El siguiente texto es una amplia reflexión sobre la estrategia
política que debería, a mi parecer, mantener el 15M y los grupos que
forman parte del mismo. Es mi opinión y como tal es tan subjetiva como
cualquier otra. Se puede estar de acuerdo o no, pero la lanzo para
aportar elementos que considero imprescindibles así como para hacer
pública la visión que tengo de un proceso tan complejo pero a la vez tan
necesario.
Cronología rápida de una movilización
En 2007 estalló la crisis en Estados Unidos y los economistas
críticos nos pusimos manos a la obra para intentar explicar a la gente
corriente lo que estaba pasando en las finanzas internacionales. Pronto
se vio que esa crisis sería de una importancia excepcional sólo
comparable con la Gran Depresión de los años treinta, y ningún país
quedaría a salvo de la que para entonces se llamaba ya la Gran Recesión.
En verano de 2008 la crisis se trasladó dramáticamente al tercer mundo y
mató de hambre a millones de personas a causa de la especulación en los
mercados de futuros de materias primas. En ese momento nosotros
comenzamos en ATTAC a escribir nuestro primer libro de divulgación
gratuito sobre la crisis (“La crisis financiera. Guía para entenderla y
explicarla”), esperando que la gente pudiera comprender que la crisis
tenía unos culpables de carne y hueso y que había que exigir
responsabilidades. Al finalizar 2008 la crisis se agudizó y la economía
española se vino definitivamente abajo. Durante todo 2009 la crisis se
expandió con fuerza y afectó cada vez a más sectores de la población. Y
al terminar ese año muchos de nosotros, activistas de izquierdas y
militantes de diferentes organizaciones políticas, pedimos públicamente a los sindicatos que organizaran una huelga general.
Por entonces pensábamos en términos muy clásicos. Hasta entonces
todas las movilizaciones políticas habían sido organizadas por
movimientos sociales (precarios, vivienda digna, ecologistas,
feministas, etc.) y con relativo poco éxito en cuanto a cantidad de
participantes. Había una calma tensa que no lográbamos comprender
quienes seguíamos los fenómenos económicos. Nosotros pensábamos que
estábamos viviendo una crisis cuya resolución (más o menos social)
dependería de la relación de fuerzas. Y confiábamos en que los
sindicatos pusieran sus cartas encima de la mesa para plantarle cara al
poder económico que estaba pensando ya en agudizar su línea neoliberal.
Pero no lo hicieron.
Los sindicatos organizaron una huelga general muchos meses más tarde,
el 29 de septiembre de 2010, y en medio de un ataque brutal de la
derecha contra las organizaciones de trabajadores. Unos meses antes la
comunidad de Madrid había atacado sin piedad al combativo sindicato del
metro, poniendo toda la carne en el asador y utilizando los medios de
comunicación para poner a la opinión pública en su contra. Yo viví
aquella batalla en Madrid, y pensé que era el inicio de nuestro final
como clase trabajadora organizada. La derecha estaba dispuesta a arrasar
cualquier, ya débil de por sí, movimiento de izquierdas organizado. La
huelga del 29 de septiembre fue un respiro, pero llegaba tarde y
sabíamos que muchos no estaban dispuestos a subirse a ese barco que
navegaba a la deriva.
La firma del pacto de las pensiones
por los sindicatos, a principios de 2011, fue el acabose. Los
sindicatos claudicaron ante un proceso de regresión social que ya estaba
más que claro, y con eso alejaron todas las posibilidades que restaban
para aglutinar y ser un actor principal en la batalla ante el
neoliberalismo.
Por suerte paralelamente los movimientos sociales habían ido
reuniéndose en torno a la plataforma Democracia Real Ya (DRY), y otras
organizaciones combativas, como era el caso de Juventud Sin Futuro,
surgían a su lado. Fue Juventud sin Futuro la primera en dar el paso de
organizar una manifestación contra la crisis digna de tal nombre,
recibiendo bastante cobertura mediática y un apoyo importante. Eran
tiempos en los que nosotros insistíamos una y otra vez en la urgencia de
una insurrección generalizada, que objetivamente era más necesaria que
nunca. Era un bosque de hojas secas y faltaba un chispazo para que el
fuego se extendiera. Y eso fue precisamente lo que ocurrió el 15 de
mayo, cuando DRY sacó a la calle a miles y miles de personas exigiendo
una salida social a la crisis. Su programa político era tan de
izquierdas o más que el que tenía Izquierda Unida, ATTAC, los sindicatos
más combativos o cualquier movimiento social de larga trayectoria
contestataria. Pero ellos dieron en la clave y consiguieron atraer la
atención de muchísima gente desencantada y que, siendo consciente de la
necesidad de movilizarse, no había encontrado espacios para hacerlo
hasta entonces.
