Hay quien trata de analizar la actual crisis económica como si fuese
un accidente pasajero en el normal desarrollo del sistema económico. Sin
embargo, quienes hacen eso ignoran que esta crisis no sólo es económica
sino que también es ecológica, política, social, de valores y, por
tanto, sistémica. Y en tanto crisis sistémica, que abarca todos los
aspectos y componentes del modo de organizar esta sociedad, los
ciudadanos tienen más que nunca la oportunidad de proponer alternativas
que permitan construir otro mundo posible. Siempre y cuando, por
supuesto, se considere que dicha tarea es o bien deseable o bien incluso
necesaria.
Nosotros consideramos ambas cosas. Creemos que el sistema económico
actual es responsable de grandes males que afectan a la humanidad y que
la solución de estos pasa irremediablemente por transformar el sistema.
Con esa aspiración presente, en este artículo nos dedicamos a describir
someramente las alternativas políticas y económicas actuales, así como
también nos preguntamos por el sujeto social que tendría que dirigir y
apoyar dicho proceso transformador.
LA NECESIDAD DE SUPERAR EL CAPITALISMO
El capitalismo siempre está sometido a continuo cambio, si bien nunca
deja de operar bajo las mismas leyes de funcionamiento, y no cabe
ninguna duda de que hoy es sustancialmente diferente al capitalismo que
existía hace cincuenta, cien o doscientos años. Y en todo este tiempo el
capitalismo ha conseguido multiplicar la capacidad productiva de la
sociedad y nos ha permitido acceder a un sinfín de nuevos productos y
experiencias. Sin embargo, tampoco cabe ninguna duda de que
históricamente el capitalismo ha mostrado ser una forma de organización
social con grandes deficiencias y, lo que es más preocupante, con
deficiencias que son cada vez mayores.
La concentración de la riqueza y el consecuente incremento de la
desigualdad, ya no sólo entre los llamados tercer y primer mundo sino
también incluso dentro de este último, son procesos que vienen
acompañados de al menos tres graves fenómenos más: una extensión
generalizada de la lógica mercantil que anula los aspectos puramente
sociales y humanos; un creciente deterioro del medio natural en el que
la actividad económica se inserta; y la decadencia y abandono de la
democracia como sistema ideal de coordinación entre los miembros de una
sociedad. La evidencia de todos estos males siempre ha despertado un
gran número de protestas y ha dado lugar a la creación de numerosos
movimientos sociales en todo el mundo y en todas las épocas.
De hecho, la reciente crisis económica generó esperanzas en gran
parte del movimiento contestatario, el cual pensó que esta crisis era la
demostración de que o bien la deriva neoliberal del capitalismo debía
ser corregida, dando paso a una etapa más social y equitativa, o bien el
capitalismo llegaba con esta crisis estructural a su fin definitivo y
tendría que ser sustituido por algo nuevo. También algunos dirigentes
políticos, como Sarkozy, debieron de pensar de forma parecida cuando se
vieron obligados a anunciar la necesidad de “refundar el capitalismo”.
Sin embargo, la evolución de la crisis ha demostrado que aquello eran
ilusiones y que, al contrario, la tendencia actual del capitalismo es
la de acentuar sus rasgos más puros. Y hoy estamos frente a una nueva
ola de neoliberalismo radical que pretende sacar al sistema económico de
la crisis a través de viejas fórmulas de política económica que nos
llevarán sin duda a un nuevo escenario socioeconómico de mayor regresión
social. Con ello presente no es extraño pensar que la transformación o
sustitución del capitalismo es aún más necesaria que nunca.
EL SUJETO DEL CAMBIO SOCIAL
Si somos conscientes de que tiene que haber un cambio, el siguiente
paso es preguntarnos por el sujeto social que lo tendrá que llevar a
cabo. En efecto, la historia ha demostrado que “sin base social
suficiente no hay sociedad que pueda existir de forma duradera, por muy
atractiva que sea en apariencia” (Tablas, 2007), de lo que se deduce que
necesariamente el cambio tiene que estar dirigido o, al menos, apoyado
por un espectro suficientemente grande de hombres y mujeres.
