El
movimiento 15M ha puesto sobre la mesa la necesidad del debate
político. En asambleas multitudinarias, este movimiento ha puesto de
manifiesto las deficiencias de la democracia representativa y al grito
de “democracia real ya” o “dicen que es democracia pero no lo es” ha
movilizado a miles de jóvenes y ha concitado las simpatías de millones
de personas (las encuestas de opinión hablan de cerca de un 80% de
simpatizantes con sus peticiones)
Estas críticas de carácter político
son producto de la denuncia de una clase política (derechas o
izquierdas) que se ha arrodillado frente a unas minorías poderosas, los
famosos mercados, que imponen a los gobiernos medidas de política
económica que están suponiendo recortes de derechos sociales y el
sufrimiento de miles y miles de familias lanzadas al paro forzoso. El
movimiento se pregunta, por tanto, qué tipo de democracia es esta en
donde los poderes elegidos por la ciudadanía no son los que en
definitiva toman las decisiones sobre asuntos fundamentales que les
afectan tan directamente; dónde reside en realidad la soberanía, en los
ciudadanos o en las minorías no elegidas que controlan el poder
financiero. Se exige no sólo la democracia política real (gobierno del
pueblo) sino también la democracia económica (dardo lanzado contra el
elemento esencial del sistema de mercado: la propiedad privada como
factor sacrosanto)
Sin embargo es evidente que esta clase política
ha sido elegida por la ciudadanía mediante el sufragio universal en
elecciones generales realizadas en condiciones aparentes de libertad de
expresión y de información. Esta clase política contrapone a estos
jóvenes del 15M su legitimidad legal: han sido elegidos y además por
millones de ciudadanos que fueron a votar libremente. En democracia
esta legitimidad legal es la única válida, sobre todo, frente a una
amalgama de ciudadanos reunidos en plazas que sólo se representan a
ellos y que sólo alcanzan la participación de unos cuantos miles de
personas en sus asambleas. ¿Qué es eso frente a los millones que les
han votado a ellos? ¿Cómo se atreven a proponerse como una
representación alternativa frente al Parlamento, sede de la soberanía
nacional?
Esta crítica podría parecer cierta desde la lógica del propio sistema democrático-liberal. Pero ni siquiera desde esta lógica es cierta.
Badalona, 15 de junio de 2011
Esta crítica podría parecer cierta desde la lógica del propio sistema democrático-liberal. Pero ni siquiera desde esta lógica es cierta.
- ¿Todos los ciudadanos partimos de condiciones
de igualdad a la hora de participar en las elecciones? No. Una campaña
necesita de grande sumas de dinero que permitan hacer llegar tus
propuestas a toda la ciudadanía. Esto no está al alcance de cualquiera
y ya vemos cómo una de las hipotecas de los partidos del sistema es su
endeudamiento con los bancos que les prestan millones de euros para las
campañas electorales cada vez más costosas, o la dependencia de
donaciones anónimas de grupos de presion empresariales. Estas
donanciones o préstamos no se realizan sin contrapartidas y terminan
determinando las políticas de los partidos de gobierno al margen de sus
propios programas electorales.
- Otra condición de la
democracia es la información. No existe democracia sin una ciudadanía
bien informada. Esta información llega a través de los grandes medios
de prensa, radio o televisión. Estos medios son propiedad de grandes
grupos empresariales y la libertad de los periodistas queda enmarcada
en la aceptación de los elementos básicos del sistema de mercado.
Cualquier grupo de ciudadanos con una visión diferente de la sociedad
ve cercenado su acceso constante a estos medios, e intentar crear uno
propio es imposible por el enorme capital que es necesario para
ponerlos en marcha, condición alejada del común de los mortales.
- Otro
elemento de déficit de las democracias occidentales reside en los
mecanismos de ingeniería electoral que permite consensuar sistemas
electorales en función de las necesidades de la oligarquía política
dominante. Ya sea a través de listas cerradas, de sistemas electorales
no proporcionales a la población, la fijación de un número de diputados
por territorios que tiende a favorecer a las fuerzas conservadoras,
etc. se condiciona la voluntad de la ciudadanía, se fomenta la
docilidad de los diputados a la jerarquía del partido, deja de tener
sentido la relación entre el diputado y sus electores, etc.
- La democracia se entiende por la casta política
cómo una mera formalidad en la que con la introducción del voto ya se
ha cumplido. Hemos elegido a los “entendidos” y todo debe dejarse en
sus manos. Sólo tenemos derecho a elegir a nuestros pastores,
nosostros, durante cuatro años, sólo debemos observar y si no nos gusta
lo que vemos, dentro de cuatro años optamos por otro grupo de pastores.
Entienden la democracia de una manera tan reduccionista que no dejan
campo al necesario control de la ciudadanía sobre las decisiones de los
políticos.
- Tampoco se sostiene este sistema desde la
propia formalidad democrática liberal cuando los gobiernos elegidos no
pueden cumplir sus programas, o elaboran sus programas ya directamente,
por la presión de grupos financieros que, en un mundo globalizado y sin
controles políticos, imponen condiciones a esos mismos gobiernos si no
quieren verse amenzados de un “sabotaje económico” que puede conducir
al país a la bancarrota y la quiebra. El sistema vive bajo el chantaje
constante de estas minorías que son las que en realidad tienen el poder.
Badalona, 15 de junio de 2011
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.