Y de aquel éxito nacieron las asambleas del 15M, que a su vez dieron
luz a las comisiones sectoriales y de barrio y a un nuevo tipo de
activismo político que en realidad era muy viejo pero que ahora parecía
funcionar (no sin obstáculos). Desde entonces conviven experiencias
movilizadoras (15M, DRY, Mesas de Convergencia, etc.) que unen sus fuerzas y que trabajan conjuntamente para seguir construyendo algo alternativo.
El peso de la revolución
Con el 15M de repente había que estar en todas partes a la vez y
participar en todos los debates, aunque éstos llevaran horas y horas y
acabaran con nuestras energías vitales. Era un imperativo moral
aprovechar esta ola que por fin había llegado y que ahora había que
saber canalizar para que no quedara neutralizada o desmovilizada por la
acción del poder económico y político dominante. Pero eso era a la vez
una presión en muchos casos insoportable.
En efecto, hemos tenido, y seguimos haciéndolo, que participar en
comisiones de horas y horas de duración; hemos tenido que enviar
centenas de e-mails para explicar conceptos y ayudar a la gente a
comprender de qué estamos debatiendo y a formarnos nosotros mismos;
hemos tenido que desmontar a muchos saboteadores que aprovechando los
espacios democráticos abiertos han querido neutralizar el movimiento o,
al menos, determinar de qué se podía hablar y de qué no; hemos, en
definitiva, dedicado todos nuestros esfuerzos a costosos procesos de
formación política en su sentido más amplío.
Y en nuestro despiste, creo que nos hemos creído que teníamos que
organizar la revolución en un par de días. Nos hemos encontrado en el
camino mucha gente de tradiciones políticas distintas y hemos tratado de
integrar lo mejor de cada una en muy poco tiempo. Hemos sido demasiado
autocríticos con nosotros porque nos hemos exigido lo mejor en todo
momento. Hemos intentado responder en unos meses la hegemonía que el
neoliberalismo ha tardado en cimentar unos treinta años. Y eso es una
tarea hercúlea que no podemos conseguir en esos tiempos de ningún modo,
puesto que no sólo estamos ante un dominio económico sino también
cultural y de valores. Es magnífico que hayamos despertado, pero no
podemos autoexigirnos construir una base social consistente y coherente
en cuatro meses.
Necesitamos una base social
Es verdad que el 15M se está comportando como una especia de
universidad política. La gente va a las comisiones para aprender y para
dotarse de herramientas para comprender cómo funciona el mundo y cómo
puede cambiarlo. Y ese es un proceso lento de formación política que
debemos continuar sin lugar a dudas. Estamos construyendo una base
social, es decir, un colectivo de personas con unos intereses políticos
comunes y que permite sustentar y apoyar un proyecto político
alternativo. Sin base social ya hemos visto qué sucede con los partidos y
sindicatos revolucionarios: nada. La construcción de la base social es, por lo tanto, la tarea primordial del movimiento 15M.
Tenemos que politizar a la gente de nuevo. La política tiene que
volver al debate cotidiano. Debemos conseguir que todo el mundo sepa lo
que está pasando y cómo nos afecta a la mayoría de los ciudadanos,
porque es precisamente de la indiferencia y de la individualidad de lo
que se nutre el neoliberalismo. Tenemos que construir esa base social,
la cual debe estar constituida por personas formadas y que tienen una
identidad común, es decir, que se ven como víctimas de un mismo proceso
al que hay que responder colectivamente.
Los procesos económicos tienen una velocidad mucho más lenta que los
procesos políticos y que los procesos vitales. Estamos en crisis y
todavía seguiremos en crisis mucho más. Los economistas tenemos que
procurar predecir los escenarios posibles en los que tendrá lugar la
acción política. Y sobre esto hay un consenso generalizado. Los planes
de ajuste que se están aplicando (y que se seguirán aplicando)
agudizarán la crisis y provocarán nuevos escenarios aún más drásticos de
regresión social. Y para eso hay que estar preparado, más aún cuando el
nuevo gobierno será aún más radical en la aplicación de medidas
neoliberales.
El corto plazo: un escudo social
Ser conscientes de que los escenarios futuros son aún más negros nos
permiten caminar con inteligencia y con una estrategia determinada.
Porque sabemos dónde nos van a dar el siguiente golpe, y es ahí donde
tenemos que estar. Sin duda eso no significa que nos olvidemos de que en
realidad hay gente con una situación económica de urgencia. Hay
millones de personas en paro, centenares de miles de personas perdiendo
sus casas, miles de familias cayendo en la pobreza y otros tantos
millones de personas entrando en regímenes laborales de semi-esclavitud.
Por eso es necesario un plan de choque de corto plazo, una creación de
un escudo social para proteger desde ya a todas esas personas.
