Jordi Calvo |Diario de un altermundista
Ha pasado ya más de una semana de nuestra propia revuelta. Durante
este tiempo he participado en varias asambleas, he asistido a las
caceroladas, he escuchado en algunas charlas y, como no, he estado en
las asambleas generales. Me emociona lo que estamos construyendo, las
alternativas que están surgiendo, la energía positiva que la esperanza
sincera transmite al ambiente y el impacto, aunque todavía limitado, que
se está consiguiendo en toda la sociedad. Podemos decir que
prácticamente no hay nadie que no sepa que hay miles de personas
indignadas en infinidad de plazas del Estado español pidiendo mayor
democracia. Además es una gran mayoría la que simpatiza con lo que allí
está ocurriendo.
Con alegría y seguridad podemos decir que compartimos la ilusión de
que podemos cambiar las cosas, de que podemos ir a la raíz de los
problemas, experimentar y alcanzar consensos que nos ayuden a dibujar un
mundo sin personas excluidas, sin marginadas, sin oprimidas. Pero no
todo lo que hacemos es perfecto. Estamos aprendiendo, probando,
experimentando y necesitaremos de mucho tiempo, diálogo y tolerancia
para llegar a verdaderos consensos.
La toma de decisiones por consenso es una de las virtudes del nuevo
sistema político que nos gustaría. En la falsa democracia actual, las
votaciones por mayoría convierten en semidictaduras los periodos
cuatrianuales en los que ejercen el poder partidos políticos que ganan
las elecciones a golpe de talonario (y mentiras). Pero el consenso que
queremos aplicar en las asambleas del movimiento 15-M puede tener
ciertos riesgos también antidemocráticos que pueden llevar a un
desencanto generalizado y a la frustración del movimiento. Tomar las
decisiones por consenso significa no excluir a nadie. Por tanto, la
votación por mayoría ya está excluyendo a la minoría. Las votaciones por
aclamación también pueden excluir, porque frente a cientos o miles de
entusiastas aplaudiendo o vociferando a favor de una decisión, no hay
quien se atreva a levantar la mano y decir “esta boca es mía”. No es
fácil contentar a todo el mundo, pero sí creo que al menos, quienes
vamos a la plaza con la ilusión de cambiar el mundo, podamos sentir que
formamos parte del proceso y hay que hacer lo posible para que seamos
cada vez más, porque si no alcanzamos una masa crítica suficientemente
numerosa, no podremos cambiar el sistema (lo que no quita que nos
podamos situar en los márgenes del mismo, lo que ya sería todo un
logro).
En fin, me refiero a que es nuestra responsabilidad encontrar la
manera de hacer que la democracia que queremos para los demás la
apliquemos en el espacio de innovación social instaurado en las plazas
liberadas de este país. Se me ocurre que quizá no es tan buena idea que
en reuniones pequeñas mostremos nuestro acuerdo o desacuerdo de manera
tan efusiva (es práctica habitual ponerse frente a alguien con los
brazos cruzados mientras habla), porque de este modo podemos estar
desanimando a muchas personas a que expresen su opinión y, si ésta es la
tónica, estas personas abandonarán la asamblea y poco a poco, nos
quedaremos los de siempre.
Cada espacio puede servir para atraer, convencer o ilusionar
a las diferentes personas que tenemos implicaciones diferentes según
nuestro momento vital. Las miles de personas que participan en la
asamblea general, hacen que no pueda más que convertirse en el lugar
para refrendar (o rechazar) propuestas de las comisiones y, sobre todo,
no debería ser un espacio para descalificar (como a veces ocurre) a
quien sube al estrado, como si de un circo romano se tratara. En este
espacio podemos aplicar el sistema de votación o aclamación desarrollado
hasta ahora, para ver que el trabajo de todo el día es bien acogido por
la mayoría. Pero el verdadero trabajo es el que se da en las comisiones
y subcomisiones que se celebran durante todo el día. Éstas necesitan de
mayor sistematización, de más recursos, de más gente (o menos, depende
el caso), pero con el mantenimiento de un buen clima, animando a quienes
asumen más responsabilidades y con grandes dosis de tolerancia podremos
conseguirlo. Seremos capaces de mostrar a todo el mundo que la
democracia real es posible. Pero será difícil, ya que nadie nos ha
enseñado a hacerlo.