La versión clásica del sujeto social por excelencia es el movimiento
obrero y la organización socialista. En esta opción el colectivo obrero,
que en sus inicios hacía referencia a los trabajadores asalariados de
las grandes e incipientes industrias, tendría la capacidad suficiente de
organizarse y alcanzar el poder del Estado. Y desde allí podría tomar
todas las decisiones necesarias para “cambiar al mundo de base”. En una
versión alternativa el movimiento obrero puede tomar directamente las
decisiones necesarias, sin necesidad de alcanzar el poder del Estado, a
través de la colectivización de los medios de producción, es decir, las
empresas que determinan la producción de una sociedad. En ambos casos,
no obstante, subyace la lógica de enfrentamiento entre capital y
trabajo, esto es, entre clases sociales.
Pero el capitalismo, en su desarrollo, ha modificado también la forma
en que se relacionan las clases sociales. El movimiento obrero no es
hoy en día un colectivo homogéneo y cohesionado, y tampoco es
suficientemente numeroso como para guiar un cambio de esta magnitud. En
su lugar tenemos un amplio espectro de clases sociales que mantienen muy
distintas y divergentes preferencias. De esa forma, incluso aunque en
un sentido abstracto pudieran finalmente asociarse cada una de ellas a
algunos de los polos de la dicotomía capitaltrabajo, y por ejemplo
hablásemos de los “asalariados en general”, no podríamos hacerlo sin
perder la homogeneidad y cohesión necesarias como grupo.
Otras posibilidades sobre cuál es el sujeto social del cambio se
pueden encontrar en los conceptos de “multitud”, “movimientos de
movimientos” o “ciudadanía”. En el primero de los casos nos encontramos
con un sujeto social conformado por la totalidad de personas explotadas
directa o indirectamente (en un sentido económico) bajo el sistema
capitalista. Este colectivo, similar pero todavía más amplio que el de
los asalariados, tendría –según los teóricos de este concepto– que
construir el nuevo mundo desde la experimentación práctica; desde la
calle se comenzaría a sentar las bases de la nueva sociedad a la que
empujaría la “multitud”.
En el segundo y tercero de los casos se haría alusión a las
diferentes corrientes de oposición al capitalismo que han ido surgiendo
en los últimos años y que en un sentido amplio han sido definidos como
“antiglobalización” o “alterglobalización”. Aquí se incluirían todos los
colectivos que llevan a cabo luchas más o menos sectoriales, como las
organizaciones feministas, los sindicatos, los estudiantes, los partidos
políticos, las comunidades indigenistas, etc. Hablaríamos entonces de
una unión basada en el malestar generado por el capitalismo y por la
necesidad de construir “otro mundo posible” sin que ello signifique
necesariamente que ya se sabe qué tipo de sociedad se desea crear.
En cualquier caso, sea cual sea el sujeto social que finalmente deba
apoyar el cambio social, no parece probable que pueda transformar la
sociedad únicamente por medio de la negación del sistema actual. Es
necesario un programa estructural.
MODELOS ALTERNATIVOS DE CONFIGURACIÓN SOCIAL
Desde la concepción tradicional de democracia representativa se
considera que el Estado es el espacio de encuentro de las diferentes
sensibilidades ideológicas y que, por tanto, tras una adecuada y justa
suma de las preferencias de los ciudadanos es allí donde tienen que
tomarse las decisiones relacionadas con el futuro de la sociedad. En
esta concepción el Estado es un mero intermediario entre la voluntad
popular y la toma de decisiones final.
No obstante, para entender mejor el proceso político de toma de
decisiones no podemos limitarnos a hablar de poder social, referido al
que emana del conjunto de los ciudadanos, y poder estatal, el que emerge
por los representantes –legítimos o no– de esos ciudadanos. También es
necesario hablar del poder económico, aquel que bajo el capitalismo es
ejercido por las grandes empresas maximizadoras de ganancias. Esta
tríada entre los tres poderes, y las diferentes relaciones
institucionales entre ellas, es la que determina la configuración final
del sistema social (Wright, 2006).
Si atendemos a las diferentes combinaciones entre estos distintos
poderes encontramos entonces bastantes posibilidades. Todas ellas han
sido descritas en Wright (2006), y nosotros sólo vamos a destacar aquí
algunas de las que nos parecen más interesantes de acuerdo con los
propósitos de este documento.
En primer lugar tenemos la opción del “socialismo estatista”,
objetivo clave del pensamiento marxista ortodoxo. En esta opción el
poder económico no existe y el poder estatal es el que toma las
decisiones relativas a la producción. El poder estatal emana de las
preferencias del poder social, el cual ha podido dirigirlas a través de
unos mecanismos plenamente democráticos.
