1. El movimiento del 15 M que se ha desplegado durante estos días supone el fin de una larga etapa de obediencia y sumisión. Tomar las plazas ha sido el gesto radical que – repetido en tantas ciudades - nos ha permitido lanzar el grito colectivo de “Basta ya. Queremos vivir”. Hemos empezado a perder el miedo. Juntas hemos atravesado la impotencia y la soledad.
2.
Hemos aprendido a organizarnos, a tomar decisiones colectivamente, a
vivir en la calle y que la calle viviera en nosotras. La inteligencia
colectiva ha sido prodigiosa ya que ha permitido llevar adelante lo que
parecía imposible: crear otro mundo dentro pero también contra
este mundo hecho de miseria moral y económica. Hemos sabido
autoorganizar un agujero negro ininteligible para el poder y que por eso
teme. El poder teme todo lo que no puede entender, y por lo tanto,
controlar.
3.
La novedad fundamental de nuestro movimiento es que no se construye
sobre la sociedad-fábrica sino que nace al juntarse y compartirse el
malestar de cada una. No vamos a la plaza tomada en tanto que
trabajadores, ciudadanos… sino que allí dejamos atrás toda identidad.
Somos más que en ningún otro lugar cada una de nosotras mismas, y a la
vez, somos las singularidades de una fuerza del anonimato, de una fuerza
de vida que apunta más allá de lo que hay.
4.
El nosotros que se ha formado no preexistía, no estaba latente, sino
que ha surgido en el mismo momento que hemos tomado las plazas. Por esto
es un nosotros abierto, abierto a todo el que quiere entrar y formar
parte de él. En la plaza hemos aprendido a conjugar el verbo politizar,
y el propio espacio ha sido lo que ha permitido la articulación de las
diferentes politizaciones que se dan necesariamente divididas en el
tiempo. El rumor de fondo que el poder quería acallar ha emergido.
Nosotros somos los rostros de este rumor que ha terminado con el
silencio del cementerio.
5.
Tomar las plazas significa antes que nada tomar la palabra. Pero la
palabra, el discurso no es tanto lo que se dice como lo que se hace. En
las plazas tomadas lo más importante es lo que se hace y cómo se hace. Esto es cierto y ha sido así. Ocurre, sin embargo, que
poco a poco la potencia que nos daba un modo de funcionar (comisiones,
subcomisiones, consenso…) se ha ido convirtiendo en un auténtico freno.
Por un lado, una organización tan subdividida si bien puede ser eficaz
introduce una dispersión creciente, una pérdida de los contenidos
esenciales, y sobre todo, una profunda arbitrariedad que acaba por ser
paralizante. Por otro lado, el consenso tiene que ser un medio pero
jamás un objetivo en sí mismo, de lo contrario decisiones políticas
inaplazables no pueden tomarse. El estar juntos no puede medirse en
unidades de consenso.
6. Ahora
el problema fundamental es cómo continuar el movimiento que ha
empezado. Porque hay algo que día a día estamos comprobando: si no
avanzamos hacia adelante, necesariamente retrocedemos. Y eso es así
porque la posición que hemos levantado al tomar las plazas se ve
minada, tanto por el retorno a un primer plano de las opciones
personales, es decir, de un proliferar de intereses completamente
subjetivos que habíamos conseguido soslayar, como por la campaña de
difamación (“el 15 M está degradando”, “perjudican a otros”…) orquestada mediante los medios de comunicación oficiales.
7.
El problema no es si abandonamos la plaza o no. El problema es cómo
seguimos adelante con un movimiento que ha sido el más importante de los
últimos años y que seguramente abrirá un ciclo de luchas. En la plaza
de Catalunya hemos gritado muchas veces “Aquí empieza la revolución”.
Quizás deberíamos tomarnos en serio estas palabras. Cuando afirmamos “no
somos mercancías”, “nadie nos representa” u otras frases parecidas
estamos construyendo un discurso revolucionario que socava lo esencial
de este sistema.
El problema no es si abandonamos la plaza o no. El problema es si nos atrevemos a pasar de indignados a revolucionarios.
8.
Como indignados sabíamos que había que atacar antes que nadie a los
políticos y a los banqueros. Esta intuición era acertada especialmente
por lo que hace referencia a los primeros. El subsistema político que
funciona con el código gobierno/oposición es muy fácil de atacar. Basta
que afirmemos de modo consecuente “nadie nos representa” y
cortocircuitamos uno de los códigos fundamentales que organizan la
realidad. No en vano la deslegitimación del Estado de los partidos ha
crecido. En cambio no hemos conseguido erosionar el código tener
dinero/no tener dinero que rige el subsistema económico. Ni por supuesto
hemos sabido hacer frente a la crisis y al uso de la crisis como modo
de gobierno.
9.
