la
conflictividad social para transformarla. El camino está, precisamente,
en continuar trabajando para, mediante la lucha y todas las herramientas
a nuestro alcance, seguir agrupando a miles de personas, despertar su
conciencia, convencerlas de la posibilidad de transformar su situación
y, en definitiva, mostrarles la inevitabilidad de un cambio esencial, y
desde la base, de sistema.