Querían meternos miedo. Para hacerlo han usado balas de goma, han circulado a gran velocidad con
sus furgonetas alrededor de la plaza, han amenazado, hablado con
desprecio y sobre todo, han dispersado a patadas y porrazos a miles de
jóvenes que insistían en todo momento en no responder a la violencia
recibida. Mientras recibían (y no aceptaban) claveles como regalo por
parte de las personas allí concentradas.
Las de los claveles mostraban carteles en los que ponía “Resistencia pacífica”, lanzaban mensajes de calma entre los manifestantes, consignas para resistir de forma noviolenta y un sentimiento compartido de tener la legitimidad de continuar concentradas en las plazas para proponer alternativas al sistema político y económico que nos rige. Las de los claveles cantaban desde el suelo por la libertad, compartían agua, zumo y todo lo que pudieran hacer posible aguantar bajo el sol y mantenían viva la ilusión entre una juventud que se ha puesto en pie ante la injusticia. Las de los claveles han pedido que se dejara salir a los mossos que antes se habían prodigado con sus porras, que se quedaron al final entre manifestantes, para que salieran pacíficamente de la plaza.
LO LLAMAN DEMOCRACIA... Los de las porras han tirado a la basura bienes de todo tipo de
manera indiscriminada. Los de las porras han herido a un centenar de
personas que lo único que hacían era estar sentadas pacíficamente en el
suelo. Los de las porras han hecho lo único que saben hacer y quien les
ha dado la orden de hacerlo lo sabía.
Pero el miedo ha cambiado de bando a lo largo de la mañana. La
violencia asusta en un momento determinado, pero consigue finalmente un
efecto contrario. Del miedo se ha pasado a la esperanza, al
atrevimiento, al coraje de querer recuperar un espacio de libre
expresión que no existe en la irreal democracia que tenemos. El miedo ha
pasado a los policías que sabiendo el mal que habían hecho han tenido
que salir precipitadamente de la plaza. Tenían miedo porque no entienden
que las de las flores no les hubieran hecho nada. Pero el miedo que
no cesa es el de la clase política y de sus amiguitos que nadan en
beneficios económicos mientras despiden a miles de trabajadores. Quieren
que nos vayamos de las plazas porque saben que la resistencia de una
plaza anima a otras a sumarse al movimiento y cuanto más aguantemos más
seremos. Esto no significa que el movimiento del 15-M tenga que estar
indefinidamente concentrándose en las plazas, no hará falta. Pero
aguantar unos días más, o unas semanas más, servirá para fraguar nuevas
prácticas políticas, para canalizar la energía crítica con el sistema a
colectivos, organizaciones y asambleas que sin lugar a dudas, serán el
caldo de cultivo de las alternativas políticas, económicas y sociales
que pueden llevarnos a una verdadera transformación social.
La estrategia de flores contra porras ha devuelto la plaza a la
gente indignada. La plaza ha vuelto rápidamente a su nueva normalidad, a
ser un ágora, un lugar de encuentro y discusión para construir un mundo
mejor, en pie de paz contra la injusticia.