Por esta razón el movimiento de la “toma de plazas” está abocado a
tener que dar un salto ya que de lo contrario, o nos quedamos dentro de
una burbuja autocomplaciente hecha
de opciones personales o la deslegitimación de la política por sí sola
no llegará nunca a abrir otro mundo. Hay que atacar toda la
realidad, esta realidad toda enteramente capitalista en la que nos
ahogamos. Dar un salto quiere decir, pues, atrevernos a ser
revolucionarias. Más exactamente. Atrevernos a imaginar qué significa
ser revolucionarias hoy día.
10. El problema no es si abandonamos la plaza o no. El problema es cómo desbordamos la plaza,
y para ello tenemos que pensar ya no sólo como indignados sino como
revolucionarios. Frente a una realidad (capitalista) que es
esencialmente despolitizadora porque reconduce el conflicto y esconde al
enemigo, porque aumenta incesantemente sus dimensiones con el fin de
que la obviedad se imponga, el único camino es la defensa de la
politización: “cuando nada es político, todo es politizable”. Desbordar
la plaza es conjugar colectivamente el verbo politizar, y para ello
tenemos que inventar una articulación de dispositivos que ya hemos
empezado a emplear: enjambres cibernéticos, asambleas generales y de
barrio, comisiones diversas…
11. De
la misma manera que somos un nosotros que no se puede subsumir en un
espacio público no estatal – somos una asamblea general, un grupo en
fusión, un pueblo nómada, un mundo hecho de singularidades - la
organización que organice el desbordamiento tiene que ser también una
articulación compleja de dispositivos. La fuerza del anonimato, la
fuerza de vida que somos, rechaza los modelos antiguos identitarios y
sectoriales. Asimismo cualquier intento de recuperar nuestra fuerza
mediante la forma partido está abocado necesariamente al fracaso. La
fuerza del anonimato nunca podrá ser encerrada en una urna.
12.
Desbordar la plaza no es una metáfora. Consiste en infiltrarse dentro
de la sociedad como un virus, actuar como partisanos que sabotean la
realidad durante la noche. Pero tenemos que volver intermitentemente a
la plaza y esforzarnos por mantener en ella un rastro de nuestro
desafío. La plaza tomada debe seguir siendo una referencia política, y a
la vez, la mejor base de operaciones de la que partir para proseguir
esta guerra de guerrillas. Infiltrarse en la sociedad implica, en
definitiva, un cuestionamiento radical de todo lo que se impone con la
fuerza de la obviedad. Para que esta lucha sea efectiva tenemos que
dotarnos de una estrategia de objetivos y de modos adecuados de
actuación. El grito de rabia y de esperanza que ha resonado en las
plazas tiene que organizarse políticamente, de lo contrario se perderá
en la oscuridad. Y de nuevo el silencio entrará en nuestro corazón.
13.
Cuando la vida es el campo de batalla se vienen abajo los distintos
frentes de lucha y es más fácil que nunca crear una estrategia de
objetivos. La estrategia de objetivos que proponemos podría empezar con:
a) 1000 euros para cada persona por el solo hecho de formar parte de la
sociedad y dada la riqueza ya acumulada. b) No más desahucios y retorno
de los expulsados. Posibilidad de devolver la vivienda al banco y no
seguir pagando la hipoteca. c) No a la ley Sinde. Contra la
privatización de la red. La estrategia de objetivos se inscribe y tiene
sentido solo en el interior del movimiento que deslegitima el Estado de
los Partidos. No se trata por tanto de unos puntos mínimos que unos
portavoces negocian.
14.
Una estrategia de objetivos requiere la acción directa para poder
imponerse. En nuestra época, sin embargo, su culminación no puede
pensarse bajo el modelo de la huelga general clásica. Por un lado, la
fábrica ha perdido toda centralidad política en la medida que se
diseminaba por el territorio; por otro lado, en ella existe miedo y los
sindicatos históricos saben gestionarlo. De la misma manera que con la
toma de plaza se inventó un modo de lucha inesperado, la
propia acción directa tiene que ser pensada de nuevo. La transformación
social, económica y política que ha tenido lugar en los últimas décadas
– la sociedad entera se ha convertido en productiva - juega a nuestro
favor ya que extiende la vulnerabilidad a todo el territorio. Por esa
razón la acción directa tiene que ser sobre todo interrupción de los flujos de mercancías, energía, e información, que atraviesan y organizan la realidad.
15.
El gesto radical de tomar la plaza que se ha plasmado en tantas
ciudades debe seguir vaciando las instituciones de poder pero tiene que
prolongarse en un bloqueo real y efectivo de este sistema de opresión.
No es algo imposible. Somos nosotros mismos viviendo quienes sostenemos
esta máquina infernal y corrupta en fuga hacia adelante. Si
verdaderamente estamos indignados tenemos que hacer de nuestra vida un
acto de sabotaje y entonces todo se vendrá abajo. Todo se vendrá abajo
como un castillo de naipes y quizás descubramos una playa en Puerta del
Sol. Todavía no sabemos qué sorpresas puede depararnos el mundo que
estamos empezando a construir.
Santiago López Petit
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