La base social no puede limitarse a preparar una revolución, como si
de una vanguardia clásica se tratara, sino que en realidad tiene que
estar en la calle plantando cara y defendiendo los derechos de sus
conciudadanos. La base social no se crea desde los despachos académicos o
las reuniones sino desde la calle, y eso implica tener que actuar
siempre en situaciones concretas. Hay que ir a proteger a las personas
que pierden sus casas, hay que ayudar a los estafados por la banca y hay
que ir a los servicios de empleo a nutrir la base social haciéndoles
ver a los parados que nosotros somos ellos y que ellos somos nosotros. Y
todo esto debe hacerse de una forma organizada y atendiendo a una
estrategia definida y que tenga presente que hay limitaciones de tiempo y
energías.
El programa político
Nos dicen que no hay alternativas a los planes de ajuste, pero eso es
falso. Y en este blog lo hemos puesto de relieve muchas veces. Hay
medidas concretas que pueden hacerse para resolver la crisis desde un
punto de vista social y que permita construir un sistema económico
distinto. Tenemos mucho que debatir sobre qué medidas son prioritarias y
cómo debe ser el sistema venidero, pero no cabe ninguna duda de que
encima de la mesa hay ya proyectos alternativos. En ATTAC contribuimos
humildemente a formar a la gente para que comiencen debates y la gente
se pueda plantear sus propias opciones, pero en particular los
economistas ya hemos propuesto alternativas palpables y que son de
aplicación inmediata si existiera voluntad política. Otras opciones,
lógicamente, requieren a su vez una base social suficientemente amplia
como para que puedan ser puestas en marcha.
Por eso un elemento clave es la formación de esa base social. La
formación ha sido dejada de lado por los partidos políticos de
izquierdas y las organizaciones sindicales. Y sin formación al final no
existen referentes teóricos y sin ellos la gente se deja llevar por la
inercia política o se sitúa en una posición estrictamente defensiva. Y
nosotros lo que tenemos que hacer es precisamente pasar al ataque.
Tenemos que poner un programa político encima de la mesa que permita
pasar al ataque de forma inmediata.
El largo plazo: las respuestas futuras
Sí, el PP ganará las próximas elecciones con casi toda seguridad. Y
sus objetivos serán los servicios públicos, que privatizarán o
deteriorarán sin piedad. Nosotros tenemos la ventaja de que lo sabemos, y
hay que hacer los movimientos oportunos. Es urgente que la base social
del 15M, DRY, las Mesas, y demás proyectos de este tipo se dirijan a los
colegios, a los institutos, a los hospitales, etc. y planteen la
necesidad de reunir fuerzas. Muchos van a sufrir en sus propias carnes
una crisis que hasta ahora parece pasar de largo de sus propias vidas.
La gente comenzará a percibir deterioros en los servicios públicos,
habrá despidos y la rabia se incrementará. El caldo de cultivo de la
insurrección se generalizará y el bosque de hojas secas del que
hablábamos antes crecerá exponencialmente. En última instancia no
estamos hablando de otra cosa que de sumar fuerzas con las que poder
vencer a un enemigo, y eso es tan viejo como la humanidad.
Y ello conlleva, les guste a unos u otros, en sumar las fuerzas
también de los sindicatos y sus afiliados. Hay que olvidar las viejas
rencillas que puedan existir, por muy razonables que sean, y sumar a
todos en el proyecto. De otra forma estaremos divididos y no podremos
enfrentar exitosamente la avalancha que viene encima. Además, el sistema
puede tolerar manifestaciones esporádicas sin perder demasiada
legitimidad y sin verse acosado, pero no puede soportar la paralización
de la actividad productiva por mucho tiempo. Dicho de otra forma, una
base social suficientemente amplia y cuya acción de de lleno en el
corazón del mundo económico (la actividad productiva) tendrá todas las
cartas para ganar.
¿Es posible mitigar el efecto perjudicial de los procesos venideros?
Sí, y creo que debemos hacerlo. Yo votaré en las próximas elecciones, y
lo haré a Izquierda Unida. Pero no lo haré porque confíe en que de ese
modo se pueda cambiar algo suficientemente importante, ya que en
realidad yo impugno al sistema en su totalidad, sino porque utilizo las
herramientas a mi disposición aunque sepa que son insuficientes. No
pienso dejar pasar una oportunidad de poner una piedra en las ruedas del
neoliberalismo, dicho de otro modo. Aunque sea consciente de que la
lucha está en otro lado y que limitarse al sistema político es pasar por
el aro.
En definitiva
Dicho todo lo cual creo que conviene ser autocríticos pero sin
pasarnos. Y sobre todo debemos ser tolerantes con otras personas que
provienen de tradiciones políticas distintas y que enfocan los fenómenos
de otra forma pero que a la vez comparten nuestros intereses políticos.
Ante todo creo que debemos pasar a la etapa de definir estrategias
políticas y de contextualizar los fenómenos que suceden, para evitar
siempre estar a la defensiva y reaccionando ante cada paso del
neoliberalismo. Más bien debemos construir nuestro programa político,
que no tiene que ser un documento de cien hojas sino una declaración de
intenciones alternativas, asumibles, factibles y radicales, y pasar con
él a la ofensiva.