En segundo lugar tenemos la opción de la “socialdemocracia
estatista”, donde el poder estatal influye en la economía a través de su
interferencia en el poder económico. Aquí el poder estatal es también
una institución representativa del poder social.
En tercer lugar podemos examinar el “capitalismo social”, también
llamado en algunos ámbitos el “capitalismo popular”. En esta
configuración el poder social influye en las decisiones de producción
con intermediación del poder económico, y no teniendo el Estado ningún
rol. Los trabajadores asumirían la administración de las empresas, a
través de las acciones u otros mecanismos de coparticipación, pero el
sistema seguiría manteniendo la lógica de maximización de las ganancias.
En cuarto y último lugar tendríamos la “economía social”, en la que
ni el poder económico ni el poder estatal juegan rol alguno. En este
caso los colectivos se organizan para coordinar la producción de forma
directa pero sin atender ni a la maximización de beneficios ni a la
tecnocracia estatal.
Todas estas posibilidades son opciones teóricas ideales de los
diferentes grupos políticos, pero algunas tienen más apoyo que otras. A
continuación vamos a examinar qué grupos se encuentran actualmente
detrás de estas opciones y en qué forma se distinguen los diferentes
proyectos.
LAS OPCIONES CON MÁS FUERZA EN LA ACTUALIDAD
Dentro del escenario político actual podemos observar tres grandes
opciones que, en abstracto, actualmente aglutinan a gran parte de las
personas que se consideran contestatarias al capitalismo o, al menos, a
su versión más radical. Las salidas a la crisis que cada uno de estos
grupos propone quedan, por tanto, condicionadas por el tipo de sociedad
que se postula como ideal.
La configuración de la “socialdemocracia estatal” es probablemente la
que más adeptos tiene, y es también un lugar común entre los partidos
políticos mayoritarios de derechas y de izquierdas. Las divergencias
entre ambas posiciones dentro de esta configuración suelen residir en el
papel que juegan los salarios y otras variables económicas en el buen
funcionamiento del sistema, pero en ningún caso se realiza una crítica
al sistema en sí.
Las medidas progresistas que se proponen para salir a la crisis desde
estas coordenadas ideológicas tienen que ver con medidas de
distribución de la renta, equidad y justicia social y crecimiento
económico sostenible. Se reconoce que un sistema económico capitalista
tiene que funcionar con agentes privados –las empresas– que necesitan
tener mercados rentables. Por lo tanto, se trata de asegurar esa
rentabilidad a través de mecanismos justos y eficientes. En este punto
los salarios juegan un rol crucial, y es necesario asegurar tanto que
son suficientemente altos como para estimular el crecimiento económico
como que están suficientemente repartidos, bien de forma directa como
indirecta (a través de los mecanismos de redistribución del Estado).
Aunque se reconoce la necesidad de la rentabilidad, se trata de
minimizar los efectos perjudiciales de la lógica mercantil a través de
la acción del Estado. Así, se deben regular los mercados de trabajo, el
sistema financiero y se debe coordinar adecuadamente la actividad
económica para evitar que el medio ambiente sufra las consecuencias del
crecimiento económico.
Bajo este paraguas se pueden englobar a los partidos políticos
socialdemócratas clásicos, a los partidos comunistas que han asumido el
marco capitalista y a algunos movimientos sociales que creen en estas
opciones.
La configuración del “socialismo estatista” apuesta por una reversión
de los postulados marxistas clásicos, donde el Estado asumía el rol de
la planificación central y podía desprenderse de la coerción de la
rentabilidad. Así, la actividad económica ya no queda subordinada al
criterio de la rentabilidad y puede planificarse en el sentido que la
comunidad desee.
A pesar del fracaso de sistemas basados en esta misma configuración,
se arguye que las nuevas tecnologías y una cultura democrática mucho más
avanzada pueden evitar que los Estados pierdan su conexión real con el
poder social. Hablamos por tanto de una democracia radical, no
simplemente representativa, donde la influencia del poder social sobre
el poder estatal es perfectamente directa. Dado que el poder social
controla democráticamente la asignación de recursos puede frenar la
destrucción medioambiental y llevar a cabo políticas de redistribución
económica, acabando con la pobreza y la desigualdad extrema.
Esta opción es defendida explícitamente hoy en día por partidos
políticos minoritarios y segmentos de los partidos comunistas que operan
en el marco democrático capitalista. De forma implícita es probable que
numerosos movimientos sociales que promueven la democracia directa y
otras formas de democracia radical se pudieran clasificar en este
apartado.
