El caso Kukutza ilustra sobre los inconvenientes de los engranajes automáticos
del Estado de Derecho que, a falta de alarmas
para el caso de resultados injustos cantados, pueden dar lugar a ignominias
como la ocurrida con el cierre y destrucción de utillaje de un centro cultural autogestionado.
Una larga trayectoria de labor cultural y social pegada a un barrio y a una
activa generación joven ofrecía rocódromo, una escuela de danzas diversas,
comedor vegano, escuela de circo, tatami, local de ensayo musical, local de
teatro, biblioteca, sala de proyecciones, conciertos, galas de circo. Además
tendrá consecuencias políticas al tratarse de un barrio con movimientos
sociales muy arraigados y ahora torpemente agredidos. En Berlin hubiera sido impensable.
El resultado, por el momento, es el peor imaginable: una razzia contra la cultura de base
autogestionada, que nos retrotrae a otro Alcalde de Bilbao, Castañares, que en
1981 quemó unos cuentos que no le gustaban. Este otro Bilbao intolerante también
va a estar en nuestra imagen.
Kafka en Kukutza
El proceso ha sido kafkiano. Un local abandonado que perteneció a un
narcotraficante, décadas después, con la colaboración municipal y para un
proyecto especulativo, vuelve a una empresa, Cabisa, vinculada a la promotora
Castrum Varduliex, a la que un juez de Cantabria impide la construcción de unas
viviendas previstas en Castro por manipulación
ilegal del proyecto de reparcelación. Un círculo completo para un
edificio condenado a pertenecer a empresas del inframundo y que se ha llevado por
delante, con el concurso institucional, un proyecto cultural original y exitoso.
Se ha invocado la propiedad privada, y es razonable; pero se oculta que fue
obtenida de un pelotazo auspiciado
por el propio Ayuntamiento de Bilbao que, en ocasión del Plan General de Ordenación
Urbana de 1995 y, desatendiendo a la Asociación de Vecinos de un barrio
maltratado que pedía un uso social, recalificó un suelo industrial como urbanizable
para mayor gloria de Cabisa que lo había adquirido como suelo industrial por
dos perras (2,1 millones de € reza el valor actual en Hacienda). De esa tropelía
municipal nace todo. La invocación de la sacrosanta propiedad privada sin
límites sociales, no exonera de las responsabilidades que tiene el
Ayuntamiento, al que le podían haber ayudado las otras instituciones, para el
rescate de un edificio sin daño para el propietario (ni lucro).
A partir de ahí el engranaje automático. La empresa pide el desalojo; el
alcalde que anda sobrado pierde el norte del otro Bilbao real con sus declaraciones;
el Ayuntamiento otorga la licencia mientras ofrece a Kukutza la migaja de una
ayuda para una migración en alquiler; el juez confirma el desalojo solicitado
por el Ayuntamiento -la orden de derribo está pendiente- ; el Gobierno Vasco
dice que es un proyecto interesante pero el Departamento de Cultura hace de Pilatos, a diferencia del otro
Departamento, el de Interior, que pasa a la acción contundente, “profesional y
proporcional” según Ares, asolando Errekalde durante un día entero. (Lo ví in
situ a las 8 de la mañana del miércoles). A Kafka no se le hubiera ocurrido
esta historia.
Un cierto concepto de ciudad y de cultura
Pero hay más. En la posmodernidad, se da prioridad absoluta, desde el
nuevo concepto de branding y marketing de ciudades que compiten, a
los centros de las ciudades en los que si bien y felizmente se recuperan
espacios, se acumulan los equipamientos costosos y sin mucha cautela sobre su
relación coste-rendimiento. Unos salen bien, otros no. También se da
preferencia a zonas elegidas de desarrollo urbano, mientras otras quedan como
periferias discriminadas. Es el caso de Errekalde. Los conceptos de equidad y
de equilibrio se sacrifican a otras motivaciones que indican dos varas de medir
la ciudad.
La estrategia cultural de
todas las ciudades vasco-navarras a lo largo de las décadas de los 90 y 2000 ha
sido fundamentalmente de equipamientos y eventos. Una estrategia cómoda para
las autoridades porque ahorra tener que pensar en una estrategia cultural
integral y, mediante edificación, el resultado es visible hasta para la
posteridad. Donostia con su Kursaal y proyecto Tabakalera; Bilbao con su
Guggenheim, Euskalduna y Alhóndiga a medio ocupar; Gasteiz que, además del
Artium, parece que puso de acuerdo a sus élites para la ubicación de un
Auditorio pero que la nueva Administración ha parado, al igual que KREA; Irunea
y su Baluarte. A ello hay que añadir algunos eventos y festivales exitosos en
torno al cine, al jazz o al rock. Obviamente también se hacen otras cosas
–cluster audiovisual, Eszenika, Polo de Innovación Audiovisual de Zuatzu,…-
pero quedan en penumbra frente al discurso del gran equipamiento.
Equipamientos todos ellos
necesarios pero, por falta de un cuadro general y nuevas iniciativas, han sustituido
a un proyecto estratégico cultural de ciudad o territorio. Bilbao/Bizkaia, por
ejemplo, se ha dormido tanto en los laureles de la autocomplacencia, que no ha
pensado en términos de futuro, y cuando ha empezado a hacerlo, solo se le ha ocurrido
la repetición: otro Guggenheim y en lugar inadecuado. Posiblemente lo que falte
sea reflexión sobre el tiempo actual, y eso que los sucesivos planes de cultura
del Gobierno Vasco daban alguna pista. Quizás la larga crisis ayude a una
mirada más productiva, creativa y micro para la cultura.
Como inciso permítaseme una
reflexión política. Da la impresión de que, en lo que a hegemonía se refiere, el
sorpasso que está en riesgo de sufrir
el nacionalismo histórico responde a una inadecuación al espíritu de estos
tiempos. Le está ocurriendo con el tema fiscal, o con el destape de lo que
significaron las vacaciones fiscales, o con su falta de políticas ante la
crisis, o la moderación autonomista, o el trato a Kukutza. Ello no hace
previsible que, aquejados del mismo mal, los estatalismos de derecha o
izquierda se beneficien y, en cambio, sí lo haga el nacionalismo de izquierda cuyo
déficit programático es más que notorio pero lo suple con conexión con las
sensibilidades sociales: atención a los de abajo, a la indignación, a la
reclamación de soberanía….Nuestras élites o bien han perdido el norte en
proyectos o han perdido pie respecto a una ciudadanía decepcionada o las dos
cosas.
El Ayuntamiento no ha sabido
entender que Kukutza es un vivero de creatividad a potenciar, y parte de eso
que Richard Florida llama clase creativa
como pilar de tres Ts: tecnología, talento y tolerancia. La tecnología se refiere a la innovación;
el talento a las personas en
ocupaciones creativas, ya sean ingenieros, artistas o científicos; la tolerancia, medida a través de un índice
de presencia en un barrio o ciudad, de bohemios, culturas, gays, contracultura etc,
Todo ello configuraría un ecosistema que atrae al talento y potencia la creatividad.
Con todas la limitaciones de ese modelo, y son muchas, rescata un concepto de
cultura que va más allá de las expresiones clásicas en las que algunas
autoridades están ancladas en clave elitista, para abrirse a nuevas expresiones
creativas nacidas de mix y de encuentro
social, especialmente útiles para nosotros los vascos, en trance de identidad
en construcción, integradora de herencia y cambio.
¿Y si cambiamos el chip? Empecemos por rectificar con
Kukutza entendiéndolo como un bien cultural protegible.
Ramón Zallo es catedrático de la UPV-EHU