La tercera opción, de más reciente aparición, es una visión
particular de lo que antes hemos denominado “economía social”. Aquí
podríamos incluir las recientes teorías sobre el “decrecimiento” y el
“buen vivir”. En esta configuración lo económico también queda
subordinado a la voluntad popular de forma directa, pero con una
preocupación acentuada por la evolución del medio ambiente.
En las posturas del decrecimiento se reconoce la incompatibilidad
entre capitalismo y sostenibilidad ecológica, y se propone un cambio
radical en los modos de producción y consumo. La orientación de la
producción debe quedar, bajo esta configuración, subordinada a las
necesidades sociales y a una nueva ética del consumo basada en la
“frugalidad voluntaria”. Los deseos y motivaciones deben cambiar en un
proceso de “deconstrucción de las necesidades” (Sempere, 2010).
En las posturas, similares en todo caso, del “buen vivir” el objetivo
es reformular la relación entre Estado y ciudadanía para que los
últimos sean los auténticos poseedores de la soberanía. El
cuestionamiento del crecimiento económico como sinónimo del desarrollo y
la necesidad de adecuar los modos de producción y consumo a las
capacidades del medio natural es también un punto central (Acosta,
2010). Aquí se critica el concepto de democracia como “simple rito
electoral” y se apuesta por una salida que combine un concepto más
amplio de democracia y la libertad de expresión. Sólo con esa
combinación es posible conseguir eficiencia económica (respecto a los
objetivos del “buen vivir”).
Mientras las teorías del decrecimiento están teniendo una gran
aceptación entre los movimientos ecologistas más radicales y gran parte
del electorado de los partidos políticos comunistas clásicos, el “buen
vivir” está siendo la columna vertebral de los movimientos políticos y
ciudadanos que en América Latina se están levantando contra el sistema
capitalista.
CONCLUSIONES
En este repaso somero ha podido notarse que las salidas propuestas
por las teorías del decrecimiento, el buen vivir y la teoría de
democracia radical del “socialismo estatista” no difieren demasiado. De
hecho, los únicos matices que pueden encontrarse tienen que ver con la
formulación teórica que se esconde detrás y con las diferentes
intensidades de preocupación por los problemas. Así, en el “socialismo
estatista” podemos encontrar una preocupación menor por la ecología y
una mayor por las desigualdades y la pobreza, mientras que en las otras
dos teorías sucede al revés.
En nuestra opinión es necesario actualizar y reconciliar ambas ideas,
recogiendo la filosofía que se encuentra detrás de ambas y proponiendo
salidas conjuntas a la crisis y al actual sistema económico. El
principio fundamental, en todo caso y bajo cualquier concepto, debe ser
la renuncia a que el criterio de la rentabilidad organice no sólo la
producción sino toda la sociedad en su globalidad. En su lugar es
necesario insertar en el sistema económico un criterio ecológico y
humanista que ponga la satisfacción de las necesidades básicas de la
humanidad y la libertad de expresión y creatividad en el centro de la
organización social.
Por otra parte, el debate sobre qué sujeto social debe ser el motor
del cambio sigue abierto. No podemos confundir, no obstante, el
descubrimiento de dicho sujeto social con las estrategias políticas
encaminadas al cambio social. Qué duda cabe de que ninguna estrategia
política sería exitosa si no se dirige al público adecuado, y que por
tanto la revelación del sujeto social es tarea primordial. Sin embargo,
incluso aunque descubriéramos al sujeto social objetivo, faltaría
redescubrirlo como sujeto social subjetivo, es decir, haría falta
desarrollar su conciencia como sujeto social. Y ese paso, muy
probablemente, no puede llevarse a cabo sin tener un determinado
proyecto de sociedad en el horizonte.
BIBLIOGRAFÍA
Acosta, A. (2010): “El buen vivir, una utopía por (re)construir”, en
dossier CIP ECO-SOCIAL (http://rebelion.org/docs/115869.pdf)
Sempere, J. (2010): “Autocontención: mejor con menos”, en dossier CIP ECO-SOCIAL (http://rebelion.org/docs/115869.pdf)
Tablas, A. (2007): Economía Política Mundial, Ariel.
Wright, E. O. (2006): “Compass Points: towards a socialist alternative”. New Left Review, nº 41, pp 93-124.